Santiago Matamoros (Escuela Cuzqueña)
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Las cabezas de la hidra (2).
El progresismo pretende legalizar e impulsar aquellas actividades que degradan y esclavizan al hombre para, degenerado, poder controlarlo con mayor facilidad.
En un artículo anterior me refería, con motivo de la
publicación de dos libros en América, al feminismo y al
homosexualismo como dos principales cabezas de la hidra
progresista.
Continuando con el símil mitológico, y sin abandonar el plano
de las costumbres, habrá que citar como otro factor degenerativo
de la máxima importancia, a la pornografía.
Efectivamente, es un factor corruptor importantísimo, ya que
está presente en todas partes: en películas, en libros, en
tebeos, en la televisión, en los anuncios, etc. Su influencia es
nefasta no sólo sobre la juventud sino sobre las personas de
cualquier edad. No hay por qué adoptar posturas protectoras
respecto de los jóvenes cuando todos somos tan frágiles para el
vicio como ellos. Sin embargo, es cierto que los efectos de la
pornografía sobre los niños son de especial gravedad porque
estragan su incipiente sexualidad y, debido a su especial
fragilidad, les impulsa con suma facilidad a aberraciones. Y no
olvidemos que el pederasta está cerca, al acecho. En realidad,
lo que se persigue con la pornografía, aparte de fuertes sumas
de dinero, es enviciar a la sociedad, de forma que ésta comience
a considerar natural lo que antes condenaba como antinatural.
Esto se ha conseguido en gran medida. Tanto es así que en
resolución de 16 de Marzo de 2000 el Parlamento Europeo instaba
a los estados miembros de la Unión Europea a no poner tope de
edad para las relaciones homosexuales. Lógico es que los
pederastas celebrasen con entusiasmo este acontecimiento, que
supone un gigantesco paso adelante para la libre ejecución de
sus prácticas depravadas.
Se ha demostrado que los violadores y asesinos sexuales casi
siempre son grandes adeptos a la pornografía. Ésta pervierte el
normal sentido sexual de la persona, separándolo del sentimiento
afectivo. Se podría decir que animaliza al hombre, si no fuese
algo peor, puesto que el animal es mucho más equilibrado y casto
que el hombre en sus relaciones sexuales, en las cuales no se dan
normalmente las tremendas desviaciones que padece el ser humano.
La pornografía no hace sino excitar aún más un apetito sexual
mucho más insaciable de por sí que el de la mayor parte de los
animales. El resultado es devastador. No solamente se multiplican
las violaciones, sino que se producen asesinatos, torturas, etc.
La estimulación y desviación del instinto sexual provocadas por
la pornografía conduce a estos crímenes. Todos sabemos que
circulan cintas de vídeo a precio de oro con la exposición de
violaciones, torturas y hasta muertes de niños de ambos sexos.
Sevicia y salacidad hasta el desalmamiento es el significado de
estos hechos intrínsecos a la pornografía.
A pesar de estas atrocidades, el progresismo defiende a capa y
espada la pornografía, declarando que su prohibición
constituiría un grave atentado a la libertad de expresión. La
pornografía es otra de las armas letales del progresismo.
Relacionada con la pornografía está la prostitución, actividad
vil en grado sumo. La pornografía la estimula. Las mujeres,
convertidas en carne para el placer insano, quedan rebajadas
enormemente en su condición. Su sensibilidad queda estragada y
no pueden nunca más mantener una relación normal con un hombre.
Están perdidas. Pero, por muy rebajadas que estén, mucho más
lo están quienes las emplean en régimen de esclavitud, sacando
pingües beneficios de su comercio, y quienes se dedican a la
compra y venta de estos seres humanos, traficando no sólo con
mujeres, sino con niños, que en la actualidad son grandemente
codiciados.
No es de ninguna manera exagerado pensar que el hombre puede
llegar a grados de abyección tales que lo colocan en una
situación subanimal.
Pues bien, el progresismo defiende la prostitución como una
actividad normal más, pretendiendo su legalización en todas las
naciones de Occidente; y en todas las manifestaciones literarias,
cinematografícas, etc., presenta a las prostitutas con los
colores más agradables, destacando su generosidad, a diferencia
de la mujer casada que, casi siempre, es fría y egoísta. No
olvidemos que la inmensa mayoría de los medios de comunicación:
editoriales, Prensa, televisión, están en manos progresistas.
El progresismo no sólo favorece la prostitución, sino que
defiende la promiscuidad sexual desde temprana edad. Ha
conseguido que esta costumbre se haya implantado en todo
Occidente, bajo la teoría de que toda represión es mala. No hay
que olvidar que el progresismo es la última vuelta de tuerca del
movimiento intelectual que comenzó con la Ilustración y que,
entre otras cosas, afirma que la naturaleza del hombre es buena,
por lo que reprimir los instintos naturales (como se hacía en
los tiempos oscuros de la moral cristiana) es algo muy malo.
Era previsible, por tanto, que ante los avances de la terrible
epidemia del sida (provocada por los homosexuales, no lo
olvidemos), la sociedad progresista en modo alguno haya apelado a
un deseable cambio de costumbres, moralizándolas en lo posible.
En modo alguno. Se ha recurrido, por el contrario, a promover el
uso generalizado de lo que antes era un adminículo vergonzoso:
el condón. Los progresistas se han convertido en los apóstoles
más fogoros del condón.
Es interesante señalar que esta actitud progresista de completa
laxitud en lo moral procede de un humanitarismo lacrimoso,
sensiblero (marca de fábrica del progresismo) que resulta
compatible con las mayores crueldades. Pues, como ya advertía en
mi anterior artículo, una de las cabezas más importantes de la
hidra progresista es el feminismo, movimiento netamente
pro-abortista que ha conseguido la legalización del aborto en la
mayor parte de las naciones occidentales, al dictado de
sentimientos humanitaristas hacia la mujer. La consecuencia ha
sido el mayor genocidio de la historia de la Humanidad: cuarenta
millones de abortos al año en el mundo; millón y medio en
Estados Unidos; dos millones y medio en Rusia; cincuenta mil en
España, etc. Pienso que este humanitarismo perverso procede
directamente de J. J. Rousseau. Este filósofo de la Ilustración
era muy sentimental y profesaba un vago cristianismo sensiblero.
Ahora bien, esto no le impedía tener hijos ilegítimos con una
criada, a los cuales inmediatamente abandonaba en la inclusa
porque no quería saber nada de ellos. No recurría al aborto
porque en aquellos tiempos todavía era inimaginable considerar
remotamente legítima tal práctica.
Estas cuatro grandes plagas de la civilización progresista:
feminismo y homosexualismo (expuestos en el artículo anterior),
pornografía y prostitución, están alimentadas y promovidas
intelectualmente por tres corrientes de pensamiento plenamente
implantadas también.
Una de ellas es el relativismo. Esta postura filosófica, si se
le puede llamar así, está extendida plenamente en el mundo
occidental. Comúnmente, no se ejerce con fuerza la facultad de
pensar, es decir, no se cree con convicción en nada. Es más,
está mal mirado el hacerlo. Se piensa que es síntoma de
fanatismo. Se ha instaurado, por tanto, el llamado
"pensamiento débil", que es la consecuencia última de
pensar que no existen verdades absolutas, que todas tienen un
valor relativo y, al fin y a la postre, pueden ser
intercambiables. Ya no se tienen convicciones, sino simples
opiniones. Si a alguien se le ocurre asegurar algo con firmeza,
surge siempre la voz de otro que le recuerda: "Bueno, ésa
será tu opinión. Pero hay quienes piensan de forma muy
distinta". El relativismo tiende indefectiblemente al
igualitarismo, puesto que iguala siempre el valor de todas las
opiniones. Pero el relativismo no se circunscribe al ámbito de
las ideas, sino que, como no podía ser de otra forma, se refiere
igualmente a las conductas morales. Este es el motivo de que el
relativismo facilite una postura mental idónea para la admisión
de cualesquiera aberraciones en el campo de las costumbres. Como
considera que el derecho natural se reduce a una opinión más,
con el mismo valor que las que lo contradicen o lo niegan, es
natural que admita como válidas todas las desviaciones y
patologías. Consecuentemente, defiende la legalización de la
homosexualidad, la igualdad ante la ley de las parejas de
sodomitas y lesbianas respecto de los matrimonios tradicionales
entre hombre y mujer, así como su derecho a adoptar niños.
También los relativistas ven como un asunto de opinión, tan
defendible como la contraria, la tendencia a legalizar la
pederastia.
Sin embargo, no son tan tolerantes como aparentan. Lo cierto es
que admiten todas las opiniones... menos la tradicional
católica. Con los católicos consecuentes adoptan una actitud de
beligerancia. La razón estriba en que están dispuestos a ser
muy tolerantes con todos aquellos que no tengan ideas definidas y
estén dispuestos a admitir opiniones contrarias. Es decir, lo
que les molesta extraordinariamente es que haya personas que
estén seguras de la verdad de sus convicciones. Y esto ocurre
con los que profesan el catolicismo tradicional.
También el aborto es reforzado por el relativismo. Habiéndose
dividido la sociedad sobre este tema, los relativistas proclaman
que se trata de un asunto opinable; y que tanto valen las
opiniones pro-abortistas como las anti-abortistas. Con lo cual
equiparan en respetabilidad al abortismo con el antiabortismo.
El relativismo hace estragos también en el mismo seno de la
Iglesia Católica. Después del Concilio Vaticano II, y habiendo
vencido abrumadoramente la corriente más progresista, el
movimiento ecumenista se ha inficionado de relativismo. Bajo esta
influencia, el deseo de unión con las otras confesiones
cristianas, y de cooperación con las no cristianas, empuja, para
facilitar estos fines, a devaluar el carácter absoluto de las
verdades católicas.
Otra de las cabezas de la hidra progresista la constituye el
pacifismo. No hay que confundir a las personas pacíficas con las
paficistas. La persona civilizada tiende a valorar debidamente la
paz. Pero el pacifista defiende la paz a cualquier precio, lo
cual es bien diferente. Los pacifistas están emponzoñados de
relativismo y viceversa. Ante cualquier confrontación, ni por un
instante se detienen a pensar que la verdad y la justicia puedan
estar de una parte. Por el contrario, pretenden disolver el
conflicto mediante la conciliación y el compromiso. Como
relativistas, valoran igualmente ambas posiciones; como
pacifistas, defienden que ambas partes cedan lo necesario para
que haya paz. Están muy influenciados por las filosofías
orientales que tienden a la quietud espiritual mediante la
"superación de los opuestos". Estas influencias,
gravitantes en el pacifismo, han hecho presa también en gran
parte de la Iglesia Católica, que debiera ser la roca contra la
que se estrellase inútilmente la corriente progresista. La
muestra más palpable nos ha llegado cuando, ante el fenómeno
terrorista, los obispos más directamente involucrados han
aconsejado que "ambas partes" se reuniesen para
negociar un compromiso.
Una muestra muy importante del espíritu pacifista es la forma en
que se combate la criminalidad. Dejando a un lado la licitud o no
licitud de la pena de muerte, y admitiendo que sea mejor que no
exista, lo que está meridianamente claro para la persona de
sentido común es que el criminal debe ser castigado
proporcionalmente a su delito, y que los cuidados primeros y
principales de la sociedad deben dirigirse hacia las víctimas de
estos delitos. Pero el espíritu pacifista no camina por el
sendero del sentido común, sino que se desvía profundamente.
Tras la abolición de la pena de muerte, buscó y consiguió la
suavización de las penas de reclusión, lo cual es un
contrasentido, y promovió la reinserción rápida del
delincuente. Y todos conocemos el resultado: el forajido,
violador o lo que sea, sale de la cárcel grandemente
predispuesto a volver a delinquir, y así lo hace, como sabemos
por múltiples casos. En cuanto a las víctimas, su queja más
reiterada es que se sienten abandonadas y despreciadas.
Recuerdo que el capellán de una prisión que había intervenido
en el paso a tercer grado de un violador, cuando éste aprovechó
su libertad relativa para volver a violar (no sé si con muerte
de la mujer violada), y ante las protestas que se levantaron en
la opinión pública por la benevolencia de las autoridades
penitenciarias, manifestó que tal era el precio que había que
pagar por el progreso y la democracia. El pobre hombre estaba
contaminado de progresismo y su papel había sido nefasto, aunque
estaba muy lejos de reconocerlo. Desgraciadamente, el progresismo
está destinado a ser el mejor aliado del vicio y el crimen.
Otro componente constitutivo de esta tendencia es el
materialismo. No sólo la sociedad secular está inficionada.
También la Iglesia se vió contaminada desde el pasado Concilio
por la corriente materialista marxista. El resultado fué la
Teología de la Liberación.
Pero el marxismo es una filosofía destructora de la religión, y
cualquier maniobra (ingenua en extremo, o sencillamente frívola)
de cristianizar el marxismo, estaba (y está) condenada al
fracaso. El resultado es siempre la disolución de la Religión
por la influencia filosófica marxista. En mi opinión, un
ejemplo modélico lo tenemos en el sacerdote jesuíta uruguayo
Juan Luis Segundo, uno de los principales apóstoles de la
Teología de la Liberación. Si se lee su obra "La historia
perdida y recuperada de Jesús de Nazaret", se comprobará
que Cristo queda reducido a un simple agitador social que
ingenuamente creía que el Reino de Dios (puro paraíso terrenal
de justicia social) estaba próximo y que él tenía una misión
que realizar al respecto. Al final se siente engañado y muere
lanzando un grito de reproche. Ni rastro de sobrenaturalismo en
el libro, y constantes, reiteradas, citas a Marx y Sartre,
máximas autoridades para Segundo y los teólogos de la
liberación.
El materialismo teórico marxista, una vez derrumbado el régimen
comunista soviético, aunque no haya muerto, ha pasado a un
segundo término, siendo relevado ahora por el materialismo
práctico liberal, plenamente triunfante. Ambos materialismos son
verdugos del espíritu y ejercen una mefítica influencia sobre
las costumbres, igual que el relativismo y el pacifismo.
Efectivamente, al negar la existencia del espíritu, reduce al
hombre a la simple condición de animal inteligente, con lo que
el respeto por la vida humana disminuye drásticamente. El
concepto materialista de la vida está en la base de la
legalización del aborto, de la permisión de este tremendo
genocidio promovido por las feministas. Asimismo, está presente
en la legalización del homosexualismo, la prostitución y la
pornografía. ¿En razón de qué ley moral puede un materialista
oponerse a estos vicios y crímenes? Decía Dostoyevsky, a
través de uno de sus personajes (Kirilov en "Demonios, si
no recuerdo mal): "Si Dios no existe, todo está
permitido". Efectivamente, así es. Por lo tanto, ante
hechos de crimen y corrupción no se pueden aceptar ni condenas
airadas ni lamentosas quejas de quienes con su progresismo
degenerado han sido los fautores de la sociedad enviciada en la
que han de germinar necesariamente tales hechos.
Pueden citarse algunas otras corrientes de pensamiento
(irracionalismo, postmodernismo, etc.) así como costumbres
(drogadicción) como componentes del progresismo. Pero he
señalado las que me han parecido principales, y ateniéndome a
que la Hidra mitológica tenía siete cabezas. Así, me he
referido en el plano de las costumbres al feminismo, el
homosexualismo, la pornografía y la prostitución; y en el plano
del pensamiento sostenedor y promotor de esas costumbres, al
relativismo, al pacifismo y al materialismo. Todas estas
corrientes se sostienen, se irrigan mutuamente, se dan la vida
unas a otras, forman un todo.
La consecuencia es que hay que luchar contra la hidra. Luchar
incansablemente, con manifestaciones, con escritos, con
conferencias, con el ejemplo personal. La lucha ha de ser
continua, sorda, sin descanso. No es previsible una victoria,
como no sea a muy largo plazo, y aún entonces es dudosa. Pero no
hay por qué pensar en victorias. No son éstos tiempos de
triunfalismos, siquiera los proyectemos al futuro; son tiempos de
lucha, de resistencia tenaz y ataque continuado.
Alguien se está riendo de nosotros. Sólo que nuestros tímpanos
no recogen esa risa gigantesca, pues no pueden percibir lo que
ocurre en el plano preternatural.
Pero si atacamos a la Hidra, estaremos atacando a ese que ríe de
forma inaudible para los humanos. Y esto merece la pena, aparte
de ser una obligación.
Ignacio San Miguel .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
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