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Libertad y Liberalismo.
En el presente artículo analizaremos la noción de libertad en juego con lo que comúnmente se llama liberalismo. Comenzaremos por referirnos a la posición de los liberales respecto a la libertad para luego, a partir de ella, abordar en plenitud el asunto que nos ocupa.
Una de las palabras más usadas en
política es libertad. Grito desgarrado en la lucha, añoranza
íntima de perseguidos, bien alcanzado por el santo, pomposo
adorno en un discurso parlamentario, la libertad se nos hace
presente de las más diversas formas. También se emplea para
distinguir grupos políticos: liberales -sus representantes-
frente a conservadores, defensores del orden y la autoridad;
derechas partidarias de la libertad frente a izquierdas más
comprometidas con la igualdad. Y es que la libertad abarca todos
los aspectos de nuestra existencia. Tal vez ahí radique la
fuente de las confusiones en que muchas veces se cae al usar la
palabra.
Si bien los autores liberales coinciden en destacar que la
libertad tiene un valor principal, frente al cual ceden otros
valores y las instituciones y formas de relación que los
representan, se manifiestan entre ellos múltiples diferencias.
Al respecto es necesario distinguir varios aspectos de la
libertad o tipos de ella, que los liberales valoran, en mayor o
menor grado, positivamente.
Primero, la libertad negativa, entendida comúnmente como la
facultad que tiene el individuo para que los demás no se
inmiscuyan en sus asuntos. Es negativa en cuanto no se define por
un contenido determinado, sino por la simple facultad de reclamar
de los otros (individuos, sociedad o Estado) un ámbito propio de
acción. Sus orígenes son anglosajones; se pueden radicar en el
pensamiento de John Locke. Diversos autores posteriores la
recogen, p. ej., Hayek (libertad es la "independencia frente
a la voluntad arbitraria de otro"; libre es quien
"puede proyectar el curso de su accionar de acuerdo a sus
intenciones presentes"; The Constitution of Liberty) o
Berlin (libertad es "un estado en virtud del cual un hombre
no se haya sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria
de otro o de otros"; Dos conceptos de la libertad).
Un segundo aspecto de la libertad, al que aluden diversos autores
liberales, es el positivo o político. Consiste, en términos
generales, en la facultad del individuo de participar en la toma
de las decisiones sociales que lo afectan, principalmente en las
decisiones políticas. Sus orígenes pueden rastrearse en la
Grecia antigua. Hayek lo define como la "participación en
la elección de un gobierno, en el proceso legislativo y en el
control administrativo". Rousseau postula al respecto que la
libertad no sólo consiste en la ausencia de coerción (libertad
negativa), sino también en "la posesión por parte de todos
los miembros de la sociedad de una porción del poder
público". Aquí las posiciones entre los propios liberales
son encontradas. No todos acogen de igual manera esta libertad.
Hayek y Berlin desconfían de ella; distinguen entre libertad y
democracia; y en esta distinción optan por la libertad, bajo el
supuesto de que no toda democracia la favorece. Hayek, por
ejemplo, plantea que "elegir el propio gobierno no equivale
necesariamente a asegurar la libertad; (...) el hecho de que
millones hayan sufragado por una completa sumisión a un tirano
ha significado que nuestra generación entienda que la elección
de un gobierno propio no asegura necesariamente la
libertad."
Junto a la libertad positiva y negativa se agrega -así lo hace,
por ejemplo, Carlos Peña- una tercera libertad o aspecto de la
libertad, que consistiría en la "posibilidad de dialogar
con otros en condiciones de igualdad." Esta última, como
plantea Peña, tendría, al igual que la libertad positiva sus
orígenes en la Grecia antigua y estaría en estrecha relación
con la convicción de que "no es posible ser libre sino en
medio de la política, entendida como un espacio de deliberación
pública distinta del Estado y distinta del mercado".
Estamos en presencia aquí, en principio, de una actividad en la
que se combina, entre otras cosas, el reconocimiento de cierta
igualdad en los otros y el gusto por discutir. Reconocer en ella
un aspecto específico de la libertad importa contar con ciertos
supuestos (entre otros, la existencia de una verdad cognoscible),
sin los cuales el uso de la palabra se extiende abusivamente, p.
ej., al afán de dominio o de honores. En todo caso, cabe
también comprenderla dentro de la libertad positiva, en cuanto
la discusión en condiciones de igualdad puede ser vista como
parte del proceso democrático.
No obstante las diferencias apuntadas, los aspectos destacados no
bastan para acotar una noción adecuada de la libertad: la
libertad de los liberales es incompleta. Sólo se concede valor
positivo a la libertad entendida como ausencia de impedimentos
externos, de aquellos que establecen otros agentes. El ámbito de
acciones humanas libres está definido por lo que el ser humano
puede realizar sin verse afectado por los obstáculos que le
plantean sus semejantes. Y esto vale tanto para la libertad
negativa cuanto para la positiva, pues ésta consiste, en
definitiva, en la exigencia de que los demás no impidan la
participación política del individuo; el ámbito de las
acciones libres de impedimentos externos debe incluir aquí a las
relativas a la participación en ámbito público.
La libertad supone no sólo requisitos externos, no sólo la
ausencia de impedimentos impuestos por los demás seres humanos,
sea en su vida personal o en el ámbito público, sino también
requisitos internos, sin los cuales no resulta ya posible su
existencia. Éstos tienen que ver con la inteligencia y la
voluntad. La imposibilidad, p. ej., de conocer la realidad, total
o parcialmente; o de elegir de entre las diversas alternativas de
acción que ella presenta, la mejor; la incapacidad de disponerse
al logro de la alternativa escogida, son circunstancias que
importan, en mayor o menor grado, la inexistencia de libertad en
el agente. La libertad supone así, no sólo ausencia de
impedimentos externos, sino que otros elementos: conocimiento,
tanto teórico como práctico, de la realidad, y el desarrollo de
hábitos que permitan al agente obrar con cierta independencia de
sus pasiones. De este modo, una situación de libertad plena se
presentaría cuando, a la ausencia de impedimentos externos, se
uniese un adecuado conocimiento, por parte del agente, de las
posibilidades de acción y de la mejor entre ellas, junto a su
disposición interna para el logro de dicha acción.
La ignorancia, el error o la imprudencia, la presencia de vicios
en el agente, el predominio de su egoísmo, de sus instintos,
importan limitaciones a su libertad. Estas pueden llegar a ser
más graves que las externas. No requieren un mandato del
gobierno, ni la presencia de un jefe caprichoso; no necesitan de
cárceles ni de armas para hacer sentir su fuerza; están ahí,
potencialmente en cada ser humano; operan en las sombras. Las
víctimas de la ignorancia, del error, especialmente de sus
pasiones, viven en las modernas sociedades democráticas, ocultas
bajo poderosas consignas. Con razón algunos hablan de la
esclavitud en que sume al ser humano su egoísmo, sus vicios, su
ignorancia. Como señala Platón: "En el alma del mismo
hombre hay algo que es mejor y algo que es peor; y cuando lo que
por naturaleza es mejor domina a lo que es peor, se dice que
aquél es dueño de sí mismo, lo cual es una alabanza, pero
cuando, por mala crianza o compañía, lo mejor queda dominado
por la multitud de lo peor, esto se censura como oprobio, y del
que así se halla se dice que está dominado por sí mismo"
(Politeía).
El ser humano no es libre en un sentido principal por no verse
impedido de actuar, sea en la vida privada o en el ámbito
público, sino que por sus capacidades de conocer y querer, las
cuales le permiten actuar con cierta independencia, mayor o menor
según el grado de despliegue de su conocimiento y de sus
virtudes, respecto de su ignorancia o error, de sus instintos y
tendencias. En este sentido, este aspecto interno de la libertad
es signo de un más allá: el ser humano puede ser libre de sus
tendencias, de sus instintos, de la ignorancia o del error,
porque participa de una dimensión que lo coloca por sobre ellos,
con capacidad para conocer y querer más allá de lo que su
cuerpo le dice. Así, es capaz de conocer realidades
trascendentes, no materiales. Es capaz de actuar por ellas, aún
a costa de dolor y de muerte. Robert Spaemann plantea que esta
especificidad del ser humano, aquello que lo distingue de todo
otro ser terreno, radica en la negatividad: en que el hombre no
es sólo lo que es, sino que mantiene una diferencia con lo que
es. Los valores positivo y negativo son simplemente hechos en el
mundo. Interpretar uno de esos hechos como algo negativo supone
ya poseer la noción de negatividad. Esta negatividad es propia
del ser humano y se manifiesta -señala Spaemann- como dolor
(más allá de su función de conservación), como no-yo (el
reconocimiento de otros reales distintos) y como experiencia de
lo absoluto (el bien en sí, por ejemplo) (Lo natural y lo
racional; y Personas. Acerca de la diferencia entre algo y
alguien).
Estas consideraciones son complementadas en las Meditaciones
cartesianas. "¿Cómo sería posible - pregunta Descartes-
que yo pudiera conocer que dudo y que deseo, es decir, que me
falta algo y que no soy completamente perfecto, si no tuviera en
mí alguna idea de un ser más perfecto que yo, en comparación
con el cuál conociera los defectos de mi naturaleza?" Al
concepto de negativo, planteado por Spaemann, se agrega aquí el
de perfección, también inexplicable a partir de los solos
hechos (incluso mediante negación, pues la negación del ser
conduce a la ausencia de ser o a no-ser, y no, en cambio, a la
noción de perfección o a su negación, la imperfección). El
ser humano es libre internamente porque puede conocer no sólo
una dimensión terrena, sino también una trascendente y querer,
en consecuencia, conforme a ella.
Un destacado autor liberal, Isaiah Berlin alude a esta libertad
interna y la rechaza, por el riesgo que ella genera para la
libertad negativa. El origen de la libertad positiva radica para
Berlin en el deseo del ser humano de ser su propio dueño, de ser
un ente racional, pensante, activo y responsable de sus opciones
personales. Esta idea, advierte, es sumamente peligrosa a nivel
social, pues sirve de fundamento para la imposición de unos,
reconocidos o auto nombrados como racionales, sobre la masa
amorfa que se deja guiar por sus pasiones; se les imponen en aras
de que hagan lo mejor posible para ellos mismos; así se
justifica la coerción de la libertad objetiva de las personas
para alcanzar supuestos grados más altos de libertad positiva.
Berlin plantea que en este deseo de autorrealización se
encontraría el origen de los totalitarismos.
Si bien la prevención contra una limitación excesiva de la
libertad externa resulta atendible, esta limitación no es
consecuencia del reconocimiento de la importancia de la libertad
interna. Al contrario, es por falta de una adecuada comprensión
y promoción de este aspecto de la libertad que se ve amenazada
la propia libertad externa. Atender a la libertad en todos sus
aspectos importa otorgar sentido a la libertad externa. Al
contrario, desatenderla significa restar sentido a estos aspectos
de la libertad.
En el ser humano existe una permanente tensión entre su
ignorancia y error, sus tendencias e instintos y su libertad. Se
domina y es dominado. Si desconoce la relevancia de la libertad
interior ganan terreno la ignorancia, el error, sus tendencias y
pasiones; es controlado por ellos. Visto esto desde la
perspectiva de la relación entre el agente y sus semejantes,
existirá en él una inclinación a actuar de manera equivocada y
egoísta, en el sentido de vuelto a sí mismo y a la
satisfacción de sus tendencias e instintos, a reducir las
relaciones con los demás a aquello que sirva a su satisfacción,
en la medida de su utilidad. Con ello se pierde o debilita toda
una dimensión indispensable para el florecimiento del ser humano
y de la cual la libertad interior es expresión: lo
incondicionado. La amistad es aquí un buen ejemplo. A pesar de
las múltiples formalidades que la han recubierto a lo largo de
la historia, siempre ha permanecido estable un sustrato común:
siempre ha sido una relación que busca el bien del otro, más
allá de la utilidad o placer que pueda reportar. El amigo
moribundo es amigo, aún cuando su compañía represente sólo
molestias. Este ejemplo basta para mostrar que algo se pierde
cuando el ser humano se cierra a esta dimensión de
incondicionalidad, en definitiva expresión del bien y el amor.
El debilitamiento de esta dimensión por el desplazamiento de la
libertad interna afecta a la libertad externa: ya desde Platón
se ha llamado tirano al que sin gobernarse a sí mismo gobierna a
sus semejantes y desde entonces también se conoce el riesgo que
el tirano representa para la libertad externa positiva y
negativa. Además, la libertad externa se ve afectada al ceder la
interna por el despliegue de la apatía. El individuo centrado en
su satisfacción, despreocupado de la verdad, pierde interés por
ocuparse de asuntos ajenos a esa satisfacción. Los gobernantes
no encuentran en él oposición seria a sus actividades, pues no
le interesan. La sociedad compuesta por el tipo apático está
expuesta -por falta de capacidad de reacción- a abusos graves,
dentro de los que se incluyen, por supuesto, vulneraciones a la
libertad personal. Así, a un lado están los posibles tiranos,
al otro los apáticos ajenos a su quehacer.
El mayor temor de los liberales, el totalitarismo, surge,
precisamente, donde tanto el abandono de la relevancia de la
libertad interna, y en definitiva de su referencia a una
dimensión trascendente -incondicionada-, propiamente humana
(fundamento del respeto al hombre en cuanto expresión de dicha
dimensión), así como el paralelo repliegue a las estrechas
fronteras de la libertad externa, dejan campo abierto a que
pasiones e instintos entren en escena y sin contrapeso, para que
el tirano y los apáticos actúen, seguidos de los intentos
desesperados por reconstituir el orden trastornado. Es aquí, en
la descomposición de la naturaleza de las cosas, en la
absolutización de un aspecto de la libertad, en donde radica el
origen de los totalitarismos.
Puesto que la dimensión de lo incondicionado es propia del ser
humano y en ella va comprometido su propio florecimiento, la
política como actividad dedicada al gobierno del conjunto de
ellos debe considerarla. Ella no se reduce a proveer placer o
utilidad, no a sola economía. Tiene que ver, y de manera
principal, con cosas como la verdad, el bien, la amistad, la
lealtad o el patriotismo. Todo esto parecerá a quien ha
desatendido a su libertad interior (tirano o apático)
palabrería u ocultación de reales intereses. Sentirá, así,
profunda distancia respecto de la política. Sus actuaciones
tenderán a limitarse a los puntos que tengan relación estricta
con sus intereses de satisfacción, dentro de los cuales uno no
despreciable es el afán de poder. Sin embargo esto no afectará
su posición esencial: apatía hacia lo político en cuanto
político, es decir, búsqueda de un bien trascendente a la mera
utilidad o placer. Es por eso que el liberalismo presenta cierta
contradicción con la actividad política, incluido el debate
público, y puede ser visto, en el fondo, como una negación de
la misma. Al desconocer la importancia de la libertad interna y
de la dimensión de lo incondicionado de la que ella es en
definitiva expresión, se debilita profundamente la política en
su sentido propio de actividad abierta a ella, y pasa a
confundirse con la economía: con una actividad de satisfacción
donde sólo son relevantes los vínculos de utilidad o placer. Si
volvemos al tercer aspecto de la libertad externa que algunos
distinguen (libertad como participación en el debate público en
igualdad de condiciones), queda clara la necesidad de vincular
dicho aspecto de la libertad a ciertos supuestos sin los que no
cabría hablar propiamente de ella.
Las posiciones liberales no constituyen la mejor garantía de la
libertad humana, ni en su aspecto interno, ni en el externo. Son,
al contrario, quienes destacan la importancia de la libertad en
toda su riqueza los que están más provistos para su defensa y
promoción. Es decir, aquél grupo heterogéneo y -a pesar del
tiempo y los esfuerzos- irreductible, de quienes se levantan una
y otra vez e incansablemente contra los intentos de reducir la
realidad arbitrariamente, sea a un formalismo sin historia,
cuanto a un materialismo sin verdad, grupo que ha sido llamado
-tal vez por su afán siempre renovado de mantener más que
destruir o cambiar aquello sin lo cual la humanidad caería en la
pobreza interior- conservador.
No hay suficiente memoria para convertir los elementos del
portapapeles. en el debate público en igualdad de condiciones),
queda clara la necesidad de vincular dicho aspecto de la libertad
a ciertos supuestos sin los que no cabría hablar propiamente de
ella.
Las posiciones liberales no constituyen la mejor garantía de la
libertad humana, ni en su aspecto interno, ni en el externo. Son,
al contrario, quienes destacan la importancia de la libertad en
toda su riqueza los que están más provistos para su defensa y
promoción. Es decir, aquél grupo heterogéneo y -a pesar del
tiempo y los esfuerzos- irreductible, de quienes se levantan una
y otra vez e incansablemente contra los intentos de reducir la
realidad arbitrariamente, sea a un formalismo sin historia,
cuanto a un materialismo sin verdad, el cual ha sido llamado, tal
vez por su afán siempre renovado de mantener más que destruir o
cambiar aquello sin lo cual la humanidad caería en la pobreza
interior, conservador
Hugo Herrera Arellano. Realidad
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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