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El Partido Popular vasco ante una nueva "travesía del desierto".
Transcurridos 7 meses desde la celebración de las últimas elecciones autonómicas en el País Vasco, el domingo 13 de mayo de 2001, se imponen algunas reflexiones en torno a la estrategia del Partido Popular
Unos resultados electorales ni
esperados ni deseados.
Buena parte de las encuestas publicadas a lo largo de la campaña
electoral, así como la realizada por el CIS y difundida fuera de
plazo legal, vaticinaban que los partidos
"constitucionalistas" estaban a falta de uno o dos
escaños para alcanzar la mayoría absoluta. Con tales
previsiones, PP y PSOE depositaron buena parte de sus
expectativas de triunfo en el, tradicionalmente, amplio sector
abstencionista vasco, al considerar que un alto porcentaje de
electores de mentalidad españolista se refugiaba en el mismo.
Los resultados, finalmente, fueron decepcionantes para los
partidos constitucionalistas, sobre todo para un Partido Popular
que había llegado a vaticinar públicamente su victoria,
apoyándose en esas previsiones tan favorables a las que dieron
crédito los máximos dirigentes del partido, José María Aznar
en particular. Con todo, la cosecha de votos, en números
redondos, no fue mala, acreditando la tendencia al alza del voto
no nacionalista. Pero es incuestionable que los resultados
favorecieron a unos atemorizados nacionalistas
"moderados" (la coalición PNV/EA), en detrimento de
las altas expectativas del "bloque constitucionalista".
El Partido Popular, en coalición con Unidad Alavesa, fue el
partido constitucionalista más votado, pero sin alcanzar el
ambicioso -y poco realista- objetivo previsto. Jaime Mayor Oreja
quedó en una posición delicada al no alcanzar el gobierno de
Vitoria, lo que originó rumores acerca de su retirada de la
política a la empresa privada. Hoy día, esos rumores han sido
desmentidos, sonando de nuevo su nombre entre los candidatos
mejor situados en la carrera sucesoria de José María Aznar.
Debe destacarse, en todo caso, su coherencia, lo que le ha
generado la confianza y los esfuerzos de la militancia de su
partido en el País Vasco, cuya persistencia ha sido regada con
la sangre de los concejales "populares" asesinados.
Una larga "travesía del desierto" espera a los
"populares" vascos, en cualquier caso, quiénes
deberán reelaborar su estrategia, manteniendo, además,
posiciones y cargos, pese a la lógica desmoralización de su
gente (que no se ha traducido, a lo largo de estos meses, en
abandonos de cargos públicos).
Los esfuerzos de los partidos constitucionalistas no fueron
suficientes para cambiar la orientación general del electorado.
Una vez en el gobierno vasco podrían haber forzado el lento
cambio reflejado en las actuales tendencias. Pero, de nuevo, en
la oposición, al Partido Popular le espera otro periodo de
incertidumbre. Se temía, además, que con ese fracaso José
María Aznar saliera "tocado"; sin embargo, la realidad
es que ello no le ha supuesto un desgaste traducido en pérdidas
en la intención de voto.
Por otra parte, varios han sido los tópicos derribados en estas
pasadas elecciones: el supuesto "españolismo" de buena
parte de los sectores tradicionalmente abstencionistas, el
liderazgo del nacionalismo vasco por el MLNV, etc.
Dos concepciones
enfrentadas.
Hemos afirmado en este medio, en otras ocasiones, que se tiene un
profundo desconocimiento de la naturaleza del nacionalismo vasco.
Nos basamos en la constatación de que no sólo es un partido
político; ni siquiera es, solamente, una ideología. Es un
estilo total de vida -sostenido por una ideología- que puede
teñir gran parte de la misma, constituyendo un complejo
entramado de relaciones sociales de todo tipo, insertado en una
comunidad dinámica, y dotado de un proyecto de futuro. Por ello,
tratándose de una población muy politizada y con un alto nivel
de conciencia de "lo propio", de "lo vasco",
no era realista pretender que la "revolución cultural"
practicada por el conjunto del nacionalismo vasco, desde hace 50
años, se pudiera contrarrestar con las campañas mediáticas
desarrolladas en los últimos meses y el "desembarco"
electoral de algunos líderes "populares". En tan breve
plazo no se podía crear el tejido social que permitiera avanzar
y consolidar la realidad electoral al alza de los
constitucionalistas, neutralizando el efectivo aislamiento en que
les había situado la política nacionalista con sus múltiples
tácticas.
En el avance de los sectores españolistas, algunos factores
jugaron un importante papel. Es el caso de la estrategia de
"unidad de los demócratas" desarrollada por el Partido
Popular de acuerdo con el PSOE y el apoyo de Unidad Alavesa.
Igualmente importante ha sido el espaldarazo dado a los
intelectuales vascos que, desde diversos medios, especialmente el
Foro de Ermua, han levantado su voz ante el monopolio y el
proyecto global nacionalista. Otros aspectos tácticos han jugado
su papel: el apoyo a las víctimas del terrorismo (las grandes
olvidadas durante tantos años), la búsqueda del reconocimiento
social de las mismas e intentar suscitar una conciencia colectiva
ética frente al sufrimiento de los perseguidos por el terror en
sus diversas formas.
Pese a todo, el objetivo no se ha alcanzado. Tal vez por ello, en
lenguaje "políticamente incorrecto", José María
Aznar llegó a afirmar -lo que le valió críticas casi
unánimes- que el País Vasco "no estaba maduro". Esa
criticada frase supone un reconocimiento implícito de que el
nacionalismo vasco, también, está fuertemente anclado en la
sociedad.
Concluyamos: el electorado vasco está "fijado" en un
porcentaje muy importante, pese a la tendencia al aumento de los
partidos españolistas. Los movimientos y desplazamientos
electorales se produjeron, en esta ocasión, y en buena medida,
en el seno de cada uno de los dos grandes bloques:
constitucionalistas y nacionalistas. El voto procedente del
abstencionismo, en contra de lo previsto, ha beneficiado a los
nacionalistas en mayor medida de lo vaticinado: un voto
"útil" que ha buscado seguridad en la continuidad, por
encima de consideraciones de carácter ético.
El futuro del
Partido Popular vasco.
El mensaje electoral emitido por el Partido Popular, a lo largo
de la mencionada campaña, podía resumirse en dos axiomas:
1. Para vencer al terrorismo hay que desalojar al nacionalismo
llamado moderado de las instituciones vascas.
2. La solidaridad con las víctimas del terrorismo impone un
cambio de gobierno, pues el conjunto del nacionalismo es
responsable, al menos por omisión, de su sufrimiento.
No ha funcionado. No se ha logrado extender esa conciencia a un
mayor sector del electorado vasco; no se ha desatado la
solidaridad esperada.
Algunas de las manifestaciones efectuadas por líderes nacionales
del Partido Popular, explotadas por la propaganda nacionalista,
se han percibido por sectores no excesivamente politizados como
un ataque intolerable a "lo vasco".
Pero a este fracaso también ha contribuido, además de sus
propios defectos tácticos, la campaña "a la contra"
desatada por el nacionalismo en bloque. Han logrado hacer
creíble el mensaje de que el recambio gubernamental podía
afectar a la identidad del País Vasco, a los logros obtenidos
por su pueblo; amenazado por unos políticos ajenos a la tierra y
tributarios de intereses ocultos. Con ello se ha neutralizado el
mensaje del Partido Popular de asociar paz con el desalojo del
nacionalismo de las instituciones autonómicas vascas. Esa es la
explicación de que sectores importantes del abstencionismo hayan
votado movidos por el miedo al cambio.
¿Qué puede hacer, en esta coyuntura, el Partido Popular?: una
labor institucional de oposición seria, constante, combinándola
con un trabajo cívico, asociativo y cultural, con la pretensión
de generar un tejido social que permita avanzar, poco a poco, en
el seno de la sociedad vasca, reduciendo el impacto del control
absoluto, ejercido durante varias décadas, por el nacionalismo.
En el plano nivel interno, varios son los retos: contener el
riesgo de desbandada, renovar el liderazgo, crecer en número e
implantación, evitar el aislamiento.
Parece difícil, a priori, que el Partido Popular, con un
discurso "blando" en muchos aspectos y una militancia
poco acostumbrada a la movilización, pueda cambiar de modelo y
de espíritu. Pero las circunstancias que debe afrontar son
excepcionales, lo que exige un nuevo estilo de partido y una
nueva presencia social y cultural.
Otro reto se le presenta al Partido Popular vasco: el posible
relevo de Jaime Mayor Oreja, lo que podría suceder en un par de
años. Esta posibilidad podría explicar el relevante papel
desempeñado por María San Gil en los preparativos del próximo
congreso general del partido.
Fracasada la reciente estrategia "popular", desvanecida
la ilusión de una victoria a corto plazo, con un PNV consolidado
en el gobierno de Vitoria al beneficiarse electoralmente de los
sectores posibilistas del MLNV, ¿qué color debe tener la
acción del Partido Popular? Entre otras cosas, debe de teñir de
vasquismo positivo y constructivo sus contenidos, pues el
españolismo y el vasquismo no son conceptos antagónicos, tal
como se ha querido hacer ver desde el mundo nacionalista. Es
más, lo vasco está en la raíz de lo español: ésta puede ser
una de las claves de la "contrarrevolución" cultural
que debe plantearse el Partido Popular a medio y largo plazo.
Partido Popular y
PSOE.
El fracaso de la estrategia "popular" debe
relativizarse. Es incuestionable que le ha permitido avanzar
social y electoralmente. Pero la impaciencia, impuesta en parte
por el sufrimiento de las víctimas del terrorismo y el
sacrificio terrible de sus concejales, ha jugado una mala pasada.
Jaime Mayor Oreja sigue siendo un valor, de momento, fundamental
para el partido. Debe permanecer en el País Vasco encabezando la
oposición, por coherencia ideológica, por fidelidad a las
víctimas y a toda la militancia que ha creído en él; al menos
hasta que un nuevo liderazgo quede afianzado en el partido.
La estrategia seguida hasta el momento no debe cambiarse en sus
directrices fundamentales; a lo sumo deben modificarse algunos
aspectos: hay que continuar la batalla en el plano de las
instituciones, en el seno de la sociedad civil, los medios de
comunicación y en el mundo de las ideas, para retomar un día la
iniciativa social que facilite un cambio. Ese cambio ya ha
empezado en las grandes urbes; la dificultad mayor es
introducirlo en las pequeñas ciudades y pueblos del País Vasco,
donde el control formal e informal de la vida cotidiana por el
nacionalismo es agobiante.
La resolución de la crisis que atraviesa el PSE/PSOE, motivada
por la existencia de una corriente socialista partidaria del
entendimiento con los nacionalistas que cuenta con el tradicional
apoyo de Felipe González y el grupo PRISA, no es indiferente en
estas circunstancias y más cuando circulan, de nuevo, rumores de
la posible gestación de una "tregua". El liderazgo de
Nicolás Redondo Terreros, quien ha dimitido como consecuencia de
la poco leal oposición interna de Odón Elorza y sus compañeros
de viaje, constituía un importante asidero para la política de
firmeza y claridad de Jaime Mayor Oreja.
De no revalidarse, en el transcurso del próximo Congreso
extraordinario del PSE/PSOE, la línea mantenida por el dimitido,
el Partido Popular se encontrará en una incómoda situación de
aislamiento político e institucional en el País Vasco, lo que
acrecentaría la incertidumbre sobre su futuro. Jaime Mayor Oreja
lo ha entendido perfectamente, en un nuevo ejercicio de crudo
realismo político, al declarar en ABC que "la izquierda
social ha tenido más trascendencia que la derecha
económica", siendo, además, "el gran apoyo del
entendimiento entre Partido Popular y PSOE". Sumando lo
anterior a la crisis desatada en el PSOE, se comprende que para
el político popular, la estrategia de su partido pase por
"dar una gran acogida" a la izquierda del País Vasco,
por lo que tendría que hacerse "más popular y más vasco
que nunca". Este planteamiento, carente de cierto tacto, ha
provocado un notable aluvión de críticas, demagógicas y
desproporcionadas en cualquier caso, por parte de algunos
líderes del PSOE de las que se han servido para marcar distancia
y preparar futuros cambios tácticos, a la vez que empezaba a
sonar en medios de PRISA el nombre de Patxi López (del sector
crítico al dimitido dirigente socialista vasco) como alternativa
a Redondo Terreros.
No es fácil, en cualquier caso, realizar esa apertura hacia la
izquierda "social". Una fórmula tradicional, para
ello, consiste en incorporar al partido a alguna personalidad
relevante procedente de ese medio político. Pero no olvidemos la
amarga experiencia de Ricardo García Damborenea (cuyo nombre,
paradójicamente, ha sido empleado como torpedo contra la línea
de flotación de las expectativas de un vapuleado Nicolás
Redondo Terreros).
La existencia de dudas metódicas y la ausencia de una voluntad
decidida, en el desarrollo de una estrategia política a largo
plazo, en el principal partido de la izquierda española, no son
nuevas. No olvidemos, por otra parte, que a esa labor de
arrinconamiento de la identidad española en el País Vasco, de
forma consciente o inconsciente, han contribuido en las últimas
décadas sectores significativos de la "progresía"
española.
Al proyecto nacionalista sólo puede hacer frente otro proyecto
sin complejos, de contenidos claros y atractivos, liderado por
unos políticos vascos en sintonía con los sectores sociales
emergentes que reclaman un mayor protagonismo para la ciudadanía
acallada desde el poder político y cultural dominante en el
País Vasco. Jaime Mayor Oreja, pese a los golpes recibidos,
reúne las mejores condiciones personales para afrontar un reto
de tales características, en tanto no se consolide un liderazgo
alternativo. En un futuro a medio plazo ya se verá si persiste
en el empeño o se desvía de esta difícil, pero apasionante
tarea, convocado por otras responsabilidades políticas de
envergadura nacional.
José Basaburua.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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