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El combate en Estados Unidos.
La guerra cultural en Estados Unidos trasciende sus fronteras, puesto que lo que se está dilucidando allí es si la faz de Occidente en el futuro será definitivamente neopagana, o bien recuperará los rasgos cristianos que antaño tenía.
De Estados Unidos llegan noticias que
pueden considerarse positivas. Una de ellas es la decisión de
Bush de cortar la financiación estatal al Fondo de las Naciones
Unidas para la Población (UNFPA), organización que promueve el
aborto, habiendo colaborado con el gobierno chino en su política
de natalidad restringida que incluye abortos y esterilizaciones
forzosos.
Otra noticia significativa es la negativa de Bush a seguir
financiando programas de "sexo seguro" que promocionan
masivamente el uso del condón, por considerarlos
contraproducentes. En vez de ello, ha incrementado
sustancialmente el dinero destinado a los programas de castidad.
Pero la más importante medida pueda ser la propuesta por la
Administración Bush para dar cobertura de seguridad sanitaria a
los niños no nacidos. Esta propuesta se está encontrando con la
fiera oposición de los defensores del aborto.
La regulación propuesta autorizaría al Programa Estatal para la
Seguridad Sanitaria de los Niños (State Children's Health
Insurance Program) cubrir la salud de los niños desde su
concepción hasta los 19 años. Wendy Wright, de Concerned Women
for America, una de las diversas asociaciones pro-vida, ha puesto
el dedo en la llaga de la realidad, cuando ha declarado que la
idea de que el niño no nacido sea un ser humano es algo a lo que
los partidarios del aborto se oponen firmemente. Pues toda la
triunfadora ideología abortista se basa, y se ha basado, en una
falsedad que el sentido común rechaza: que el niño no nacido no
es un ser humano. Y la medida propuesta supone el reconocimiento
de la verdad de su condición humana.
"Ellos no desean el menor reconocimiento de que el niño
no nacido sea un ser humano" dice Wright, "por
lo que se oponen a esta propuesta, aún cuando al hacerlo así
terminan de hecho dañando a las mujeres que dicen
representar."
Según Wright, el anuncio de Bush es significativo por dos
razones. Primeramente, porque extiende la cobertura sanitaria a
los niños antes de su nacimiento, permitiéndoles, por tanto,
vitales cuidados prenatales. La segunda razón es terminológica.
"Esto es así por usar el término "niño no
nacido" en lugar de "feto". Aún cuando la
definición de "feto" en el diccionario es "una
cría de la misma especie", la mayoría de la gente no
entiende que esto signifique un ser humano" dice ella. "Por
ello, es importante que utilicemos términos que el hombre común
pueda entender."
Wright dice que siempre que los partidarios del aborto son
cuestionados, presentan la misma argumentación: que no se debe
permitir que el feto tenga los mismos beneficios que la madre.
Pero ella dice que el niño no nacido merece, por lo menos, la
misma protección.
Y también hace notar que si reconocemos la humanidad del niño
no nacido, cuyas madres intentan dar a luz, inevitablemente se
presenta la pregunta: ¿cómo podemos permitir que estos mismos
niños puedan ser matados por abortistas?
Este es el dilema, la contradicción, que está penetrando gota a
gota en la conciencia de los norteamericanos. Con la ayuda
también de la polémica suscitada por la utilización de los
embriones humanos para la extracción de las células madre con
la consiguiente muerte de aquellos. Pues cualquier mente sencilla
se ha de preguntar: Pero, si tanto respeto merecen los embriones
que provocan esta polémica ¿cómo es posible que aceptemos
tranquilamente el asesinato masivo legalizado de seres humanos en
período de gestación? Resulta íntimamente contradictorio.
Y esta turbación de las conciencias comienza a tener sus
consecuencias. El número de abortos se ha reducido. Para el año
2002 se calcula que se efectuarán alrededor de un millón cien
mil, cuando en años anteriores se había llegado al millón y
medio. También se están cerrando algunas clínicas abortistas.
El dato no es lo suficientemente significativo como para ser
optimistas sin más. El combate ha de continuar tan
implacablemente como hasta la fecha. Y así está siendo. Todas
las organizaciones religiosas y político-religiosas
conservadoras que están en pie de guerra desde hace décadas,
prosiguen su tarea diaria de concienciar a las gentes: Christian
Coalition, Concerned Women for America (CWA), Culture and Family
Institute, American Family Association (AFA), Human Life
International y otros más no cejan en su empeño que tiene una
meta de la máxima importancia: la revocación de la sentencia
del juicio Roe v. Wade, que introdujo el aborto legalizado en
Estados Unidos en 1973 y, como consecuencia, en otros muchos
países de Occidente (prácticamente, toda Europa). Y esto no
resulta tan arduo, casi imposible, como hace años. Se ha
conseguido colocar un presidente conservador en la Casa Blanca,
una persona sobre la que pueden ejercer una presión constante, y
así lo están haciendo. Y lo probable es que este gobierno tenga
una duración de ocho años. Y si a su término cuenta con un
vicepresidente popular, no es pecar de optimistas si prevemos
como probable una prolongación de otros ocho años de gobierno
conservador. Y en dieciseis años se pueden hacer muchas cosas.
Se puede cambiar la faz de la nación, borrando la desfiguración
efectuada por los "progresistas" (liberals).
Se acerca el tiempo en que se producirán vacantes en la Corte
Suprema. De cómo se suplan esas vacantes dependerá la posible
reversión de la ley del aborto. Es algo que tiene hondamente
preocupados a los pro-aborto.
Este combate sordo, pero persistente, tenaz, que se está dando
en Estados Unidos, no se refleja mucho en los periódicos de
fuera, mucho más ocupados en tratar de la guerra antiterrorista.
Y, sin embargo, esta última guerra tiene proyección importante
en el combate ético y cultural interno. Los "liberals"
han creído encontrar un buen filón en la falacia de comparar a
los talibanes con los conservadores cristianos de su nación.
Para ellos, la mejor forma de combatir a los fundamentalistas
islámicos es acabar con el "fundamentalismo" cristiano
en el interior de las fronteras. Claro que esta argumentación
está condenada a tener éxito tan sólo entre los
"liberals". Más sólida se presenta la posición de
los conservadores que llaman a un rearme moral, volviendo al
código de valores cristiano, para mejor combatir las acusaciones
de corrupción moral, degradación de costumbres y ateísmo que
prodigan los fanáticos musulmanes.
La constatación de esta lucha en Estados Unidos lleva
indefectiblemente a considerar qué es lo que se está haciendo
en Europa en parecido orden. El contraste es muy acusado, porque
la tónica general en el Viejo Continente es la aceptación
acrítica del pensamiento progresista y sus costumbres
consiguientes, incluído por descontado el aborto legalizado.
Todas las naciones de la Unión Europea lo han aceptado, salvo
Irlanda. Pero lo grave es que no existe una oposición activa y
fuerte como en Estados Unidos, pues esto descubre un estado de
atonía moral, de muerte espiritual.
Si pensamos en el caso de España, la impresión es ciertamente
pesimista. Su vieja aspiración de integrarse en el resto de
Europa se ha visto satisfecha y ha alcanzado un aparente grado de
prosperidad. Estos son hechos aparentemente positivos, pero lo
cierto es que no han conducido a un incremento de la
espiritualidad sino a todo lo contrario. El problema añadido de
España es el sentimiento mimético que le ha obligado a aceptar
la decadencia como si fuese progreso. De tal forma que se valora
el aumento de los divorcios, del aborto, etc. como síntoma de
modernidad, de puesta al día.
Los países hispanoamericanos se deberían presentar como un
ejemplo para España en el aspecto moral, pues la mayoría de
ellos tienen legislaciones antiabortistas. Pero el hecho de que
hoy en día España sea un país mucho más rico, que duplica,
triplica y cuadruplica la renta per cápita de esos otros
países, impide que los españoles admitan que los mismos puedan
tener otra aspiración que la de seguir el rumbo de su antigua
metrópoli. Este es uno de los efectos perniciosos de la
prosperidad. La sensación de que se marcha por buen camino
puesto que la riqueza aumenta y que cualquier otra consideración
es inconsecuente y carece de pertinencia. Y este efecto
adormecedor y embotador de la sensibilidad que ejerce la
prosperidad se observa en todos los países ricos, lo que induce
a pensar, aunque esto sea una digresión, que el hombre se
deteriora en su ser cuando nada en la riqueza y que desarrolla
sus facultades y obedece a ideales elevados con mayor facilidad
cuando se enfrenta con dificultades.
Pero lo cierto es que en el país más rico del mundo se
desarrolla un combate de índole trascendental. Se está
dirimiendo cuál va a ser la faz de la nación, y posiblemente de
todo Occidente, en el siglo XXI. Si se va a recuperar el
carácter esencialmente cristiano de la civilización occidental,
desvanecido con la revolución del 68, o bien el proceso
degradador, amoral, relativista, hedonista, cientificista, va a
triunfar definitivamente. En otras palabras: si la civilización
de muerte va a prevalecer o no sobre la civilización cristiana.
Alternativa que no se hubiese presentado (situación letal) de
haber sido otro el resultado de las elecciones pasadas,
presentadas acertadamente por algunos como las más importantes
del siglo XX.
No nos cabe otra postura que apostar por aquellos que luchan por
la ley natural y la ley cristiana, evitando en este campo
extrapolar pujos "antiamericanos", fruto de la
generalización, a los que tan proclives somos, pues en estos
momentos serían síntoma de miopía, de falta de perspectiva de
futuro.
Ignacio San Miguel .
Ayuda
a los hermanos argentinos, pero a través de las
instituciones religiosas para evitar la corrupción de
los políticos y la ineficacia burocrática de las
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