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Cuestionamiento de un sistema de "democracia" que sea relativista.
El problema del relativismo no es una cuestión que afecte solamente a la cultura o la política, sino que representa toda una atmósfera, en la que se ven inmersas múltiples manifestaciones del comportamiento personal y social. Por esto mismo lo que está en peligro no es sólo la cultura de nuestros ciudadanos, sino su "ethos" personal.
Se nos ha querido hacer creer que la
democracia liberal relativista es el régimen de las libertades,
que con ella comenzaríamos a ser hombres libres, liberados,
cuando en realidad, lo que hoy abundan, son los hombres esclavos
de sí mismos, que es la peor de las esclavitudes.
Nunca como hoy se ha hablado tanto de libertad y liberación,
cuando lo cierto es, que seguramente, nunca como ahora las gentes
han estado tan esclavizadas por los más bajos instintos. La
presunta represión sexual de antaño ha sido sustituida por la
brutal obsesión sexual de ahora. Una ola de hipersexualidad nos
invade. Hombres y mujeres han convertido al sexo en tema
generalizado de sus conversaciones, se hace uso y abuso del sexo,
se negocia con el sexo, se vive para el sexo. Hoy quien no esté
bien dotado sexualmente hablado no es nadie.
En el supuesto "régimen de libertades" en que vivimos,
se da también por sentada la libertad de expresión; pero lo que
en realidad prima es una interesada y manipulada información
parcialista, con la que los forofos y propagandistas del sistema
hacen méritos, ejerciendo en ocasiones como detractores de
personajes y acontecimientos memorables de nuestra historia o de
la historia universal, que quedan fuera de los esquemas
ideológicos y pretensiones del sistema. Ellos sí tienen fácil
el acceso a las emisoras de radio o la televisión, a los
periódicos o a las revistas y demás medios de comunicación.
Pero ¿ que sucede con el que va por libre e independiente? Es un
hecho que quien ha decidido permanecer fiel a sus principios y
convicciones sin doblegarse a las exigencias del sistema, a ése
le será difícil hacerse oir en este "régimen de
libertades". Todo sabemos lo que sucedió con algunos
periódicos no serviles al sistema.
El desprecio por la dignidad humana, la falta de respeto a un
derecho tan fundamental, como es la vida de las personas más
indefensas, la alarmante espiral de violencia callejera y
doméstica, que venimos padeciendo en España, nos transportan a
la preocupante realidad española, convirtiéndose en indicadores
que nos avisan de que algo no va bien, por más que algunos
intenten encontrar explicaciones para todo. ¿ No será que nos
está haciendo falta recuperar en nuestra sociedad algo que se ha
perdido?
Instalados como estamos en una cultura relativista, nos estamos
acostumbrando a ver con naturalidad todo lo que pasa, por muy
absurdo y monstruoso que ello sea. No sé lo que la mayoría de
la gente piensa al respecto, pero yo al menos, por más vueltas
que le doy, no logro conciliar el sentido cristiano de la vida,
basado en valores absolutos y verdades reveladas, con un sistema
instalado en el relativismo antropocentrico. Desde los tiempos de
la Grecia Clásica vemos ya a los demócratas sofistas impregnar
de relativismo sus enseñanzas, algo que de ningún modo pudo ser
asumido por los grandes maestros del pensamiento, como fueron
Sócrates y Platón a quienes su conciencia no les permitió ser
ni relativistas, ni demócratas. Yo tampoco, en mi condición de
católico, lo confieso, podría nunca encontrarme cómodo en un
sistema, donde faltara la referencia a las verdades absolutas en
las que creo y espero.
Bien mirado, los sistemas relativistas, demoledores de todas las
convicciones y seguridades, resultan ser no menos perjudiciales
que el materialismo marxista, tantas veces condenado por la
Iglesia, sobre todo teniendo en cuenta que bajo la capa de
tolerancia, el relativismo nos muestra su engañoso atractivo,
como medio eficaz para la convivencia pacífica.
Ya S. Pio X no disimuló su repulsa a la Democracia cristiana y a
sus seguidores y Juan Pablo II en la encíclica Veritatis
Splendor nos advierte que "después de la caída del
marxismo, existe hoy un riesgo no menos grave, la alianza entre
democracia y relativismo ético" severas palabras que no han
tenido el eco deseado, siendo silenciadas, incluso en los
ámbitos católicos. El problema está ahora en saber si puede
darse un sistema democrático "stricto sensu" que no
sea relativista. ¿ No lo son acaso los actualmente vigentes?
Naturalmente, el problema del relativismo no es una cuestión que
afecte solamente a la cultura, sino que representa toda una
atmósfera, en la que se ven inmersas múltiples manifestaciones
del comportamiento personal y social. Por esto mismo siempre he
pensado, que lo que está en peligro no es sólo la cultura de
nuestros ciudadanos, sino su ethos personal, su formación moral
y humana, hasta el punto que si no se actúa a tiempo, el mal
puede ser difícilmente reparable. Si alguien piensa que exagero,
que se pare un momento a reflexionar sobre el vaciamiento
religioso o moral , la carencia de valores, la ausencia de esas
seguridades que todo hombre necesita para vivir y seguir siendo
hombre, la pérdida del principio de autoridad, el
omnipermisivismo imperante, todo ello y muchas cosas más, que
explican la situación social en que nos encontramos, así como
la indignidad de ciertas actitudes, hábitos, comportamientos y
prácticas generalizadas en la ciudadanía.
Cuesta trabajo pensar que los dirigentes políticos y sociales no
sean conscientes de lo que está pasando. Yo quiero creer que
ellos mismos están atrapados en esta misma atmósfera de
relativismo que les impide actuar. El juego democrático en el
que se mueven, les obliga a tener en cuenta todas las opiniones
múltiples y contradictorias de donde surge el caos y la
confusión, haciendo de la vida cultural, un asunto enmarcado en
un imposible y absurdo neutralismo, donde todo vale. Todos
debiéramos saber que la cultura de la que tanto se habla, es
algo más que un conjunto de opiniones múltiples y
contradictorias; por el contrario como su propia etimología
indica, ha de servir al cultivo y mejoramiento del hombre, para
lo cual ha de descansar en unos principios universalmente
válidos, con unas referencias sólidas y seguras, que arrancan
de la propia naturaleza humana, la cual en esencia es inmutable,
universal y que nos indica cual ha de ser el fin último del
hombre al que todos debemos tender. Como bien se ve, estos
cimientos en los que debe descansar una auténtica cultura,
rebasan las meras opiniones subjetivas múltiples y
contradictorias.
En línea con el relativismo imperante en nuestra sociedad, nos
encontramos, como no podía ser por menos, con un falso
permisivismo que casi todo lo tolera, sea lo que sea. Es verdad
que hoy se está hablando mucho de la cultura de los valores:
pero estamos en las mismas ¿qué valores son esos? pues
sencillamente, de lo que se nos habla es de unos valores laicos,
descafeinados, es decir, aquellos que interesan al sistema,
silenciando y ocultando los valores fuertes que engrandecen y
dignifican a la persona. Más aún, cuando en ocasiones se hace
referencia a algún valor cívico-moral significativo, como puede
ser el de la libertad o el de la tolerancia, resulta, que cada
cual desde su subjetivismo, pone en marcha su personal
interpretación, que a veces poco o nada tiene que ver con la
realidad de las cosas y es que el relativismo institucional que
nos está tocando vivir, no va más allá de las puras
valoraciones subjetivas. De este modo, con frecuencia se llega a
confundir libertad con libertinaje, tolerancia con
omnipermisividad, amor con sexo, verdad con certeza, folklore con
religión , ética con estética y en general se confunden los
valores morales con las valoraciones interesadas o caprichosas
que cada sujeto realiza, no acertando a distinguir entre lo que
es la objetividad del valor en sí y las valoraciones subjetivas
que del mismo se puedan hacer
En esta situación en la que nos encontramos no es nada fácil
afrontar la verdad del hombre, descubrir cual es su misión, cual
es su naturaleza y cual el sistema de valores, al que debiéramos
ajustar nuestro comportamiento; pero sobre todo es difícil
descubrir nuestra dimensión trascendente, que es lo que
verdaderamente puede dar sentido a nuestra existencia.
Angel Gutiérrez Sanz.
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