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Una vocación para el Amor de Dios.
Testimonio de un jover profesor universitario llamado por la vocación monástica
Desde los doce años advertí en mi
corazón una inquietud, cada vez más grande y que maduraba con
los años, hacia la vida monástica. Y desde hace unos siete
años y medio el Señor suscitó en mí, de una forma misteriosa
y poderosísima, una atracción muy fuerte hacia la oración y un
deseo de dedicarle más tiempo. Hasta la decisión final de
ingresar en un monasterio contemplativo, a raíz de un mes de
ejercicios espirituales ignacianos en agosto pasado, han
transcurrido nada menos que diecisiete años desde lo primero.
Creo que esa prolongación se ha debido en parte a mi carácter
bastante indeciso, y en parte a que Dios ha estado realizando
así sus planes. Y no obstante, sé que durante los años de
noviciado habré de comprobar si se trata de una auténtica
vocación o de una inclinación fuerte pero no vocacional y con
lo que el Señor quiere resolver así mi duda.
Creo que se trata de una llamada verdadera de Dios para que le
entregue toda mi vida, y aunque no estoy seguro de que por mis
propias fuerzas pueda perseverar en ella, pues me sé realmente
muy débil, sin embargo sí tengo la plena seguridad de que si es
su auténtica voluntad sobre mí, Él me dará toda la gracia
necesaria para ello.
La vocación monástica, contemplativa, la he ido viviendo
esencialmente como una llamada de Dios al Amor, a su Amor. Como
la define Santa Teresa de Lisieux, es la vocación del Amor:
"mi vocación es el Amor". Y el Amor de Dios, en tres
vertientes básicamente.
Primero, el amor a Dios por Dios mismo, porque como Creador y
Salvador, Él merece todo nuestro amor y desea que correspondamos
a su Amor desbordante para con nosotros, para conmigo. Él me
conoce y me ama con un amor personal realmente misterioso, pues
es magnífico contemplar cómo todo un Dios infinito y eterno se
ha fijado en una criatura como yo, y cómo se fija en cada uno de
nosotros y nos ama hasta el infinito. La vocación contemplativa
es como una prolongación de la vocación angélica, pues su
misión fundamental es alabar, adorar y amar a Dios.
Pero además, ese amor intimísimo no es egoísta, sino que de
Él se benefician toda la Iglesia y toda la Humanidad. En su
oración ante Dios, el monje lleva en su corazón las necesidades
de todos los hombres y de la Iglesia entera, y es consciente de
que al mismo tiempo, y a través de él, Dios derrama
misteriosamente su Amor sobre todos los hombres y toda la
Iglesia. Esto es lo que se conoce como "amor
universal", propio de la vocación contemplativa.
Y en tercer lugar, está además el amor reparador, el deseo del
monje y de la monja contemplativos de reparar todas las ofensas
que Dios recibe en su Amor por la falta de correspondencia de los
hombres, por sus pecados, empezando por los de uno mismo. El
contemplativo desea con su entrega amorosa convertir en gozo el
dolor del Corazón de Jesús y del Corazón de María, habitando
en Ellos y Ellos en el suyo. Y Dios suscita almas para la vida
monástica también con este fin, porque a través de ellas,
derrama su Amor sobre aquellos que no le aman y mueve
misteriosamente sus corazones a la conversión.
Por eso, como decía Santa Teresita, "mi vocación es el
Amor". Pero además, y esto lo he visto de forma especial a
mi alrededor en los últimos días, entre los amigos y los
alumnos, la vida contemplativa tiene hoy un gran valor como
testimonio de la existencia de Dios. Su razón de ser radica en
sólo Dios, en la dedicación plena a Él y a su Amor, y por eso
muchas personas, a raíz de conocer a los religiosos consagrados
en la vida monástica o a personas que se retiran a un
monasterio, comienzan a plantearse las cuestiones tocantes a la
existencia de Dios, su Bondad y su Amor.
La invitación que parece haberme hecho Cristo para seguirle de
lleno, junto con la fe, con la familia en la que crecí y con mi
ser español, es para mí un inmenso regalo que me colma de
felicidad, y esa felicidad deseo transmitirla a los demás.
Asimismo, quiero transmitir un agradecimiento desde estas
páginas al Grupo de Jóvenes del Centro de Madrid por su amistad
y el apoyo mostrado en todo el tiempo que he estado entre ellos,
a la Universidad San Pablo-CEU por haberme acogido como profesor,
donde he disfrutado enormemente, y a D. Alfonso Coronel de Palma
por su esfuerzo de continuar con fidelidad la obra emprendida en
su día por el P. Ángel Ayala y D. Ángel Herrera Oria.
Un hijo de San Benito.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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