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Disidente y soñador. Un relato sobre la vida, obra y pensamiento de Alexander Solyenitzin.
Disidente permanente, tanto del socialismo, como del Discurso Cultural Dominante del liberalismo relativista, y sin embargo, jamás ha perdido la esperanza en un mundo más humano con su convencimiento de que todo nuestro camino en esta tierra tiene que volverse a la experiencia de una elevación ante todo espiritual para dejar esta vida como criaturas más elevadas que cuando entramos en ella.
"Hoy el mundo se halla en vísperas de
un gran giro en su historia.. Este giro nos exigirá una flama
espiritual, un ascenso hacia nuevos grandes proyectos, hacia un
nuevo modo de vida donde nuestra naturaleza física ya no será
maldecida, como en la Edad Media, ni nuestra naturaleza
espiritual pisoteada, como en la era moderna".
Alexander Solyenitzin.
Hoy en día se reconoce ampliamente el lugar que ocupa Alexander
Solyenitzin en las literaturas rusa y mundial. Su nombre ha dado
la vuelta al orbe y sus libros han sido traducidos a más de 20
idiomas y vendidos en decenas de países. Sin embargo, son pocos
quienes conocen con profundidad los detalles de su arriesgada
vida, los sufrimientos personales que padeció en la Rusia
estalinista, los intentos realizados por el Gobierno soviético
para desacreditarlo, y las agudas críticas que este Premio Nobel
de Literatura lanzó contra el modo de vida occidental una vez
que se refugió en Estados Unidos tras ser expulsado de su país
por las autoridades comunistas.
Alexander Solyenitzin nació en Kislovodsk, una ciudad del
Cáucaso, el 11 de diciembre de 1918, en el seno de una familia
humilde de origen campesino (1) . Su padre Isaías combatió como
voluntario en el Ejército Ruso al estallar la Primera Guerra
Mundial, muriendo en combate semanas antes de que Alexander
naciera. Su madre trabajaba como mecanógrafa en Rostov del Don,
lugar en donde el futuro escritor pasó toda su infancia.
Desde muy joven, Alexander Solyenitzin se sintió atraído por la
literatura y escribió algunos artículos sobre tópicos
juveniles pero, al no encontrar quién se los publicara, decidió
estudiar Matemáticas en la Universidad de Rostov. Más tarde,
paralelamente a estos estudios, tuvo ocasión de cursar
literatura por correspondencia en el Instituto de Historia,
Filología y Literatura de Moscú.
Al iniciar la Segunda Guerra Mundial, Solyenitzin fue llamado al
frente, siendo ascendido a capitán en 1942 y condecorado en dos
ocasiones por su valor en el campo de batalla. Sin embargo, al
mismo tiempo que era galardonado y reconocido como uno de los
militares más gallardos, comenzó a tener problemas de índole
político. En 1945 fue detenido por haber escrito una carta a un
amigo en la que criticaba a Stalin. Poco después, funcionarios
de la NKVD (la policía secreta del régimen soviético) le
retiraron las condecoraciones y fue condenado a ocho años de
trabajos forzados, sentencia a la que siguieron tres años de
privación de sus derechos civiles y de destierro en la gélida
Siberia. En esta época se enfermó de cáncer y estuvo a punto
de morir, aunque logró recuperarse de manera casi milagrosa.
Como sucede con otros grandes novelistas, su experiencia propia
constituye el núcleo de su obra literaria y el punto de partida
de su sentido simbólico. Aquellos duros años en los campos de
trabajo, en los que pasó 11 años como uno más de los millones
de prisioneros del régimen de Stalin, están vívidamente
reflejados en "Un día en la vida de Iván
Denisovich" (1962), la primera novela publicada por
Alexander Solyenitzin, y la que, según nos cuenta, fue producto
de muchos años de escepticismo y cierto temor:
Durante todos aquellos años, hasta 1961, no sólo estaba
convencido de que jamás vería publicada una sola línea de mis
escritos, sino que nunca me atrevería a leer mis obras ni a mis
amigos más íntimos, por temor a que se supiera. Pero, por fin,
cuando tuve cuarenta y dos años, el escribir en secreto empezó
a pesarme. Lo que me resultaba más duro era no ver mis obras
juzgadas por personas que tuvieran formación literaria. Así que
me decidí a escribir, pasara lo que pasara (2).
Y lo que pasó fue que esta novela ocasionó un gran revuelo en
el mundo entero, por lo que el gobierno soviético interrumpió
de inmediato la impresión de la obra y comenzó a vigilar muy de
cerca los escritos de Solyenitzin. A pesar de ello, pudieron
salir a la luz más libros de este autor como "El primer
círculo" o "La casa de Matriona".
En 1963, publica el cuento "Por el bien de la
causa", desde el cual hace un llamamiento a la
transparencia en los asuntos públicos y a la democratización.
Para entonces, Alexander Solyenitzin ya se había consagrado como
un extraordinario narrador. Pero, además de eso, poco a poco su
talento iba adquiriendo talla internacional y comenzaba a emerger
como la figura central de la protesta de los rusos, más aún
cuando dirigió una carta abierta al IV Congreso de la Unión de
Escritores Soviéticos, en la que les reprochaba que "la
censura ha sometido a nuestra literatura década tras década a
una opresión que ya no se puede seguir tolerando". (3)
Estas críticas, junto con la publicación en el extranjero de la
novela "El Pabellón de Cancerosos",
produjeron un gran alboroto en las esferas oficiales de la URSS,
siendo expulsado Solyenitzin de la Unión de Escritores. En "El
Pabellón de Cancerosos" narraba sus propias vivencias
en un hospital de este tipo, además de que hacía un llamado a
la moral:
¿Investigación científica? Sólo cuando no se realice a costa
de la ética y, ante todo, de los investigadores mismos. ¡Y lo
mismos respecto a la política exterior! Lo mismo respecto a
cualquier cuestión relacionada con fronteras: no debemos pensar
en cuánto nos hará más ricos y fuertes una u otra medida y
hasta qué punto aumentará nuestro prestigio, sino sólo en una
cosa: su grado de ética (4) .
En 1970, Alexander Solyenitzin fue galardonado con el premio
Nobel de Literatura, la recompensa literaria más importante del
mundo, pero las autoridades soviéticas le impidieron viajar a
Estocolmo a recogerlo. Para entonces, su resonancia universal
estaba ya fuera de toda duda y su enfrentamiento con el régimen
totalitario soviético se acrecentaba día con día. El clímax
de esta confrontación se produjo al publicarse en Francia, a
finales de 1973, el libro "Archipiélago Gulag",
en el que se contaban casos reales donde era posible descubrir
las atrocidades que era capaz de consentir y ejecutar la
Dirección General de Campos de Concentración. Debido a la
publicación de esta obra, Solyenitzin fue declarado "enemigo
del pueblo", detenido, juzgado por alta traición,
privado de su nacionalidad y, finalmente, expulsado de su país.
Con este polémico texto, Solyenitzin no hacía más que
entreabrir una pequeña puerta de la impenetrable URSS, sin duda
con ganas de ajustar cuentas. Y no faltó quien dudó del autor,
acusándole de propagandista antisoviético o proyanqui, pero
ahora, una vez desmontado el socialismo real, casi nadie discute
que el testimonio fue un serio aviso al mundo del escaso respeto
que los órganos soviéticos tuvieron por los derechos humanos.
Exiliado primero en Alemania, luego en Suiza y más tarde en
Estados Unidos, Alexander Solyenitzin no cesó en criticar la
ideología comunista, a la cual consideraba inconsistente,
irremediablemente caduca, carente de rigor científico y, por lo
tanto, equivocada en todas sus predicciones. Sus crímenes se
debían, según Solyenitzin, no a la mala voluntad de sus jefes,
sino a la puesta en práctica del materialismo y a la negación
de toda trascendencia en el ser humano liquidando así la esencia
espiritual del hombre.
Sin embargo, se equivocaron quienes pensaron que, al llegar a
Occidente, Solyenitzin iba a realizar un panegírico del llamado
"mundo libre". Por el contrario, su estancia en este
lado del mundo no estuvo, de ninguna manera, exenta de
polémicas. El 8 de junio de 1978, pronunció un célebre
discurso en la Universidad de Harvard, en el que pudieron
escucharse cosas como éstas:
"El valor cívico ha abandonado al mundo occidental en
su conjunto, a cada uno de los países que lo componen, a cada
uno de sus gobiernos y, por supuesto, a la Organización de las
Naciones Unidas. Este ocaso del valor es particularmente sensible
en la capa dirigente y en la capa intelectual dominante. (
)
Un alma humana aplastada por varias decenas de años de violencia
aspira a algo más alto, más cálido, más puro que aquello que
puede proponerle hoy la existencia de masas en Occidente, que
anuncian, como una tarjeta de visita, la nauseabunda presión de
la publicidad, el embrutecimiento de la televisión y una música
insoportable."(5)
Así, el disidente ruso se mostraba decepcionado del rumbo que
estaba tomando la civilización occidental. Una civilización
que, desde su punto de vista, se dirigía al atolladero desde el
momento en que no distinguía entre la libertad de hacer el bien
y la libertad de hacer el mal. En todos los países occidentales,
esta libertad se había erosionado, dejando a un lado la herencia
de siglos cristianos con sus tremendas reservas de piedad y de
sacrificio, dirigiéndose ahora hacia un materialismo cada vez
más acabado que, en el fondo, en nada se diferencia del que
dominó en la Europa del Este.
Para Solyenitzin, el Progreso, con todos sus éxitos técnicos,
no ha logrado redimir la miseria moral en que cayó el siglo XX.
Por el contrario, ha ocasionado que se deje de lado todo lo
relativo a lo sobrenatural y a la vida interior en el seno de una
sociedad educada en la maximización del placer y el bienestar.
En mayo de 1994, Alexander Solyenitzin regresó a Rusia, su
querida patria de la que estuvo alejado más de 20 años. A pesar
de su avanzada edad, ha seguido escribiendo y, hasta hace unos
meses, tenía un programa televisivo que fue suspendido por las
críticas que hacía de los clanes oligarcas que gobiernan el
país.
Así, el gran escritor y pensador ruso ha sido un disidente
permanente que, sin embargo, jamás ha perdido la esperanza en un
mundo más humano. Es más, su crítica constante y feroz tanto
de Oriente como de Occidente lo muestra como un soñador al no
ser sino la demostración más evidente de su idealismo
empedernido e irremediable, de su optimismo quijotesco y su
convencimiento de que todo nuestro camino en esta tierra tiene
que volverse a la experiencia de una elevación ante todo
espiritual para dejar esta vida como criaturas más elevadas que
cuando entramos en ella.
Y es que Solyenitzin es, ante todo, un escritor intransigente por
la verdad. Su obra es filosófica en el sentido tradicional de la
palabra, con su complejidad y su sentido del drama, con su
antítesis del optimismo hueco y de la demagogia vulgar que bajo
el signo del "realismo socialista" había dominado
durante tantos años la literatura soviética.
En fin, el tiempo es el juez implacable. La posteridad, pues,
juzgará a Solyenitzin valorando su obra y su pensamiento, y si
bien las predicciones literarias son siempre muy arriesgadas,
puede aventurarse la opinión de que su talento, unido a la
nobleza de su espíritu y a su insobornable valor civil y
congruencia, le harán inmortal.
Por Fernando Rodríguez Doval
Notas
1) La victoriosa revolución
bolchevique había iniciado la colectivización de todas las
tierras del país, por lo que la familia Solyenitzin se vio en
serios apuros económicos durante esos años.
2) Alexander Solyenitzin. Solyenitzin Acusa. Selección y
prólogo de Leopold Labedz. Barcelona, Editorial Juventud, 1973,
p. 21.
3) David Burg y George Feifer. Solyenitzin. Plaza y Janés
Editores, Barcelona, 1973, p. 333
4) Ibid., p. 345
5) Alexander Solyenitzin. El Mundo Dividido, Discurso en la
Asamblea de Graduados de la Universidad de Harvard, Centro de
Estudios Sociales del Consejo Coordinador Empresarial, México,
1979, pp. 11-26.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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