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Desconfianza en el sistema educativo.
Una
educación verdaderamente liberadora ha de saber integrar dos
aspectos: instrucción de la mente y formación del ethos a
través de la voluntad. Ambas cosas han de ir juntas. No se puede
renunciar a ninguna de las dos, puesto que debemos de instruir
cuando educamos y debemos educar cuando instruimos.
¿La contra-reforma educativa en marcha mejorará la situación
actual?
La contra-reforma en marcha
El debate sobre educación ya está en la calle y va a estarlo
durante mucho tiempo. Supongo.
Los niveles de nuestros escolares sonrojan a propios y extraños.
El fracaso de nuestro sistema educativo está ahí. La gente va
sabiendo algo de lo que ya hace tiempo venimos denunciando muchos
profesores. Es un hecho constatable que, la mayoría de nuestros
escolares de la ESO, en edades comprendidas entre los 12- 16
años, tienen serias dificultades en la escritura y en la
lectura. A partir de aquí cada cual podrá imaginarse como
andarán en lo demás.
Durante estos últimos días he venido haciendo un seguimiento, a
través de los medios de comunicación, de cuanto unos y otros
manifiestan al respecto. Con tristeza he constatado, como la
intencionalidad política, sigue estando presente en este debate.
Los defensores a ultranza de la reforma educativa obra de los
socialistas, aún después de sus funestos resultados, no dan su
brazo a torcer y siguen defendiendo lo indefendible. La igualdad
académica por encima de todo. Nada de discriminaciones, no a los
suspensos, no a las repeticiones, todos revueltos en el mismo
plan de enseñanza, que todos promocionen, para que al final
todos obtengan el mismo título académico. Todos iguales: el
listo y el torpe, el trabajador y el vago. ¡Que bonito!...
Habría de tenerse en cuenta, que con ello los que más
perjudicados salen, son los alumnos de estamentos más bajos, que
ven esfumarse así su última esperanza de promocionarse,
haciendo valer su buena dotación intelectual. En realidad, el
igulitarismo académico condena a la mediocridad a aquellos
alumnos brillantes carentes de recursos, que verán reducidas sus
posibilidades a la hora de competir con otros menos inteligentes
que ellos; pero que sus recursos económicos les permitieron
procurarse, por su cuenta, una formación más sólida.
La Contra-reforma educativa del P.P., bajo la denominación de
ley de calidad de la enseñanza, pretende reducir el fracaso
escolar, que actualmente está situado en el 30 %, a tal efecto,
tiene la intención así mismo, de elevar el nivel educativo,
para ello, se han previsto una serie de medidas que apuntan a una
mayor exigencia, a una puesta en marcha de controles y pruebas
que estimulen el esfuerzo del alumno, se vuelve al suspenso y a
la repetición de curso para quienes no alcancen los mínimos
exigidos y se ofertan itinerarios alternativos, que satisfagan
las diferentes aspiraciones y necesidades de un alumnado
heterogéneo. Todo lo cual supone una derogación parcial de la
LODE (1985) y de la LOGSE ( 1992) de funestos resultados
En principio todo esto puede estar muy bien; pero mucho me temo
que no va a ser suficiente, más aún, en mi opinión, ni
siquiera debiera ser esto lo prioritario. Considero que es tanto
como comenzar la casa por el tejado. Lo que se necesita es un
plan de reforma conjunto, que se ajuste a un razonable modelo
educativo y sea pensado en función de una finalidad integradora
de la persona, previamente establecida. Ésta mayor exigencia a
los alumnos, acompañada de rigurosos controles, aunque medidas
necesarias, no estoy muy seguro que por sí solas, vayan a
mejorar el nivel de la enseñanza, ni tampoco vayan a reducir el
fracaso escolar; tal vez al contrario. Antes de pedir, hay que
haber dado. Para poder exigir conocimientos a nuestros alumnos,
hay que tener previsto con antelación, cómo se les va a poder
enseñar más y mejor. Tendremos que saber que es lo que queremos
enseñar y cómo lo habremos de conseguir, sin olvidar que, un
buen aprendizaje comienza a ser posible, cuando el alumno tiene
deseos de aprender y al profesor se le deja enseñar.
Desde hace tiempo, la enseñanza en España viene arrastrado un
grave problema de deterioro en las aulas, que está dificultando
las relaciones alumno-profesor. Como recurso de urgencia, está
haciendo falta, un clima de mejor entendimiento y comprensión,
también de mayor respeto. Cualquier pretensión de mejorar la
enseñanza hoy, tal como están las cosas, pasa necesariamente
por mejorar las condiciones en las que los profesores tienen que
realizar sus funciones, dotándoles de la autoridad que necesitan
y de la que ahora carecen, poniendo en sus manos aquellos
recursos indispensables para que pueda mantener la disciplina en
su clase y en el Centro, hay que concederles las atribuciones
correspondientes, para que puedan asumir el protagonismo que le
corresponde en el ejercicio de su función. La funesta
democratización de la escuela, plasmada en la ley socialista, en
virtud de la cual el Consejo Escolar en buena parte sustituye al
Clautro de Profesores, ha de ser urgentemente revisada. No nos
engañemos, la escuela será lo que los profesores hagan con
ella. Por todo ello, la Administración, en esta su pretensión
de la reforma educativa, ha de tener a los profesores como sus
principales aliados, haciendo lo posible para que éstos lo
perciban así, prestándoles el apoyo y el reconocimiento que hoy
más que nunca están necesitando. Ayudándoles a salir de su
estado de frustración y dándoles motivos para recuperar la
ilusión perdida de sentirse educadores y no seguir siendo por
más tiempo sufridores pasivos de una situación que se está
haciendo insoportable.
Resulta triste constatar que la escuela lleve tanto tiempo en
manos de los políticos. Es hora ya de que se la devolvamos a
quienes por razón de su cargo les corresponde enseñar y educar.
Digo educar, sí , porque ella es otra de las funciones de la
escuela, aparte de la de instruir. Estoy percibiendo, que cuando
se habla de educación, el énfasis se pone en el aprendizaje de
contenidos, sin que apenas se diga nada del aspecto formativo,
cuando con toda seguridad, hoy más que nunca, de lo que estamos
faltos es de personas educadas, más aún que de sujetos
instruidos. El cuestionamiento y la consiguiente alarma social de
las actitudes y hábitos de las jóvenes generaciones de la
litrona, el botellón y la movida, me dan la razón en lo que
estoy diciendo.
Si a nuestros alumnos no se les da el suministro espiritual, que
en estos momentos están necesitando, si no se fomenta en ellos
el espíritu de superación y de trabajo, si no se hace de ellos
sujetos de valores: respetuosos y disciplinados, compresivos y
responsables , de poco van a servir los controles, las reválidas
y los exámenes.
Más que de hombres ilustrados, de lo que estamos necesitados es
de hombres con principios, íntegros y cabales. Ésta debiera ser
una de los principales preocupaciones para una Administración,
que quiere tomar en serio las exigencias de una educación
responsable
El reto ante el que
nos encontramos.
Una educación verdaderamente liberadora ha de saber integrar
estos dos aspectos de que vengo hablando: instrucción de la
mente y formación del ethos a través de la voluntad. Ambas
cosas han de ir juntas. No se puede renunciar a ninguna de las
dos, puesto que debemos de instruir cuando educamos y debemos
educar cuando instruimos.
En cuanto a lo primero, es obligado decir que, la instrucción
hay que entenderla no sólo como transmisión de conocimientos,
sino también como capacitación de unas mentes que están en
fase de desarrollo. Trátase pues no sólo de transmitir
contenidos, también de ir conformando la mente de los educandos
con los correspondientes hábitos intelectuales para que, llegado
el momento, puedan valerse por sí mismos.
El aprendizaje de contenidos ha de estar cuidadosamente
seleccionado, apostando por la cultura de lo esencial, asunto
este de particular interés, sobre todo teniendo en cuenta, que
hoy estamos viviendo unas tiempos en los que predomina la cultura
de lo banal y también porque existe el peligro de una
manipulación interesada que amenaza con distorsionar métodos
contenidos y fines.
La transmisión de saberes ha de entenderse como algo bien
distinto de la manipulación o el adoctrinamiento partidista,
basados en prejuicios y arbitrariedades, como se ha venido
denunciado ya en alguna de las autonomías del territorio
español. Lo que debe prevalecer, por encima de todo, es la
búsqueda desinteresada de la Verdad, que es la que debe alentar
todo el proceso del aprendizaje. Quien se disponga a enseñar
debe estar convencido de que ésta existe, que merece la pena
esforzarse por encontrarla y transmitirla a los demás.
Instalarse en una postura interesada, que nos haga pensar que se
puede enseñar cualquier cosa, según las conveniencias y las
circunstancias es cuestionar ya de entrada el propio aprendizaje.
A la Administración Central le cabe ejercer un papel de
arbitraje de enorme responsabilidad en este asunto.
Por otra parte lo que se enseñe no tiene porque tener
necesariamente el carácter de practicidad. Paradójicamente las
conocimientos más esenciales, humanamente hablando, son los
menos prácticos, razón por la que no suscitan grandes
entusiasmos en nuestra sociedad. Es sintomático que lo primero
que te preguntan los alumnos, el primer día de clase es ¿ para
qué me va a servir esto? Si el profesor no tiene una respuesta
convincente, muy posiblemente su asignatura quedará excluida del
interés del alumno. Esta obsesión por el conocimiento práctico
es algo característico de nuestra cultura y las escuelas
deberían hacer algo para que no fuera así.
El creciente deterioro del saber humanístico en nuestro sistema
educativo sigue siendo motivo de una justificada preocupación.
Se ha optado por una enseñanza masificada y ello ha traído como
consecuencia la bajada espectacular de los niveles, hasta el
punto que nuestros alumnos son humanísticamente hablando casi
unos analfabetos. En esto ha tenido bastante que ver también la
ampliación del curriculum escolar, por cuanto que la
incorporación de nuevas asignaturas, de relativo, sólo
devrelativo interés, está incidiendo negativamente en el
aprovechamiento y asimilación de los saberes humanos
fundamentales. Si el horario escolar no permite abarcar toda la
gama de conocimientos que hoy se pueden ofertar, lo razonable
sería, quedarnos con los que son más importantes . Es cuestión
de dar con la adecuada selección de los saberes que hay que
transmitir a nuestros alumnos. Todos los saberes son buenos; pero
si no podemos abarcarlos todos , quedémonos con los mejores.
El otro aspecto que nos interesa resaltar en la educación, es la
formación del carácter de las personas. La escuela pública no
debe dejar al margen esta cuestión, también a ella le
corresponde comprometerse en la tarea de la formación moral de
nuestros escolares, mucho más en un tiempo como el nuestro, de
una desorientación tal que, se ha llegado a confundir lo útil
con lo honesto.
Una vez perdidos los principios morales absolutos de valor
universal, nos hemos quedado sin asideros donde podernos agarrar.
Ante esta situación cabe preguntar ¿ que tendremos que hacer,
para sacar a nuestros jóvenes del vacío moral en que se
encuentran? Se me ocurre pensar, que lo primero que se necesita
es que quienes hayan de orientarles, tengan ellos mismos las
ideas claras, que dispongan de criterios válidos de
discernimiento moral, con un sistema de valores bien definido y
bien jerarquizado; pero me temo que esto es mucho pedir.
El pluralismo y la diversidad ha hecho que las normas universales
de comportamiento dejen paso al procedimiento del pacto. Hoy se
funciona no por principios sino por consensos. La recta razón ,
intérprete de la naturaleza ha sido sustituida por la razón
dialógica, vía consenso; pero aún así, sigue siendo cierto
que el fundamento de la legitimación moral no siempre se
encuentra en el consenso, sino que por encima del mismo está la
obligatoriedad del deber moral. No es el consenso por sí sólo
el que engendra el deber moral, sino que es el deber moral el que
pide y exige a todos un asentimiento universal.
Incluso dando por supuesta una correcta formación de la
conciencia moral de nuestros alumnos, la cosa no debería quedar
aquí , se necesita dar un paso adelante y tratar de ir a la
conquista de los valores, de las actitudes y hábitos operativos
del bien. Algo por supuesto nada fácil; pero de todo punto
necesario en unas vidas en periodo de formación y desarrollo
físico y espiritual. Es el momento de aprender a hacer no lo que
se quiere sino lo que se debe, pues eso es exactamente lo que
significa ser libres, ser dueños de sí mismo. Cuando hablamos
de la necesidad de educar voluntades estamos hablando de
disciplina y sacrificio en el continuo ejercicio de nuestras
acciones, que nos van disponiendo a la adquisición de los
hábitos que a su vez acabará conformando el modo de ser, el
ethos y la personalidad de los educandos.
Esta educación moral de la que estoy hablando, es difícil
concebirla si no es integrándola en la esfera de lo religioso.
Nada menos que Kohlbert reconoce que la moralidad prepara y aún
reclama la creencia religiosa. Al fin y al cabo el sentido que
demos a la vida es la que acabará orientando nuestro
comportamiento; ahora bien la pregunta sobre el sentido de la
vida sólo tiene respuesta en la religión.
Una educación sin una referencia al sentido transcendente de la
vida es empobrecedora. El vacío de Dios, en el contexto de una
educación laica no puede ser llenado con nada y supone una
esencial limitación del hombre. Nadie ha podido demostrar jamás
que la educación laica sea más conveniente que la educación
cristiana, ni que prepara mejor para el ejercicio de la
ciudadanía. Por contra justo es reconocer que el cristianismo
está imbuido de humanismo y que ayuda al hombre a ser más
hombre y mejor ciudadano. Sus aspiraciones de fraternidad
universal, amor, perdón y demás características del humanismo
cristiano son las que más nos ayudarían en estos momentos a
salir de la crisis de deshumanización que estamos padeciendo. La
presencia del humanismo cristiano en las escuelas garantiza el
respeto a la dignidad humana y cuando digo esto me estoy
refiriendo tanto a la escuela estatal como a la que no lo es. Me
pregunto si en los próximos años tendrá la escuela publica un
mayor respeto por el orden existencial transcendente. Yo no
sé... pero cuando pienso en esto , me viene a la memoria esa
célebre frase atribuida a Malraux y me respondo a mí mismo: El
futuro de la escuela ha de ser religioso o no será.
No lo creo; pero si estas reflexiones fueran leídas por los
responsables directos de nuestro sistema educativo preocupados,
según dicen, de la opinión que puedan tener los docentes sobre
este asunto, que sepan que expresan el sentir de uno de ellos.
Angel Gutiérrez Sanz .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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