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Esencia y papel del Islam.
¿Es el
Islam merecedor de respeto, a pesar de algunos malos musulmanes,
o, por el contrario, el mal radica en la esencia del Islam, lo
cual no impide constatar que hay muchos musulmanes buenos?
Ese análisis permitirá deshacer nuestra perplejidad ante la
impenetrabilidad histórica del Islam para la propagación del
Evangelio, que procede de su mismo diseño original.
La mera existencia del Islam origina en
los cristianos unas perplejidades y complejos que necesitan
respuesta. Pero de ningún modo queremos centrarnos aquí en la
ley islámica, ni siquiera en otros puntos concretos de la
cosmovisión musulmana, sino en su estrato más profundo, el
puramente religioso.
El monoteísmo no
es único
La primera cuestión que suscita la admiración del cristiano es
que, por causa de la existencia del Islam la religión cristiana
pierde su singularidad.
En efecto, si no existiera el Islam no se podría hablar de las
grandes religiones monoteístas, ni de las tres religiones
abrahámicas. Bastaría la tradicional estructura cristiana de la
historia de Antiguo y Nuevo Testamento: el pueblo escogido judío
como precursor de la Iglesia y la religión cristiana como
continuidad y perfección de la judía, de la que es heredera
universal, empezando por la Sagrada Escritura. En tanto que la
actual sinagoga talmúdica no es sino una rama separada de dicho
desarrollo: aquella parte (mayoritaria) de Israel que no
reconoció a su Mesías.
Pero la existencia del Islam altera esa perspectiva. Sin él, en
realidad, no existiría más que una religión monoteísta en el
mundo, bien que manifestada en dos fases cuyo tránsito ha dado
lugar a una escisión por petrificación.
La interpretación musulmana de este hecho es que Dios ha enviado
distintos profetas a distintos pueblos, pero sólo Mahoma, sello
de los profetas, ha promulgado una ley universal y definitiva,
además de que el Corán contiene la verdad revelada sin
tergiversaciones, en tanto que las escrituras judías y
cristianas están corruptas. Incluso si no aceptamos esta visión
no se le puede negar su perfecta coherencia.
Incoherente es en cambio la pretensión, muy pluralista y
políticamente correcta, de que existan tres religiones
abrahámicas, pues parece claro que, si el Patriarca era
monoteísta, no pudo tener tres religiones. Nadie duda del origen
abrahámico del pueblo judío. La Iglesia se reconoce entroncada
en ese pueblo y realización de su esperanza mesiánica, y de
hecho Cristo y sus apóstoles eran judíos, por eso puede
llamarse con verdad abrahámica.
Pero el Islam no puede documentar su pretensión, que es
semejante a la de los masones cuando pretenden remontar su origen
a Hiram rey de Tiro: que lo digan de sí mismos no significa que
sea verdad, sino que pretenden ennoblecer sus orígenes. Apelar a
la descendencia ismaelita de Abraham no es probatorio, porque aun
siendo los árabes sus descendientes, desde luego que no
conservaron el elevado monoteísmo de su antepasado.
Un juicio religioso del Islam exige examinar su pretensión. Si
es legítima, el Islam es, inexcusablemente, la superación del
judaísmo y del cristianismo. Sólo cabe eludir esa conclusión
negando la veracidad de la pretensión. Y, de no hacerlo
frontalmente, el cristiano seguirá sumido en una perplejidad
insoluble acerca del modo de encajar en su cosmovisión esta
religión mundial.
La homogeneidad
islámica
Claro que contemplar la superficie de los dominios del Islam -a
menudo en mapas simplistas que extienden una mancha verde de
Senegal a Mindanao y de los Urales a Mozambique- suele provocar
otro complejo: de inferioridad ante tamaña extensión que se nos
suele presentar como homogénea. Los cristianos somos muy
conscientes de nuestras divisiones, y, frente a ellas, la
apariencia de un Islam gigantesco y unitario nos abruma.
En este caso es necesario decir que se trata de una mera
apariencia alimentada por las presentaciones más elementales:
conviene pintar como homogéneo el Islam en las exposiciones
divulgatorias por simple comodidad además de por ignorancia,
puesto que ahondar en sus variantes es verdaderamente complicado.
Entre los musulmanes las divisiones son múltiples y tempranas.
Desde la muerte de su fundador Mahoma, su suegro (Abú Béquer) y
su yerno (Ali) se disputaron la capitanía de los muslimes dando
origen a la chía (la facción por antonomasia), siendo los
chiítas los seguidores de los descendientes o sucesores de este
último. Muchas otras ramas se han desgajado desde entonces de
sunnitas y chiítas, combatiéndose a muerte frecuentemente y no
uniéndose nunca efectivamente. La común animadversión a los
enemigos del Islam, sentimiento que reaparece periódicamente muy
vivo, nunca ha tenido un efecto constructivo de unificación. El
Islam ha estado y sigue estando divididísimo más allá de sus
odios hacia los infieles.
Que sea difícil y tedioso seguir la pista de todas las sectas
musulmanas es muy distinto que pensar que no existen y que los
musulmanes gozan de auténtica unidad. Nuestro complejo al
respecto no tiene mayor razón de ser que la falta de
profundización en aquella realidad.
Y hace falta entender que el motivo de las divisiones del Islam
es un defecto estrictamente religioso. Cristo Nuestro Señor
fundó una Iglesia, y para ello estableció claramente el papel
del colegio de los Doce y de su vicario visible, Pedro y sus
sucesores. La autoridad en la Iglesia es de carácter sacerdotal.
Pero en el Islam no hay verdaderos sacerdotes, sino predicadores,
exegetas y jueces. Mahoma no dejó nombrado al morir ningún
sucesor. Y toda la estructura del Islam adolece de un libre
examen exacerbado. En el fondo, ninguna escuela o secta puede
presentar mayores títulos de legitimidad que otra, salvo sus
propios alegatos y los apoyos que consiga concitar. De modo que
los expertos concluyen que no cabe hablar de ortodoxia y
herejías musulmanas, sino de corrientes mayoritarias y
minoritarias, con una relación de fuerzas históricamente
cambiante.
Es cierto, sin duda, que existe un dogma central en el Islam,
pero la homogeneidad en torno a él se debe a lo reducidísimo
del mismo, a saber: existe un Dios personal, trascendente al
mundo, Creador y Remunerador, que se ha revelado a los hombres
por medio del Corán transmitido por Mahoma. Fuera de esto no hay
muchos más dogmas unánimemente aceptados, y sí múltiples
disensos en como entender cada extremo.
En conclusión: el complejo ante la vasta unidad del Islam carece
de fundamento.
Y estúpido sin paliativos sería también acomplejarse ante una
comparación entre la realidad cristiana y el islam ideal. Para
comparar dos cosas se exige homogeneidad. Y el más elemental
sentido de la Fe debe indicarnos que si los cristianos, poseyendo
la integridad de la verdad revelada, y auxiliados por los
sacramentos, difícilmente alcanzamos el ideal cristiano, no
puede pensarse que la mayoría de los musulmanes, tan varios y
numerosos, sigan fielmente, siempre y en todo, los preceptos de
su religión. La experiencia confirma que entre los musulmanes
reales, en su tierra o entre nosotros, abundan el puro
formalismo, la tibieza, o la incredulidad más o menos
disimulada.
Una creencia
irreductible
Sin embargo, otro complejo que puede plantearnos el Islam procede
de la fuerza de su convicción (como la Fe es don de Dios, para
este caso hablemos de convicción o creencia).
La incidencia de los misioneros en tierras islámicas ha sido
siempre muy escasa: comparado con las conversiones de los
paganos, desde la Europa antigua y medieval a la China y el
Africa del siglo XX, pasando por toda América a partir del
Descubrimiento, el mundo islámico se presenta como impenetrable
para las misiones cristianas. También esto confiere al Islam un
carácter singular que suscita admiración, perplejidad y
desconcierto.
Pero no se debe pasar adelante sin recordar que las tierras
centrales del Islam, salvo la propia península arábiga, son
territorios usurpados a la Cristiandad donde los cristianos han
sido secularmente oprimidos bajo la 'protección' musulmana, pese
a lo cual persisten hasta hoy en proporción variable, y hasta
relativamente numerosa en lugares como Egipto.
Resulta un expediente fácil explicar la impenetrabilidad del
mundo islámico al cristianismo con la omnipresencia y severidad
de la charía o ley islámica que impide -pena de muerte
incluida- toda veleidad de abandonar el Islam. Es una razón real
y muy fuerte, pero no es una explicación suficiente en la medida
en que otras civilizaciones, paganas, también persiguieron
cruelmente a los misioneros y los primeros conversos, aunque es
cierto que la represión de la apostasía sí está directamente
prevista y sentenciada por la propia revelación en el Islam,
como no lo está en ninguna otra religión.
El motivo fundamental de esa impenetrabilidad histórica es que
la propia estructura de la creencia islámica es particularmente
refractaria a la Fe cristiana.
Y el motivo último de ello es que el Islam es una religión que
conjuga dos tipos de ventajas: las de ser una religión que
procura no exceder la medida del hombre en nuestro estado
presente, y las de ser una religión postcristiana, a imitación
de la verdadera. Dos características que hay que exponer, y
sobre cuyas consecuencias meditar, para remontarnos luego a
indagar su origen y causa.
El confortable
simplismo musulmán
Dios, Vivo e Infinito, se refleja en la Religión Cristiana con
una inmensa riqueza de matices -y ello pese a que lo que de Él
conocemos es menos que lo que nos escapa-, al precio de reclamar
de sus fieles el esfuerzo de procurar ser perfectos como lo es el
Padre Celestial. En el Islam, por el contrario, la grandeza
infinita de Dios no trasciende a la religión que le venera, sino
bajo la forma de una extrema simplicidad.
No negamos que entre los musulmanes hay maestros espirituales
doctos y sutiles. Y, sin embargo, afirmamos que no es simplismo
considerar que la religión musulmana tiende a ser simplista.
La primera prueba experimental es que los mahometanos medios
tienden al simplismo mucho más que los cristianos medios. Es
evidente que un cristiano mínimamente acostumbrado a lidiar con
el camino estrecho entre unos errores y sus contrarios, al
equilibrio entre la Fé y la razón, entre el factor divino y el
humano, familiarizado con la idea de los dos poderes en
política, o con los carismas petrino y mariano en la Iglesia,
está, por poco culto que sea, acostumbrado a hilar fino y a no
caer en simplismos excluyentes, raíces de los extremismos más
odiosos. Si el islamismo es mucho más propenso a que surjan en
su seno extremismos radicales es también por causa de la
estructura misma del Islam.
Las doctrinas del Corán y la Sunna son sencillas y
condescendientes en grado sumo con las pasiones humanas tanto en
lo que hace a la moral como al mismo dogma.
El aspecto moral puede resultarnos un blanco cómodo (la mente de
todos se ha dirigido ya a la poligamia), lo cual no significa que
deje de ser un blanco justo y, además, mucho más extenso de lo
que de entrada ya parece. La moral islámica no es depravada como
en las religiones que conocen el infanticidio, la prostitución
sagrada, los sacrificios humanos, etc., pero su nivel de
exigencia no supera un nivel elemental frente a los apetitos del
hombre en el estado de naturaleza caída.
En cuanto a las concesiones a la voluptuosidad, la mentada
poligamia no es accesible sino a los ricos, pero existen otras
concesiones más importantes, como la aceptación y facilidad del
repudio, el contrato de matrimonio temporal (que la mayoría de
los musulmanes de hoy no aprueba, pero encontraría base en el
Corán 4,24) o la promesa de las huríes del Paraíso. En
realidad, mientras en toda la Iglesia el celibato por el Reino de
los clérigos, religiosos y religiosas constituye un testimonio
que revierte en prestigio y exigencia de la castidad propia a
cada estado, la clara exclusión del mismo en el Islam rebaja
toda exigencia en este sentido.
Pero hay otras pasiones tanto o más graves que la concupiscente.
Es el caso de la cólera y el odio. La guerra no aparece para el
muslim como un mal menor, sino directamente recomendada. El amor
se restringe a los correligionarios, sin extenderse a los
enemigos. Entre los chiítas el odio y el insulto al adversario
-sunnita- puede ser una obligación.
O la soberbia colectiva, por la que los musulmanes, y los árabes
y familiares de Mahoma en particular, pueden considerarse
realmente superiores a los demás hombres.
Pero, mucho más todavía, el Islam es muy condescendiente con la
soberbia individual, íntima, del hombre que ha de aceptar la
Revelación por parte de Dios de verdades a las que otorgar el
asentimiento interno. En el Islam, a pesar de su nombre, este
sometimiento está extremamente reducido.
De la religión verdadera apenas subsisten en el Islam las
verdades fundamentales despojadas de toda la riqueza divina. Hay
un Dios personal, Trascendente, Creador y que se revela a los
hombres; y hay otra vida para éstos tras un juicio final. Cabe
destacar que si la tradición musulmana honra a Dios con noventa
y nueve nombres, ninguno de ellos es el de 'Padre'.
Pero todos los misterios divinos que humillan la razón humana,
la cual no alcanza a comprenderlos, han desaparecido entre los
seguidores de Mahoma. Comprobémoslo y recordémoslo:
* Para ellos la Santísima Trinidad, encima mal enunciada, es politeísmo. La Encarnación se niega en virtud de la perfecta espiritualidad divina. La Pasión se rechaza -no se consumó la muerte en cruz de Jesús- en razón a que la gloria de Dios y sus enviados nunca se oscurece.
* El Pecado original, misterio de iniquidad, no existe, con lo que el misterio de misericordia de la Redención tampoco. Esto aproxima al Islam al pelagianismo, con las mismas consecuencias que éste: soberbia derivada de creer en la salvación por las propias fuerzas y énfasis puesto en la doctrina y la ley como vías de salvación. Y en este planteamiento el Islam emparenta, curiosamente, con el espíritu del Occidente moderno.
* Los problemas de la inspiración de los libros sagrados y el alcance exacto de su sentido desaparecen con la creencia en una dictación directa de los mismos.
* Una Iglesia divina y humana como su Fundador, unos sacramentos signos sensibles de la gracia invisible, tampoco existen. El misterio Eucarístico les es incomprensible, por descontado, pero también el sacerdocio. No debe dejarse nunca que nos hablen de clérigos islámicos: ellos sólo tienen -como los protestantes- diferentes tipos de predicadores, eruditos escriturísticos y moralistas-canonistas. Es más rechazan el monacato, sobre todo por el voto de castidad.
* Finalmente, en punto a moral, aparte de sus dificultades en engarzar la presciencia divina con la libertad humana, que convierten la predestinación en idea popular, desconocen la noción de doctrina social, compuesta de principios inspiradores y concreciones abiertas; lo suyo es, sin más, una ley social islámica, la famosa saría.
Al llegar a este punto el
cristiano comprueba que, salvo por la existencia de una
revelación, que confiere a la religiosidad musulmana cierta
calidez y gran ardor, su dogma no sobrepasa lo que alcanza a
deducir la filosófica teodicea.
Por eso la religión musulmana no sólo parece la religión de
los filósofos, sino que históricamente ha gozado de su aprecio:
es algo sintomático que en El contrato social de
Rousseau, ya en el capítulo final, se deslicen alabanzas a
Mahoma y se postule una religión civil cuyos dogmas no difieren
mucho de los musulmanes. Del mismo modo, el Islam gozó de las
simpatías nazis -en algún momento recíprocas- actitud que no
han abandonado sus epígonos, precisamente por ser un tipo de
religión 'viril', es decir, que no exige convertirse de arriba
abajo, sino que permite mantener un orgullo de guerrero (o
sedicente tal).
Cuando el Evangelio
no es novedad
Los misioneros cristianos en toda tierra pagana siemprehan puesto
de manifiesto como Cristo era la culminación de cuanto esperaban
todos los hombres, y como la Religión Cristiana asumía,
purificados, cuantos elementos buenos existieran en sus
religiones.
En cambio, al musulmán no se le puede hacer este planteamiento
en la medida en que es postcristiano. No existe ya una
aspiración que colmar en quienes han recibido una revelación
divina directa. Cristo no es un anuncio nuevo, en cuanto ya es
conocido por el Corán y está superado por Mahoma. Ni cabe
asumir virtudes que, en realidad, los mahometanos ya tomaron de
la Sinagoga y las Iglesias Orientales y adaptaron a su
conveniencia.
En un sentido muy real el Islam no es sólo postcristiano en la
forma en que pudiera serlo una nueva secta del hinduismo, surgida
ya en nuestra era pero ignorante de la Encarnación, sino que es
explícitamente anticristiano en la medida en que conoce y
rechaza las verdades fundamentales de nuestra Fe. En el Corán,
que se tiene por palabra revelada de Alá, se explica que Cristo
no murió en la cruz -negando por ende la Resurrección- (Corán
4,157), y Jesús mismo aparece rechazando a quienes le divinizan
indebidamente (C 5, 116).
De modo que Cristo ya no constituye una buena noticia para
quienes ya saben de Él; y resulta innecesario su anuncio cuando
tienen otro, revelado, que rectifica las 'erróneas' creencias
cristianas y muestra al verdadero "sello de los
profetas", Mahoma.
Cuanto se pondera en el cristianismo de novedoso en el panorama
de las religiones paganas: Dios cercano al hombre, que se revela
con un mensaje de salvación; religiosidad histórica,
introducida en el tiempo; y una respuesta de los hombres al
mensaje expreso de Dios abarcando todo su ser y su vida, etc. ha
sido adoptado por el islamismo. Y por contener todos estos
elementos de la religión verdadera, ser tan similar a ella y, al
mismo tiempo, más fácil en muchos sentidos, como ya hemos
visto, se convierte en un obstáculo formidable a su
propagación.
El Profeta y su
libro
Con muy buen sentido, el único cristianamente posible, la
recuperación católica tras la crisis postconciliar ha partido
de la centralidad de Cristo, y se ha hecho mucho hincapié (todo
lo contrario que en unos 'valores' ahistóricos) en el
'acontecimiento' cristiano: la Fe cristiana se refiere ante todo
a una persona y a unos hechos, y no a unos principios abstractos.
Pues bien, todo el Islam se apoya igualmente en otro
acontecimiento, el que se recuerda culminando el Ramadán cada
año: la 'Noche del destino' (laylat al-qadr: caben varias
traducciones de sentido convergente) en que Mahoma recibió del
Arcángel San Gabriel el comienzo de la revelación del Corán,
que le siguió dictando desde entonces hasta poco antes de su
muerte.
Entre los especialistas se llega a decir que el análogo a Cristo
en el Islam no es Mahoma, sino el Corán. Desde luego, la
religión musulmana es una 'Religión del Libro', pero los
cristianos debemos rechazar el dudoso honor de ser tildados
también de lo mismo: el Catecismo de la Iglesia Católica (§
108) rechaza expresamente esa consideración con la que los
musulmanes nos llevan a su terreno: "Sin embargo, la fe
cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es
la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito
y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San
Bernardo)".
Entre los musulmanes el Corán se entiende dictado por Dios, y
como tal literalmente cierto hasta la última coma. Además, es
un libro sagrado cuyo motivo de credibilidad, según su
apologética (y el propio texto), es su "inimitable
estilo". Lo cual nos coloca ante un verdadero círculo
vicioso lógico: la prueba de la veracidad de una cosa es... ella
misma; y pretender examinar dicha prueba con métodos críticos,
y no exegéticos, es incurrir en irreverencia blasfema, dando por
supuesto el origen divino del que querríamos cerciorarnos.
La falsa
revelación de un falso profeta
Todo ello nos conduce al problema fundamental que escamotean los
manuales cristianos hoy al uso de introducción al islam: otras
religiones, paganas, contienen intuiciones verdaderas, a modo de
ecos de una revelación primigenia, a las que el cristianismo da
plenitud y sentido. En el Islam, por el contrario, casi todos los
elementos coinciden con los verdaderos, la cuestión está en
examinar lo esencial, la revelación a Mahoma en que se fundan.
Con afirmación neutral se nos narra por los hodiernos
divulgadores cristianos que los musulmanes creen que Mahoma
recibió tal revelación continuada, y en qué modo y
circunstancias. Lo que ni se plantean es si hubo tal revelación,
o si ésta es verdadera y divina. Y lo de más interés,
justamente, no es precisar al máximo lo que alguien dijo, sino
si dicho mensaje es verdadero y bueno, y cuales sus frutos. No lo
que dijo que le aconteció, sino lo que verdaderamente sucedió
(o no).
Los cristianos, acostumbrados a que se examine escrupulosamente
la historicidad de la narración evangélica en todos sus
aspectos y detalles no podemos -ni debemos- dejar de hacer el
mismo planteamiento al afrontar la figura y obra de Mahoma.
Desde un punto de vista puramente humano la credibilidad del
Islam es muy débil: se apoya toda en afirmaciones de Mahoma sin
testigos (pensemos en su inverosímil viaje nocturno a los Cielos
sobre una bestia alada y parlante), y rechazando dar otro tipo de
pruebas proporcionadas a la magnitud de la aquiescencia
solicitada. Es más, debe recordarse que en un primer momento
apeló a las escrituras de los judíos, pero rompió con ellos
cuando comprobó que no refrendaban su personal mensaje.
En particular, instado a ello, se negó a realizar ningún
milagro, diciendo que su misión era estrictamente de
predicación y no de taumaturgo. Pero, si esto es lo que consta
en el Corán, la creencia popular le atribuye una existencia
milagrera, y la verdad es que en esto el islamismo vulgar resulta
más acertado que el rígidamente coránico para todo criterio
humano y cristiano.
Jesús Nuestro Señor siempre obró sus milagros fundamentalmente
como 'signos' tendentes a confirmar su mensaje además de
remedios de males concretos. En cambio a Mahoma hemos de creerle
sin signo que confirme su autoridad, y creer que ese Alá cuyo
mensaje a los profetas ha sido siempre el mismo -no reconocen una
pedagogía divina- dejó de avalar su predicación con milagros
precisamente en su caso, cuando lo había hecho con sus
predecesores Moisés y Jesús.
Otras afirmaciones, sobre las virtudes de Mahoma, incluso
aceptándolas pese a proceder de sus parciales, no resultan
probatorias de su misión, ni de la verdad y bondad de su
mensaje. Parece que Robespierre era incorruptible, y Cromwell
radical... como Hitler era vegetariano y amigo de los animales:
determinadas virtudes privadas no prueban nada, y la indudable
rectitud de muchos sectarios concorde con sus principios ha sido
más bien implacable y digna de mejor causa.
Por otra parte, se observan en las suras del Corán demasiadas
variaciones de tono, y aun de criterio, coincidentes con las
circunstancias de Mahoma. No parece que predicara de igual modo
en La Meca que en Medina, cuando ya era jefe espiritual y civil
de la ciudad. Más aún, a los espíritus críticos les debería
resultar muy sospechosa la abundancia de ocasiones en que la
presunta revelación arcangélica interviene oportunamente para
resolver dilemas privados de Mahoma, siempre a su conveniencia.
Todas estas objeciones, importantes, son meramente humanas. Pero
quien profese la fe cristiana no puede ni aun dudar de la
falsedad de la pretensión de Mahoma. Falsedad de su misión y
falsedad de su mensaje.
Porque el mensaje del Corán rechaza explícitamente, en nombre
de Dios, el núcleo de la fe cristiana. La dignidad humana
-racional- impide aceptar como verdaderas a un tiempo la Fe en
Cristo, muerto y resucitado, que testifican los Evangelios, y el
papel de Jesús en el Corán. Y menos creer que ambas
afirmaciones procedan del mismo Dios Sapientísimo.
Tampoco parece razonable pensar que Mahoma fuera un posterior
enviado de Dios para lograr indirectamente un bien providencial.
Después que Cristo erigió su Iglesia, y la envió a predicar a todas
las naciones y bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, no concuerda con el sensus fidei que el
Esposo fiel de la Iglesia, ni aun para reformarla, intervenga en
la historia de modo extraordinario para suscitar profetas fuera
de ella con mensajes que no incluyen esa Iglesia y ese bautismo.
En cambio, vemos que suscita una y otra vez nuevos santos
reformadores que, pese a las resistencias encontradas, se guardan
de actuar siempre dentro de la comunión eclesial.
¡Claro que el poder de Dios no tiene límites y el Espíritu
sopla donde quiere! Pero es que la experiencia ha demostrado,
desde hace catorce siglos, que el Islam, pese a predicar el
monoteísmo, no actúa como un estadio intermedio que a la postre
conduce a los pueblos a Cristo (como podemos considerar el
bautismo arriano de los godos), sino como perseguidor de
comunidades cristianas establecidas y obstáculo de vigor
desusado a la conversión. Tal hipótesis podría ser sugerente,
pero la constatación en su contra es aplastante.
Por todo ello, por falta de motivos de credibilidad, y por
contradecir el contenido de nuestra Fe, fundada en pruebas muy
superiores a las que el Islam puede presentar, como por simple
sensus fidei, debemos concluir que Mahoma es un falso profeta y
su revelación falsa. Y quien realmente piense otra cosa ha de
terminar convirtiéndose en musulmán. O no pasa de un escéptico
que no se compromete a fondo con la revelación cristiana ni con
la pretensión mahometana.
Si la conclusión parece poco cristiana -de ese cristianismo
predicador del sumo valor de la tolerancia (indiferentismo) que
en los Evangelios queda oculto por las insistentes llamadas de
Cristo a la Fe en Él- hemos de decir que, si no bastara San
Pablo (víd. Ga 1,8-9), el propio Jesús nos previno de que tras
de sus pasos vendrían falsos profetas (Mt 24, 5 y 11). ¿Y
quién sino Mahoma pasa en la historia como 'el Profeta' por
antonomasia, sin serlo?
Sin olvidar al
Maligno
Todavía cabe un paso más. Para comprender a Mahoma no basta
decir lo que no es, verdadero profeta del único Dios, sino
intentar explicarlo como falso profeta, cuestión, si cabe, mucho
más eludida hoy.
¿De dónde procede la doctrina del Corán?
No existe duda de que había judíos en Arabia, y algunos
cristianos heterodoxos, y que Mahoma los trató. De estas fuentes
imperfectas -y Mahoma era, además, iletrado- se entiende que
procedan las noticias de la Sagrada Escritura, a menudo
distorsionadas en el Corán. Y también se entiende que doctrinas
y preceptos morales y legales hayan sido reelaborados humanamente
y simplificados. El Islam es simplista en cuanto que es judaismo
y cristianismo simplificado. Y no olvidemos que en el islam
existen, además, elementos preislámicos aptos a satisfacer el
nacionalismo de los árabes.
Eso en cuanto al mensaje, pero ¿y la misión sagrada? ¿la
pretensión de apariciones sobrenaturales? Si no procedían de
Dios y sus ángeles, como no parece admisible, apenas quedan
cuatro opciones: la alucinación patológica, la mentira
deliberada, la sugestión diabólica, y la intervención
conjugada, en grado variable, de dichos factores.
Algunos de los rasgos de los trances de Mahoma podrían abonar el
diagnóstico del trastorno psíquico; como algunas excepciones de
la ley general coránica en favor de Mahoma podrían alimentar la
sospecha de falsario e impostor. Pero también parece que su
preocupación religiosa era sincera, por lo que muy bien cabe que
haya sido seducido por el mal espíritu bajo forma ángel de luz
(víd. II Cor 11,14-15), incluso si sus inspiraciones iniciales
provinieran del espíritu bueno. En esto la perspicacia de San
Ignacio como guía espiritual nos recuerda "es propio
del ángel malo, que se disfraza de ángel de luz, entrar con lo
que gusta al alma devota y salir con el mal que él
pretende" (Ejercicios espirituales, § 332 y ss.).
Desde luego, los frutos de obstaculización del anuncio de
Cristo, en tanto verdadero Dios como verdadero hombre, son
elocuentes para juzgar el punto final de tales revelaciones, si
es que existieron y fueron inicialmente buenas. En cualquier
caso, debemos negarnos a usar con Mahoma normas de espiritualidad
diferentes de aquellas con las que se juzga a los bautizados.
Sin buscar al Demonio en todas partes, es cierto que la
oposición diabólica al plan de salvación de Dios es una
constante en la historia, máxime desde que adquirió cierto
dominio sobre este mundo y el hombre por el Pecado Original, e
ignorarlo da lugar a graves errores en todos los campos (víd.
Catecismo de la Iglesia Católica § 407). En materia de sectas
-y ninguna hay como el Islam- nunca debemos prescindir de este
factor.
El juicio religioso
sobre el Islam
Por todo lo dicho el Islam supone el encauzamiento de una
religiosidad auténtica -y elevada- al servicio de una
revelación falsa.
Religión falsamente revelada que es imitadora, competidora y
contradictora de la cristiana, por mucho que posea muchos
elementos buenos, procedentes de ésta, que la hacen
desconcertante.
Pero hay más: el Islam parece diseñado ex profeso como un
sucedáneo de la Religión Verdadera, que contiene de ésta los
elementos que le confieren más autoridad y, sin embargo, ha sido
'corregida' -simplificada- para resultar más asequible a la
razón y las pasiones humanas de la naturaleza caída.
Y de hecho, ha sido tanto el más constante adversario externo de
los cristianos en la historia, cuanto el mayor obstáculo a la
difusión de nuestra Religión. Si en tiempos cerró el Asia
occidental y central a la expansión misionera hoy es en Africa
donde el Islam se difunde como una alternativa que cierra el paso
a la que llama 'religión de los blancos'.
Se trata de una coincidencia demasiado notable como para
atribuirla a mera casualidad, y no inferir en esa constante de
hechos una finalidad. En la medida en que no se debe descartar
una intervención del mal espíritu ignaciano en las falsas
revelaciones a Mahoma, cabe aún menos descartar un designio
maligno en la aparición y actuación del Islam. Y si se ha dicho
siempre que el Demonio es el mono de Dios, resulta muy congruente
con ello la constatación de que el Islam es imitación
posterior, adaptación y sucedáneo de la Religión Cristiana.
Pero incluso si es así, el Islam puede servirnos a los
cristianos, brindándonos dos tipos de lecciones:
- las virtudes que en el Islam se manifiestan no han de desconcertarnos, sino recordarnos acentos y prácticas de los antiguos cristianos, especialmente orientales, que hemos de rescatar.
- y en cuanto a lo que tiene de malo puede servirnos de norma negativa; en particular, venir a coincidir con ciertas posturas rigoristas musulmanas debe suscitar una señal de alarma en nuestra conciencia.
Aplicación muy notable de esto
último se halla en el campo interrelacionado de la
confesionalidad de las sociedades y la libertad religiosa. Los
católicos, por imperativo racional y divino (víd. Catecismo de
la Iglesia Católica §§ 2244 y 2105), proclamamos la
aspiración irrenunciable a la confesionalidad católica del
estado, pero nuestra visión de la misma no nos conduce a la
absoluta opresión religiosa de los regímenes islámicos. El
orden católico, con confesionalidad social y libertad personal,
viene a representar un término medio entre los errores y abusos
opuestos del liberalismo e islamismo.
Islam bueno, Islam
malo y mal cristianismo
Nótese que al catalogar al Islam como falsa religión, y por
ende con una mala raíz muy anterior a concretas posturas malas,
de ella dimanantes, nos apartamos de la postura complaciente para
la cual el Islam es bueno y sólo algunos musulmanes extremistas
serían malos. Muy al contrario, la verdad es que muchos
musulmanes son buenos, es decir, tanto justos como piadosos, pero
su religión es mala.
Es mala porque se opone expresamente a la Fe verdadera; y la Fe
es el comienzo de la salvación.
Y la maldad intrínseca se percibe muy bien en los resultados del
retorno a las fuentes: entre los cristianos todo movimiento de
retorno a la pureza evangélica para en aumento de santidad y
mejorías evidentes en el orden externo; entre los musulmanes los
periódicos movimientos de retorno a la enseñanza del Corán han
parado siempre, como en nuestros días, en tentativas de un
puritanismoy totalitarismo extremos.
En realidad los tiempos del Islam tolerante, como los musulmanes
personalmente ejemplares, coinciden con el triunfo del sentido
común y el buen corazón sobre la letra coránica.
Por el contrario -como ha recordado Giovanni Cantoni-, considerar
que los islamistas radicales hasta el terrorismo son por ello
'malos' musulmanes, es decir, sedicentes musulmanes, carece de
todo fundamento, puesto que en el Islam no existe autoridad que
les pueda negar ese calificativo (y siempre se encontrará quien
emita una fatwa conveniente a cada parecer), y menos sentido aún
tiene que los no musulmanes pretendan conceder patente de
islamismo. De hecho, si bien muchos musulmanes no llegarán nunca
a ejercitar ciertas formas de jihad, ha quedado bien claro
recientemente que la mayoría expresará un variable grado de
simpatía con quienes la practiquen, y esto siempre en nombre del
Islam.
Y de paso, con Cantoni, nunca debemos dejar de señalar como los
liberales y laicistas, al enumerar las que consideran 'sectas' a
vigilar o combatir nunca citan ni una sola de tipo islámico.
Siendo así que las facciones musulmanas no faltan, hay que
pensar que o las favorecen, o las temen... o temen que su
caracterización pudiera abarcar a franjas demasiado extensas de
la comunidad musulmana.
Pero la discrepancia sobre si el Islam es 'bueno' con algunos
radicales 'malos', o si su raíz es mala, pese a lo cual en la
mayoría de sus fieles no se manifiesta tanto su nocividad como
ciertos bienes accesorios, implica algo muy grave acerca de la
concepción del propio cristianismo.
Si el Islam es en lo fundamental malo o bueno, la diferencia de
juicio procede de que se emplee una perspectiva auténticamente
cristiana o sólo sedicente tal. El Islam inculca muchas virtudes
religiosas y morales, cierto, pero no deja lugar para Cristo
Jesús de modo expreso e inexcusable, puesto que conociéndole lo
rechaza como Dios y hombre verdadero.
¿Qué es lo auténticamente cristiano? ¿La afirmación y
seguimiento de Cristo o la práctica de obras solidarias de todo
tipo? ¿Una religión personal o de principios abstractos?
Ya sabemos que las virtudes de los mahometanos son un puente de
coincidencia. Pero es hora de que se denuncie el sofisma -lo diga
quien lo diga- de que es más importante lo que une que lo que
separa. Eso depende mucho: de entre qué cosas se diga, de qué
sea efectivamente lo más importante, y, por supuesto, en
relación a qué.
Luego no es un principio absoluto. En la mayoría de los casos no
pasa de una petición de principio: de tanto decirnos que se debe
mirar a lo que une más que a lo que separa se han convertido las
constataciones de coincidencia en lo más importante, pero sólo
por esa prédica voluntarista, a la que se debe exigir en cada
caso una justificación que no siempre puede dar.
Al comienzo del siglo XXI, en que se habla tanto del choque de
civilizaciones entre el Occidente y el Islam, no deja de
sorprender que el juicio cristiano de ambos resulte muy parecido.
El Occidente liberal desea quedarse la herencia humanista de las
virtudes cristianas sin Cristo, el mundo musulmán desea quedarse
la herencia religiosa del Antiguo Testamento sin Cristo. Cristo
es la bandera discutida, aunque no faltan cristianos que, en
nombre de las virtudes, religiosas o solidarias, y para atender a
lo que une, tiendan a contagiarse del uno o del otro inventando
un cristianismo sin Cristo.
Esos tres polos: liberalismo hegemónico, Islam subversivo y
crisis interna de la Iglesia pueden servir muy bien para
orientación elemental de los fieles católicos respecto a los
grandes polos del nuevo siglo que comienza.
En el entendimiento de que sin un juicio religioso del Islam,
sistema de religiosidad sincera y enérgica y falsa revelación,
es vano pasar a las perniciosas consecuencias sociales y
culturales del mismo, que afectan a las relaciones
internacionales como a la convivencia y el orden legal internos
de las naciones de origen cristiano.
Si en el Corán lo civil y lo religioso marchan inseparables y
mezclados, es absurdo pretender criticar su repercusión social
haciendo abstracción de la raíz religiosa del mal, religión,
repitamos, que parece diseñada deliberadamente para rivalizar
con la evangelización y obstaculizarla.
Aclaraciones
necesarias
Las páginas anteriores están llenas de afirmaciones sin notas
de referencia que las justifiquen. Ello obedece a una decisión
consciente, y no sólo para facilitar su lectura evitando
distraer de las tesis centrales.
Y es que no son difíciles de encontrar los libros en español
que fundamentan nuestros asertos, ni citar los pasajes que apoyan
cuanto arriba va dicho, pero sí es arduo decidirse a recomendar
dichos libros.
Las introducciones que llevan las distintas ediciones castellanas
del Corán sirven suficientemente para establecer los puntos
fundamentales del islamismo; y las librerías católicas venden
trabajos de aproximación y síntesis llenos de erudición en los
que constan buena parte de nuestras anteriores afirmaciones, si
bien edulcoradas y acompañadas de justificaciones del Islam.
En cambio, encontrar un planteamiento apologético frente al
Islam, y en particular sobre su lugar en la historia de la
salvación, o sobre el juicio que ha de merecer la presunta
revelación a Mahoma, es algo que hoy en día falta por completo
(confieso haber tenido que recibir luz de un libro del siglo
XVIII: Verdadero carácter de Mahoma y de su religión: justa
idea de este falso profeta, sin alabarle con exceso, ni
deprimirle con odio del P. Fr. Manuel de Santo Tomás de
Aquino, carmelita descalzo, ex-lector de Teología, y Escritor de
la Orden, Valencia, 1793, Imprenta de Francisco Burguete
-impresor del Santo Oficio- 223 págs.).
Me veo obligado a denunciar como varios libros católicos de
introducción al Islam que he manejado, útiles en cuanto a la
información que aportan, concluyen en tal deseo de justificar el
Islam -identificación de los biógrafos con su personaje- que de
tanta complicidad se acercan a la apostasía.
Así, Jacques Jomier O.P. (en Para conocer el Islam,
Estella, Verbo Divino, 1989, página 145) aventura una
concepción dialéctica de la misión profética:
"parece ser que habría que inventar
una nueva categoría teológica para designar a esos hombres
profundamente religiosos, pero en oposición radical con los
cuadros oficiales y que se sublevan contra ciertas formas de
cristianismo esclerotizadas o comprometidas en cuestiones
culturales o nacionales. [...] Los hombres que se sublevan sin
ser santos releen el mensaje bíblico a su modo, en su propio
contexto cultural. Esta nueva forma ilumina algunos puntos
concretos (por ejemplo, en el islam el señorío de Dios) pero
rechaza otros, a pesar de que son esenciales. Es
una especie de devaluación
que de momento permite pasar a una parte del mensaje [...] ¿Estará
permitido suponer, en el caso de los
reformadores que se oponen a una iglesia esclerotizada, que
han venido algunas gracias de Dios a confirmarlos, a
ellos o a sus adeptos, en sus intuiciones verdaderas? ¿Y que su
inspiración les habría ayudado a expresar ciertos aspectos
verdaderos y esenciales de su mensaje? Su existencia misma debía
luego estimular a la Iglesia y mover a los cristianos a
reformarse, sin abandonar las otras verdades que ignoraba la
explosión reformadora. De ese modo volverían a descubrir los
aspectos de su ideal que habían olvidado".
Y Robert Caspar, Misionero de África -es decir, 'padre blanco'-,
(en Para una visión cristiana del islam, Santander, Sal
Terrae, 1995, página 245), después de reproducir un texto que
no duda en afirmar que la revelación de la que Mahoma es
mensajero es una palabra de Dios, apostilla
"Ya se habrá advertido que este texto, que en estos
momentos representa el último avance de la teología católica, es
todavía «cristianocéntrico», en el sentido
que la Palabra de Dios que se puede encontrar en el Corán y en
la vida del islam nos remite a la Palabra de Dios recibida en
Jesucristo. ¿Es posible ir aún más lejos?".
Y prosigue en esa línea, que me resulta tan audaz y comprensiva
para con Mahoma cuanto escandalosa para oídos cristianos.
* * *
Tres asuntos podrían haberse abordado para completar la
sentencia de la falsedad del Islam:
Uno, la falta de credibilidad que merece el Corán. Sea por la
consideración de cómo se redactó y se estableció su versión
definitiva, sea por las contradicciones patentes que contienen
sus enseñanzas entre unos pasajes y otros, sea por el modo de
sortear tal dificultad. Aspectos que desmerecen su valor
documental y que le dejan infinitamente por debajo de los
análisis críticos a los que se han sometido y han superado los
Evangelios.
Otro, el modo en que la presunta palabra divina del Corán se
pone al servicio de los intereses de Mahoma, en cuestiones
incluso nimias y no siempre dignas, que hacen sospechar un origen
interesado y trivializan la majestad de una revelación divina.
No cabe sino relatar una no pequeña relación de pasajes que se
prestan al escándalo o la socarronería.
Y tercero, una caracterización del Islam como secta, y en
particular su comparación con los mormones, para comprender que
el respeto que se le tiene se debe a razones meramente
extrínsecas de antigüedad, extensión y poder (justamente
merecedor de temor, por cierto), pero que intrínsecamente no se
diferencia en nada de sectas que habitualmente tenemos por
ridículas.
Pero habrían supuesto digresiones demasiado amplias, a riesgo de
que se perdiera de vista el hilo conductor de este ya largo
artículo. Queden para mejor ocasión.
Luis María Sandoval ( lmsp@ctv.es )
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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