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Romanticismo y Cristianismo.
Un somero repaso de los sucesivos etapas culturales y artísticas dominantes en Occidente y su relación con el Cristianismo, incidiendo en el Romanticismo y deshaciendo algunos lugares comunes inexactos
Se acostumbra a decir que es malo
simplificar. Sin embargo, suele ser necesario hacerlo.
Simplificar es lo mismo que sintetizar, y las síntesis son
necesarias. Lo que ocurre es que estas síntesis pueden ser
acertadas o no serlo. O bien, con evidente necesidad de algunas
precisiones.
Del Romanticismo hay quienes dicen que fué individualista,
nacionalista, liberal y, en suma, anticristiano, no aparejando
más que males que aún estamos sufriendo. Que el Romanticismo
coincidió con estas tendencias o ideologías no existe duda;
pero sí la hay de que estuviese constituído por esas ideas, es
decir, que su íntima naturaleza fuese nacionalista,
individualista, etc.
Los mismos señalan que el Renacimiento fué en puridad un
movimiento romántico en contraposición con el imperio clásico
de la razón normativa de la Baja Edad Media.
En estas aseveraciones se observa el deseo de hacer coincidir el
Cristianismo con el Clasicismo y definir al Romanticismo como
ideología perturbadora que fué desgarrando y debilitando al
Cristianismo.
Pero si recurrimos a nuestras antiguas enseñanzas, comprobamos
que los esquemas tradicionales vienen en nuestra ayuda y nos
llevan a aclarar las cosas. Y es que el Romanticismo no fué en
sí mismo una ideología, ni varias, ni tampoco liberal ni
anticristiano.
Es cierto que el pensamiento de la Baja Edad Media estaba regido
por el racionalismo escolástico, Aristóteles y la inmensa
figura de Santo Tomás de Aquino. Fué posiblemente el tiempo
más luminoso de la historia de la Humanidad. Pero el
Renacimiento no rompe con el racionalismo y el clasicismo. Se
vuelca en este último y tiende a sustituir a Aristóteles por
Platón en su versión neoplatónica. Alcanzan preeminencia
elementos culturales no predominantes en la época anterior,
pero, sobre todo, hay algo que comienza a imponerse y es un
sentido de autosuficiencia, de orgullo humano por las propias
realizaciones, un incipiente alejamiento de lo trascendente que
lo distingue de la época anterior. El sentido antropocéntrico
va sustituyendo al sentido teocéntrico. Pero este giro tan
característico de la Edad Moderna, no es romanticismo ni está
ligado con él. Esta dirección humanista del pensar y sentir de
la sociedad se produce dentro de la más profunda afición por lo
clásico, dentro de un clasicismo sobrestimado. Lo contrario del
romanticismo.
La realidad es que se estaba iniciando un proceso que persistió
y se consolidó a través de los siglos y que, en sus últimas
consecuencias, ha sido devastador y nefasto para el hombre.
El barroco siglo XVII puede considerarse restrictivo del proceso,
pero el clasicismo continuado en Francia, y su racionalismo
representado por Descartes, así como el racionalismo empirista
de Bacon de Verulam en Inglaterra, preparan la apoteosis de la
Razón en el Siglo XVIII, siglo clásico por excelencia, y siglo
irreligioso y adorador de la personalidad humana, aspectos que
culminan en la Ilustración y la Revolución. Siglo no
romántico, pero sí siglo en el que el proceso de
autosuficiencia humana alcanza una cota desmesurada.
El hecho de que no hay por qué asignar al romanticismo un
pensamiento anticristiano, queda demostrado por la circunstancia
de que el Romanticismo nació en Alemania a finales del siglo
XVIII como reacción al materialismo filosófico racionalista de
la época; reacción con grandes connotaciones religiosas. El
catolicismo influyó poderosamente en estos inicios. El motivo
estribaba en que los románticos, como reacción a la
recuperación y predominio del mundo clásico grecolatino
ansiaron recuperar a la inversa la cosmovisión medieval, y
encontraron que ésta se conservaba mejor en el catolicismo que
en el protestantismo. De ahí la revalorización de cultos como
el de la Virgen María. Aquí es obligado mencionar a Novalis.
Pero también es cierto que el romanticismo prestó al proceso
mencionado de autonomía humana una singular resonancia. El hecho
es que junto al romanticismo tradicionalista citado coexistió el
romanticismo liberal (procedente del espíritu enciclopedista). Y
que los Hugo, Byron, Shelley, Puchkin, Leopardi o Espronceda
tuvieron más ruidosa proyección social que los Chateaubriand,
Lamartine, Vigny, el citado Novalis, Manzoni o Donoso. Y es que
la Tradición iba perdiendo la batalla
¿Qué es, pues, el Romanticismo? Fundamentalmente, una
disposición del ánimo. Una tendencia a primar el sentimiento
sobre la razón, una valoración profunda de la Naturaleza,
interés por lo exótico, propensión a lo heroico, proclividad
al ensueño poético, e íntima libertad de espíritu.
¿Es nacionalista el romanticismo? Sí, pero por adherencia de
oportunidad, no por esencia. El romanticismo coincidió con el
despertar patriótico de España, Portugal, Italia, Alemania e
Inglaterra frente al poder absorbente de Napoleón y prestó a
estos movimientos su singularidad espiritual.
¿Es individualista el romanticismo? Podemos decir lo mismo. El
individualismo era parte del proceso de autosuficiencia que he
mencionado como iniciándose en el Renacimiento, y en la época
romántica se exaltó sentimentalmente.
¿Es anticristiano el romanticismo? Puede serlo o no. Puede ser
anticristiano o cristiano; angélico o luciferino. Depende de a
qué tipo de ideas se adhiera. Ya queda dicho.
Como ejemplo de qué pocos reparos se pueden oponer a un
cristianismo romántico, trascribo algunas frases que Jaime
Balmes, otro romántico poco sospechoso de heterodoxia, dedicó a
Francisco de Chateaubriand, iniciador del romanticismo en Francia
y poderoso promotor de la restauración religiosa en su país no
más terminó el régimen revolucionario republicano, sobre todo
con su obra de inmenso éxito "El genio del
cristianismo":
"Antes de Chateaubriand se habían conocido también las
bellezas de la religión, pero nadie como él había notado sus
relaciones de armonía con cuanto existe de bello, de tierno, de
grande y de sublime; nadie como él había hecho sentir el
inmenso raudal de beneficios con que esa hija del cielo inunda
esa tierra de infortunio; nadie como él se había dirigido a la
vez al entendimiento, a la fantasía y, sobre todo, al corazón,
dejando en el fondo del alma, al par de robustas convicciones,
sentimientos elevados y profundos."
"La religión no necesita al poeta, pero, en oyendo los
acentos sublimes de la lira de Chateaubriand o del arpa de
Lamartine, les dirige una mirada bondadosa y les dice: Vosotros
me habéis comprendido."
Pero el profundamente negativo proceso de autosuficiencia del
hombre había proseguido con el clasicismo y con el romanticismo,
con la razón y con el sentimiento. Había proseguido a través
de los siglos, no supeditado a ninguna tendencia, sino
sirviéndose de ellas.
A medida que el hombre se afirmaba más en la tierra, a medida
que los sucesivos descubrimientos y sus aplicaciones prácticas
le iban permitiendo dominar a la Naturaleza, la sensación que
paulatinamente le embargaba era la de poderío con alejamiento y
olvido de una realidad trascendente de la que dependía.
Una última vuelta de tuerca se dió en la segunda mitad del
siglo XX. Saltaron hechos pedados las últimas defensas de la ley
natural y del sentido religioso cristiano. Se impuso la
convicción de que el hombre podía y debía hacer lo que le
viniera en gana, que todos los instintos eran buenos, que la ley
natural no existía y que la religión era cuestión de opinión,
residuos de tradiciones ya caducadas. El hombre ya no se sometía
a ninguna constricción moral o religiosa, se sometía a sus
instintos pensando que eso no era un sometimiento, que era
libertad. El resultado fué el establecimiento social y legal de
diversas degradaciones, aberraciones y crímenes, que adquirieron
la condición de la respetabilidad.
Pero ¿esta situación tiene algo que ver con el romanticismo?
Aquí hay que contestar con un rotundo no. ¿Acaso es romántica
la pornografía? ¿Es romántica la sodomía? ¿Es romántica la
masturbación? ¿Es romántico el matrimonio de homosexuales?
¿Es romántico el almacenamiento y manipulación de embriones
humanos? Y, en nombre del cielo ¿tiene algo de romántico el
aborto, y aún más, el aborto legalizado e industrializado? Pues
bien, estos son los vicios y crímenes establecidos como
costumbres respetables en esta época antirromántica por
excelencia.
Y estos vicios y crímenes no pueden ser ni remotamente
románticos puesto que ni siquiera se presentan como una
exaltación satánica de la perversidad, a la que pudiera
atribuirse algún grado de grandeza luciferal, sino que denotan
un embotamiento tan bajuno de la sensibilidad humana que hay que
pensar en niveles subanimales.
Pero -dirá alguno- ¿acaso esta situación moderna tan
degradante no es consecuencia, en última instancia, de teorías
liberales tan defendidas por muchos románticos?
A lo que habrá que contestar: Esta situación es la última
consecuencia del proceso emprendido en el Renacimiento y que
prosigue a través de los siglos, no supeditado a ninguna
tendencia de la psiquis humana, sino sirviéndose de todas ellas,
convirtiéndolas en subalternas. Se sirvió, pues, del
romanticismo -en su vertiente liberal- mientras duró y luego
prosiguió su creciente desarrollo en épocas no románticas.
Además, seamos justos: Si Hugo, Byron, Larra, Espronceda y
demás románticos liberales, hubiesen siquiera atisbado los
desarrollos últimos de sus ideas y su plasmación en el siglo
siguiente, horripilados, habrían destruído su obra y abandonado
sus pensamiento. Eran otros tiempos... y otros hombres.
Dejemos en paz en hora buena al romanticismo y fijémonos más
bien en ese espíritu maligno de rebeldía, espíritu desalmado y
deshumanizador, que ha ido creciendo, hipertrofiándose, a
través de los siglos.
Aparte de que, si volvemos a los tiempos presente, no se puede
eludir el hecho irónico y revelador de que el
contrarrevolucionario cristiano -y todo cristiano católico
auténtico debe serlo- se encuentra en una situación de claros
visos románticos. Aislado en gran medida, formando parte de una
minoría poco relevante aunque por completo convencida de su
razón, se enfrenta a un mundo hostil, extraviado y deshumanizado
en su mayor parte, con las únicas armas de su insobornable
sentido ético, su obligado ejemplo y el estilete de su palabra
que ha de utilizar con implacable rigor, una y otra vez, en la
forma y tiempo que las circunstancias requieran.
Y esta situación tan ominosa en un combate tan desproporcionado
y singular, de difíciles perspectivas y porvenir precario
¿cómo podría afrontarse sin la ayuda inestimable de un
espíritu aventurero y romántico?
Ignacio San Miguel .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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