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Patrick J. Buchanan y Occidente.
Los males que afectan a las naciones de Occidente son de tal magnitud que han de obligarlas a considerar el acervo común y tomar conciencia de la necesidad de luchar por conservarlo.
Pat Buchanan, como comúnmente se le
conoce, acaba de publicar un libro, The death of de west
(La muerte de Occidente), que es importante porque supone una
reflexión documentada de los males, ya avanzados, que nos
corroen a todos los ciudadanos de las naciones de Occidente.
Preocupado íntimamente por la deriva de los acontecimientos
culturales, demográficos y migratorios que vienen dándose tanto
en Europa como en Estados Unidos, lanza su voz de alarma y nos
urge a tomar conciencia de ellos.
La acelerada tendencia a la baja de los índices de natalidad es
un problema acuciante para las naciones occidentales. Buchanan
nos ofrece datos, extraídos de la "UN Population
Division". En el año 2000 la población total de
Europa, incluída Rusia, era de 728 millones. Para el 2050, sin
contar con la inmigración, bajará a 600 millones. Y si las
tasas de fertilidad se mantienen, a finales del siglo XXI Europa
contará con 207 millones, menos del 30% de la población actual.
Claro que esta situación podría ser compensada por las
sucesivas oleadas de inmigrantes, sobre todo procedentes de
África y Asia. Pero, y ése es el problema, serían gentes de
otras razas, de otras religiones, de otras culturas. Serían
oleadas de gentes no occidentales. El resultado sería el
multiculturalismo, la desaparición de los rasgos culturales
tradicionales de Europa y una posible predominancia del Islam.
Esta situación de multiculturalismo ya se está dando en Estados
Unidos con un notable repliegue de las expresiones culturales
cristianas, habiéndose llegado al extremo de su prohibición en
público para no ofender a las otras culturas.
El principal motivo de esta falta de fertilidad Buchanan lo
encuentra en la descristianización de la sociedad. Falta de
religión y falta de hijos van unidas siempre, afirma. Hace
hincapié en la legalización del aborto, impuesta en las
naciones de Occidente, donde la religión ha pasado a un plano
muy secundario. Se refiere a los 40 millones de abortos
realizados en Estados Unidos desde su legalización. 40 millones
de vidas perdidas que son sustituídas por las de los inmigrantes
que invaden la nación. Observación esta última que puede
aplicarse a Europa igualmente. Los compatriotas que matamos son
sustituídos por extranjeros.
En Estados Unidos por cada dos embarazos llevados a feliz
término se produce un aborto. En esto son superados ampliamente
por Rusia, donde el aborto se introdujo antes, en 1920, bajo
Lenin. Allí por cada nacimiento se producen dos abortos. Los 150
millones de habitantes de la actualidad se habrán reducido a 114
en 2050.
Mientras tanto, en África la población habrá ascendido a mil
quinientos millones de habitantes. De Marruecos al Golfo Pérsico
habrá un mar de 500 millones de musulmanes. A estos habrá que
añadir los 700 milloness de musulmanes iranios, afganos,
pakistaníes y Bangladeshios y los 300 millones de indonesios.
China e India tendrán cada una mil quinientos millones.
Son cifran lo suficientemente elocuentes por sí mismas para no
necesitar extensos comentarios.
Sobre la descristianización, vertiginosa en las últimas cuatro
décadas, Buchanan se expresa relacionándola en parte con la
nefasta influencia de diversos filósofos marxistas,
concretamente los de la "Escuela de Frankfurt"
que emigraron a Estados Unidos cuando Hitler llegó al poder en
Alemania.
Uno de los fundadores de esta Escuela, el húngaro Georg Lukacs,
así como el italiano Antonio Gramsci, percibieron que las
previsiones de Marx habían resultado erróneas. Aparte de que la
revolución marxista no se había producido en el Oeste, como él
había previsto, sino en Rusia, en este país las masas no se
habían transformado bajo el nuevo régimen económico, según la
teoría marxista señalaba, sino que en gran parte seguían
siendo cristianas, apegadas a sus tradiciones.
La doctrina marxista dogmatizaba que un nuevo régimen económico
(infraestructura) impuesto al pueblo habría de cambiar
la mentalidad, el pensamiento (supraestructura) de ese
pueblo. No había ocurrido así, y los dos filósofos señalados
preconizaron la acción directa sobre la cultura. Había que
destruir, dinamitar la cultura cristiana occidental. Si se
conseguía este objetivo, el resto vendría por añadidura.
Otros ideólogos de esta Escuela fueron Max Horkheimer, Theodor
Adorno, Erich Fromm, Wilhelm Reich y el más joven Herbert
Marcusse, quienes, una vez instalados en la nueva "Frankfurt
School" en Nueva York, trabajaron activamente en la
crítica y demolición de la cultura occidental. Todas sus ideas
han alcanzado enorme extensión y predominancia en la clase
intelectual que, dominando los medios de comunicación,
editoriales, prensa, cine, televisión, tiene los resortes del
pensamiento de la sociedad. La libertad sexual absoluta, el
feminismo, la homosexualidad, el aborto, la disgregación
familiar, etc. fueron preconizados por estos pensadores. La
contracultura y la contramoral salieron victoriosas, de forma que
Buchanan dice que si bien el marxismo económico fracasó y
terminó con la caída del muro de Berlín, el marxismo cultural
ha triunfado.
Se hace la pregunta de si estos filósofos fueron imprescindibles
para la revolución que se ha dado en la sociedad occidental, y
contesta que probablemente no, pero que el hecho cierto es que
jugaron un papel sustantivo.
Un aspecto esencial en esta labor de demolición cultural ha
consistido en arrojar sombras de vergüenza e infamia sobre el
pasado histórico. Se lamenta Buchanan de que hoy en día en
Estados unidos todos los grandes hombres relacionados con su
historia son denigrados. Cristóbal Colón es acusado de haber
introducido la esclavitud en América. La diabolización de los
grandes exploradores y conquistadores españoles como "irredimibles
asesinos racistas" es casi completa. La conquista y
conversión del Imperio Azteca por Cortés se presenta ahora como
un genocidio cultural contra un pueblo amante de la paz. No se
tiene en cuenta el horror que produjo en los españoles
contemplar los sacrificios humanos de los aztecas (gentes sólo
comparables a los antiguos asirios en crueldad satánica, según
afirma Octavio Paz en "El laberinto de la soledad").
Pero ya centrándose en los inicios de los Estados Unidos como
nación, ninguno de los Padres Fundadores se salva, puesto que
son considerados como esclavistas sin más. Y así sucesivamente.
De esta tendencia masoquista, derrotista y disolvente, sabemos
bastante los españoles. Realmente, cuando se lee a Buchanan
mencionar la "diabolización de los exploradores y
conquistadores españoles" parece como si se estuviese
refiriendo al proceso que en este sentido se ha dado en España.
Realmente, es muy parecido lo que ocurre en ambos países en este
orden de cosas. Y en todos los países de Europa, se podría
añadir, puesto que se trata de un proceso generalizado en
Occidente. Cuando Buchanan nos informa del desprecio con que son
considerados hoy en día George Washington, Thomas Jefferson o
Andrew Jackson, no puede menos de recordarse el paralelo desdén
que se muestra en amplios ámbitos intelectuales españoles por
los Reyes Católicos, Felipe II o el Cardenal Cisneros.
Se trata de una tendencia antipatriótica y desnacionalizadora
que está siendo inducida por grupos interesados.
La crisis de los estados-nación está relacionada con esto.
Buchanan juzga a los estados-nación, a través de las palabras
de Jacques Barzun, "la creación política más grande
de Occidente". Añade que no fueron creados
casualmente, sino que cada uno de ellos tiene un sentido de
realización humana que enriquece el acervo común de la
Humanidad. Ve, por tanto, con suma prevención los movimientos
disgregadores de estos estados-nación. Movimientos separatistas
en Gran Bretaña, Francia, España, Italia, Canadá... todos
ellos un grave error.
Porque "cuando un pueblo devuelve su fidelidad a las
tierras de que se ha conformado, élites transnacionales empujan
en opuesta dirección. La rendición final de la soberanía
nacional a un gobierno mundial es ahora abiertamente
aconsejada".
Hay que tener en cuenta que Buchanan no es un norteamericano
imperialista. Es contrario a cualquier imperio. Uno de sus libros
se titula: "A Republic, not an Empire", con
referencia a su nación, y de nuevo en esta su última obra aboga
por este planteamiento. No desea que Estados Unidos intervenga en
conflictos internacionales, y se queja de que Europa no haya
tenido fuerza militar suficiente para remediar por sí misma
conflictos como el de Kosovo. Es lo que sus críticos llamarían
un "aislacionista".
Y lo que él comprueba es que todos estos procesos de
descristianización, desculturización, desnacionalización,
confluyen en un único resultado: el predominio mundial de las
grandes corporaciones, con mayor poder ya que los Estados. Lo que
él teme como a la muerte es a ese gobierno mundial que se está
esbozando y que acabaría gobernando un mundo del que se habrían
esfumado los valores cristianos y occidentales y en el que la
misma raza blanca sería una pobre minoría. "El
capitalista global y el verdadero conservador son Caín y
Abel", afirma.
Buchanan se debate en la duda sobre si lo ya destruído puede
rehacerse o no; si es posible enderezar los pasos y recuperar lo
que se ha perdido. Sus últimas palabras son, sin embargo, para
declarar la necesidad de la lucha, del esfuerzo. Expone como
necesarias diversas medidas, desde reducir las cuotas de
inmigración a promover la enseñanza de la historia y promulgar
leyes pro-vida. Sin entrar en más prolijos detalles, es obligado
concluir que tales medidas sólo podrán llevarse a la práctica
si se consigue que el movimiento de reacción ya generado desde
hace tiempo en Estados Unidos avanza imparablemente. En Europa,
el mal se presenta más enquistado, pero se perciben algunos
signos esperanzadores. El secreto de todo lo que ocurre está en
las mentes de los hombres, y en esta época histórica se
presenta acuciante como nunca el cambio en el pensar, al que
únicamente conviene un nombre: contrarrevolución.
Hay un aspecto de esta obra con el que no podemos estar de
acuerdo. Su sensibilidad occidental es anglosajona, y no puede
coincidir en todo con la sensibilidad occidental de un latino,
concretamente de un español. Buchanan ve con malos ojos el
enorme flujo migratorio de los mejicanos a Estados Unidos. Esta
emigración se dirije sobre todo hacia las tierras que antes
fueron de Méjico y que se perdieron en una guerra que
constituyó un gigantesco expolio (nada menos que dos millones y
medio de kilómetros cuadrados). A un español no le puede
importar nada que en la actualidad el 30% de la población de
California sea de origen mejicano y que otro tanto ocurra con
Texas, y que esto vaya en aumento en estos y en los demás
estados que antes pertenecieron a Méjico. Existen sensibilidades
distintas. No se puede estar de acuerdo en todo.
Además, se le podría recordar a Buchanan que los mejicanos,
gracias a España, son católicos, como él mismo lo es. Y
también que Méjico, como los restantes países
hispanoamericanos, forman parte de Occidente. Gracias
precisamente a los exploradores y conquistadores españoles a los
que él justamente valora y cuyo descrédito deplora.
Hay un detalle en esta obra que dice bastante en favor de
Buchanan. A través de sus páginas se citan oportunamente a
diversos escritores como Dostoyevsky, Wilde, Brecht, Burke,
Chesterton, Diderot, Eliot, Gide, Yeats, entre otros, y uno se
sorprende pensando que Buchanan quizás sea hombre de más vasta
cultura literaria de lo que suponía. Pero él mismo nos
desengaña en la última página, destinada a
"Reconocimientos". En ella, agradece a Kara Hopkins, su
"intrépida investigadora", que le aportase
citas, ideas y argumentos de libros que él no había leído. Es
una muestra de franqueza y sencillez por parte del autor.
Buchanan no es un intelectual cultivado. Es hombre sencillo e
inteligente, lo cual en no escasas ocasiones resulta de mayor
valor.
Ignacio San Miguel .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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