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El decálogo del político católico, bajo la sombra de Tomás Moro.
La naturaleza y la responsabilidad que conlleva la vocación a la acción política consisten en usar el poder legítimo en consecución del bien común de la sociedad. El político católico debe hacer todo lo posible para que la ley positiva se identifique al máximo con la ley natural
En el comienzo de un nuevo milenio,
nuestra sociedad vive intensas transformaciones que influyen en
la creación de una nueva dimensión de la política. El
relativismo imperante, hijo del declive de las ideologías ha
propiciado la uniformidad de los políticos, tecnócratas movidos
por la voluntad volátil de los grupos de interés. En este
momento, se precisa la necesidad de redescubrir el sentido de la
participación de los católicos en la vida pública. La
política es un compromiso que exige vivirse como un servicio a
la sociedad. El político católico por su visión y comprensión
del hombre y la sociedad debe dar un testimonio público de estar
al servicio de la persona, por encima de los intereses creados, y
dispuesto incluso al sacrificio máximo de su persona.
En este sentido, Juan Pablo II decidió proclamar el 31 de
octubre del 2000 a Tomás Moro como patrono de los políticos,
por ejemplo de coherencia, honestidad, entrega y fidelidad a una
conciencia labrada por el humanismo católico. Este insigne
hombre de gobierno puso, por su formación, a la persona humana
como fin supremo de su servicio en la vida pública.
Pero, ¿Quién fue Tomás Moro? Nacido en Londres en 1478 en el
seno de una familia de alcurnia, su padre fue un hombre de leyes
que quiso que el joven Tomás siguiese los mismos pasos. A los
doce años pasó a ser paje en la casa del Cardenal Juan Morton,
canciller del rey Enrique VII y Arzobispo de Canterbury. Juan
Morton fue el encargado de convertir Inglaterra en un estado
moderno al estilo que Luis XII estaba llevando en Francia y como
Fernando e Isabel estaban también haciendo en España. La
debilidad de la alta nobleza inglesa causada por la guerra civil
de las dos rosas que había llevado al exterminios de las dos
familias rivales y al triunfo de los Tudor, favoreció el
nacimiento de un Estado moderno dinamizado por personas formadas
en las enseñanzas clásicas y con vocación de servicio a los
demás.
De este modo, el adolescente Tomás Moro se fue haciendo en los
rudimentos de la vida pública inglesa. A parte, prosiguió sus
estudios de leyes en Oxford y Londres, convirtiéndose en un
humanista interesado en el griego y en otros saberes clásicos.
Sin embargo, el joven Moro tenía una sensibilidad espiritual que
le llevó a llevar una vida ascética y al trato con los frailes
menores del convento de Greenwich. Incluso a los 24 años,
decidió permanecer cuatro años, de 1498 a 1502, con los
cartujos de Londres, llevando su vida y pensando que quería Dios
de su vida. No obstante, Tomás Moro llegó a la conclusión de
que su sitio estaba en seguir a Dios desde su vocación laical, a
través del matrimonio y creando una familia.
En 1505 Tomás Moro encontraba el amor en la persona de Juana
Colt con quien tendrá cuatro hijos. Sin embargo, poco tiempo
después, en 1511 fallecía la mujer de Tomás Moro. El joven
letrado, viudo y con la carga de mantener material y
esencialmente educar a cuatro niños, casó de nuevo con Alicia
Middleton, que también había enviudado y tenía una hija de su
primer matrimonio. Tomás Moro se convirtió en algo más que un
cabeza de familia convencional. Su familia, en un concepto de
familia amplio y no nuclear, del que formaban parte una ama de
casa y una hermana de leche de su mujer, se convierte en un
núcleo donde se vive una intensa religiosidad y práctica de la
Fe. Tomás Moro oye Misa todos los días, práctica una rato
largo de oración, viste en su interior camisas de áspero tejido
que le sirven de cilicio penitencial, acciones que le sirven para
tener un alto concepto de la entrega a los demás y de dirección
espiritual de sus próximos, como su familia. Este intimismo
religioso del que forma parte Tomás Moro, es practicado por un
reducido número de personas de alta formación humanística y
espiritual, que pretenden alcanzar a Dios a través de la
oración, el recogimiento, la meditación y la práctica
ascética. Esta Devotio Moderna marcará a Tomás Moro y
a hombres de su tiempo como Erasmo de Rotterdam, Tomás Kempis y
Adriano de Utretch.
En cuanto a su vida pública, su formación al lado de Juan
Mortón le sirvió para proseguir a las órdenes de Enrique VII y
su actividad profesional representando los intereses de los
comerciantes ingleses ante los del otro lado del canal de la
Mancha le dio un gran prestigio como jurista. En 1504 Tomás Moro
era elegido por el rey para representar a la ciudad de Londres en
el parlamento inglés, era su primera intervención directa en la
vida pública. Cuando en cinco años después murió Enrique VII,
el nuevo rey Enrique VIII le revalidó en el cargo y es encargado
de misiones diplomáticas en Francia y Flandes, en una de las
cuales conocerá al joven príncipe Carlos Habsburgo, futuro
emperador de Alemania.
Su carrera política prosigue con brillantez y al poco tiempo
entra a formar parte del consejo del reino del canciller del
reino, el Cardenal Tomás Wosley. A partir de entonces será juez
presidente de un tribunal, vicetesorero y portavoz de la Cámara
de los comunes en 1523. Aunque sin olvidar su cultivo de la
cultura, Tomás Moro es un humanista reconocido que se escribe
con los mayores intelectuales de la época como Erasmo de
Rotterdam, Luis Vives o Pico de la Mirándola. Como ellos y por
su vocación política escribe Utopía, su obra más conocida y
divulgada. En Utopía el letrado londinense proyecta su modelo de
sociedad. Si en un primer momento el libro es una crítica
abierta a una sociedad europea que se va transformando y
modernizando, pero perdiendo los valores que la forjaron en
beneficio del dinero. Después, Tomás Moro se extiende
idealizando una sociedad donde la guerra, los abusos de los reyes
y el interés por los materiales preciosos están marginados. Al
contrario la sociedad que describe es igualitaria, los hombres y
las mujeres trabajan por igual y familia es la base de la
sociedad de Utopía. No es casual que cuando Hernán Cortés
parta a la conquista del Imperio Azteca, este libro se convierta
en la obra de cabecera del insigne conquistador.
Sin embargo, en aquel momento Inglaterra esta perdiendo su
prestigio internacional. La alianza de Inglaterra con Francia por
la acción política de Tomás Wosley lleva a un fracaso tras
otro y la vida disipada del canciller convence a Enrique VIII
para que sea sustituido. En 1529 Tomás Moro es nombrado
canciller y se convierte en el primer laico que ocupa la jefatura
del gobierno. No obstante, en la cúspide de su carrera política
es cuando Tomás Moro tendrá que demostrar su valía como
persona coherente con sus ideas. Enrique VIII decide repudiar a
su mujer, la reina Catalina, emparentada con el poderoso Carlos I
de España y V de Alemania. El hecho volvía a plantear un
intento de la realeza inglesa por imponerse a la autoridad de
Roma en un tema absolutamente canónico. El rey finalmente decide
tomar la jefatura de la Iglesia de Inglaterra para subordinarla a
sus intereses sensuales.
Tomás Moro fiel a la verdad, mantiene la coherencia de su
pensamiento y dimite en 1532 de su puesto de canciller al
oponerse a la desobediencia a Roma. Su retirada de la política
estará acompañada por el abandono de muchos de sus antiguos
conocidos y una vida marcada por la estrechez económica. Dos
años después, en 1534 Enrique VIII le propone el juramento de
aceptación del cisma anglicano, que Tomás Moro sigue
rechazando, siendo apresado y encarcelado en la Torre de Londres.
En este momento es donde el carisma personal de Tomás Moro toma
más altura al mantener su postura frente a las amenazas y llevar
su entrega hasta el mismo momento de aceptar la injusta condena a
muerte con la designación del deber cumplido. En 1886 será
beatificado junto a otros mártires ingleses y en 1935 canonizado
por Pío XI, con ocasión del cuarto centenario de su martirio.
La vida de Tomás Moro desarrolla una actividad pública al
servicio de la persona que le lleva a defender sus ideas con
coherencia, serenidad profesional y llega al total
desprendimiento de la vida cuando debe mantener la defensa de la
verdad, apoyándose en su fortaleza interior. El estadista
inglés se proyecta desde el pasado como un modelo de hombre
político al que los católicos pueden seguir para desarrollar su
vida pública en el siglo XXI al servicio de la justicia.
La naturaleza y la responsabilidad que conlleva la vocación a la
acción política consisten en usar el poder legítimo en
consecución del bien común de la sociedad. En este sentido, el
político católico no debe dejarse llevar por los intereses
personales o de partido, sino buscar el bien de la totalidad de
la sociedad, y en primer lugar de los más desfavorecidos. La
preocupación que debe mostrar el político católico debe estar
en luchar por la justicia y la igualdad de oportunidades. Las
personas que pierden el vagón, que quedan abandonadas ante la
competencia de hoy, los relegados de la vida moderna deben ser
los que queden más amparados por la actividad de los católicos
públicos.
Sin embargo, en la actual sociedad pluralista, el político
católico se encuentra con la delicada misión de discutir leyes
que plantean concepciones contrarias a la conciencia. No debe
refugiarse en un lugar arrinconado y puro, sino de dar testimonio
público de su Fe en al calle y vivir con coherencia con sus
principios.
Esto significa que el político católico debe hacer todo lo
posible para que la ley positiva se identifique al máximo con la
ley natural. Por tanto, el derecho a la vida del ser humano, se
convierte en la primera y principal trinchera del político
católico. La persona humana desde su estado embrionario hasta su
fase terminal debe estar protegida y a salvo de todo tipo de
agresión o manipulación. Lo mismo ocurre con la defensa de la
familia como célula básica de la sociedad y escuela de valores
de los niños. A pesar de los frutos apreciables de las
sociedades salidas del comunismo, donde la familia fue atacada
con una legislación contraria. En el occidente capitalista, el
relativismo impregna una sociedad que aprueba todo lo que quede
respaldado por la mayoría parlamentaria. De este modo, en la
actualidad se aprueban leyes contrarias a la unidad familiar y
otorga validez legal a las uniones de hecho, incluso del mismo
sexo.
La obligación del político católico está en defender y
fortalecer la familia, muchos males sociales tienen su origen en
la desintegración familiar, por lo que se da la necesidad de
educar a los jóvenes en los valores familiares y formar con cada
matrimonio una verdadera escuela de humanidad. El ejemplo de
Tomás Moro como padre de familia y a la vez como hombre
coherente con sus principios se proyecta de manera clara. Los
más necesitados como los no nacidos, los ancianos o los enfermos
incurables quedan en la actualidad indefensos ante leyes que no
respetan sus derechos más elementales. El legislador católico
tiene la obligación de servir de portavoz de sus intereses y ser
el máximo defensor de unas personas que por su falta de
rentabilidad social pueden verse despreciadas, marginadas y
alentadas a aceptar una solución interesada.
En cuanto al efecto de la globalización, el pensador español
Ortega y Gasset ya anunciaba sus efectos con la denominación de
mundialización, pero este fenómeno del desarrollo de nuestro
tiempo no se circunscribe únicamente al campo económico, basado
en la libre iniciativa de mercado y que determina la producción
y los precios. Sino que la globalización y el neoliberalismo
imperante tienen una dimensión cultural y política que afecta a
la ciudadanía de nuestros países. Ante la cultura de la muerte,
Juan Pablo II lleva defendiendo en sus 23 años de pontificado "la
cultura de la vida". Si la globalización se produce en
el campo económico, porque debe seguir un efecto paralelo en los
auténticos derechos humanos. ¿Qué papel tienen los más
necesitados de la sociedad, los enfermos, ancianos y no nacidos
en la futura aldea global?.
Para un político católico del siglo XXI el primer principio que
ha de regir la globalización es el valor inalienable de la
persona humana, base de todos los derechos humanos y del orden
social. En un momento en que la investigación científica
plantea nuevas fronteras como la clonación humana, el legislador
católico debe, desde la defensa de los derechos de la persona,
evitar la reducción del hombre a un producto comercial que
responda a los intereses de unos pocos.
Sin embargo, aunque la globalización signifique un aumento de la
interdependencia en el mundo y los desastres como guerras,
enfermedades, limpiezas étnicas, crisis económicas... implican
una dimensión mundial que llega a nuestros hogares a través de
la universalización de la comunicación. Este fenómeno también
tiene la contrapartida de proceder a una concienciación
internacional de la solidaridad. Si los individuos, cuanto más
indefensos son, más necesitados están del apoyo de sus
semejantes. El político católico se ve en la necesidad de
ayudar a entretejer una red de solidaridad internacional hacia
los necesitados de otras partes del mundo. Los problemas tienen
dimensiones internacionales y las respuestas no bastan que sean
nacionales, han de tener la participación de todos los países
con medios a su alcance.
Sin embargo, el efecto de la globalización no debe tender a la
uniformidad y a la asimilación de todos, perdiendo los pueblos
su identidad y prerrogativas. Desde siempre el catolicismo ha
defendido el derecho de subsidiariedad y el político católico
debe actualizar la defensa de un principio que fue defendido por
los católicos sociales de principios de siglo XX y que ahora es
imprescindible. Cada persona, familia, comunidad, nación tiene
el derecho a mantener sus competencias y regirse según sus
costumbres. La globalización no tiene porque absorber
anónimamente a los pueblos y perder una variedad cultural y
social que identifica a la persona con las raíces de su origen.
Por tanto, la integración que propugna la globalización para
que sea útil debe contar con políticos católicos que defiendan
las garantías sociales, legales y culturales de las personas,
las comunidades nacionales y los grupos intermedios. Elementos
estos últimos necesarios para vertebrar una sociedad moderna. Al
mismo tiempo, el político católico debe sentirse apoyado e
inspirado por una realidad viva de un catolicismo social y
dinámico, que alimente un asociacionismo ciudadano que plantee
problemas y soluciones, y que desde su fortaleza organizativa
haga que el político, portavoz de sus intereses canalice la
nueva situación de la globalización por los lindes del progreso
de la dignidad humana.
José Luis Orella.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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