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Mas allá de la satanización de Le Pen.
Los imprevistos resultados electorales de Jean-Marie Le Pen, cosechados en las dos rondas presidenciales francesas, han levantado ríos de tinta, encendidos debates y una casi absoluta unanimidad. Más allá de las apariencias, más allá de su satanización, ¿qué hay en el fondo de este fenómeno?
La "sorpresa" Le Pen.
Le Pen ha logrado suscitar la unión de los contrarios,
una postmoderna Santa Alianza: socialistas, derechistas,
liberales, comunistas, ecologistas, trotskistas
¡todos
juntos contra el enemigo común!
Las reacciones y los argumentos esgrimidos han sido muy
similares: Le Pen, un fascista que niega el Holocausto y que,
con la demagogia más bastarda, ha sabido tocar algunas teclas
del sistema para llegar a un electorado inculto, atemorizado e
inseguro frente a la globalización, la Europa de Bruselas y la
"inmigración salvaje". Para hacerle frente, se ha
propuesto más de lo mismo: más tolerancia, más educación
antifascista, invocación al voto útil, etc. Pero no se ha ido,
en general, a las causas últimas del problema.
Salvo unas pocas voces, algo disconformes, la unanimidad ha sido
total, especialmente en los juicios inicialmente emitidos. En los
días posteriores a la primera ronda, algunas opiniones empezaron
a matizarse, pudiéndose encontrar destellos de sentido común,
aunque dispersos y condicionados por hondos prejuicios
ideológicos. Una vez conocidos los resultados de la segunda
ronda, volvieron a escucharse las opiniones más comunes; siendo
el asesinato del populista holandés Pim Fortuyn el hecho que
eclipsó casi por completo el debate.
¿Nos quedaremos en los tópicos o iremos al fondo del asunto?
Está claro que, al poder dominante, lo anterior no le interesa.
Hacerlo así, tal como lo hizo desde París el sociólogo y
analista Ignacio Walker Cisneros para la revista electrónica cristiandad.org,
cuestionaría buena parte de los soportes ideológicos y mentales
del actual sistema. Unos partidos políticos que apenas se
diferencian, sean de izquierdas o de derechas. La banalización
de la existencia impulsada a través de la publicidad. Una
mentalidad común difundida e impuesta por los medios masivos de
comunicación, especialmente a través de la televisión, y
practicada a través del consumismo. Una ausencia de ideales
profundos y consistentes, sin que los "valores comunes"
(tolerancia, igualitarismo, antifascismo, laicismo
)
provoquen entusiasmos, salvo entre los profesionales
bienpensantes subvencionados.
Pese a los aspavientos, ha sido una sorpresa relativa. El Frente
Nacional apenas ha aumentado, en su número total, de votos
respecto a convocatorias anteriores. Lo ha hecho, pero
escasamente. Aunque no puede alegarse que no haya contando con
competidores en su "propio terreno". Ya lo intentó, de
alguna manera, Philippe de Villiers en las presidenciales del 95,
y Bruno Mégret (quien fuera delfín de Le Pen y se escindiera
del Frente Nacional con un tercio del servicio de orden, la mitad
de sus militantes y buena parte de sus cargos públicos, fundando
el Movimiento Nacional Republicano) estos días.
La división del voto entre 16 candidaturas, y una abstención
algo superior de lo habitual, explican el relativo éxito de Le
Pen en la primera ronda: superando a un candidato socialista
laminado por varias candidaturas de izquierda (Partido Comunista
Francés, radicales, soberanistas, ecologistas) y de extrema
izquierda.
Poca atención se ha dedicado al desmoronamiento del histórico,
"duro" y pro soviético Partido Comunista Francés, y a
la correspondiente cosecha electoral de los tres partidos
trotskistas beneficiados (Liga Comunista Revolucionaria, Lucha
Obrera y Partido de los Trabajadores), especialmente a la
recogida por Arlette Arguiller.
Esa es otra de las contradicciones del debate: alarma general
ante el ascenso -relativo- de la extrema derecha, pero
benevolencia ante la eclosión de una extrema izquierda que
difícilmente puede asimilarse al sistema capitalista y a la
"democracia burguesa".
Juicios y
controversias.
¿Cuál ha sido, globalmente, la respuesta mediática
ante el "ascenso Le Pen"? Así la describía, con un
cinematográfico sentido del humor, David Gistau en su columna de
La Razón el pasado día 1 de mayo: "Quebrantando
todas las reglas democráticas y evidenciando escasa elegancia
deportiva en la aceptación de la derrota, los demócratas se han
aliado en una turba linchadora -sogas, antorchas y azadas- que
intenta derribar las puertas del castillo de Le Pen como si fuese
el de Drácula: la muchedumbre vertebrada por el antagonismo de
un Monstruo, que es el enemigo necesario sacudiendo al vecindario
de su letargo de qué echan hoy en la tele".
Enrique de Diego, por su parte, en libertaddigital.com,
se sorprendía ante la reacción mediática, al considerar que
los medios han ocultado, inicialmente, el previsible ascenso
lepenista, para luego pasar a "diabolizarlo",
interpretando lo sucedido en clave de "autocensura".
Profundizando en su juicio, a su entender, "millones de
franceses han castigado a un stablishment que no hablaba de la
realidad", a la vez que aseguraba que la seguridad
ciudadana es un corolario fundamental de la libertad. La
izquierda, por su parte, es miope si afirma que el aumento de la
delincuencia nada tiene que ver con la inmigración. Además,
continuaba, "En el islamismo, con perdón, hay una alta
dosis de xenofobia. Y en las naciones europeas una alta dosis de
estupidez. Una combinación desvertebradora, casi explosiva. En
todo caso, desvertebradora".
Visto el espectáculo, ¿de donde proceden los millones de
electores lepenistas?
Michèle Alliot - Marie, presidente -entonces- del principal
partido de la derecha, el neogaullista R.P.R., y reciente
ministro de Defensa, respondió de la siguiente manera a una
pregunta del diario El País, el pasado 28 de abril,
sobre la procedencia de los electores de Le Pen: "Sólo
un tercio de su electorado corresponde a la ultraderecha
clásica. Un tercio procede de la derecha moderada, que quiere
expresar su insatisfacción, por ejemplo con la fiscalidad; y
otro tercio viene de la izquierda, socialista y comunista,
ciudadanos exasperados por la inseguridad que viven a diario en
las viviendas sociales y los barrios difíciles". Tales
afirmaciones ya nos proporcionan algunas pistas de cierto
interés que encontraremos repetidas, en otros analistas de
ideologías dispares.
Mario Vargas Llosa, en su artículo de opinión publicado en El
País, en su edición del día 28 de abril, aseguraba que
los sectores que votaron a Le Pen fueron, fundamentalmente, "proletarios,
clases medias bajas y desempleados", ratificando, en
buena medida, la opinión antes recogida. Y ello le llevaba a la
siguiente reflexión, en un intento de profundizar: "Estos
sectores simplemente, han llevado a sus últimas consecuencias la
insensata e irresponsable campaña de cierta izquierda
retrógrada -sobre todo en Francia- contra la globalización, la
internacionalización de la economía y un mundo integrado e
interdependiente, presentado como una conspiración del
neo-liberalismo y las transnacionales para esquilmar a los pobres
y devorar la soberanía de las naciones". Ya
encontramos una presunta responsable: la demagogia de la
izquierda. No podía ser menos, tratándose de un liberal.
Otros analistas, de convicciones muy distantes de las anteriores,
llegan a similares conclusiones, aunque por otras vías.
En su editorial del día 28 de abril, el propio diario El
País aseguraba que: "la socialdemocracia se verá
obligada a repensar el catálogo de sus convicciones, en un
entorno que va mucho más deprisa que la capacidad de sus
líderes para adaptarse", afirmando que "es obvio que
el viejo modelo social europeo, que ha venido tratando la
inmigración como una obligación humanitaria, no sirve para
manejar los cambios producidos por la instalación de unos 15
millones de personas de otras partes del mundo en la última
década".
Daniel Cohn - Bendit (El Mundo, 30 de abril), desde su
reciente militancia "verde", compartía el anterior
análisis, asegurando que "El fracaso electoral remite
al fracaso del proyecto y a la ausencia de unos cimientos
políticos en la izquierda plural", exigiendo como
recurso inmediato frente al ascenso electoral de la extrema
derecha "un sistema proporcional en las
legislativas". A su entender, respecto a los partidos
políticos de izquierdas, percibe que "La gente de abajo
tiene la impresión de no ser comprendida por la de arriba"
y que "los partidos políticos de izquierda están
exangües y paralizados. Se han convertido en lugares de intrigas
sibilinas y maquinaciones para conquistar el poder",
finalizando su reflexión deseando que "¡Ojalá fueren
capaces de volver a tener vínculos con el sindicalismo, con la
vida asociativa, con los intelectuales y con la sociedad
civil".
Para otros analistas, la derecha es la responsable directa del
cataclismo.
Es el caso de Paolo Flores D'Arcois (El País Domingo,
28 de abril), quien diferenciaba allí entre una derecha
conservadora y liberal y una derecha populista y
antidemocrática. La segunda ya no es marginal. Frente a la
ascensión de sus extremistas, la derecha democrática puede
hacer dos cosas: la condena explícita (lo que ha hecho Chirac),
o "considerar que los enemigos están sólo y siempre a
la izquierda" (Berlusconi y Stoiber). Esa derecha
antidemocrática estaría alimentada por el populismo, el
chovinismo y la xenofobia. A su juicio, la tentación ante el
discurso ultra es "dar espacio a los argumentos de la
extrema derecha en lugar de combatirlos con la energía más
radical". La verdadera culpa de la izquierda, afirmaba,
no es su división, pues "El problema es no haber
entendido el auténtico significado de la oleada de
'antipolítica' (o más exactamente de antipartidocracia) que
desde hace años y cada vez en mayor medida va invadiendo las
democracias europeas". Sin embargo, esa crítica a los
partidos encierra una "potencialidad progresista que
habría podido renovar en las formas de organización y en los
contenidos de la propia acción". Frente a la "política-espectáculo"
proponía "reinventar la política", siendo la
izquierda la fuerza más capacitada, siempre a su entender, para
adaptarse y afrontar con mayor éxito el reto.
Miguel Herrero de Miñón (El País, 28 de abril)
atribuía a la abstención buena parte del terremoto, motivada
por "la pérdida de identidad de las principales
opciones en liza, que amenaza con ser signo de la pérdida de
identidad del cuerpo político, la Nación; y el desprestigio de
los dirigentes". La identidad y la seguridad, a su
juicio, serían los grandes valores en juego. Por lo tanto, la
crisis ya no sería tanto de los partidos, como del propio
sistema.
Ramón Vargas - Machuca Ortega, en El País (29/04/02)
ratificaba, desde otros presupuestos, el juicio anterior.
Consideraba que se impone una labor de "repensar la
democracia" a partir de: "el lugar de los
principios", "las estratagemas falaces o la
competencia cívica" y, por último, "mayor
responsabilidad". Respecto a los primeros asegura que "Los
principios devienen un subproducto de una idéntica voluntad de
poder, los partidos terminan pareciéndose, son redundantes no
sólo porque ofrecen lo mismo, sino porque en el fondo quieren lo
mismo. Una relación así, con los principios, oportunista y a
título de inventario, pervierte el sentido de la competición
democrática y engendra la más absoluta desasistencia
ciudadana".
Hermann Tertsch (El País Domingo, 28 de abril)
resumía, de alguna manera, los puntos de vista hasta ahora
expuestos. Así, "El primer gran indicio de que, en este
mundo globalizado, con todas sus tensiones y peligros,
desaparecida la bipolaridad, lanzando Estados Unidos a la
manifestación universal de su potencia única e incontestada, en
Europa surgen viejos y nuevos fantasmas que acechan amenazantes
en el camino hasta ahora lógico y perfectamente asumido de la
unificación y homogeneidad política, social y económica".
Pero "Hoy, otra vez, los partidos de izquierda andan
errantes entre diversas correcciones políticas timoratas,
cómodas para sus elites, incomprensibles para sus bases
naturales. La derecha democrática, minada por la mediocridad y
la corrupción, Chirac es el mejor ejemplo, hace seguidismo de
los lemas de ultraderecha para después verse saqueada de votos
por la misma", alimentada por "Los sectores
sociales que se consideran perdedores absolutos de una evolución
vertiginosa del mundo sobre la que no tienen influencia alguna.
El miedo al extraño -al inmigrante- y el frío ante el mundo -la
inseguridad y la precariedad- los llevan a buscar protección
bajo el manto de las grandes soluciones simples".
Juan Alberto Belloch en La Razón del día 1 de mayo,
intentaba "despejar el bosque". Para ello
resumía, en las siguientes, las numerosas causas que han
identificado los autores mediáticos en el origen del lepenismo:
crisis del actual modelo democrático caracterizado por la
supuesta pérdida de identidad de los grandes partidos, crisis
general de la social-democracia y, por último, incremento de la
criminalidad y el desbordamiento del fenómeno inmigratorio
(elementos que se pretender asociar). Ante el tercero y más
evidente a su juicio de los citados fenómenos, propone el
siguiente remedio: "hospitalidad y vigor en la
aplicación de la ley. Ningún viajero bien acogido rompa los
deberes que le ligan al país que los recibe".
Jean-Cloude Kaufmann en el diario Le Monde, el día 26
de abril aseguró, en resumen, que Francia está culturalmente
dividida, según recogía Patricia de Souza en La Razón el día
1de mayo, pues: "El voto por Le Pen es un rechazo
rotundo de los fenómenos más evidentes de nuestra época"
(que concretaba en mundialización, equilibrio, identidad).
Y Juan Pedro Quiñonero en el ABC, del 2 de mayo,
afirmaba que "El día 21 de abril pasado, 11'7 millones
de franceses se abstuvieron de votar porque consideraban que
ninguno de los 16 candidatos que se presentaban en la primera
vuelta de las elecciones presidenciales decía cosas capaces de
mejorar su vida cotidiana. Ese mismo día, otros 2'9 millones de
electores votaron a la extrema izquierda, mientras que otros 5'5
millones votaron a dos candidatos de extrema derecha. En total
con un censo de 41'19 millones de electores, unos 20'1 millones
de franceses consideraron que los partidos políticos
tradicionales se ocupan tarde, poco y mal de sus problemas
ordinarios".
Ignacio Sotelo, en El País del día 3 de mayo, llegando
más lejos que nadie, sentenciaba que "Por lo tanto, el
ascenso de la extrema derecha en Europa se revela el canto del
cisne de un Estado nacional condenado a desprenderse de sus
antiguas ideologías, estructuras y buena parte de sus
competencias".
Federico Jiménez Losantos, por su parte, en El Mundo,
el día 30 de abril, realizaba su propia interpretación del
fenómeno, buscando paralelismos con la situación política
vasca, afirmando, entre otras cosas, que: "Tiene razón
Savater en El País cuando dice que, pese al miedo que dicen que
suscita o debería suscitar Le Pen en Francia, al fin y al cabo
el líder del Frente Nacional no ha llegado a los extremos de
racismo delirante de Sabino Arana, al que rinde culto el
nacionalismo vasco que también ha creado su propio Frente
Nacional sobre la doctrina común de la Declaración de
Estella".
Elena Atxaga, rompiendo la relativa unanimidad de los juicios
emitidos, en un artículo titulado "Le Pen el galo",
publicado en elsemanaldigital.com número 74 (22 de
abril), afirmaba que: "las personas no viven de los
tópicos ni de las palabras, que democracia y libertad no son un
tótem al que haya que sacrificar la libertad real de nadie y que
tampoco son una carta blanca para sumir al pueblo en la
postración".
Otro analista crítico ha sido Pascual Tamburri (elsemanaldigital.com,
número 75, 29 de abril), al juzgar que "En realidad, el
único fascismo que se ha visto en Francia es el de los enemigos
de Le Pen", considerando que un "fantasma
recorre Europa: la voz del pueblo pidiendo soluciones efectivas
para los problemas de cada día". Sus electores "miran
más a lo tangible que a las grandes palabras".
¿Un Le Pen para
España?
Ya hemos mencionado la particular interpretación de los hechos
efectuada por Federico Jiménez Losantos, quien encontraba
sorprendentes conclusiones aplicables inmediatamente a España.
Pero, la cuestión, pensamos, es otra.
Santiago Pérez Díaz, en El País del día 28 de abril,
juzgaba que España es una excepción al avance de los partidos
extremistas de derecha por las siguientes razones: "Primero.
El efecto positivo de la transición política y el ánimo
abrumadoramente mayoritario de no repetir los errores del pasado,
y homologar nuestro sistema político con las democracias
europeas, creándose un consenso de animosidad hacia el régimen
anterior. En segundo lugar, esta tendencia se cimentó con el
fallido golpe de Estado del 23-F, que supuso una revacunación
contra cualquier veleidad de acudir a la fuerza para resolver los
problemas o prescindir para ello de los cauces
constitucionales". Pese a ello, a su entender, crecen
las circunstancias que alimentan el caldo de cultivo para que
aparezca una organización de extrema derecha, que concreta en: "inmigración,
la seguridad ciudadana, voto de protesta contra el sistema
político y, en España, el terrorismo". Pero para ello
no hay líderes, siendo también el caso del único partido
español que se identifica plenamente con Le Pen: Democracia
Nacional, al que falta un caudillo carismático, mostrando,
además, y siempre según su criterio, una evidente incapacidad
para entenderse y llegar a acuerdos de integración con otros
grupos. A juicio de José Luis Rodríguez Jiménez, varias
tendencias podrían integrar la base de un movimiento de extrema
derecha en España: neofranquistas, neofalangistas, derecha
nacional, neonazis, nacionalbolcheviques, coincidiendo todos
ellos en el rechazo a la democracia, a las autonomías, a la
integración europea y a los emigrantes. Dicho autor menciona,
por otra parte, varios experimentos populistas en España,
frustrados en los últimos años, y que no se pueden asimilar
simplemente a los anteriores: el CDS de Mario Conde, el GIL y la
Agrupación Ruiz Mateos.
Pascual Tamburri, en el artículo antes citado, y mirando a
España, entendía que se dan todos los elementos que han hecho
posible el fenómeno Le Pen: "periferias urbanas
degradadas, barrios conflictivos, inmigración ilegal masiva,
campos abandonados, autoridad del Estado puesta en discusión,
delincuencia extranjera, recursos públicos regalados a los
recién llegados, paro y subempleo". Hay un hueco
electoral, aseguraba, pero el experimento del GIL no pasó de lo
bufonesco, pues "Ni tenía un programa ni su vocación
era servir al pueblo". Resumía, sintéticamente, la
situación de la siguiente manera: "Los distintos
movimientos asimilables al Frente Nacional francés son
interclasistas, si se quiere xenófobos e indudablemente
radicales en sus posturas, aunque no son ni de izquierdas ni de
derechas. Y son, a diferencia de Jesús Gil, los portavoces de
los perdedores de la globalización y de la unificación
bruselesa".
Hace ya casi tres años, en estas mismas páginas, nos
preguntábamos si era posible la creación y despegue de un
partido de protesta -o lepenista- en España. La conclusión fue
negativa. Y desde entonces, no parece que las circunstancias
hayan cambiado sustancialmente. Pueden darse ciertas condiciones "objetivas"
favorecedoras de su aparición, pero no se observan pasos
decididos en encuadrar y movilizar esos sentimientos. Los
grupitos populistas, que pudieron, en su día, haber sido base de
partida para un movimiento de protesta, han sufrido fatídicas
suertes: el CDS reflotado por Mario Conde se ha hundido
definitivamente, el GIL sigue la agónica suerte de su líder
perseguido por la justicia, y de la Agrupación Ruiz Mateos,
desde el cambio de su denominación, nada se ha sabido.
Por otra parte, entre las "familias" políticamente
asimilables al concepto de "extrema derecha", sigue sin
destacar un polo de atracción que supere su endémico carácter
grupuscular. No aparece la figura de un líder carismático que
sea la locomotora de un movimiento -populista, de protesta, o
ultraderechista- de las características antes citadas.
Un intento de
reflexión desde una identidad católica.
Europa asiste desconcertada a la irrupción, en sus ciudades y
pueblos, de millones de inmigrantes provistos de una identidad
fuerte: el Islam. Curiosamente, las prevenciones y prejuicios que
se aplican al catolicismo en toda Europa, marginándolo, no
cuentan al tratar con el Islam. De forma paradójica, se ha
producido un fenómeno paralelo al de la descristianización del
continente europeo: su desarme moral. Y muchos ciudadanos
desarraigados, que asistente perplejos ante las contradicciones
del sistema y el alejamiento de la política, sufren
cotidianamente los zarpazos de la delincuencia, un relativismo
vital que les priva de defensas ante los envites de la vida, etc.
Así se viene formando un caldo de cultivo apropiado para un Le
Pen que propone soluciones toscas pero claras. Pero no olvidemos
que éste no partió de la nada. Ya existía en Francia una
prensa de "derechas", algunas modestas editoriales,
unos círculos radicales (desde nostálgicos de Vichy, de la
Argelia francesa, maurrasianos, tradicionalistas y
legitimistas
), unas activas asociaciones estudiantiles de
convicciones nacionalistas y revolucionarias, diversos
"laboratorios de ideas de derecha" que trabajaban la
cultura y la "metapolítica", etc.
Y vemos que una base humana y orgánica de esas características,
en España, apenas existe. Con el final del franquismo y la
consolidación de la democracia, la derecha radical ha sido
incapaz de configurarse. Su electorado, aunque lo haga con
protestas y tapándose la nariz, vota, convocatoria tras
convocatoria, por el Partido Popular, al igual que lo hizo,
anteriormente, por Alianza Popular.
Veíamos, pues, que existe una falta de ideales en las sociedades
europeas. Cuando los temores de algunos sectores sociales son
afrontados por un demagogo, con cualidades y un programa
sencillo, que promete seguridad, puede generarse un movimiento
anti-sistema. Esto ha ocurrido en Francia y en otros lugares de
Europa, aunque no todos esos movimientos compartan la misma
naturaleza ni sean homogéneos en sus manifestaciones y
programas.
La Iglesia francesa también ha criticado las actitudes y
propuestas de Le Pen. El arzobispo de París, Jean-Marie Lustiger
denunció, el mismo día 22 de abril, que Le Pen utilizara frases
de Juan Pablo II para pedir el voto en la segunda vuelta. "No
tengáis miedo" y "cruzad el umbral de la
esperanza". Así se dirigió Le Pen a sus posibles
electores en la noche del 21 de abril. Lustiger aseguró, ante
ello, que "La Iglesia y los cristianos no pueden aceptar
que, al servicio de la polémica electoral, se cambie el
significado de los símbolos y las convicciones religiosas".
Tal vez poniendo la venda antes de la herida, después del
constante acoso sufrido durante estos años, los obispos
franceses han querido clarificar, desde la raíz, su posición:
¡sólo faltaba que se les acusara de lepenistas! Sin embargo,
hace ya unos cuantos años, un prestigioso mensual internacional
católico, 30 días en la Iglesia y en el mundo, hablaba
de las dos almas del Frente Nacional: la católica y la pagana
(refiriéndose, con esta segunda denominación, a los paganos
procedentes de los cenáculos de la llamada "Nueva
Derecha"). Pero, de esto, ya han transcurrido bastantes
años. Es comprensible que la Iglesia francesa quiera delimitar
el debate, profundizando en las razones últimas de la crisis,
mas allá de superficiales reacciones instintivas e ideológicas:
en definitiva, debe cumplir con la obligación de orientar a sus
fieles con seriedad y colaborar en la consecución del bien
común.
Curiosamente, y como dato sociológico a considerar, señalemos
que el Frente Nacional ha arraigado en casi toda Francia, pero
haciéndolo en menor grado en las regiones agrícolas y
católicas de la fachada atlántica (allí donde todavía quedan
rescoldos del pueblo católico que un día allí vivió).
E-cristians, realizando el pasado día 2 de mayo una
rápida y precisa reflexión, aseguraba que todo lo escrito "revela
claramente dos hechos: la multitud de causas críticas que puede
haber provocado este insospechado resultado y el gran vacío que
reina en el campo de las respuestas concretas". Si eran
tantas las posibles causas de un éxito para la extrema derecha,
se preguntaba, ¿cómo no lo había anticipado nadie? Por una
parte, advertía el editorialista, algunos electores "no
votaron o se divirtieron con el voto protesta". Pero,
por otra, creía evidenciar un problema de ausencia de sentido,
pues "La democracia, para funcionar como todo acto
humano, necesita un sentido, esto es, la orientación y el
horizonte hacia el que avanzar a través de una ruta llena de
credibilidad". Pues, "La sociedad francesa, y
en gran medida la sociedad europea, ha renunciado a los valores
objetivos permanentes para substituirlos por concepciones
relativistas y así lo único que se está consiguiendo en
construir nuevos conflictos cada vez mayores". Por todo
ello, "Es necesario, sin más dilaciones, reflexionar
sobre las consecuencias del sentido de la sociedad que se está
construyendo".
Europa deberá volver a sus orígenes -a la vida y los valores
que le dieron consistencia- si quiere afrontar con realismo los
retos del presente y del futuro. Pero de nada servirán
invocaciones a valores o principios, por muy saludables que sean,
si no existe un pueblo que les dé vida y los encarne.
Juan Pablo II ya lo planteó, de forma clarividente, y hace unos
años, con su invocación a las raíces cristianas del
continente: ¡Europa, sé tú misma!
Fernando José Vaquero Oroquieta
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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