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En torno a Graham Greene.
Breves apuntes sobre la imagen pública y la realidad personal de un católico escritor de novelas
Hubo una época ya lejana en que este
escritor mantenía una aureola misteriosa de escritor inglés,
fino, tortuoso, eficaz... y católico. Ésta última condición
religiosa era como el aditamento preciso para apuntalar esa
aureola en un escritor de novelas sombrías, herméticas, negras,
de ambiente policíaco bastantes de ellas. Lo católico en Gran
Bretaña tiene algo de selectivo, refinado, por lo minoritario.
Desde la conversión de Newman, hubo un florecimiento del
catolicismo en medios intelectuales que se plasmó en escritores
que dejaron huella: Roberto Hugo Benson, Gilbert Keith
Chesterton, Hilaire Belloc, Evelyn Waugh, Maurice Baring ....
Greene se distinguía por sus concomitancias con la novela negra
y su hermanamiento con el cine. No en vano es el autor de "The
third man" ("El tercer hombre"), llevada a la
pantalla en 1949. Hubo muchas películas, aparte de esta, basadas
en sus obras: "A gun for sale" en 1942
("El cuervo", en España); "The fallen
idol", 1947 ("El ídolo caído"); "The
power and the glory", 1947 ("El fugitivo"); "The
end of affair", 1954 ("Vivir un gran amor") "The
human factor", 1980 ("El factor humano") y
bastantes más.
La impresión que causaba su obra era la de algo muy elaborado,
muy calculado, podría decirse que artificioso. De hecho, casi
todas sus obras terminan trágicamente, exponiendo un problema
moral y teológico aparentemente insoluble. El cura de "El
poder y la gloria" muere con la convicción de estar en
pecado mortal, pero ofreciendo su muerte en ayuda del prójimo;
el protagonista de "The heart of matter"
("El revés de la trama") se suicida, pensando que es
lo mejor para los demás y para él mismo, pero al hacerlo
confiesa su amor por Dios; el de "The end of the
affair" ("Vivir un gran amor" o "El fin
de la aventura") es un ateo que acaba creyendo en Dios a
través de su amante, pero es para odiarle por creer que es la
causa de la muerte de ésta... etcétera. Esta pertinacia en
elaborar finales desgarradores que envuelven problemas insolubles
desde el punto de vista de la doctrina católica, parecían
destinados a provocar la polémica y con ella él éxito de la
obra. Era legítimo dudar de la auténtica catolicidad del
escritor; es decir, se podía pensar que estaba, en cierto modo,
utilizando el catolicismo para ensombrecer y prestar un cruel
dramatismo espiritual al relato.
Esta suposición no llegaba a borrar la aureola del escritor.
Persistía la realidad de su habilidad estilística, y la
sospecha de una espiritualidad equívoca llegaba a aumentar el
misterio y fascinación del personaje.
Por su parte, él declaraba con alguna frecuencia que no le
gustaba que le considerasen un escritor católico, sino
únicamente como un católico que escribía. En efecto, muchas de
sus obras no tocan, como no sea tangencialmente, el fenómeno
religioso.
En 1973, dieciocho años antes de su muerte, trabó gran amistad
con un sacerdote español, Leopoldo Durán, doctor en Teología y
Literatura Inglesa, y especializado en la obra de Greene. Greene
leyó algo que Durán había escrito sobre el significado de su
obra, le impresionó y quiso conocerle. De ahí surgió una gran
amistad. Llegaron a un convenio: todos los años, Greene se
tomaría unas vacaciones de un mes que pasaría en compañía de
Durán viajando por las rutas de España. Y así lo hicieron
durante todos esos años hasta la muerte del autor inglés en
1991. Tuvieron innumerables charlas, visitaron muchos pueblos,
fueron buenos camaradas, se divirtieron, bromearon, y riñeron
unas pocas veces.
En 1996 Leopoldo Durán publicó un libro: "Graham
Greene, amigo y hermano", relatando su relación con el
escritor, reproduciendo sus conversaciones, los incidentes de sus
excursiones, así como sus impresiones sobre la personalidad de
Greene.
Durán apreciaba y admiraba a su amigo, pero su libro no es un
panegírico y sus palabras respiran verdad. Leyéndole se
aproxima uno bastante bien al conocimiento de la personalidad de
Greene. Y lo que ocurre es que esta realidad humana es inferior a
lo que había uno esperado. Se sufre alguna decepción. No es que
sus defectos empañen alguna inmaculada figura producto de la
imaginación. Se trata, más bien, de que no responde a la imagen
preconcebida de hombre superior, enigmático, que reserva su
sabiduría. Durán lo califica a veces de gran hombre; pero no es
esa la idea que uno extrae de este libro. Se tiene tiene la
impresión de que nos encontramos ante un hombre bastante
corriente.
Esta es la primera sorpresa (si se puede llamar así) que se
siente cuando el carácter del escritor se va definiendo a
través de la narración de recuerdos de Durán. La aureola de
misterio e inteligencia refinada que nuestra imaginación creó,
queda bastante cuarteada y deslucida.
En gran parte, esta nueva valoración que nos vemos forzados a
realizar, la provocan las ideas políticas expuestas por Greene a
Durán en charlas y discusiones. Greene se nos presenta como un
izquierdista ingenuo, plano, aceptador de los lugares comunes al
uso. Decía aborrecer todas las dictaduras debido a su amor a la
libertad y la democracia; pero lo cierto es que no tragaba a las
dictaduras de derecha. Ayudó a Fidel Castro con envío de ropas
a Sierra Maestra, y siempre buscó excusas para los crímenes del
régimen castrista. Fué amigo personal de Daniel Ortega, y
ayudó igualmente, dentro de sus posibilidades, a los
sandinistas, así como a los guerrilleros de El Salvador.
También fué amigo de Kim Philby, el espía británico al
servicio de la Unión Soviética. Aunque, por supuesto, condenó
su traición ¿acaso no compartió con él, y con muchos
compañeros de Universidad, una simpatía apenas disimulada por
el régimen comunista? Estaba de moda.
Por el contrario, no podía admitir que una dictadura de derechas
pudiese promover el progreso de un país. Negaba que el régimen
de Franco hubiese podido hacer algo bueno en el aspecto social o
económico. Estos prejuicios fueron causa de algunas (no muchas)
riñas con Leopoldo Durán.
No podía uno suponer que un hombre al que atribuía inteligencia
de orden superior pecase de una visión tan maniquea del mundo, y
se aviniera buenamente a sustentar los clichés acostumbrados.
Pero esto es así, y no queda más remedio que aceptarlo.
Otro aspecto algún tanto sorprendente de su personalidad es que
era un auténtico católico, lo que derriba la imagen de un
virtuoso de la novela que introduce hábilmente el elemento
católico como un ingrediente más con la intención de provocar
la polémica y fascinar de algún modo al lector. No; queda
claro, después de leer a Durán, que Greene, pese a pulsiones
progresistas esperables en él, era católico de verdad. Su
progresismo era bastante menos acusado que el de muchos clérigos
de hoy, así como su fe era mayor bajo todas las apariencias.
Durante largas épocas en que mantuvo relaciones adúlteras
(estaba casado con una mujer católica y rechazó la posibilidad
de un divorcio civil como vía para un nuevo matrimonio), no
frecuentó los sacramentos. "Estas cosas yo las tomo en
serio. Sé que no estoy en gracia y que no puedo acercarme a la
Eucaristía", le comentó a Durán. En los últimos diez
años de su vida sí frecuentó los sacramentos. Distaba de ser
un católico ejemplar, su vida fué desordenada en su mayor
parte, y su fe sufría poderosos embates, aunque sobrevivía del
descreimiento que le acosaba. Era una fe agónica, similar a la
de Unamuno, según Leopoldo Durán. Murió en Suiza y Durán pudo
llegar a tiempo para administrarle la Extremaunción, pues así
se lo tenía prometido. Greene le reconoció, aunque no pudo
articular palabra.
En muchas ocasiones la obra de un creador se manifiesta
discordante con la personalidad de éste. Sugiere unas
cualidades, buenas o malas, que luego no se corresponden con la
naturaleza del hombre. Está el caso famoso de la frivolidad de
Mozart, que a primera vista parece incompatible con su genialidad
musical. Proust narra cómo le defraudó el conocimiento personal
de Anatole France, a quien idolatraba, y al que encontró muy
vulgar. La fina delicadeza poética de Juan Ramón Jiménez
resultaba discordante con la malignidad de que dió muestras con
sus colegas durante su vida. La grandiosidad y fastuosidad de la
música de Wagner se avienen muy mal con la mezquindad y codicia
de este compositor. Y así muchos ejemplos más.
Algo de esto ocurre con Graham Greene, como he señalado. Si bien
el personaje real no resulta despreciable ni mucho menos. Es más
cercano, más atormentado, más patético que la figura
imaginaria que evocaban sus obras. Más pequeño y más vulgar,
aunque también más honrado.
Es mucha la complejidad del ser humano. El artista no tiene por
qué ser un hombre excepcional en todo. Es en el instante en que
se apresta al trabajo de creación, cuando afloran las
virtualidades ocultas. Esto no es en esencia distinto de lo que
le ocurre al hombre ordinario cuando se extasía ante un paisaje,
se deleita oyendo una composición musical, se le ocurren ideas
sutiles, ingeniosas o llenas de grandeza. La diferencia estriba
en que el hombre común no posee el factor que le diferencia del
hombre considerado excepcional: el talento para expresar lo que
lleva dentro. Pero el talento no es algo que se pueda adquirir
con el trabajo. Es un don. Se tiene o no se tiene, sin que el
agraciado tenga ningún mérito.
Ese talento no tiene necesidad de emplearse en la vida de todos
los días. Y es en la cotidianidad de la vida cuando, en
bastantes ocasiones, hombres extraordinarios por su talento se
muestran únicamente en su condición usual de hombres ordinarios
sin más. El extra queda arrinconado por falta de utilidad. Surge
sólo cuando el hombre se aplica al trabajo de la creación
artística.
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Ignacio San Miguel
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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