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CARTAS

Revista Arbil nº 63

Ejército español y Marruecos, el origen de una difícil relación

por J. L. Allero.

Sintesis introductoria

La derrota del 98 causó una gran mella en el ejército. La búsqueda de culpables de la desaparición de las provincias de Ultramar llevó a considerar a los políticos dinásticos como responsables, por no haber satisfecho en su tiempo las demandas de material que hicieron los militares. Sin embargo, aunque hubo rumores de un posible golpe de fuerza encabezado por el general Weyler, todo quedó en cotilleos de salón, porque la milicia no podía ejercer el papel de salvador patrio, después, de volver derrotado de allende de los mares.

Entonces, se vio la necesidad de reformar el ejército, aumentando su armamento y reduciendo sus efectivos. Pero los planes del general Polavieja fueron excesivamente costosos y los recortes dados a su presupuesto le llevaron a la dimisión. Para colmo, las clases populares no veían con buenos ojos al ejército por ver como sus hijos partían a un destino incierto, mientras, los de los patriotas dinásticos se libraban mediante la redención metálica. Para no acrecentar esa fobia a los uniformes, los gobiernos liberales no creyeron pertinente crear unas fuerzas de orden público para implantar la seguridad en las calles. Por lo tanto, las autoridades locales y provinciales se vieron en la obligación de utilizar exclusivamente a la Guardia Civil.

Un cuerpo en el periodo moderado como auxiliar del ejército, pero que para entonces, ya formaba parte oficialmente del mismo. Su armamento y disciplina eran militares y por tanto, cualquier insulto o agresión a la Guardia Civil de un paisano se consideró un delito contra el ejército y el caso pasaba a la jurisdicción militar. Desde la detención de borrachos de fin de semana hasta la disolución de huelgas reivindicativas, la mayoría de los casos acabaron en los tribunales militares por los ataques y descalificaciones lanzados contra los uniformados. Como este delito era duramente castigado, el reo se encontraba condenado por una acusación peor que la que en principio había sido la causa de su arresto.

Además, se llegó a la instrumentalización política de la Guardia Civil cuando fue utilizada para reprimir los primeros conatos de los nacionalismos catalán y vasco, la resistencia al pago de las contribuciones por las cámaras de comercio, las huelgas obreras y el trasnochado levantamiento carlista de 1900. En todos estos casos se llegó a la suspensión de las garantías constitucionales y a la proclamación del estado de guerra. La Guardia Civil era la empleada en la disolución de los revoltosos y como su armamento era militar, todo encontronazo acababa con algún muerto. Si en los casos de los nacionalistas, la Guardia Civil fue identificada como un símbolo del centralismo liberal, en la represión de las protestas obreras fue la "benemérita" de los patronos y propietarios, y en el caso de los carlistas el instrumento con el que se reprimió su movimiento con la excusa del obscuro levantamiento de 1900.

En 1905, sucedió el caso del semanario satírico de "Cu-Cut". Un dibujo humorístico que puso en solfa al ejército por su derrota colonial, ocasionó el asalto de un grupo de oficiales de los talleres de "Cu-Cut" y de la redacción de "La Veu de Catalunya". Acto que tenía sus antecedentes en los ataques a "El Progreso" de Jativa en 1900, y al carlista "El Correo de Guipúzcoa" en 1901 . Este hecho tuvo una consecuencia jurídica de importancia porque el gobierno aceptó la reivindicación del ejército de pasar a jurisdicción militar todo delito de injurias o calumnias a las autoridades militares o corporaciones pertenecientes al ejército, que quedó detallado en la Ley de Jurisdicciones.

Este éxito incentivo el papel de intervención política del ejército. La milicia se reconoció como garante de la unidad nacional, y después de la pérdida de Cuba y Filipinas no iba a consentir que ocurriese lo mismo con Cataluña y el País Vasco. Por eso cuando sucedió el asalto a "Cu-Cut" varios oficiales de otras guarniciones se solidarizaron con los asaltantes. Además, para evitar pronunciamientos políticos de militares como en el siglo pasado, Cánovas del Castillo había creado la figura del rey soldado como en Alemania. En este país el káiser era visto como el jefe natural de las fuerzas armadas lo cual lo convertía en un elemento apolítico en las rencillas de los partidos y en cambio lo convertía en un instrumento fiel del jefe del estado.

En España sucedió lo mismo, pero el problema fue que Alfonso XIII se creyó su función y utilizó en demasiadas ocasiones tal prerrogativa. Los partidos dinásticos vieron como la autoridad civil con muchas dificultades le era posible imponerse al poder de la Iglesia, con respecto al ejército era imposible. La milicia siempre podía recurrir a su jefe natural, el rey, el cual se ponía de su parte. Para evitar problemas en todos los gobiernos el ministerio de la guerra fue ocupado por un militar hasta la II República, aunque hubo una excepción con La Cierva, que fue admitido por su carácter autoritario.

El ejército se convirtió en la fuerza medular del Estado vinculada directamente al rey . Esta función fue potenciada al adquirir un papel activo en el mantenimiento del orden público por carencia de una policía profesional. En España, el ejército no pudo mantener un objetivo de defensa exterior exclusivamente, como en Francia. Aquí la milicia tuvo que ejercer un papel activo en el mantenimiento del orden interior, ya que la Guardia Civil también formaba parte de esta.

El ejército necesitaba un desquite después de la derrota ultramarina para rehabilitarse ante la sociedad. Marruecos ofrecía esa oportunidad, ya que los países europeos se habían lanzado a una ocupación efectiva del continente africano. Antonio Maura era partidario de recuperar una posición de prestigio de España a través de una política exterior activa. La potenciación del ejército, un programa de rearme naval y la consolidación del dominio español en el norte de Marruecos fueron sus bazas más importantes.

Pero la movilización de reservistas catalanes para reforzar las unidades destacadas en Melilla provocó un estallido de la cólera popular contra el gobierno. La gente no estaba dispuesta a ver como sus hijos iban a una nueva guerra después de sufrir la derrota once años atrás. Además había que tener en cuenta que el partido conservador de Maura se oponía al establecimiento del servicio militar obligatorio porque con la redención monetaria los hijos de las clases medias, sostén de los conservadores, se libraban de luchar en las guerras coloniales.

Canalejas intentó modernizar al ejército y mantuvo la política africanista de sus antecesores para evitar que la hegemonía francesa en Marruecos fuese total. El político liberal copió de Francia las medidas más oportunas como la militarización del personal ferroviario en caso de huelga y la implantación del servicio militar obligatorio en 1912, que fue muy protestado por los sectores acomodados de la sociedad.

El conflicto marroquí se mantuvo intermitente, lo que ocasionó un conflicto corporativo. En tiempo de paz, los ascensos se concedían por rigurosa antigüedad en el escalafón. Con el alto número de oficiales algunos tenientes de la academia se dieron cuenta que nunca llegarían a ser generales en vida. Por tanto, la solución de la oficialidad joven fue la de partir a Marruecos y ascender por méritos de guerra. Pero como estos empezaron a prodigarse en demasiado número, los residentes en la península protestaron porque retardaba sus ascensos.

La consecuencia fue la organización de las Juntas de Defensa en diferentes armas del ejército, para defender corporativamente sus reivindicaciones y exigir el ascenso por antigüedad y no por méritos. Porque los gobiernos lo utilizaban para favorecer a sus correligionarios políticos. En 1917, las Juntas de Defensa estaban organizadas por toda España por el concurso de la infantería, ya que el arma de artillería fue la primera en organizarse de forma corporativa 28 años antes.

El gobierno se vio impotente para reprimir el movimiento juntero. Por el contrario, se vio en la necesidad de reconocerlo para poder contar con su ayuda en la represión de la huelga de 1917. Con el desgaste de los partidos dinásticos divididos en facciones personales. El ejército cobró mayor importancia como recurso alternativo para salir del caos político en el que se encontraba el país. La huelga de 1917 tuvo un peso importante en el ejército, porque posicionó a los miembros de la milicia junto a la Iglesia, la patronal y los sectores conservadores de la sociedad. Si en el siglo XIX, el ejército fue un reducto de hombres de ideología progresista, en el presente lo fueron de las doctrinas más tradicionales.

Pero Marruecos no iba a ser el revulsivo que el ejército esperaba, más bien todo lo contrario. La llegada del general Berenguer a la capitanía de Ceuta significó un relanzamiento de las operaciones sobre el terreno. Berenguer, militar culto y joven con respecto al resto de los de su grado, inició la toma de la Yebala en la parte occidental de la zona asignada a España. Una generación de jóvenes oficiales se iban a formar con él, militares que se harían famosos años después por sus convicciones políticas.

En la capitanía de Melilla, el general Silvestre, amigo personal del rey y teórico subordinado de Berenguer, alentado por el ejemplo de su compañero, llevó a cabo la ocupación del Rif para unir por tierra las dos capitanías. Sin embargo, la deserción de algunas tropas indígenas y la mala situación de las posiciones de vanguardia propiciaron un ataque de las cabilas rifeñas que obligaron al abandono de las posiciones y a una precipitada retirada. Pero ésta se convirtió bajo la canícula del clima en una huida desorganizada que provocó la pérdida de todo el material militar, la vida de unos catorce mil soldados, entre ellos el de su general.

La derrota de Annual fue para la moral del ejército el equivalente de los desastres marinos de Santiago y Cavite para la marina. La repercusión en el extranjero fue muy grande, la derrota con tal mortandad de vidas de un ejército europeo por unos indígenas subdesarrollados dejó el prestigio militar de España por los suelos. El único caso comparable había sido el desastre italiano de Adua en Etiopía y no había sido de tanta importancia. La rehabilitación de esta derrota se convirtió en la asignatura principal de la milicia. Con el directorio militar la guerra de Marruecos se convirtió en un asunto de prestigio nacional. La generación africanista forjada bajo la dirección de Berenguer fue la encargada de solucionar el problema marroquí.

En España, el ejército fue encargándose de los principales problemas que amenazaban al país, cuando el sistema vio que sus miembros políticos se descomponían. La milicia fue la garante de la unidad nacional ante los nacionalismos centrífugos, por estar el españolismo en estas regiones en manos de movimientos opositores al sistema, como el carlismo y el socialismo en el País Vasco y el carlismo y el republicanismo en Cataluña. El ejército también era el guardián del orden interno contra los revolucionarios anarquistas por carecer de una policía profesional y en el exterior ejerciendo el más importante de dar una imagen de prestigio en la guerra colonial de Marruecos.

Por tanto, si el aparato civil político se descompuso y tanto el carlismo como el republicanismo estaban divididos y desorganizados como para derribar el régimen. El ejército con su mentalidad de ser la parte más sana de la nación estaba en condiciones de asumir de forma pública el poder, después de un periodo en el que se le había concedido la solución de los problemas más importantes del país. Alfonso XIII no se opuso, porque él mismo era visto como el jefe natural del ejército y los ascensos y promociones no se hacían sin su opinión. La milicia siempre se consideró su interlocutor ideal ante los poderes políticos en los casos de sus reivindicaciones.

Sin embargo, el ejército español era poco operativo. Como con las guerras civiles, la guerra de Cuba creó una inflación de oficiales, que se mantuvieron en activo. Además la edad de retiro era mayor que en los países vecinos, por lo que cuando un general alemán se retiraba, su congénere español era un capitán en activo. Para colmo de males, el presupuesto militar se llevaba la parte de león de los gastos públicos, bailando entre la mitad y un tercio de éste. Pero es que los cuantiosos gastos no eran para la modernización material, sino para malpagar los salarios de los militares. Quinientos generales y veinticinco mil oficiales eran demasiados para cien mil soldados en el papel, por que en algunos momentos con las unidades en cuadro por los permisos no llegaron a la mitad.

Los oficiales malpagados realizaban otros trabajos para completar sus ingresos. El poco futuro de la carrera militar por los ascensos de antigüedad y su escasa remuneración, convirtieron el ejército en una profesión únicamente atractiva a sus hijos y a los huérfanos de militares. Esta endogamia militar favoreció su corporativismo, su aislamiento de la sociedad civil y reforzó la creencia de la superioridad de las virtudes castrenses sobre la de los políticos civiles.

Además, el personal de la milicia no era homogéneo, los oficiales de artillería y caballería agrupaban a los componentes de familias de más alcurnia, y por sus destinos alejados de los combates africanos formaban la base del movimiento juntero y de las reivindicaciones sobre el ascenso por estricta antigüedad del escalafón. En cambio, en la infantería se reunía el resto, y entre estos se diferenciaban los oficiales maduros que malvivían en las guarniciones de provincias, siendo la más importante la de Barcelona, y los tenientes de la academia que deseosos de ascender partían voluntarios a África forjando a los africanistas.

Esta oficialidad era joven, con experiencia bélica, aupada por méritos de guerra por encima del resto de sus compañeros, y tras la reconquista del Protectorado con un sentimiento de superioridad sobre el resto de los militares junteros. A parte, el contacto con los franceses, primera potencia militar desde el fin de la Primera Guerra Mundial, les había proporcionado una visión más moderna y cualificada del arte de hacer la guerra. Este grupo muy unido y cohesionado entre ellos, fermentó una ideología nacionalista, que vio en el ejército la reencarnación de la Patria, y que se vería como el instrumento regenerador de la situación política española. Las hazañas bélicas del general Francisco Franco propiciarán su liderazgo y el apoyo unánime de los militares africanistas a su líder. Su apoyo al alzamiento del 18 de julio de 1936 conllevará el posicionamiento del ejército de Africa, que esperará ansioso la jefatura de su general. La actividad política posterior del general Francisco Franco será en parte una continuación del régimen fenecido del general Miguel Primo de Rivera.

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J. L. Allero.
 


Revista Arbil nº 63

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"



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