De libertad religiosa se habla poco y mal. No obstante se esté convirtiendo en el problema político central del nuevo siglo. De hecho, si es verdad la tesis de Samuel P. Huntington que, tras el choque ideológico que caracterizó el siglo XX, la humanidad conocerá el "choque de civilizaciones", si es verdad que la inmigración y las consecuentes sociedades multiculturales son una realidad, entonces el problema político principal del futuro próximo es el de identificar una plataforma de principios fundamentales en torno a los cuales organizar la convivencia entre hombres de culturas distintas, única alternativa a un conflicto que sería que ya es, lamentablemente muy doloroso. Entre estos principios, el de poder profesar la propia religión sin impedimentos externos es el más importante, porque se refiere a la relación de la persona con su Creador, fuente de su dignidad. En cambio, como decía, se habla poco y mal del tema. Poco, quizás porque molesta a los países islámicos, sobre todo a los considerados moderados, como Arabia Saudí, o algunos países occidentales, como Francia, que del problema tienen una idea estatista, como si la libertad religiosa fuera una amable concesión del Estado a aquellas religiones consideradas por éste "dignas" de ser definidas como tales. Mal porque, dentro del mundo católico, la idea de libertad religiosa todavía se confunde con la afirmación de la igualdad de las distintas religiones o con la idea liberal de la completa separación del Estado de la Iglesia. Como explica Gabrio Lombardi en un libro sobre la historia de la libertad religiosa del edicto del emperador Constantino, en el 313, a la declaración "Dignitatis humanae" del Concilio Ecuménico Vaticano II, es precisamente el cristianismo quien plantea la libertad religiosa como fundamento de la civilización fundada sobre la afirmación de la existencia de un ámbito, la conciencia de la persona, en el que el poder político no tiene el derecho de entrar. Esto acontece mucho antes de que, en los siglos diecisiete y dieciocho, surgiera la idea moderna y liberal de libertad religiosa, como reducción de la religión a la esfera privada, sustrayendo a la sociedad la influencia de la Iglesia Católica y ocupando el espacio dejado libre por la religión con el Estado, considerado como el único "creador" del derecho y de los derechos, o bien neutral frente a los valores no confesionales pero comunes a todos los hombres, esenciales para la misma existencia de la convivencia civil. La equivocación relativa a las dos distintas ideas de libertad religiosa ha lastrado profundamente el mundo moderno y los contenidos de la concepción del hombre y del mundo que es acomunada habitualmente a la idea de modernidad. Ésta ha utilizado una idea substancialmente humana y cristiana "dad a César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" para alejar a Dios de la historia y quitar a César todo límite en el ejercicio del poder, oponiendo el mundo moderno que se quería dar a luz a una civilización religiosa como la medieval, que tenía un consecuente ordenamiento jurídico sui géneris y una práctica a veces discutible en lo referente a la libertad religiosa. Si se acudiera con más frecuencia al Magisterio, al menos algunas equivocaciones podrían evitarse con mayor facilidad. Ayuda en tal sentido una reciente compilación de intervenciones del Santo Padre Juan Pablo II sobre el tema, en los primeros veinte años de su pontificado. Por ejemplo, el Papa recuerda que la libertad religiosa es un derecho, el primero de los derechos humanos, fundamentado en la dignidad de la persona creada a imagen y semejanza de Dios, pero un derecho "[...] en función de un deber. Antes bien, como ha reiterado varias veces mi predecesor Pablo VI, es el más fundamental de los derechos en función del primero de los deberes; como es el deber de moverse hacia Dios en la luz de la verdad con aquella moción del alma que es amor: moción que se enciende y se alimenta solamente en aquella luz (cfr. Evangelii nuntiandi, 39)" (discurso de 10 de marzo de 1984). Se trata, por tanto, de conciliar el deber de buscar la verdad con el derecho de aceptarla libremente, y de encontrar un ordenamiento jurídico que "junte" ambos valores, sin tener la pretensión que pueda existir uno perfecto y conforme a todas las épocas históricas. Otra equivocación es la de querer ver la libertad religiosa como simple reivindicación "liberal" frente al Estado totalitario socialcomunista, así como hoy frente al mundo islámico, dando la idea de que el problema sea de simple reciprocidad y no, en cambio, del derecho de toda persona frente a cualquier poder mundano. De hecho, Juan Pablo II recuerda que "defendiendo la libertad religiosa, la Iglesia no defiende una prerrogativa institucional, sino la verdad sobre la persona humana" (discurso de 7 de diciembre de 1995). En esencia, no se trata del choque entre una modernidad "buena" y "emancipada" ya que finalmente libre del peso del "dogmatismo" y de la verdad objetiva, opuesta a una sociedad arcaica y obscurantista. El Magisterio de la Iglesia ha recuperado la idea originaria cristiana de la libertad religiosa, mientras el pensamiento moderno desarrollaba una propia idea laicista de la libertad religiosa, con un enfoque dialéctico y antagonista hacia la Iglesia y su "pretensión" de influenciar a la sociedad. Surgía así, en el mundo contemporáneo, el conflicto entre dos soluciones distintas y opuestas de la libertad religiosa: "No obstante, hoy haremos bien a tener en cuenta otra forma de limitación de la libertad religiosa, menos evidente de la abierta persecución. Me refiero a la pretensión que una sociedad democrática deba relegar al puro ámbito de las opiniones personales las creencias religiosas de sus miembros y las convicciones morales consecuencia de la fe. A primera vista, ello aparenta ser una actitud de debida imparcialidad y "neutralidad" por parte de la sociedad hacia aquellos miembros que sigan tradiciones religiosas distintas o ninguna. Y es una opinión extendida que ésta sea la única aproximación iluminada posible en un moderno Estado pluralista. Pero, pedir a los ciudadanos en la participación a la vida pública, de poner a un lado sus convicciones religiosas ¿no significa quizás decir que la sociedad, además de excluir la contribución de la religión a su vida institucional, promueve una cultura que del hombre ofrece una definición que rebaja su verdadera esencia?" (Juan Pablo II, discurso de 7 de diciembre de 1995). ·- ·-· -··· ·· ·-·· Marco Invernizzi, y T Ángel Expósito Correa |