Imagine su frigorífico con los 'tupperware' de metal, que la carcasa de su ordenador es de cerámica, su teléfono móvil de aluminio, la desaparición de los tejidos sintéticos para consumo masivo, las tablas de windsurf de madera, restricciones fuertes a la navegación aérea, modificaciones sustanciales en los motores de nuestros vehículos y por tanto en sus prestaciones, ... Esta es la situación aproximada que se dará en la no muy lejana era en la que la escasez de petróleo haya modificado radicalmente nuestra forma de vida actual. En efecto, a nadie se le escapa que las comodidades de las que disfrutamos y en definitiva la economía actual dependen en gran medida del petróleo y sus derivados, que utilizamos para producir lubricantes, pegamentos, pavimentos, fertilizantes, nilón, plásticos, ... o carburantes que, entre otras cosas, nos permiten lanzar los satélites que nos otorgan la posibilidad de estar continuamente conectados o la de utilizar el sistema de posicionamiento global (GPS, controlado por el ejército de los EE.UU.) para la navegación o la de ahorrar los costes de una red de telefonía basada en cables en China. La velocidad del cambio a una economía con escasez de petróleo y el país donde vivamos influirán mucho en el traumatismo del proceso, por lo que no pretendo ser catastrofista, pero no me gustaría que nuestros hijos nos puedan acusar de desidia, de falta de previsión y de no ocuparnos de lo que les vamos a dejar como herencia. Hay quien opina que nunca llegaremos a agotar las reservas de crudo, porque por un lado se encontrarán nuevos yacimientos que permitirán atender la demanda y por otro el consumo se reducirá para adaptarlo a la disponibilidad, igual que se hizo en Europa a consecuencia de la llamada crisis del petróleo de 1973. Hoy en día la dificultad de encontrar nuevos yacimientos de tamaño eficiente es creciente, igual que lo es la preocupación por el control o la estabilización (elíjase una de las palabras según su visión de los acontecimientos) de los Estados que proveen al mundo desarrollado de esta versátil y apreciada materia prima. Entre los países favorecidos por la Naturaleza con este recurso se cuentan algunos muy avanzados como Noruega o los EE.UU., pero desgraciadamente en su mayoría comparten la ausencia de desarrollo social y la inestabilidad política presente o predecible. Los principales productores, ordenados por producción del año 2000, son Arabia Saudí, EE.UU. y Rusia, a distancia les siguen Irán, México, China y Venezuela. Los principales consumidores son obviamente EE.UU., la UE y Japón (Rusia y China probablemente debieran incluirse, pero no dispongo al escribir estas líneas de datos sobre su consumo), y todos ellos necesitan importar petróleo de los países con excedente, que dicho sea de paso, están bastante alejados. Esta dependencia que sufren los mayores consumidores debería ser un buen negocio para los países exportadores, ¿no?. Pues mire usted, depende, en algunos países (no es necesaria su mención) ha servido para perpetuar regímenes en los que unos pocos se han apropiado de los ingresos, mientras que la mayoría de la población no ha visto ninguna mejora en su nivel de vida. Otros países todavía menos afortunados, sufren el efecto de pretendidos odios tribales que en el fondo no son más que el afán por el control de las riquezas naturales: soberbia y avaricia en un peligroso combinado; este caos además facilita el derroche de otros recursos naturales, como por ejemplo sucede en Nigeria, primer productor africano, donde desde 1976 hasta 1996 se han producido 4.835 vertidos en el delta del río Níger, que era una zona de pesca, arrojando un total de 2,4 millones de barriles, o haciendo un cálculo aproximado, unas 342 mil toneladas (un 15% más de lo que produce Nigeria en un año). En este mismo país padecen todavía hoy una columna de fuego de 60 metros de altura que una importante petrolera italiana de cuyo nombre no quiero acordarme dejó en 1972, puesto que resulta más fácil (léase barato) quemar el gas natural que aprovecharlo. Un buen ejemplo de como la minimización de costes contabilizados no conduce a una decisión económicamente racional, y esto no es problema de los contables, sino de las estructuras sociales, que llevan a este tipo de modelos económicos. Este problema no es nuevo, pero raramente lo he visto discutido fuera de ámbitos muy especializados. Pero volvamos al tema que nos ocupa, porque ahora tenemos que desplazar la materia prima para ponerla a disposición de la industria química. El 90% del comercio mundial viaja por mar, atendido por una flota de 45.000 barcos, y el petróleo no es una excepción. Las multinacionales que controlan su extracción utilizan para su transporte barcos cisterna, que son formidables obras de ingeniería que han llegado a superar las 300 mil toneladas de peso muerto, tardan de dos a cinco años en construirse y tienen una vida útil de unos veinte años, por lo que su adquisición constituye una decisión para la cual es necesario prever lo que sucederá ¡a veinticinco años vista!. Esto hace que el riesgo de adquirir un barco nuevo sea elevado, lo que unido a su coste, explica por qué las petroleras han reducido sus flotas con respecto a las de finales de los 70 y prefieren alquilar los barcos a armadores independientes. En el gremio de los armadores, como en cualquier otro colectivo, encontramos de todo. Gente como Fernando Fernández Tapias, preocupado por cumplir con los estándares y por la calidad de su flota, la mitad de la cual ha sido construida entre 2000 y 2001. Pero también encontramos individuos con barcos substandard que utilizan registros piratas off shore (banderas de conveniencia), en países que no cumplen con sus obligaciones de fiscalización y control, con el fin de ofrecer fletes mucho menores que los standard, provocando una guerra de precios que perjudica a largo plazo el funcionamiento racional de la industria. Aquí encontramos otra disfuncionalidad del mercado, donde la elección es la de mínimo coste para la empresa, que vela por su objetivo de maximizar su valor. Sin embargo, para corregir este tipo de situaciones están el Estado y un sinfín de organismos internacionales, o eso creo sinceramente, y a pesar de ello este mercado continua funcionando liberalmente. La en realidad solución es fácil: prohibir la entrada en los puertos nacionales a este tipo de barcos substandard. Sin embargo, eso disminuiría el beneficio contable de compañías con gran peso en las economías nacionales, y que por otra parte o son públicas o lo han sido o han proporcionado fondos al Estado con su privatización. ¿Por qué no actúa nadie con la debida determinación?. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Los EE.UU. a consecuencia del accidente del Exxon Valdez de 1989 prohibieron en sus costas los petroleros monocasco, que por cierto representan en la actualidad la mitad de la flota mundial. En la UE se esperó hasta 1999, año del vertido del Erika, para adoptar un paquete de medidas que tres años después no han entrado en vigor por la presión de varios países. Las medidas incluían inspeccionar la cuarta parte de los barcos que recalasen en sus puertos, un calendario de eliminación de los monocasco, la creación de una agencia para la seguridad marítima, y, como no, un fondo de compensación para los damnificados en caso de catástrofe. Así pues, si añadimos a este cuadro la densidad del tráfico de petroleros, tenemos que la posibilidad de un vertido en la UE se materialice con relativa frecuencia: en promedio cada año y medio. Siguiendo con las estadísticas, si tomamos los 17 mayores vertidos en el mundo hasta la fecha, encontraremos tres en España, ¡los tres en La Coruña!: en 1976 el Urquiola (el barco estaba en buen uso, pero chocó con una aguja que no estaba en las cartas marinas oficiales... oops. Por ello el Estado fue condenado doce años más tarde a pagar 4 mil millones de pesetas de aquellas. Sin comentarios.), en 1992 el Mar Egeo (vertido que fue a parar a la atmósfera en su mayor parte), y en 2002 el Prestige. Los vertidos de derivados del petróleo en países desarrollados son ciertamente una noticia de portada, ya que son muy fotogénicos por su evidencia y además crean alarma social, pero me pregunto qué otros vertidos de otros productos químicos se habrán producido sin que hayan aparecido en lugares destacados de la prensa. Y me pregunto también por las toneladas totales vertidas por accidentes menores o en la proximidad de nuestras costas por el lavado de tanques de los barcos. Esto último es algo de lo que se quejan los habitantes de Algeciras, quienes no reciben a los barcos que atracan en el puerto británico competidor pero en cambio sí que reciben su contaminación. Parece entonces que a nuestros gobernantes (aquí por supuesto incluyo a los europeos) les gusta apostar en la lotería del vertido... y perder. Pensando en este historial y dada la extensión de nuestro litoral, se me siguen ocurriendo preguntas: ¿por qué no hay planes de contingencia para situaciones como las del Prestige? (puede que no sea posible, no lo se), ¿por qué la nación española no es experta en el control de riesgos relacionados con el tráfico marítimo?, ¿por qué no tenemos barcos succionadores de petróleo, ni equipos expertos en la limpieza de vertidos con medios adecuados?. Tal vez estemos desperdiciando una ocasión de conseguir alguna ventaja competitiva, porque el liderazgo en este tipo de conocimientos y habilidades sin duda generaría toda una industria en nuestro país, que podría exportar servicios a, por ejemplo, otros países de la cuenca mediterránea, y quién sabe los ingresos que podría llegar a generar (recuerde el lector aquel alto ejecutivo de la Warner que dijo "¿Quién demonios va a querer oír hablar a los actores?" antes de valorar la propuesta). Si vamos a convivir con el petróleo durante muchos años todavía, con su tráfico marítimo y los riesgos que conlleva, si la incorporación de China o los actuales candidatos a la UE a cotas de bienestar similares a las europeas va a añadir presión sobre los recursos naturales y por consiguiente sobre el petróleo, es imperativo tener una estrategia a largo plazo. La de los EE.UU. aparentemente consiste en aumentar la prospección de pozos en su territorio y controlar Oriente Medio, a pesar de que importan actualmente de esta zona tan sólo el quince por ciento del crudo (en la Unión Europea es casi la cuarta parte). Este último objetivo puede resultar paradójico si no tenemos en cuenta que en Irak están las segundas mayores reservas de petróleo del mundo. Queda claro ahora que si nos hemos de quedar sin petróleo, ellos quieren ser los últimos en sufrirlo. España no tiene la capacidad del Imperio, ni siquiera la UE, mal que les pese a algunos, pero puede comenzar a reducir su dependencia, empezando con las fuentes energéticas (a pesar de los lobbies, que haberlos, hailos), continuando con las alternativas para la reducción del consumo y fomentando la investigación sobre la sustitución de materiales provenientes del petróleo. A todo ello habría que añadir investigación para que los efectos de las catástrofes ecológicas producidas por esta industria se minimicen, con el fin principal de que nuestros hijos puedan seguir bañándose en el Mediterráneo y comiendo mejillones. Este enfoque a largo plazo, que entiendo que es el necesario cuando se gobierna un Estado, está claro que no dará frutos en una ni en dos legislaturas (o tal vez sí), requerirá inversiones, y será difícil de mantener ya que no proporcionará los votos suficientes como para que interese a los políticos, pero sin duda es lo que exige la responsabilidad que nos han pedido que les otorguemos los ciudadanos. ¿O acaso no es ésta la forma en la que piensan nuestros gobernantes?. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Bienvenido Subero Simal |