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Indice de contenidos

Texto completo de la revista en documento word comprimido
Antonio Gaudí (1852-1926) Homenaje en su 150 aniversario
La cara oculta de la ONU
A globalização, o crime organizado e a corrupção
Editorial: ¿Un diario católico para España? ¡Naturalmente que sí!
"El saqueo de Euskadi".
Comentario a la biografia papal escrita por George Weigel
El conflicto iraquí. Un acercamiento ficticio a la posible futura guerra.
Religión, fe y costumbres en España: anotaciones a la última encuesta del CIS.
¿Vacío de poder en el Partido Popular?
La droga más cerca de jóvenes más débiles
Los embriones +5 son viables
La libertad religiosa
La Magia y el Maleficio
Intentos de demolición de la familia
Petróleo, piratas y herencias
Gabriel García Moreno, vencedor del liberalismo en el Ecuador
Malentendidos básicos
Atacar a la Iglesia ¡qué estupidez!
Del Amén de Costa-Gavras a la leyenda negra
La educación el siglo XXI (I Parte)
La equivocidad de los rótulos políticos
Italia, la formación de una Derecha Nacional del MSI a la Alianza Nacional
Historia del fin de semana
Entrevista a San Pablo
Fe y Cultura, dos temas trascendentales de la Investigación en la Universidad
450 años de la muerte de San Francisco Javier
Los hermanos Pemartín; "Católico" versus "Azul" en tiempos de Franco
Irak entre manipulación y realidad: Ocho mitos sobre Irak y situación de los cristianos
El Levantamiento y la Guerra de la Independencia en la provincia de Burgos
Textos clásicos: Los Reyes Católicos, reyes de España
Textos clásicos: CATECISMO MAYOR prescrito por San Pío X el 15 de julio de 1905 (Edición de 1973)


CARTAS

Revista Arbil nº 65

450 años de la muerte de San Francisco Javier

por José María Recondo S.J

El autor historiador, miembro de la Real Academia de la Historia y autor de varios libros sobre el tema (*) nos retrotrae a los últimos momentos de la vida del santo

 

El navarro San Francisco Javier, después de su evangelización en Japón quería realizar llegar a China. El 19 de noviembre era la fecha convenida para la llegada del mercader chino que les iba a llevar ocultamente a Cantón. Horas anhelantes de terrible espera, escrutando el horizonte sin obtener respuesta. Pasaron el 19 y el 20, y el chino sin llegar; el chino que nunca llegó. El 21 era lunes, y tras la tensión de los últimos días, y con las ansias de verse en Cantón, enfermó. Era por la mañana, y sintiéndose mal, preguntó a Antonio si convendría trasladarse a la Santa Cruz, surta en el puerto. Le pareció bien, porque allí encontraría todo lo necesario y tal vez en el mar se hallaría mejor.

El 22, martes, al mediodía se embarcó y se traslado en un bote a la Santa Cruz, algo distante, en el mar del puerto, quedándose Antonio en la playa. Entró en su camarote y no durmió más que aquella noche por los vaivenes y gran balanceo con mal tiempo y por la calentura que iba creciendo. El 23, miércoles, por la mañana, en la Santa Cruz esperaban a la puerta del camarote a que saliera como acostumbraba, pero estaba en oración y le oían que decía: Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. No respondía cuando llamaban a la puerta. Por fín apareció y, confensándose muy enfermo, no quiso comer ni beber, y pidió regresar a tierra. Le oyeron decir, entre ellos el piloto, que sabía que iba a morir.

Antonio le vio venir, traía debajo del brazo unos calzones de paño que la habían dado en la Santa Cruz, por el gran frío que hacía, y unas pocas almendras metidas en las mangas. Venía tan abrasado de fiebre, que Diego Vaz de Aragón, compadecido, le recibió en su casa, una choza abierta a todos los vientos, aconsejándole el remedio infalible, pidiéndole que se sangrara, porque tenía más mal de lo que pensaba. El enfermo respondió que no estaba acostumbrado a sangrías. Y en parte era verdad, pues hacía ya diez años que en Mozambique le abrieron más de siete veces la vena. Se conformó, y añadió que en aquello y en todo lo demás de su enfermedad hiciese lo que le pareciese mejor, Le sangraron, pues, y en la sangría se desmayo un poco, pero echándole agua en la cara volvió en sí. El 24, jueves, volvieron a sangrarle y también se desmayó. Seguía inapetente y le molestaba la fiebre. Después de eso le purgaron, pero subía la calentura, causándole grandes congojas; no se quejaba ni pedía nada. Veía cercana su muerte y mandó a Antonio que le trajera del barco sus cosas: los escritos, libros, ropas y estampas. Luego comenzó a delirar con frenesí, pero nunca dijo cosa que pareciese desatino.

Con los ojos puestos en el cielo y un semblante muy alegre y asombrado, hacía grandes coloquios con Nuestro Señor, con la voz alta a modo de predicación. Estaba hablando en diversas lenguas que sabía de cosas que Antonio no entendía, por no ser en nuestra lengua. Lo que entendió fue por oírselo decir muchas veces; también lo oyó Esteban Ventura, allí presente, las palabras: Tu autem meorum peccatorum et delictorum miserere. Jesu, fili David, miserere mei. Mezclaba otras palabras, que Antonio seguía sin comprender, mientras Javier iba hablando con grandísimo fervor por espacio de cinco o seis horas y el nombre de Jesús nunca le salía de la boca. ¿En qué lengua hablaba cuando Antonio lo le entendía? ¿Tamil, malayo, japonés? Hablaba problamente en su lengua natural, según Antonio deba a entender. Cuando paraban sus coloquios, quedaba en un estado de postración, paciente y benigno, sin dar trabajo a quien le servía.

El 25, viernes, seguía con iguales síntomas, sin comer y pronunciando las mismas palabras. El 26, sábado, comenzó a perder el habla y estuvo sin ella tres días. El 1 de diciembre, jueves, recuperó el habla y reconoció a los que le rodeaban, volviendo a sus oraciones. Nombraba a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de quien siempre fue muy devoto, y repetía aquellas palabras: Jesús, hijo de David, habed misericordia de mí y Oh Virgen Madre de Dios, acordaos de mí.

Era el 2 de diciembre, viernes, por la noche, cuando Antonio presintió el fin y se preparó para velarle. El enfermo tenía los ojos puestos en un crucifijo que su compañero le había puesto y antes que amaneciese, refería Antonio, yendo desfalleciendo, le puse la candela en la mano, y con el nombre de Jesús en la boca dio su alma y su espíritu. Sus últimas palabras fueron: In te Domine speravi non con fundar un aeternum. Era el sábado 3 de diciembre de 1552, pasada la media noche o un poco antes que amaneciese, cuando expiró suavemente; sin una contracción, sin un estertor cayó abatido. Tal como el pájaro de fuego de las Molucas, que no toca la tierra sino en el momento en que le abandona la vida.

·- ·-· -··· ·· ·-··
José María Recondo S.J.

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(*) "San Francisco Javier" BAC, Madrid. "La lengua vasca de San Francisco Javier" Grafite, Bilbao y "San Francisco Javier. Biografía, imposible de su muerte" Grafite, Bilbao

 


Revista Arbil nº 65

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