El navarro San Francisco Javier,
después de su evangelización en Japón quería
realizar llegar a China. El 19 de noviembre era
la fecha convenida para la llegada del mercader
chino que les iba a llevar ocultamente a Cantón.
Horas anhelantes de terrible espera, escrutando
el horizonte sin obtener respuesta. Pasaron el 19
y el 20, y el chino sin llegar; el chino que
nunca llegó. El 21 era lunes, y tras la tensión
de los últimos días, y con las ansias de verse
en Cantón, enfermó. Era por la mañana, y
sintiéndose mal, preguntó a Antonio si
convendría trasladarse a la Santa Cruz, surta en
el puerto. Le pareció bien, porque allí
encontraría todo lo necesario y tal vez en el
mar se hallaría mejor.
El 22, martes, al mediodía se embarcó y se
traslado en un bote a la Santa Cruz, algo
distante, en el mar del puerto, quedándose
Antonio en la playa. Entró en su camarote y no
durmió más que aquella noche por los vaivenes y
gran balanceo con mal tiempo y por la calentura
que iba creciendo. El 23, miércoles, por la
mañana, en la Santa Cruz esperaban a la puerta
del camarote a que saliera como acostumbraba,
pero estaba en oración y le oían que decía:
Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. No
respondía cuando llamaban a la puerta. Por fín
apareció y, confensándose muy enfermo, no quiso
comer ni beber, y pidió regresar a tierra. Le
oyeron decir, entre ellos el piloto, que sabía
que iba a morir.
Antonio le vio venir, traía debajo del brazo
unos calzones de paño que la habían dado en la
Santa Cruz, por el gran frío que hacía, y unas
pocas almendras metidas en las mangas. Venía tan
abrasado de fiebre, que Diego Vaz de Aragón,
compadecido, le recibió en su casa, una choza
abierta a todos los vientos, aconsejándole el
remedio infalible, pidiéndole que se sangrara,
porque tenía más mal de lo que pensaba. El
enfermo respondió que no estaba acostumbrado a
sangrías. Y en parte era verdad, pues hacía ya
diez años que en Mozambique le abrieron más de
siete veces la vena. Se conformó, y añadió que
en aquello y en todo lo demás de su enfermedad
hiciese lo que le pareciese mejor, Le sangraron,
pues, y en la sangría se desmayo un poco, pero
echándole agua en la cara volvió en sí. El 24,
jueves, volvieron a sangrarle y también se
desmayó. Seguía inapetente y le molestaba la
fiebre. Después de eso le purgaron, pero subía
la calentura, causándole grandes congojas; no se
quejaba ni pedía nada. Veía cercana su muerte y
mandó a Antonio que le trajera del barco sus
cosas: los escritos, libros, ropas y estampas.
Luego comenzó a delirar con frenesí, pero nunca
dijo cosa que pareciese desatino.
Con los ojos puestos en el cielo y un semblante
muy alegre y asombrado, hacía grandes coloquios
con Nuestro Señor, con la voz alta a modo de
predicación. Estaba hablando en diversas lenguas
que sabía de cosas que Antonio no entendía, por
no ser en nuestra lengua. Lo que entendió fue
por oírselo decir muchas veces; también lo oyó
Esteban Ventura, allí presente, las palabras: Tu
autem meorum peccatorum et delictorum miserere.
Jesu, fili David, miserere mei. Mezclaba otras
palabras, que Antonio seguía sin comprender,
mientras Javier iba hablando con grandísimo
fervor por espacio de cinco o seis horas y el
nombre de Jesús nunca le salía de la boca. ¿En
qué lengua hablaba cuando Antonio lo le
entendía? ¿Tamil, malayo, japonés? Hablaba
problamente en su lengua natural, según Antonio
deba a entender. Cuando paraban sus coloquios,
quedaba en un estado de postración, paciente y
benigno, sin dar trabajo a quien le servía.
El 25, viernes, seguía con iguales síntomas,
sin comer y pronunciando las mismas palabras. El
26, sábado, comenzó a perder el habla y estuvo
sin ella tres días. El 1 de diciembre, jueves,
recuperó el habla y reconoció a los que le
rodeaban, volviendo a sus oraciones. Nombraba a
la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, de quien siempre fue muy devoto, y
repetía aquellas palabras: Jesús, hijo de
David, habed misericordia de mí y Oh Virgen
Madre de Dios, acordaos de mí.
Era el 2 de diciembre, viernes, por la noche,
cuando Antonio presintió el fin y se preparó
para velarle. El enfermo tenía los ojos puestos
en un crucifijo que su compañero le había
puesto y antes que amaneciese, refería Antonio,
yendo desfalleciendo, le puse la candela en la
mano, y con el nombre de Jesús en la boca dio su
alma y su espíritu. Sus últimas palabras
fueron: In te Domine speravi non con fundar un
aeternum. Era el sábado 3 de diciembre de 1552,
pasada la media noche o un poco antes que
amaneciese, cuando expiró suavemente; sin una
contracción, sin un estertor cayó abatido. Tal
como el pájaro de fuego de las Molucas, que no
toca la tierra sino en el momento en que le
abandona la vida. ·- ·-· -··· ··
·-··
José María Recondo S.J.
----
(*) "San Francisco Javier" BAC, Madrid.
"La lengua vasca de San Francisco
Javier" Grafite, Bilbao y "San
Francisco Javier. Biografía, imposible de su
muerte" Grafite, Bilbao
|