Las obras de pensamiento tienden a oscilar entre dos extremos opuestos. Las que acaban recalando en una sencillez que es el reflejo de una cierta superficialidad de quien la escribe, y las obras profundas y preñadas de significado pero de muy difícil comprensión. Con cierta frecuencia, quien tiene algo que decir, no se esfuerza por decirlo bien, lo cual supone una seria limitación para el lector aunque Ortega ya advirtió que "la claridad es la cortesía del filósofo". Pero, yo añadiría además, que, a veces, también la dificultad de comprensión de un texto es sinónimo de superficialidad. Hay textos que resultan complejos por su profundidad; pero también los hay que resultan complejos porque el autor no sabe exactamente qué es lo que quiere decir. El libro ideal es el libro claro y profundo, es decir, el libro en el que el autor, como fruto de su reflexión, tiene algo que decir, sabe cómo decirlo y lo dice. Y ésta es, en mi opinión, una de las características de este libro. Las dice, además, con estilo. No basta con saber qué se quiere decir, también el cómo es importante hasta el punto de que a veces puede transformarse en el qué. Y el cómo formal de este libro también está muy logrado. No estamos ante una acumulación sustanciosa pero pesada de reflexiones ni ante una larga y convincente pero tediosa argumentación. El autor conjuga hábilmente la reflexión con la narración, la argumentación con el dato, la referencia científica con la poética, de modo que la lectura se hace amena y agradable. Pero vayamos ya al contenido de la obra. El tema esencial, como indica con nitidez el autor, es el "deterioro de la imagen que los hombres y los padres tienen de sí mismo" (p. 9). El hombre, el sexo fuerte, ya no se siente tan seguro como antaño, nota que la tierra tiembla bajo sus pies, que el mundo cambia y que su lugar en él se modifica. Y se modifica tan sustancialmente que empieza a temer por su razón de ser y de su identidad. En otras palabras, la imagen del hombre moderno, y, consecuentemente la del padre, se debilita, desaparece y se eclipsa. De ahí el título del libro: El eclipse del padre. A alguno esta afirmación podría parecerle no sólo chocante sino irreal y ficticia. Es la mujer, en todo caso, quien tiene problemas de identidad, quien debe aclarar su situación en el mundo. Pero los hechos están ahí para demostrarlo y lo confirma además la amplia producción de literatura científica sobre el tema. Esta literatura era prácticamente inexistente hace un par de décadas, pero ahora, ante la gravedad del problema, los estudios y las investigaciones se multiplican. A los trabajos de Faludi, Aanderud, Anatrella, Matussek y muchos otros que menciona el autor, se podrían añadir también, por ejemplo, los de Campanini, Scabini y Donati en el área italiana o Evelyn Sullerot en el área francesa. Pero ¿cuál es más exactamente el problema? El problema básico es que, en muchos ámbitos de Occidente, la identidad del hombre actual se resquebraja o, por lo menos, se cuartea. El hombre se muestra inseguro acerca de su papel individual y se pregunta: ¿qué significa ser hombre, qué es lo propio y característico de la masculinidad? ¿La fuerza y la rudeza, la agresividad y la competencia? Estas cualidades parecen, en principio, rasgos decididamente masculinos pero hoy oscilan del lado lo políticamente incorrecto y, por eso, no pueden ser esgrimidas como valores de referencia. Y tampoco es posible acudir a la inteligencia o a la capacidad de gestión, o incluso a la autoridad, porque el siglo XX se ha encargado de dejar claro que estos valores no son una exclusiva masculina. Las mujeres tienen las mismas capacidades que los hombres y, si no las han puesto de manifiesto hasta el momento, ha sido sólo por la opresión del varón que se ha basado, esta vez sí, en su evidente superioridad física. Esta crisis personal se transforma, a su vez e inevitablemente, en una crisis funcional. Y uno de los rasgos que resulta más afectados es el de la paternidad. La inseguridad masculina sobre su identidad se transforma en inseguridad sobre la paternidad, sobre su razón de ser y su misión como padre de familia. Y aquí, la derrota o la dificultad es más patente si cabe, pues el hombre no sólo debe resolver sus propias dudas interiores sino enfrentarse con el papel omnipresente y todopoderoso de la madre, con la marmórea y perenne díada madre-hijo, icono de toda sociedad a lo largo de la historia. Pues bien, éste es el difícil pero, por otro lado, apasionante tema, que afronta Mons. Cordes en la obra que estamos presentando. Del rico conjunto de reflexiones que el autor ofrece me voy a centrar únicamente en dos aspectos que me han parecido especialmente sugerentes: la búsqueda y rastreo de los motivos que han conducido a esta situación y la valiente tarea de aportar una diagnosis del problema junto con soluciones y análisis creativos. Por lo que respecta al primer punto, los orígenes del problema, el autor ha señalado con lucidez los siguientes: 1) En primer lugar, el cambio de la noción de autoridad en el paso de las sociedades tradicionales a las modernas y, en especial, a las contemporáneas. El padre, antes, sabía cuál era su lugar en el mundo, sabía qué era capaz de transmitir a su hijo y el valor de su legado, pero hoy todo eso ha cambiado. Richard Sennet lo ha relatado y ampliado con brillantez en su obra La corrosión del carácter, que lleva, por aclarativo subtítulo, las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. El trabajador actual no se encuentra arraigado en el mundo, no sabe qué va a ser de su trabajo dentro de 5 o 10 años y, por lo tanto, menos aún sabe lo que debe o puede enseñar a su hijo. Y, por esa misma razón, como advierte Sennett, desconoce también "cómo proteger las relaciones familiares para que no sucumban a los comportamientos a corto plazo, el modo de pensar inmediato y, básicamente, el débil grado de lealtad y compromiso que caracterizan al moderno lugar de trabajo" (p. 25). 2) El segundo punto que Mons. Cordes señala es el feminismo. Este fenómeno social tuvo en su origen una razón de ser absolutamente justa y patente: la intolerable discriminación de la mujer a lo largo de los siglos. Pero su ampliación, radicalización y la fuerza de su movimiento expansivo le han hecho oscilar hacia el extremo opuesto propiciando paulatinamente un cierto arrinconamiento del hombre. Ya no se trata de evitar la discriminación de la mujer sino de lograr una igualdad que, muchas veces, se empieza a imponer de modo discriminatorio limitando las posibilidades de desarrollo masculino. Y aparece entonces de nuevo la cuestión que ya nos planteábamos: ¿existen ahora virtudes específicamente masculinas que puedan ser proclamadas sin vergüenza?, porque, en caso de no ser así, la alternativa de los hombres es el silencio. 3) la contemporánea visión constructivista de la sexualidad es otro de los factores que han influido en esta situación. La separación entre biología y sexualidad que propone la teoría del género (del inglés gender) hace que el hecho de ser mujer o ser varón aparezca como un fenómeno básicamente cultural y, por lo tanto, cambiante y modificable. No se es hombre o mujer, sino que uno se convierte en hombre o mujer a través de la cultura lo que, significa, en otras palabras, que ser hombre o mujer no significa nada más que una modulación temporal y puntual de la sexualidad. 4) por último y, más que como consecuencia, como manifestación de esa tendencia, Mons. Cordes trae a colación de manera sintética pero efectiva la evolución legislativa de Francia y Alemania sobre las prerrogativas del padre y de la madre en relación con los hijos. Los datos que aporta Mons. Cordes son contundentes e inapelables y muestran un manifiesto desplazamiento a favor de la mujer. En concreto, y por poner un ejemplo, por lo que se refiere al derecho de custodia de los hijos, los padres sólos o junto con las madres- aparecen en minoría decreciente. Las cifras de los tribunales alemanes entre el 1 de julio de 1994 y el 30 de junio de 1995 muestran lo siguiente: 17,1% derecho de custodia conjunto 74,6% derecho de custodia exclusivo de la madre 8,3 % derecho de custodia exclusivo del padre (p. 39). Tales datos, y el espíritu de fondo que los anima, se pueden sintetizar muy bien en la amarga afirmación que el autor nos refiere - de un padre que lucha por ver a su hijo: "un ex padre, afirma esta persona, es hoy el último de los idiotas". Sobre este análisis causativo que acabo de apuntar Mons. Cordes construye su dibujo de la sociedad sin padre, un dibujo formado en primer lugar por historias reales en las que encontramos los problemas que esta ausencia genera: violencia, inestabilidad psicológica, tendencia a la homosexualidad, etc. Sería muy interesante e iluminador detenerse en estos aspectos pero me remito a la lectura del libro para estas consideraciones. Prefiero centrarme en un aspecto que me parece especialmente novedoso y original: su análisis positivo de la paternidad, un camino que recorre de la mano del poeta Karol Wojtyla. Remarco aquí la palabra original porque considero que hay una gran carencia en nuestra sociedad de análisis, reflexiones y modelos culturales sobre el hecho de la paternidad por lo que cualquier contribución, y especialmente si es valiosa, es muy de agradecer. ¿Cuáles son, según el autor, algunas de las características y aportaciones positivas de la paternidad? 1) En primer lugar, y aunque a primera vista pueda parecer contradictorio, la ruptura de la unidad madre-hijo. La unidad madre-hijo es esencial en la historia de cada persona tanto desde un punto de vista físico (imprescindible) como espiritual. Pero esa unidad no puede ser absoluta y corresponde al padre reconducirla a sus justos términos para bien de ambos. La entrada del padre en esa unidad abre al hijo a la necesaria relación con el mundo que le va a permitir desarrollarse como hombre (o mujer) fuera del influjo del regazo materno, protector y acogedor pero limitativo. Pero esa ruptura libera asimismo a la madre de la cerrazón y de la posesividad. El instinto materno de donación puede transformarse en instinto de posesión y de exclusión y es misión del padre salvar a la madre de ese peligro. 2) el papel del padre resulta asimismo esencial en la formación de la identidad del hijo. Siguiendo los estudios de Eriksson, el conocido estudioso de la evolución infantil, Cordes muestra cómo el padre representa elementos clave de referencia para el hijo: la fortaleza, la sabiduría, la compañía necesaria para introducirse en el mundo y aprender a ser hombre. 3) pero la identidad del hijo, especifica Cordes, incluye también la identidad sexual. El padre constituye, evidentemente, el modelo de referencia para el hijo varón que encuentra en él el paradigma de la masculinidad. En ese modelo puede aprender a ser fuerte pero no violento, impulsivo o audaz pero no agresivo, decidido pero no cerril. Pero la influencia del padre no se limita al hijo varón, alcanza también a las hijas. La feminidad se realza y se define frente a la masculinidad y el padre varón supone para las hijas, además de los valores de fortaleza y sabiduría ya mencionados, el opuesto sexual frente al que ellas se definen y, por consiguiente, se fortalecen como mujeres. 4) por último, Mons. Cordes, apoyándose aquí directamente en los poemas de Karol Wojtyla reflexiona también sobre los enigmas de la paternidad. Uno de ellos es la posesión. Se es padre porque se posee o se tiene un hijo, pero se trata de una posesión extraña que implica renuncia y abnegación. El padre posee un hijo pero también vive para él; además, el hijo, en realidad, no es posesión del padre, es un ser autónomo e independiente que, y de nuevo aparece la paradoja, nunca podrá dejar de ser hijo porque su ser es recibido, es un don que aparece en el origen de su existencia. Un segundo misterio es el de la enseñanza. El padre sabe más que el hijo pero también conoce sus límites. Sabe lo que puede enseñar pero también sabe lo que desconoce y lo que nunca podrá llegar a transmitir porque el hijo, por muy cerca de él que esté, es otro yo, una persona irreduciblemente distinta y separada. Y también está el misterio de la autoridad. Muchos más comentarios se podrían hacer sobre este espléndido trabajo de Mons. Cordes, pero no quiero alargarme más. Me he limitado a reflejar una parte de la riqueza que se cela en ese hermoso texto. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Juan Manuel Burgos El eclipse del Padre (Palabra, Madrid 2003) Paul Josef Cordes |