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Indice de contenidos

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- Categorías de la política: Política, Criptopolítica y Metapolítica. (1ª parte). Política: sentido y función de la Politeia
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CARTAS

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Revista Arbil nº 69

Categorías de la política: Política, Criptopolítica y Metapolítica. (1ª parte). Política: sentido y función de la Politeia

por Primo Siena

Esta primera parte trata la política bajo tres aspectos: el tema de la ciencia política que estudia en sentido amplio los hechos políticos, el tema de la filosofía política, que trata de los conceptos usados en la ciencia política, sea en su carácter sustantivo que por sus valoraciones y articulaciones expresadas como doctrina política o ideologías políticas y el tema de la política como "actividad reflexiva", relacionada con las formas y las estructuras de los gobiernos y de las instituciones sociales en general


Una pregunta previa se asoma a mi mente: ¿Que es política?. Si para contestar esta pregunta buscamos auxilio en la semántica clásica, encontraremos que el vocablo castellano Política deriva del griego antiguo politiké asociado a tekné, y que significa "arte de gobernar". Se trata pues de una definición que resuena en aquella de un diccionario moderno común, donde encontramos la siguiente definición: «Política: arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados» (1)..

Cabe, aquí, una primera aclaración: hasta por el sentido común, la política es arte y doctrina, pero no puede ser (en mi sentir y convicción) simple "opinión", como indica el citado diccionario, influido por una evidente distorsión democrática que ha corrompido el significado semántico del vocablo, en obsequio a la cultura de la Ilustración según la cual la política debe estar sujetada al imperio de la opinión de las mayorías, clasificadas por Juan Jacobo Rousseau como la expresión de una "voluntad general" que goza además del privilegio de nunca equivocarse.

Pero quien modestamente discrepa – como yo - del señor Juan Jacobo, se permite observar que la opinión colinda con lo opinable – o sea con lo discutible; y - claro está - que si el hacer política comporta la tarea de opinar y discutir, todavía la política no puede identificarse, sic et simpliciter, con la "opinión" por respetable que esa sea, so pena de rebajar a la política al nivel de un sofisma.

En su sentido clásico, noble y autentico, la política se sustenta en principios y valores y no en simples opiniones especialmente expuestas, hoy en día, a la manipulación subliminal de los medios masivos audiovisuales y cibernéticos de información.

Un acreditado diccionario filosófico (2) aborda, pues, el tema de la política bajo tres aspectos que aquí resumimos:

  1. El tema de la ciencia política que estudia en sentido amplio los hechos políticos; se trata de una ciencia definida también politología y que incluye planes, aspiraciones y fines de la acción política.
  2. El tema de la filosofía política, que trata de los conceptos usados en la ciencia política, sea en su carácter sustantivo que por sus valoraciones y articulaciones expresadas como doctrina política o ideologías políticas; estas últimas así definidas a partir de 1796, cuando el francés Destutt de Tracy acuñó el término "ideología" en remplazo de la palabra "metafísica".
  3. El tema de la política como "actividad reflexiva", relacionada con las formas y las estructuras de los gobiernos y de las instituciones sociales en general.

Examinaremos aquí la política en forma sintética, pero según el sentido clásico de Platón, quien consideraba precisamente la política como "arte y doctrina" resumiendo en el término Politeia su concepción ideal del Estado; concepción expresada en sus obras dedicadas a La república, El Político, Las Leyes.

El estudioso griego Kadatou ha observado, al respeto, que Platón desde temprana edad se había comprometido en hacerse un día " reformador social". En efecto, después de los Pitagóricos y los Eleatas, él es el primero entre los griegos en formular un sistema filosófico global antimaterialista; y esto a pesar del hecho que la filosofía inicialmente no lo sedujera. Por lo tanto Kardotou sostiene que Platón se hice filósofo sólo «para justificar y sustentar desde un punto de vista teorético, sus concepciones políticas de la organización del Estado» (3).

Hay que destacar, además, que para Platón la política estaba compenetrada de un profundo sentido religioso, como consta en los párrafos de Las Leyes, donde se regulan las danzas sagradas, se dicta el calendario religioso y se establece la liturgia de los ritos para los sacrificios ofrendados a los dioses (Leyes 798c-799b).

Glosando el pensamiento político de Platón, el comentarista italiano Luigi Gallinari afirma que el filósofo griego estaba convencido de que «la seguridad interna del Estado debe estar estrechamente vinculada a la unidad religiosa de los súbditos, so pena de una irremediable escisión de las conciencias que conllevaría al desorden social y a la guerra civil».

«A diferencia de Protagoras – prosigue Gallinari - Platón, sobre todo en su vejez, estaba profundamente convencido de que no era el hombre, sino Dios la medida de todas las cosas; por lo tanto a Dios tenía que referirse no sólo la vida de los individuos, pero también aquella del Estado» (4).

El sentido de lo sagrado, en la concepción platónica asegura la unidad política monolítica del Estado que involucra asimismo el espacio de las Musas, porque las artes constituyen el aporte de los ideales estéticos a la ética pública; tanto es así que, cuando los artistas no comparten los ideales del Estado, tienen que ser bandidos de la Polis sin piedad (Rep.401c-d).

Por eso Carlos Alberto Disandro reconoce que en la Polis platónica, gobernada por la filosofía, hay «reflejo de la mística nupcial del ser»; y nos encontramos, pues, «ante una anábasis místico-política que en última instancia deriva de los caracteres teoréticos del hombre griego»(5).

El sentido de lo sagrado está presente también en la concepción política romana, como bien atestigua el dialogo ciceroniano De re publica (modernamente: "Sobre el Estado político"), donde resulta evidente una substancial continuidad entre el pensamiento político griego y aquel de la Respublica romana. En este dialogo, Cicerón en el año 34 antes de Cristo, traza las líneas de un tratado histórico-político-teológico (según la definición de Disandro) que abarca el sentido romano de la comunidad política y que – en el capítulo dedicado al Somnium Scipionis – sube a la altura de una interpretación sagrada del destino de Roma (6).

Los Romanos para garantizar a la Civitas la "pax deorum", se preocuparon de poner bajo la protección divina toda actividad política y social. Preocupación, ésta, especialmente evidente en la ceremonia por medio de la cual el más alto magistrado de la Respublica, con la investidura del imperium, asumía también la dignidad del auspicium, siendo de tal modo igualmente depositario de los auspicia populi romani.

La reunión, en la misma persona, de las dos máximas dignidades – la dignidad política y la dignidad religiosa – será considerada una de las razones más profundas de la solidez del Estado romano hasta el tiempo de Cicerón; quien anotará en su obra De domo: «Nuestros mayores nunca fueron tan sabios e inspirados como cuando decidieron que las mismas personas asumieran las funciones religiosas conjuntamente con el gobierno del Estado».

Entre los Romanos, para conseguir la pax deorum no era suficiente que las ceremonias religiosas y los actos propiciatorios fueran celebrados por el magistrado con espíritu devoto, inflamado de pietas. Esas mismas ceremonias tenían que ser celebradas según el ritus y ser conformes al jus. De aquí, la profunda convicción de los Romanos que cada acto – tanto en el ámbito religioso come en ámbito jurídico – poseía una ley y una liturgia propia, que debían ser escrupulosamente observadas para alcanzar los efectos deseados.

En Roma se vivía una perfecta consonancia entre las indicaciones de los dioses y sus cumplimientos; tanto era así que incurrir en una negligentia divini cultus – esto es, no escuchar la voz divina – significaba cometer una violación de la religio tan graveque esa misma violación era comparable al echo delictuoso de quien auspiciaba una derrota civico-militar de la patria romana.

Hay, por cierto, algunos matices que diferencian la concepción política griega de Platón de aquella romana de Cicerón. Y muy bien lo aclara Carlos Disandro, que observa: «Frente a la política platónica, de carácter salvífico, tendríamos que hablar para el caso de la concepción ciceroniana de una política fundacional, que contempla al mismo tiempo el decurso de las generaciones, es decir, el decurso histórico y un eje mundano, cósmico, divino que religa la ciudad a un fatum inviolable» (7).

Pero ambas concepciones conservan el sello de lo sagrado, porque se amparan en la protección de los dioses, mientras que buscan de enmarcar las respectivas empresas políticas en la armonía cósmica.

Como comenta el metapolítico italiano Silvano Panunzio, no fue por azar que Platón diese a su obra maestra «no ya el nombre técnico y abstracto de metafísica, sino el nombre viviente de Politeia, en el sentido entonces genuino de civilización y ciudad por excelencia. Esto es: de ciudad de sapientes y de sapiencia de la ciudad verdadera» (8) .

La politeia platónica entonces no es una utopía, como se ha creído superficialmente en los tiempos modernos; más bien es la arquitectura de la ciudad y de su civilización, según la más alta expresión de sabiduría y armonía.

Platón sabía muy bien que la Polis, en el sentido que los romanos atribuirán después a la Civitas, tiene su raíz semántica en el sánscrito Chit., que significa "pensamiento universal". Había, por supuesto, en el sentido político de Platón la nostalgia de la sabia, áurea civilización de los atlántides: civilización sagrada, desaparecida cuando el sentido

sacro de la política se corrompíó y, por consiguiente, el principio de armonía degeneró.

Las civilizaciones precristianas – trátase de las antiguas de Oriente y de Occidente o de las precolombinas de nuestra América – tienen todas hondos rasgos teocráticos, porque en todas ellas el fundamento del poder político remonta a un origen divino; y en ellas la autoridad soberana era ejercida en nombre de una voluntad divina representada por hombres considerados los más dignos para interpretarla.

En esas civilizaciones, el orden político resultaba una adecuación tanto al orden natural como al orden cósmico trascendente.

Por consiguiente, en todos los tiempos y para todos los hombres, la religión fue considerada el fundamento de la sociedad humana, como observó en el siglo diecinueve, en su famoso "Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo, el socialismo", Juan Donoso Cortés. Quien al respeto escribió: «Todas las legislaciones de los pueblos antiguos descansan sobre el temor de los Dioses. Polibio declara que este sacro temor es más necesario para los pueblos libres que para los otros. Para que Roma fuese la Ciudad Eterna, el rey Numa la hice ciudad sagrada. Entre los pueblos de la antigüedad, el pueblo romano ha sido el más grande precisamente porque ha sido el más religioso»(9) .

·- ·-· -··· ·· ·-··
Primo Siena

Notas

1) Pequeño Larusse Ilustrado, Santiago de Chile 1986.

2) J.FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía .Ed. Ariel, Barcelona 1994, tomo 3° (K-P) p. 2832-34.

3) G. KARDATOU, Storia della filosofia greca antica (Ed. Italiana), 1972.

4) L. GALLINARI, Platone, politica ed educazione (governo dei migliori) Ed.ISC, Roma 1986, p.85-86.

5) C.A. DISANDRO, Sentido político de los Romanos. Ed. Thule Antártica, Bs.Aires 1985, p.71-72.

6) IDEM, Obra cit., p. 28 y 67-76.

7) IDEM, Obra cit., p.73.

8) S. PANUNZIO,Metapolitica. La Roma eterna e la nuova Gerusalemme. Ed. Babuino, Roma p.823-824.

9) Véase P. SIENA, Donoso Cortés (antología de textos donosianos escogidos). Ed. Volpe, Roma 1966. Ensayo, libro I°, cap.1, p. 28.

 


Revista Arbil nº 69

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