| Arbil cede expresamente el permiso de reproducción bajo premisas de buena fe y buen fin | Revista Arbil nº 69 | Lo que queda del mensaje (en torno a las palabras de Juan Pablo II en España) por Francisco Torres García Se ha especulado mucho con la trastienda del viaje, para la mayoría de los medios ha resultado más interesante hablar de los grupos que han estado tras los actos o sobre las implicaciones Iglesia-Estado que latían bajo la presencia del Papa. También, como no, se ha especulado con el apoyo brindado al Cardenal y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela. Sin embargo, poco análisis han merecido las palabras de Su Santidad. La superficialidad de los comentarios ha revelado que existe un trasfondo que se ha preferido obviar en esas palabras. ¿Qué ha dicho, en realidad, el Papa a los españoles? | Su Santidad Juan Pablo II ha visitado por quinta vez España para encontrarse con los jóvenes y canonizar a cinco beatos hispanos. Lo ha hecho reuniendo una ingente multitud, pese al deseo de quienes estaban empeñados en reducir la capacidad de convocatoria del Papa y del catolicismo español; logrando, además, altas cotas de audiencia en las retransmisiones televisivas. Su Santidad ha pronunciado breves palabras en sus dos días de estancia en el solar hispano. Por fuerza las intervenciones de Juan Pablo II debían de ser reducidas, tanto por la índole de los actos como por la salud de Su Santidad. Como en 1982, la vista del Papa se producía en un momento político complejo. Entonces, se había producido un importante vuelvo en la sociología política española con la victoria aplastante del socialismo. Ahora, España se encontraba entre la resaca de la oposición mayoritaria de los españoles a la guerra contra Irak, considerada injusta por Su Santidad, y el arranque de la campaña electoral municipal. A pesar de todo, escasas referencias -directas, ninguna- podrían encontrarse en sus palabras a estos hechos. Su Santidad esquivó la crítica coyuntural para centrarse en otras coordenadas ¿Por qué? Su Santidad, Juan Pablo II vino a España con la intención de hablar para la Iglesia y los católicos del futuro, para una comunidad que está experimentando una notable renovación interior. Lentamente, como es habitual en el seno de la Iglesia, de la mano y al guía de Juan Pablo II, la Iglesia española ha ido cerrando el ciclo abierto en los setenta, desarrollado a través del mandato del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, y que sumió a la Iglesia hispana en una profunda crisis al someterla claramente a los intereses políticos coyunturales, para abrir otro nuevo merced a un profundo cambio en los sitiales episcopales. Un cambio similar al que se está dando en el catolicismo de muchos otros lares del globo. A esta Iglesia, en trance de renovación, reconversión y reconducción comenzó a dirigirse el Papa en los ochenta, y ahora, en los comienzos del Tercer Milenio cristiano, buena parte de esa obra se encuentra concluida. Para el Papa ha llegado o está llegando el momento en el que ese catolicismo, esa Iglesia renovada, salga a la luz; sea, realmente, testigo de sí mismo e influya en el mundo. De ahí la perfecta correlación del mensaje del Papa con el de sus anteriores visitas a España. En esta quinta visita nos encontraríamos ante una reiteración de lo esencial, que, naturalmente, por fuerza, ha sido muy genérico. Para el Papa, las raíces del mal en el mundo moderno continúan siendo las mismas. Su mensaje ha sido, en este sentido, invariable desde los ochenta. En su primera visita a España afirmó: "no puedo silenciar el estado de crisis en que se encuentra Europa al asomarse al tercer milenio. La vida civil se encuentra marcada por las consecuencias de ideologías secularizadas, que van desde la negación de Dios o la limitación de la libertad religiosa, a la preponderante importancia atribuida al éxito económico respecto a los valores humanos del trabajo y de la producción; desde el materialismo y el hedonismo, que atacan los valores de la familia, a un nihilismo que desarma la voluntad de afrontar problemas esenciales". Invertir esta situación es para el Papa la misión que corresponde a los católicos, a los hombres y mujeres que deben dar testimonio público de la Fe; siguiendo así el mismo caminos que los hombres y mujeres que han sido beatificados o canonizados, a lo largo de este pontificado. Como lo fueron y lo son los cinco nuevos santos proclamados durante su estancia en España: "en este momento histórico ellos son luz en nuestro camino para vivir con valentía la fe; para alentar el amor al prójimo y para proseguir con esperanza la construcción de una sociedad basada en la serena convivencia y en la devoción moral y humana de cada ciudadano". Casi se podría decir que en los discursos de las máximas autoridades para la recepción al Papa, preparados o supervisados, evidentemente, por el gobierno se denotaba el temor ante las palabras de Su Santidad. A lo que se sumó el hecho inaudito de dar un "Premio" a uno de los teólogos de la liberación. Se le recordó, con cierta descortesía por la intención, que ésta era una España distinta y distante a la del pasado, una España plural que había alcanzado notables cotas de progreso y desarrollo. Su Santidad respondió desde la serenidad pero con firmeza, aunque este cruce dialéctico fuera relegado al olvido: "constato con satisfacción su progreso para el bienestar de todos", pero -y esto es lo importante, siendo, además una de las bases de su mensaje- "el proceso de desarrollo de una nación debe fundamentarse en valores auténticos y permanentes, que buscan el bien de cada persona, sujeto de derechos y deberes, desde el primer instante de su existencia y acogida en la familia, y en las sucesivas etapas de su inserción y participación en la vida social". Y es evidente que en nuestras sociedades "los valores auténticos y permanentes" están camino de la proscripción. En esta línea de pensamiento, el problema de nuestro tiempo es, para Su Santidad, la falta de bases firmes y permanentes sobre las que edificar la sociedad temporal. De ahí esa referencia, que probablemente decenas de miles de los jóvenes concentrados no alcanzaron a comprender, sobre la "falta de interioridad" que padece la "cultura actual": "sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad". Devolver al hombre y a la sociedad su interioridad, una interioridad cristiana, porque ese es nuestro auténtico orden de referencia, es la misión que compete a los cristianos. Por ello, éstos, deben volver los ojos hacia su interior, hacia sus raíces; para en esos momentos en que se trata de construir la Europa temporal se produzca la reaparición de la "nueva Europa del espíritu". Lo que suceda en Europa tendrá una indudable repercusión en el globo, donde además existe la otra occidentalidad alumbrada por España en Hispanoamérica. Es esa Europa llamada a ser "faro de civilización y estímulo de progreso" que sólo se alcanzará si retorna a "sus ricas y fecundas raíces cristianas". Y Su Santidad volvió a repetir la misma convocatoria de los ochenta: "¡Europa, vuelve a encontrarte! Sé tú misma. Aviva tus raíces!". ¿Y España? España tiene que jugar, según el pensamiento de Juan Pablo II, un papel trascendental en ese proceso. Su Santidad reavivó, en sus mensajes, la imagen histórica tradicional de España (algunos historiadores que se firman como católicos deberían reflexionar sobre sus palabras). Juan Pablo II hizo un canto a la España de "santos y misioneros". A la España que tiene que dar "gracias al Señor por tantos dones que ha derramado" sobre ella. A la España surgida en los tiempos apostólicos, donde el Evangelio "según una venerable tradición, fue predicado desde los primeros tiempos del cristianismo y se ha conservado a través de los siglos". A esa España que necesita reconstruir su identidad: "la fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español, dije cuando peregriné a Santiago de Compostela. Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad". Una identidad vinculada al catolicismo. Una y otra vez insistió Juan Pablo II en la necesidad de que España no abandone a Cristo: "¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sois los depositarios de una rica herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana, unida al gran amor a la Iglesia y al Sucesor de Pedro". Es tan vital el papel de España, tan necesario que no abandone sus raíces, porque el Papa percibe como esta España, cuya evolución sigue con atención, es un país cada vez más secularizado, con un claro descenso de la influencia real de la Iglesia, una nación cada vez más alejada de su tradición, que su Santidad amplió el discurso oficial en la Plaza de Colón. Recordó como la cultura de España fue grande al estar "fundada en al fe cristiana", que España supo ofrecerla a América y a otros partes del mundo. Los católicos españoles deben recuperar el espíritu de otros tiempos para ser "constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo. España evangelizada. España evangelizadora. Ese es el camino. No descuidéis nunca esa misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y en este momento intrépido para el futuro". En este nuevo camino, en esta misión de invertir el signo de los tiempos, en esta nueva evangelización que el Papa demanda, "los laicos tienen un papel protagonista", los laicos tienen que pasar a un primer plano social evitando disociar la Fe de lo temporal. La Iglesia sola no puede llevar adelante esta labor, sobre todo cuando faltan sacerdotes y religiosos. Es a los cristianos, "especialmente los matrimonios y las familias cristianas" a quienes corresponde el trabajo diario, el cambiar la sociedad. El Papa defiende el camino de la predicación, del convencer, porque la "ideas no se imponen, sino que se proponen"; es al hombre a quien corresponde elegir, pero debe tener la posibilidad de conocer los caminos, esos mismos senderos que el mundo actual oculta, desprecia, mancilla y margina. El primer paso es "ser testigo", dar "testimonio audaz", para abrir así esos senderos a los demás. Casi estamos como en los primeros tiempos, como en la primera evangelización, con hombres "que aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como discípulos del Nazareno". El Papa es consciente de que una parte de las generaciones actuales están adormecidas o han abandonado la Fe; que el futuro depende de esa juventud católica que debe, sobre todo, perseverar para poder reclamar a la sociedad, a los gobiernos, un nuevo caminar. Ellos deben ser la vanguardia que mueva al mundo a hacer posible la Paz y la Justicia, merced a "una profunda conversión interior". Porque, en pocas palabras, "dar testimonio audaz y valiente de Jesucristo" pasa por trabajar por una profunda transformación de la realidad.·- ·-· -··· ·· ·-·· Francisco Torres García | Revista Arbil nº 69 La página arbil.org quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina "ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil El contenido de estos artículos no necesariamente coincide siempre con la línea editorial de la publicación y las posiciones del Foro ARBIL La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del público siempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen. | Foro Arbil Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. 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