Según indicó en la presentación del documento monseñor Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid, entre los prelados hubo "un acuerdo máximo y sin fisuras sobre la condición de ETA y del nacionalismo excluyente y totalitario. Lo más debatido ha sido el capítulo V, dedicado a valorar la independencia. Ha habido un admirable clima de serenidad y de diálogo". El documento es una "Instrucción Pastoral", por lo cual no precisaba para su aprobación más que de los dos tercios de los votos, cosa que logró con holgura. Si hubiera sido un documento estrictamente magisterial, sólo hubiera obligado en caso de alcanzarse la unanimidad; de lo contrario, hubiera debido ir a Roma para obtener allí el refrendo del Vaticano. Debe recordarse que la Conferencia Episcopal no es una instancia por encima de los obispos, cada uno de los cuales tiene la máxima autoridad en su diócesis, salvada la suprema del Papa. Pero estas precisiones canónicas tienen poca importancia para la mayoría del pueblo, que deseaba ante todo un documento claro. Por lo demás, esta falta de unanimidad en un grupo tan numeroso y plural no es tan extraña; el cardenal Rouco declaró en la cadena COPE: "No recuerdo ningún documento de una cierta entidad que haya sido aprobado nunca por unanimidad". ¿Disensiones? Todo hace pensar que los votos en contra fueron de algunos obispos que discrepaban en la valoración del nacionalismo y de las tesis independentistas. Lo que resulta absolutamente calumnioso es hablar de disensiones episcopales respecto al terrorismo. En ese aspecto, nunca ha habido dudas entre los obispos. Desde hace más de treinta años, cuando muchos miraban a otra parte ante los primeros atentados de ETA, la Iglesia ya los condenaba tajantemente. Bien se puede comprobar mirando el reciente libro de la BAC "La Iglesia frente al terrorismo de ETA". Como señalaba un editorial de La Razón, el problema "no era la simple condena del terrorismo, algo en lo que todos estaban de acuerdo, sino la calificación moral de las raíces que han hecho posible el nacimiento de la violencia terrorista etarra". Y en este sentido sí que se puede hablar de una profundización en la doctrina episcopal, apoyada en el magisterio de Juan Pablo II. Los obispos no hacen juicios sobre propuesta política alguna, leyes, medidas judiciales, etc., sino que han elaborado un escrito doctrinal, de una profundidad muy superior a la de los habituales discursos políticos. Según el catedrático de Deusto Rafael Aguirre, estamos ante un texto "muy bien escrito, matizado y directo"; "naturalmente es discutible, pero lo interesante es que esta vez los obispos han aceptado bajar a la plaza pública, no en virtud de su autoridad magisterial, sino con el peso de sus argumentos, con una aportación que puede ser un punto de referencia no sólo para el interior de la Iglesia, sino para el conjunto de la sociedad española en el tema, quizá, más candente de nuestra convivencia". Tras este documento aprobado por la inmensa mayoría de nuestros obispos, ninguna persona de buena voluntad puede poner en duda la nítida posición de la Iglesia sobre este tema. Como ha escrito el periodista Álex Rosal, con él "se pone punto y final a las críticas de tibieza y neutralidad que se han proferido al estamento eclesial, entrando en una dinámica de valentía y firmeza ante esta lacra violenta que representa ETA y todo su entramado político". Síntesis de Pose Monseñor Romero Pose hizo un apretado resumen de la Instrucción al presentarla a los medios. Pose destacó estas claves del documento: En primer lugar, los Obispos juzgan moralmente el terrorismo como "una realidad intrínsecamente perversa, nunca justificable, que debe ser calificada como una estructura de pecado". Este juicio moral debe aplicarse tanto a la organización terrorista ETA como a sus colaboradores. El documento ve a ETA como una asociación terrorista, de ideología marxista revolucionaria, que propugna un nacionalismo totalitario y persigue la independencia del País Vasco por todos los medios. Por eso, entre las causas de su terrorismo, analizan la ideología marxista revolucionaria, el nacionalismo totalitario y la voluntad impositiva de independencia. Respecto al nacionalismo, indicó Monseñor Romero, "el documento no enjuicia moralmente el nacionalismo en general -opción política que puede ser perfectamente legítima y moral, cuando se armoniza con las exigencias del bien común-, sino el nacionalismo de ETA, que es totalitario e idolátrico y, en consecuencia, gravemente inmoral". Respecto a la voluntad impositiva de independencia, los obispos recuerdan que "no cualquier pretensión de independencia es moral. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, no es ni prudente ni moralmente aceptable. La Constitución española de 1978 es hoy el marco ineludible de convivencia". Por eso, consideran inadmisible "pretender unilateralmente alterar este ordenamiento en función de una determinada voluntad de poder". La Instrucción concluye con una invitación a recuperar la esperanza, insistiendo en la conversión de los corazones como el único camino para la verdadera paz; en la petición a todos los católicos a hacer de sus comunidades "centros de comunión de las personas, donde se condene sin equívocos el terrorismo y se comparta la fe que construye la fraternidad entre los hombres y los pueblos", y en "la necesidad ineludible de acompañar y atender, de modo especial, a las víctimas del terrorismo". Finalmente, la Iglesia invita "a ofrecer y recibir el perdón, consciente de que no hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón. Sabiendo que el perdón es don de Dios, pedimos a todos los creyentes que intensifiquen la oración". Claves del documento: La Introducción En la introducción los obispos indican que "cuando la dignidad de la persona queda ultrajada porque se atenta contra su vida, contra su libertad o contra su capacidad para conocer la verdad, los cristianos no pueden callar". Piensan que "en España, el terrorismo de ETA se ha convertido desde hace años en la más grave amenaza contra la paz". Tras recordar anteriores intervenciones episcopales, declaran: "Ante un dilema moral, adoptar intencionadamente una actitud ambigua cierra el camino a la determinación de la bondad o de la maldad de una realidad o de una conducta". En el punto nº 4 adelantan una síntesis de su documento: "Presentamos una valoración moral del terrorismo de ETA que va más allá de la condena de los actos terroristas, tratando de descubrir sus causas profundas"; lo califican "como una realidad intrínsecamente perversa, nunca justificable, y como un hecho que, por la forma ya consolidada en que se presenta a sí mismo, resulta una estructura de pecado. Emitimos un juicio moral sobre el nacionalismo totalitario que se halla en el trasfondo del terrorismo de ETA, porque no se puede entender el uno sin el otro". El terrorismo El primer capítulo, titulado "El terrorismo, forma específica de violencia armada", lo entiende como "el propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, mediante el uso sistemático del terror con una intención ideológica totalitaria. Al hablar de terror nos referimos a la violencia criminal indiscriminada que procura un efecto mucho mayor que el mal directamente causado, mediante una amenaza dirigida a toda la sociedad". Para los obispos, "la maldad del terrorismo es más profunda que la de sus actos criminales, ya de por sí horrendos", y explican su diferencia con la guerra, la guerrilla y la simple delincuencia organizada. Es interesante el análisis del nº 8: "Dentro de la ideología marxista-revolucionaria, a la que se adscriben muchos terrorismos, entre ellos el de ETA, es normal querer justificar sus acciones violentas como la respuesta necesaria a una supuesta violencia estructural anterior a la suya, ejercida por el Estado"; denuncian "esta concepción inicua, contraria a la moral cristiana, que pretende equiparar la violencia terrorista con el ejercicio legítimo del poder coactivo que la autoridad ejerce en el desempeño de sus funciones. A la vez se debe manifestar también la inmoralidad de un posible uso de la fuerza por parte del Estado al margen de la ley moral y sin las garantías legales exigidas por los derechos de las personas". La ideología El segundo capítulo de la Instrucción se titula: "El objeto del juicio moral: terror criminal ideológico". Es muy breve, pero de gran importancia, porque explica en qué consiste la "maldad específica y última del terrorismo: en atentar contra la vida, la seguridad y la libertad de las personas, de forma alevosa e indiscriminada, con el fin de llegar a imponer su proyecto político, presentando sus actos criminales - el terror - como justificables por su interpretación ideológica de la realidad. El terrorismo no niega que sus actividades sean violentas y que están cargadas de consecuencias lamentables, pero las justifica como necesarias en virtud de la supuesta grandeza del fin perseguido. Es una explicación ideológica de la violencia criminal en el peor sentido de la palabra 'ideológica', es decir, encubridora de algo injustificable". Señala también el documento que las organizaciones terroristas tienden a "hacer plausible una argumentación ideológica mediante la deformación del lenguaje"; frente a ello, "es necesario dar a cada cosa su propio nombre". Juicio moral Llegamos así al capítulo 3º, "Juicio moral sobre el terrorismo", el más extenso de la Instrucción. Tras denunciar el método de "la transferencia de la culpa, que consiste en culpabilizar a quienes se oponen al terrorismo de ser los causantes de la violencia", califica el terrorismo como "una realidad perversa en sí misma, que no admite justificación alguna apelando a otros males sociales, reales o supuestos". A continuación, detalla este juicio en tres apartados. El primero se titula: "El terrorismo es intrínsecamente perverso, nunca justificable": "No puede ser nunca justificado por ninguna circunstancia ni por ningún resultado". Podemos señalar aquí que desde el relativismo imperante en nuestra sociedad, que niega la existencia verdades absolutas o de actos intrínsecamente malos, cualquier condena del terrorismo muestra su debilidad, mientras que la doctrina de la Iglesia sobre la dignidad de todo ser humano como imagen de Dios, le permite hacer esas afirmaciones que muchos, que ahora aplauden el documento, consideran "fundamentalistas" cuando se aplican a otros casos semejantes. Por el contrario, la Instrucción muestra la coherencia de la doctrina católica cuando recuerda que "el terrorismo merece la misma calificación moral absolutamente negativa que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente", momento en que cita la encíclica "Evangelium vitae" de Juan Pablo II, que aplica ese principio a casos como el aborto o la eutanasia. Y es que, como escribía el Papa, "cada ser humano inocente es absolutamente igual a los demás en el derecho a la vida", principio que olvidan los que, desde el relativismo antropológico posmoderno, condenan el terrorismo pero justifican esos otros crímenes. El documento hace extensiva la calificación moral "absolutamente negativa" del terrorismo a quienes colaboran de cualquier modo con él, a cuantos lo justifican, y también al "terrorismo de baja intensidad" o "kale borroka"; y añade que "tampoco es admisible el silencio sistemático" ante esta lacra. El segundo apartado se titula "El terrorismo es una estructura de pecado", es decir, "el resultado de una efectiva intención de alcance social que se dirige no sólo a la comisión de actos intrínsecamente malos, sino que busca la deformación generalizada de las conciencias para la extensión de su maldad de modo estable". Los obispos vuelven a relacionar el terrorismo con lo que Juan Pablo II llama "la cultura de la muerte", pues contribuye a esta cultura "en la medida en que desprecia la vida humana, rompe el respeto sagrado a la vida de las personas, cuenta con la muerte injusta y violenta de personas inocentes como un medio provechoso para conseguir unos fines determinados"; la vida humana "queda así degradada a un mero objeto, cuyo valor se calcula en relación con otros bienes supuestamente superiores". Finalmente, un tercer apartado, titulado "La extensión del mal: odio y miedo sistemáticos", habla de esos dos efectos negativos. El miedo debilita a las personas y favorece el silencio. El odio genera una espiral de más odio que favorece los fines terroristas, y se manifiesta en "sensibilidades exacerbadas a las que les es difícil hacer un análisis de la realidad". Termina este capítulo insistiendo en que el terrorismo se muestra como un modo de pensar y sentir "incapaz de valorar al hombre como imagen de Dios. Y cuando esa cultura arraiga en un pueblo, todo parece posible, aun lo más abyecto, porque nada será sagrado para la conciencia". Afirmación que evoca la célebre frase de Dostoievsky: "Si Dios no existe, todo está permitido". Por el contrario, desde la doctrina católica, los obispos muestran que "es posible una valoración neta y definitiva del terrorismo, por encima de las circunstancias coyunturales de un momento histórico". El terrorismo de ETA El brevísimo capítulo cuarto lleva por título: "A ETA hay que enjuiciarla moralmente como terrorismo". Describen así a esta organización: "una asociación terrorista, de ideología marxista revolucionaria, inserta en el ámbito políticocultural de un determinado nacionalismo totalitario que persigue la independencia del País Vasco por todos los medios". No viene mal recordar la ideología marxista revolucionaria de ETA, pues merced a una manipulación del lenguaje muy frecuente, se la está calificando por muchos como "fascista" o "nazi"; lo cual, sin duda agradecen algunos que ahora condenan el terrorismo etarra y hasta hace nada compartían con ETA su matriz marxista. Tampoco estará de más recordar que, en muchas ocasiones, los que ahora se escandalizan de que haya algunos sacerdotes vascos cercanos a ciertos planteamientos de ETA, son los mismos que hace años apoyaban las corrientes extremas de la teología de la liberación y criticaban el supuesto "dogmatismo" del Vaticano, alentando la rebeldía de esos curas los que ahora exigen mano dura a sus obispos. Seguramente, demasiado tarde. El nacionalismo El quinto capítulo se titula: "El nacionalismo totalitario, matriz del terrorismo de ETA". Sin duda, es el más problemático, por pasar del terrorismo al nacionalismo. La razón de este paso es que "no es posible desenmascarar la malicia de ETA sin ofrecer una clarificación moral sobre el transfondo político-cultural del terrorismo etarra". El documento deja claro que "no pretende ofrecer un juicio de valor sobre el nacionalismo en general", sino sobre el nacionalismo totalitario. Para ello, comienza por explicar el sentido de los términos "nación" -basada ante todo en la cultura-, "soberanía espiritual" y "soberanía política". La "soberanía espiritual de las naciones puede expresarse también en la soberanía política, pero ésta no es una implicación necesaria". Y afirma: "Las naciones, aisladamente consideradas, no gozan de un derecho absoluto a decidir sobre su propio destino. Esta concepción significaría, en el caso de las personas, un individualismo insolidario. De modo análogo, resulta moralmente inaceptable que las naciones pretendan unilateralmente una configuración política de la propia realidad y, en concreto, la reclamación de la independencia en virtud de su sola voluntad". Por ello, "la Doctrina Social de la Iglesia reconoce un derecho real y originario de autodeterminación política en el caso de una colonización o de una invasión injusta, pero no en el de una secesión". En conclusión: "no es moral cualquier modo de propugnar la independencia de cualquier grupo y la creación de un nuevo Estado". Los obispos añaden que "cuando la voluntad de independencia se convierte en principio absoluto de la acción política y es impuesta a toda costa y por cualquier medio, es equiparable a una idolatría de la propia nación que pervierte gravemente el orden moral y la vida social". Esto no quiere decir que la Iglesia rechace el nacionalismo como tal, entendido como "una determinada opción política que hace de la defensa y del desarrollo de la identidad de una nación el eje de sus actividades". Pero diferencia entre un nacionalismo legítimo, a veces incluso conveniente, y sus corrupciones. Además, la opción nacionalista, como cualquier opción política, no puede ser absoluta. Para ser legítima debe mantenerse en los límites de la moral y de la justicia, evitar el peligro de considerarse a sí misma como la única forma coherente de proponer el amor a la nación, y el de defender los propios valores nacionales menospreciando los de otras realidades nacionales o estatales. En cualquier caso, el nacionalismo en que se fundamenta ETA no cumple las condiciones requeridas para su legitimidad moral, sino que es un "nacionalismo totalitario e idolátrico", que "considera un valor absoluto el valor 'pueblo independiente, socialista y lingüísticamente euskaldún', todo ello además interpretado ideológicamente en clave marxista, ideología a la cual ETA somete todos los demás valores". Añaden los obispos que "la pretensión de que a toda nación, por el hecho de serlo, le corresponda el derecho de constituirse en Estado, ignorando las múltiples relaciones históricamente establecidas entre los pueblos y sometiendo los derechos de las personas a proyectos nacionales o estatales impuestos de una u otra manera por la fuerza, dan lugar a un nacionalismo totalitario". El documento episcopal señala que "el Estado es una realidad primariamente política; pero puede coincidir con una sola nación o bien albergar en su seno varias naciones o entidades nacionales. La configuración propia de cada Estado es normalmente el fruto de largos y complejos procesos históricos", que "no pueden ser ignorados ni, menos aún, distorsionados o falsificados". Ahora bien, "España es el fruto de uno de estos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que esta negación podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable". Añaden que la "Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia". Como toda obra humana, no es perfecta y es "modificable, pero todo proceso de cambio debe hacerse según lo previsto en el ordenamiento jurídico. Pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder es inadmisible". En opinión de Rafael Aguirre, aunque la Instrucción no se pronuncia sobre la naturaleza del Estado español, el conjunto de la misma "da a entender que se está pensando en una España plurinacional y con una importante diversidad interna". Pero "el documento deja claro que la autodeterminación, entendida como la posibilidad de secesión de un Estado, 'fruto de largos y complejos procesos históricos', como es el caso de España, no es un derecho. Hay opciones políticas que son legítimas, pero, sin embargo, no son derechos y, por tanto, su no consecución no es una injusticia". Conclusión En la conclusión, los obispos españoles, tras hablar de la libertad cristiana, exhortan a todos a construir la paz, haciendo un especial llamamiento a los educadores, para que animen a los jóvenes a "construir una sociedad donde se vivan los principios morales que garanticen el respeto sagrado a la persona". Nuestros pastores no pueden dejar de expresar su convicción de que "sólo en Jesucristo encuentra el hombre la salvación plena. Educar para la paz que nace del encuentro con el Señor y con la Iglesia es una tarea urgente, especialmente entre los más jóvenes. Así como donde anida la semilla de la ideología terrorista se esteriliza la vida cristiana, donde, en cambio, crece y madura la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, prevalece el amor a los demás, el deseo sincero de paz y de reconciliación". Una abundante experiencia confirma estos asertos. Por ello, "la Iglesia proclama de nuevo la necesidad de la conversión de los corazones como el único camino para la verdadera paz". Los obispos insisten en el diálogo entre todas las instituciones, dejando claro que no se refieren a ETA, "que no puede ser considerada como interlocutor político de un Estado legítimo". Se dirigen a las comunidades cristianas, esperando que sean "centros de comunión de las personas, donde se rechace sin equívocos el terrorismo", y donde se realice un acompañamiento y atención pastoral de las víctimas del terrorismo. Hablan del perdón, que no se contrapone a la justicia, sino que la perfecciona, y que se debe pedir en la oración. Citando a Juan Pablo II, señalan que "la oración por la paz no es un elemento que 'viene después' del compromiso por la paz", sino que está en el corazón mismo del esfuerzo por la misma. Exhortando a tal oración, los obispos la ponen, en este "Año del Rosario", en manos de la Virgen María, Reina de la Paz. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Luis F. de Prada Notas; Sumario de la Instrucción Introducción: "Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado". I. El terrorismo, forma específica de violencia armada. II. El objeto del juicio moral: terror criminal ideológico. III. Juicio moral sobre el terrorismo. a) El terrorismo es intrínsecamente perverso, nunca justificable. b) El terrorismo es una estructura de pecado. c) La extensión del mal: odio y miedo sistemáticos IV. A ETA hay que enjuiciarla moralmente como "terrorismo". V. El nacionalismo totalitario, matriz del terrorismo de ETA. Conclusión: "La esperanza no defrauda".. |