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Revista Arbil nº 64
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Textos clásicos: Sentido y
ubicación de Mexico
por
Julio Ycaza Tigerino
"Si
América ha de ser la sede de una nueva y
original expresión de la cultura de Occidente,
entender a México es acercarse lo más posible a
esa novedad cultural americana
germinación".
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"América
no es un mundo nuevo -como dice Vasconcelos- ni
geológica ni culturalmente. Es tan viejo o más
que Europa. ¿En qué consiste, pues, la novedad
de América? América es nueva dentro de
Occidente, dentro de la civilización cristiana
occidental a la que fue incorporada por España.
No se trata, pues, de una incorporación
geográfica del territorio, sino de la tierra, y
la tierra quiere decir también todo lo que en el
territorio vive, y lo que vive es primordialmente
el hombre.
La colonización española tiene así una
dimensión de profundidad histórica y espiritual
que no tiene la anglosajona. La incorporación
por el mestizaje del elemento humano (étnico y
espiritual) de América al mundo occidental
significó, junto con llevar a la cultura de
Occidente a su máximo grado de
universalización, el echar las bases para una
futura revitalización y transformación de esta
cultura, significó incorporar al Occidente
reservas étnicas y espirituales que estarían
destinadas a salvar su humanidad y su verdad
cuando los pueblos de Europa hubieran llegado, en
un proceso de descomposición espiritual, al caos
y a la impotencia.
Y España se salva, antes que nadie, por esto,
por haber puesto el pie en América, o mejor
dicho el alma. Cuando se afirma que España no es
Europa, se afirma verdad en parte. España no es
Europa, porque Europa no es Europa. Europa no
existe ya como unidad de historia y de cultura.
Pero España, cuando Europa era aún Europa,
tomó la semilla europea y se fue a América y la
plantó allá en tierras americanas. Y en
Hispanoamérica se conservan elementos de unidad
cultural europea que ya no existen en Europa.
España tiene, pues, una raíz en América, de la
cual se ha nutrido y se nutre cada día más su
historia, que ya no tiene nada que recibir de la
historia europea, sino que, por el contrario,
debe convertirse (¿hasta dónde será esto
posible?) en raíz nutricia de Europa para
salvarla.
Las crisis de la civilización determinan en los
pueblos que las sufren un desgastamiento o
cansancio físico y espiritual, un debilitamiento
de las energías primordiales creadoras del
hombre, una pérdida de los impulsos vitales
primarios de la humanidad, que los pueblos
primitivos conservan aún en todo su vigor
natural. El hombre supercivilizado, en un proceso
agudo de intelectualización, se va encerrando en
sí mismo, convirtiéndolo todo a sí mismo,
perdiendo el contacto animal con la naturaleza y
el sentido elemental de las cosas sobre el que
descansa la vida de toda criatura y su relación
natural con el Creador.
Estas crisis de la civilización se resuelven,
por esto, mediante una irrupción de los
bárbaros que traen las virtudes primordiales
perdidas y el desaparecido impulso vital.
En la dolorosa crisis actual del Occidente,
¿dónde está esa posible barbarie operante?
Walter Schubart, el alemán, cree encontrarla en
Rusia.
España conserva en sí misma, más que ningún
otro pueblo europeo, esas virtudes primordiales,
esa saludable dosis de primitivismo. Y ello se
debe, a mi juicio, en gran parte, al encuentro
con América, a su contacto telúrico y étnico
con América, que dejaría una huella profunda en
la historia de España y en el alma del pueblo
español.
La épica conquista de América, con su complejo
mítico y leyendario, su secuela de sangre y de
violencia, su poderoso impacto de barbarie,
contribuiría a arraigar en el español un cierto
sentido primitivista, individual y colectivo, de
la vida y de la historia.
Pero, sobre todo, España tiene en su raíz
americana (mestizaje espiritual, hispanidad) la
reserva de vitalidad primitiva necesaria para
operar en la solución de la crisis de Occidente.
Y esta reserva de primitivismo está en mucho
orientada e incorporada dentro de la
civilización cristiana occidental.
El bárbaro está ya bautizado. Occidente no
necesita ahora, como la antigua Roma decadente,
ser invadido y pisoteado por los bárbaros y
esperar después a cristianizarlos, que esto
significaría la irrupción del comunismo ruso en
toda Europa. Por eso, frente a Rusia se alza
España, y su verdad católica es escudo de
Occidente contra el comunismo,
La solución de esta crisis de la civilización
cristiana viene, pues, por Rusia o por España.
Por Rusia, sólo en la medida en que los
bárbaros orientales puedan luego ser bautizados.
Por España, en cuanto ésta tiene su raíz en
América, porque es de esta raíz de donde nace
el impulso vital primario capaz de transformar la
cultura occidental, de renovarla y de salvarla.
No es otro el auténtico sentido funcional de lo
hispánico.
Lo hispánico no es sólo salvación de América
en cuanto occidentalización y cristianización
del hombre americano, del indio y su mestizaje.
Es también salvación del mundo occidental en
cuanto revitalización por lo indígena americano
de lo español, y en lo español de lo europeo.
Lo hispánico no es lo español, sino lo mestizo,
dándole una acepción amplia a esta palabra.
Quiero decir que lo indio fue incorporado a lo
español, no sólo en el sentido racial, sino y
sobre todo, en el sentido cultural y espiritual.
Y en esta conjunción espiritual, lo español no
sólo fue transformador y sublimador, sino que,
aun siéndolo preponderantemente, fue a su vez
transformado y sublimado por lo indio, en cuanto
que a través de lo indio encontró lo español
un nuevo y más completo sentido de su
universalidad cristiana, y, además, una
reafirmación de su vitalidad primitiva, de sus
virtudes primordiales que daría al pueblo
español una salud física y espiritual de que
carecerían los otros pueblos de Europa para
resistir al proceso patológico de disolución de
la cristiandad occidental.
Con estos breves antecedentes podemos entender el
sentido de México y su ubicación histórica.
Porque México es la más completa realización
de esa conjunción espiritual entre el
primitivismo indígena y la cultura occidental
que realizó España en América. En ninguna
parte como en México el indio y su mestizaje han
sido incorporados al alma de Occidente, en lo
sustantivo de ella, es decir, en lo católico.
Atribúyase esto, si se quiere, a una
predilección divina, al milagro indiano de Santa
María de Guadalupe; pero la religiosidad del
pueblo mexicano es sin disputa un hecho de
indestructible valor histórico y cultural y que
no tiene paralelo en los otros pueblos mestizos
del continente. No pueden compararse a este
respecto las masas mexicanas con las masas de
indios y cholos peruanos y bolivianos que en su
estratificación moral y religiosa conservan aún
un ineludible y áspero sedimento de paganismo.
Y esta incorporación sustantiva del alma de
México al alma de Occidente, existe con toda la
pureza de ambas; con la pureza religiosa del
Catolicismo hispánico, libre de las taras
intelectualistas y racionalistas europeas, y con
la pureza primitiva del alma indiana recién
nacida a la historia propiamente tal, alma
telúrica y primordial que no ha perdido su
contacto vital con la naturaleza, que conserva el
sentido colectivo elemental de la realidad y del
misterio sobre que descansa la comunidad creadora
de la fe y de la cultura.
No estoy, con esto que digo, propiciando un
indigenismo absurdo que trate de supervalorizar
al indio, de creer que el indio por sí mismo va
a recrear y a transformar nuestra cultura. Se
trata de valorar lo que significa la presencia
del indio, su valor de influencia ambiental acaso
tanto o más que su valor de influencia racial.
Es este el sentido de la frase del poeta Elliot
que cita Cuadra en su ensayo sobre México:
«Tenemos que aprender a mirar el mundo con los
ojos de un indio mexicano.»
Sobre todo es necesario hacer hincapié en que
esta mirada del indio mexicano es una mirada
cristiana. Este indio mexicano ha sabido luchar y
morir a través de toda su historia en defensa de
los valores superiores de Occidente. Defensa de
la Fe, siempre y antes que nada. Defensa del ser
hispánico, primero contra el liberalismo
español, que eso y no otra cosa fue la guerra de
Independencia de México sin que mediaran en
ella, como en la de otras regiones de
Hispano-américa, motivos de orden económico o
intereses de privilegios sociales. Contra el
imperialismo yanqui después, que si logró
mutilar su territorio no pudo nada, sin embargo,
contra su autenticidad espiritual y cultural,
contra la esencia católica de la libertad
atacada por la predestinación puritana de la
anti-Europa protestante. Y esto a pesar de la
traición política de las clases dirigentes.
Contra el socialismo y el comunismo, por último,
que han logrado únicamente un cruento testimonio
de martirio, el acrecentamiento de la fe en una
purificación de catacumbas y la reacción vital
y honda que apunta ya en movimientos sociales y
políticos como el Sinarquismo, de maravillosa
profundidad espiritual unida admirablemente a un
vigoroso arraigo histórico y popular.
He aquí, pues, cómo bajo el signo de los
tiempos actuales y bajo el signo de su Historia,
México encuentra su sentido y su ubicación en
el mundo. Y a nosotros, hispanos, nos interesa
descubrir ese sentido que es el nuestro, así
como es necesario que conozcamos con exactitud
esa ubicación de México, «nación de
frontera», como la llama Esquivel y Obregón, no
sólo por su posición geográfica en la lucha
contra la anti-Europa protestante y su
imperialismo, sino por su posición histórica y
espiritual entre el Occidente que fenece y el
Occidente que puede renacer si los pueblos
hispánicos tienen una misión de Historia y de
Cultura que cumplir y si son capaces de cumplir
esa misión".
·- ·-· -··· ·· ·-··
Julio Ycaza Tigerino |
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Revista Arbil nº 64
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