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Revista Arbil nº 64
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La "purificación de la
memoria" y la devoción al Corazón
Inmaculado de María para la nueva
evangelización
por
Giovanni Cantoni y T. Ángel Expósito Correa
En
el Comentario teológico al mensaje de Fátima,
el cardenal Joseph Ratzinger escribe:
«Corazón» significa en el lenguaje de la
Biblia el centro de la existencia humana, la
confluencia de razón, voluntad, temperamento y
sensibilidad, en la cual la persona encuentra su
unidad y su orientación interior. El «corazón
inmaculado» es, según Mt 5,8, un corazón que a
partir de Dios ha alcanzado una perfecta unidad
interior y, por lo tanto, «ve a Dios». La
«devoción» al Corazón Inmaculado de María
es, pues, un acercarse a esta actitud del
corazón, en la cual el «fiat» --hágase tu
voluntad-- se convierte en el centro animador de
toda la existencia
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Si alguno objetara que no debemos
interponer un ser humano entre nosotros y Cristo,
se le debería recordar que Pablo no tiene reparo
en decir a sus comunidades: imitadme (1 Co 4, 16;
Flp 3,17; 1 Ts 1,6; 2 Ts 3,7.9). En el Apóstol
pueden constatar concretamente lo que significa
seguir a Cristo. ¿De quién podremos nosotros
aprender mejor en cualquier tiempo si no de la
Madre del Señor?".
Por consiguiente, el corazón es el centro de la
existencia humana, confluencia de razón, de
voluntad, de temperamento y de sensibilidad.
Pero, entre las potencias del alma, el prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe no
menciona explícitamente, junto al intelecto y a
la voluntad, a la memoria, que también guarda
con el corazón una relación muy estrecha,
atestiguada -por ejemplo- por las expresiones,
respectivamente en francés y en inglés,
perfectamente idénticas aunque construidas con
material lexical heterogéneo: apprendre et
savoir par coeur, learn and know by heart,
"aprender y saber de memoria"; además
de la misma raíz de "recordar",
"guardar en el corazón". Y
precisamente de la Virgen se dice en el Evangelio
de Lucas: "María guardaba todas estas cosas
ponderándolas en su corazón" (Lc. 2,19); y
aún: "Y su Madre guardaba todas estas cosas
en su corazón" (Lc. 2,51). Por lo tanto,
creo que se puede afirmar que la devoción al
Corazón Inmaculado, que se traduce en el
esfuerzo por conseguir la pureza del corazón, no
entraña solamente la purificación del intelecto
y de la voluntad - "Los corazones
limpios" designan a los que han ajustado su
inteligencia y su voluntad a las exigencias de la
santidad de Dios, principalmente en tres
dominios: la caridad, la castidad o rectitud
sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la
fe"-, sino también de la memoria.
Pero "memoria" se puede decir en
múltiples acepciones, de entre las cuales aislo
dos, ambas merecedoras de atención desde la
perspectiva en que me coloco. En la primera la
memoria es entendida como recuerdo, indispensable
para la narración histórica y para su
conservación; en la segunda la memoria es vista
como supuesto y como elemento integrante de la
prudencia. Por su parte, la prudencia es virtud
con dos rostros, de los cuales uno mira a la
realidad objetiva y el otro a la actuación del
bien, por tanto es un hábito que media
primariamente entre el sujeto que mira la
realidad para aceptarla, para verificarla, luego
es medida entre la verdad "cierta y
verdadera" y la acción, entre la realidad y
la acción, ya que "todos los diez
mandamientos de Dios - explica magistralmente
Josef Pieper (1904-1997) - se reducen a la
executio prudentiae, a la actuación de la
prudencia" .
Empiezo por la acepción de memoria, entendida
como elemento integrante de la prudencia. Entre
las premisas de la prudencia se situa "la
"prudencia como conocimiento", que,
"[...] como conocimiento [...] de la
situación concreta del obrar concreto, encierra
en sí sobre todo el saber callar, unido a la
objetiva percepción de la realidad, y el
paciente trabajo de la experiencia
(experimentum), que no puede ser eludida". Y
"la actitud fundamental de la mirada
"silenciosa" sobre la realidad es el
conjunto de todas las premisas particulares a las
que está vinculado el cumplimiento de la
"prudencia como conocimiento". Las
premisas más importantes son las tres
siguientes: memoria, docilitas, solertia".
"Memoria significa [...] - prosigue el
filósofo alemán - más de lo que se entiende
por facultad natural de recordarse. [...] se
entiende primeramente algo que no tiene nada que
ver con cualquier tipo de habilidad
"mnemotecnia" de no-olvidar. La
"buena" memoria, como premisa para la
perfección de la prudencia, no significa otra
cosa que: la memoria "fiel al ser" de
las realidades. "El sentido de la virtud de
la prudencia es: que el conocimiento objetivo de
la realidad se haga norma para el obrar; que la
verdad de las cosas reales se haga orientativa.
Esta verdad de las cosas reales es no obstante
"guardada" en la memoria fiel a la
realidad. "La fidelidad de la memoria
significa por tanto que ella "guarda"
en sí las cosas reales y los acontecimientos
como realmente son y han sido. La falsificación
del recuerdo, contraria a la realidad, operada
por el "sí" o por el "no" de
la voluntad, es la verdadera y propia ruina de la
memoria; ya que contradice su íntima naturaleza
que es la de "contener" la verdad de
las cosas reales. (Desde este punto de vista se
entiende con mayor claridad la célebre analogía
trinitaria de san Agustín a menudo mal
entendida: la memoria es para él la realidad
espiritual primordial de la que proceden el
pensamiento y la voluntad; por tanto ella es para
él imagen de Dios, del Padre, del cual proceden
el Verbo y el Espíritu Santo)" . Por eso el
mismo filósofo alemán ayuda a leer a san Tomás
de Aquino, que "[...] pone la fidelidad al
ser de la memoria como primera premisa para la
perfección de la prudencia; de hecho es la
premisa más amenazada. En ninguna parte como
aquí, en las profundas raíces del devenir
ético-espiritual, hay el peligro que la verdad
de las cosas reales sea falsificada mediante un
"sí" o un "no" de la
voluntad. Y la gravedad del peligro reside propio
en su imperfectibilidad. En ningún otro sector
un interés inconfesado e incontrolable puede
insertarse como aquí a través de deformaciones,
retoques, omisiones, coloridos, cambios de
acento. [...] Sólo una rectitud de todo el ser
humano, purificadora de las bases íntimas de las
raíces de la voluntad, puede ser una garantía
para la objetividad de la memoria. Aquí se hace
patente lo mucho que la prudencia, de la cual
dependen todas las virtudes, dependa a su vez ya
en sus cimientos precisamente por el conjunto de
las otras virtudes, y ante todas de la
justicia". Por lo tanto, también la
"purificación de la memoria" es parte
de la pureza del corazón, de la imitación de
María. Y como la memoria es un componente de la
virtud política por excelencia, la primera de
las virtudes cardenales, la prudencia, así su
purificación es la cumbre de la ascesis natural
- imprácticable constante y ordinariamente post
peccatum sin la gracia - y premisa de la
relación sobrenatural por excelencia con Dios,
la visio Dei: recuerdo de cosas y de hechos sub
specie aeternitatis, esto es, recuerdo de cosas y
de hechos así como los percibe quien se prepara
al encuentro con Dios.
Paso a la acepción de memoria, entendida como
supuesto del recuerdo histórico y como
condición de la narración de tal recuerdo.
Desde esta angulación, parece que guardan
relación la instauración de la devoción al
Corazón Inmaculado de María y la Jornada del
Perdón, realizada por Papa Juan Pablo II el 12
de marzo del 2000, con la "purificación de
la memoria", que constituye premisa
indispensable para la conversión, para el cambio
de la mentalidad. Ya que de la
"purificación de la memoria" en
ocasión de la Jornada del Perdón - que empalma
estructuralmente con la Conmemoración Ecuménica
de los Testigos de la Fe del Siglo XX, el 7 de
mayo del 2000- se ha querido subrayar
principalmente la excepcionalidad histórica, a
propósito de tal acto creo necesario hacer
algunas anotaciones. La Iglesia de dirige a los
particulares, sus interlocutores privilegiados
puesto que "salus animarum, suprema
lex", "la ley maestra es la salvación
de las almas", y ella los encuentra dentro
de contextos, de entre los cuales sobresalen las
comunidades humanas caracterizadas por una
"cultura", esto es, por un horizonte
constituido por todas las aproximaciones a las
realidades y a su plantearse como problemas,
cultura cuya tasa de homogeneidad y de incidencia
en las instituciones permite hablar de
"civilización". También es necesario
observar que - según una puntual observación
del filósofo argentino Alberto Caturelli, de
gran utilidad como premisa a la acción, a su
doctrina y a su práctica, esto es, a la misión
-, "estrictamente hablando, no es posible un
encuentro entre culturas consideradas, cada una,
como una totalidad; las culturas no se
"encuentran". Se encuentran las
personas cultas o, simplemente, las personas,
puesto que no puede haber un encuentro que no sea
personal".
Cuando la Iglesia surgió a la vida histórica,
ha sido fundada como Nuevo Israel, ha encontrado
a los hombres en la y de la civilización
romano-helenista y ha actuado para producir la
conversión de tales hombres: tras la
persecución en los primeros tres siglos, se
desarrolló una primera "convivencia"
de cristianos sociológicamente e históricamente
relevante, la primera Cristiandad, la
"civilización romano-cristiana".
Acaecimientos históricos, principalmente el
abandono del Occidente geográfico por parte del
Imperio Romano con la caída de la pars
Occidentis del mismo Imperio, han transformado
tal primera Cristiandad en un primer momento en
"civilización cristiana
romano-oriental", por tanto en
"civilización bizantina",
"herida" por el cisma consumado en
1054, "muerta" por la oleada islámica
en 1453, finalmente "hecha pedazos",
destruida en el Commonwealth bizantino-eslavo,
sea oriental que meridional.
La Iglesia sobreviviente en Occidente, tras la
caída de la pars Occidentis del Imperio Romano,
se halla frente, en una condición de evidente
dishomogeneidad cultural, no solamente a los
bárbaros migrantes sino también a los hombres
que sobrevivieron con ella entre las ruinas de
ésta imponente realidad histórica: ruinas de
mayor o menor consistencia institucional,
ecuamente marcadas por el "siglo breve"
de libertad religiosa, desde el 313 al 380, del
denominado Edicto de Milán al Edicto de
Tesalónica, y por el "siglo pleno" de
hegemonía religiosa, desde el 380 al 476, de el
Edicto de Tesalónica a la deposición del
último emperador romano de Occidente, Romolo
Augustolo (434-493), por parte del bárbaro
esciro, de religión arriana, Odoacre (434-493).
Un estudioso atento a una de las principales
dimensiones de la existencia humana, a la
educación - que guarda relación con la
tradición como acto de la transmisión, y que
asimismo es parte de la realidad transmitida -,
por tanto a la cultura, Pierre Riché, describe
tal condición histórica en estos términos:
"[...] es más fácil estudiar la educación
de un período en el cual los valores están
claramente establecidos. El adulto que se ocupa
de un niño le transmite lo que le parece más
adecuado para formar su cuerpo, su inteligencia,
su fe religiosa, en función de un ideal de vida
bien definido. Ahora bien, entre el VI y el VIII
siglo los valores tradicionales son puestos en
tela de juicio. Occidente no conoce un único
tipo de civilización, sino que coexisten varias
civilizaciones, que a menudo se contraponen,
presentando a los jóvenes caminos muy distintos.
¡Cuántos contrastes se manifiestan entre el
alumno salido de las manos del gramático romano,
y el lector admitido a la iglesia catedral, o el
Bárbaro crecido en el ambiente del jefe, y el
monje, "oblato" desde la infancia a un
monasterio!". Así la Iglesia se ha visto
reflejada histórica y sociológicamente por una
segunda Cristiandad e involucrada en la
construcción de una civilización nueva, la
"civilización cristiana
romano-germánica", cuy muerte por
"catástrofe cultural" conocemos los
ritmos - el proceso revolucionario en su
acepción histórica - y que se va pudriendo en
la IV Revolución, la "revolución
cultural" de los años 1968/1989 .
Desde los ambiguos años conciliares y
post-conciliares, la Iglesia va tomando
conciencia de la condición de la civilización
en Occidente, con creciente concienciación, al
menos en la jerarquía, de tal condición. El
Gran Jubileo del Año Dos Mil parece haber
revelado su naturaleza de "tiempo
propicio" no sólo para los particulares y
haber acrecentado la concienciación, reducido de
forma notable la eventualidad de "hacerse
ilusiones", sentenciado sobre el ocaso de
una sociedad cristiana, por tanto inducido a una
mayor comprensión del programa de Nueva
evangelización .
Pero, mientras en el caso de la primera
Cristiandad la Iglesia se encontraba con la
necesidad de realizar un comienzo, una
implantatio simpliciter; y en el caso de la
segunda Cristiandad tenía que encarar un
recomienzo no obstante relativo, ya que
ampliamente "sin pasado" a causa del
revolvimiento producido por el consistente
fenómeno migratorio; en el tercer caso - el que
guarda relación con nosotros, que está "en
curso" y que podríamos denominar como
"tercera Cristiandad que avanza hacia la
civilización cristiana en el tercer
milenio" - el recomienzo es, por primera
vez, "recomienzo con pasado". Pues
bien, esta condición no sólo autoriza, sino que
necesita de un examen crítico, esto es,
"con juicio", del pasado que ahora
existe, y ello a todos los niveles operativos de
la misma Iglesia, ya morales que culturales.
Ergo, la novedad en el comportamiento de la
autoridad eclesiástica no es supuesta sino real,
existe: de hecho, "[...]en la historia
entera de la Iglesia no se encuentran precedentes
de peticiones de perdón relativas a culpas del
pasado, que hayan sido formuladas por el
Magisterio" ; no obstante no se trata de una
novedad planteada sobre todo voluntarísticamente
y casi ideológicamente - hipótesis que no se
puede excluir en sujetos individuales, aunque no
parezca la dominante -, sino como novedad
comportamental, moral, inducida por la novedad de
la situación histórica, que no tiene
precedentes. Y no se trata sólo de
"recomenzar con pasado" - que ya sería
suficiente para fundamentar la Nueva
Evangelización y la práctica relacionada de la
"purificación de la memoria" y del
recuerdo de los "testigos de la fe" -,
sino de la renovación de un mundo en parte
técnicamente apóstata, no pagano, por tanto
más que de un revival, cabría hablar de un
"despertar".
En el documento de la Comisión Teológica
Internacional, Memoria y reconciliación: la
Iglesia y las culpas del pasado - "[...] no
se trata de un documento del Magisterio", no
obstante Juan Pablo II en la homilía pronunciada
para la ocasión lo definiera como "muy
útil para una correcta comprensión y actuación
de la auténtica petición de perdón" - se
afirma: "Una vez establecidos los hechos,
ser necesario evaluar su valor espiritual y moral
e igualmente su significado objetivo. Solamente
así ser posible evitar cualquier tipo de memoria
mítica y acceder a una adecuada memoria
crítica, capaz, a la luz de la fe, de producir
frutos de conversión y de renovación".
Vaya por delante que no hay que apreciar en
absoluto las "leyendas rosa", cuya
realidad alguien indica con la expresión
"leyenda áurea", rica de ecos
culturales, otros - en mi opinión más
acertadamente, propio a causa de la ausencia de
ecos culturales demasiado consistentes - con
"leyenda rosa". De hecho, tales
"leyendas rosa" no son menos
perjudiciales de las "leyendas negras",
ya sea porque son susceptibles de ser fácilmente
criticadas y desmentidas, ya sea porque no
permiten captar los términos de "reto y
respuesta" de la vida histórica, dejando
falsamente imaginar sólo "respuestas sin
reto", por tanto "respuestas
fáciles", inventadas por quien debe
responder, que inducen al quietismo.
No obstante se debe considerar como cierto que la
memoria mítica no es elemento expurgable de la
memoria, ni individual ni colectiva. Puede ser
sometida a crítica, más bien, "debe ser
sometida a crítica", esto es, a juicio,
para descubrir que sus datos son simplemente
cuanto se decanta del pasado tras un trabajo
obligado de discernimiento y de selección, que
manifiesta la positividad o la negatividad global
del gesto o de un rasgo de la vida histórica de
un organismo, de una institución o de una
comunidad humana. Una vez hecho esto, la
obligatoriedad el recurso a la memoria mítica es
descrita en términos extraordinariamente felices
por el filósofo Michele Federico Sciacca:
"Nuestras obras destinadas a la muerte,
todas: la historia a ser borrada, siendo
inmortales sólo las historias personales, en
cada una de las cuales existirán eternamente no
las obras sino su memoria y cada memoria y cosa
transfigurada en su visión en Dios, o deformada
por las tinieblas del mal; inmortales asimismo
las historias personales que el mundo ha ignorado
porque ocupado en exaltar a aquellos que actuan
sólo por el porvenir y no por el futuro,
restablecimiento de una justicia infalible. La
historia tiene su escatología suprema en la
historicidad de los individuos, cuyo futuro no es
de la historia; pero el futuro del individuo, su
inmortalidad, no es de sus obras que, grandes o
pequeñas, perennes o temporáneas, permanecen
sólo cierto tiempo, fatalmente. También
perpetua, la historia sería igualmente un
proceso de destrucción de civilizaciones y
culturas: la conservación de los restos, luego
su desaparición, así sin fin y sin otro fin que
la destrucción mano a mano; en medio, entre la
oscuridad del pasado sumergido y la del porvenir
destinado a la misma suerte, un intermedio de
conocimientos históricos de algunos milenios,
condenados a la sustitución: la historia de hoy,
un resto de la de mañana. El tiempo de la
historia nació con el primer pecado, con el
tiempo de la muerte donde fluye el agua muerta de
todo nuestro obrar en el mundo, de las obras que
más crecen y más se apresuran a su no-ser:
viejos todos los días, hijos del tiempo
decrépito. No es cuestión de "ocaso de
Occidente" o de éste o aquél Imperio,
pequeños acontecimientos, sino de la noche de la
historia: quien vive con esta visión y anticipa
en ella el final de todas las cosas que son o de
las que serán, y el hombre realizará aún cosas
grandiosas desvelando también nuevos valores,
existe realmente en su futuro". Por tanto,
"entre la oscuridad del pasado sumergido y
la del porvenir destinado a la misma suerte, un
intermedio de conocimientos históricos de
algunos milenios, condenados a la sustitución:
la historia de hoy, un resto de la de
mañana": he aquí la descripción
teorética del hecho entendido por etnólogo
belga Jan Vansina, por el egiptólogo alemán Jan
Assmann , por la estudiosa alemana de literatura
Aleina Assman, esto es, la indispensable
"miniaturización" del pasado, para que
el paso del tiempo no elimine, dadas las
naturales limitaciones del contenedor, esto es,
del sujeto que recuerda, cuánto se se percibió
y se sigue percibiendo cronológicamente como
origen si no lógicamente como causa. A menos que
tal pasado no sea abandonado en una "memoria
archivo" y no continuamente elaborado como
materia prima de experiencia, puesta al alcance
por una "memoria funcional". Pero el
riesgo relacionado con la necesidad de la
mitización es que se olvide su carácter, que
induce a perder consciencia de los elementos en
la sombra, a causa del pecado original.
La cualificación de la memoria mítica se
desprende del signo positivo o negativo del
inventario, que - en el caso de la Iglesia - no
debe constituir "retractación de su
historia bimilenaria, ciertamente rica en
méritos en el terreno de la caridad, de la
cultura y de la santidad " . Por ejemplo, en
cuanto al descubrimiento, a la conquista y a la
evangelización de las Américas, el Papa Juan
Pablo II afirma: "Desde los primeros pasos
de la evangelización, la Iglesia católica,
movida por la fidelidad al Espíritu de Cristo,
defendió denodadamente a los indios, protegió
los valores presentes en sus culturas, promovió
la humanidad frente a los abusos de colonizadores
a veces sin escrúpulos. [...] Por mi parte, y
para precisar los perfiles de la verdad
histórica evidenciando las raíces cristianas y
la identidad católica del Continente, he
sugerido celebrar un Simposio Internacional sobre
la Historia de la Evangelización de América
Latina. Los datos históricos muestran que fue
realizada una válida, fecunda y admirable obra
evangelizadora y que, gracias a ella, la verdad
sobre Dios y sobre el hombre penetró en América
así que, de hecho, la evangelización misma
constituye una suerte de tribunal de acusación
para los responsables de tales abusos" . Por
consiguiente el Sumo Pontífice confirma una
anterior sentencia, según la cual "así,
entre luces y sombras - más luces que sombras,
si pensamos en los frutos duraderos de la fe y de
vida cristiana en el Continente - la primera
siembra de la palabra de la vida, nacida de
tantas fatigas y sacrificios, evoca los
sentimientos del Apóstol, que han sido la divisa
de tantos misioneros: "Hubiéramos deseado
daros no sólo el evangelio de Dios, sino nuestra
misma vida" [1 Tesalonicenses 2.8]" .
En lo referente al Alto Medievo, el mismo
Pontífice escribe: "La gran figura
histórica del emperador Carlomagno vuelve a
evocar las raíces cristianas de Europa,
remitiendo a los que la estudian a una época
que, no obstante los límites humanos siempre
presentes, se caracterizó por una primavera
cultural en casi todos los campos de la
experiencia" (30). Por tanto - afirma en
previsión de una sesión académica dedicada al
aniversario de la encoronación imperial del
caudillo franco, realizada por Papa san León III
(795-816) en la Navidad del año 800 - "la
conmemoración del histórico acontecimiento nos
invita a volver la mirada no solamente al pasado,
sino también al porvenir. Ella, de hecho,
coincide con la fase decisiva de la redacción de
la Carta de los derechos fundamentales de la
Unión Europea. Esta fausta coincidencia invita a
reflexionar sobre el valor que también hoy
conserva la reforma cultural y religiosa alentada
por Carlomagno: su importancia, de hecho, es
mayor de la obra realizada por él en la
unificación material de las varias realidades
políticas europeas de la época. "Es la
grandiosa síntesis entre la cultura de la
antigüedad clásica, preponderantemente romana,
y las culturas de los pueblos germánicos y
celtas, síntesis realizada sobre el fundamento
del Evangelio de Jesucristo, lo que caracteriza
la fundamental contribución ofrecia por
Carlomagno a la formación del Continente. De
hecho, Europa, que no constituía una unidad
definida desde el punto de vista geográfico,
solamente mediante la aceptación de la fe
cristiana se hizo continente, que a lo largo de
los siglos consiguió difundir aquellos valores
en casi todas las demás partes de la tierra, por
el bien de la humanidad. Al mismo tiempo, no se
puede no evidenciar como las ideologías, que
causaron ríos de lágrimas en el curso del siglo
XX, hayan salido de una Europa que había querido
olvidar sus cimientos cristianos" . En
sintonía, en un libro redactado bajo la guía de
uno de los maestros de la escuela católica
contra-revolucionaria del siglo XX, el brasileño
Plinio Corrêa de Oliveira, trazando el perfil
moral de los conquistadores y de los primeros
colonizadores se subraya como se trate de
europeos desde el punto de vista cultural ya no
completamente "medievales" -
"[...] hay que constatar que la Europa del
tiempo del Descubrimiento ya no era la del
Medievo" -, "por lo tanto, en la
legendaria y compleja figura del conquistador
[...] se manifiesta de forma característica el
conflicto espiritual entre los dos elementos
psicológicos y morales contrapuestos: rasgos del
espíritu católico medieval y las tendencias al
orgullo y a la sensualidad desencadenadas por el
Renacimiento. De éste conflicto se desprende una
constante bivalencia de personalidades: de una
parte el caballero medieval, serio, devoto,
volcado en el ideal, intrépido; de otra el
hombre vanidoso, intemperante y materialista de
la primera gran Revolución de Occidente, el
Renacimiento.
"Se puede decir que en este conflicto
interno todo lo que en el alma del español
típico del siglo XVI declina es tradición
católica medieval; y todo lo que en él se
expande es Renacimiento". Esto es - la
síntesis es del historiador chileno Eyzaguirre
Gutiérrez (1908-1968) -, en el transcurso de la
gran excursión medieval en el Nuevo Mundo, ha
viajado de incógnito el Renacimiento". En
cuanto al Medievo, el mismo Corrêa de Oliveira
es consonante con la cautela en la valoración
pontificia, "no obstante los límites
humanos siempre presentes": de hecho,
escribe, "[...] no fue una época
paradisiaca para la Iglesia. Al contrario,
sufrió terribles asaltos no sólo por parte de
sus enemigos externos, bárbaros paganos, como
también de parte de los seguidores de Mahoma, y
pasó a través de pruebas crueles".
En una reconstrucción propuesta por Juan Pablo
II, el programa de Nueva Evangelización ha sido
anunciado por Pablo VI, en 1975, en la
exhortación apostólica Evangelii nuntiandi
acerca de la evangelización en el mundo
contemporáneo, si no, antes aún, por el beato
Juan XXIII en el discurso que inauguraba, en
1962, El Concilio Ecuménico Vaticano II.
Cualquiera que fuera su iter, no cabe duda que la
consciencia de la necesidad de tal programa ha
ido creciendo y que, de alguna manera, el mensaje
de Fátima, cuyo horizonte sigue abierto,
encuentra en la práctica de la
"purificación de la memoria" y en la
devoción al Corazón Inmaculado de María
elementos no secundarios de su espiritualidad.
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Giovanni Cantoni y T. Ángel Expósito Correa. |
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Revista Arbil nº 64
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Un proyecto de los
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Un remedio para evitar el éxodo de los cristianos de los
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