Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

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Indice de contenidos

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Población y soberanía nacional
Nacionalismo, patriotismo y subsidiariedad.
Nuevos Herodes, nuevos Pilatos y... ¡nuevos Quijotes!
Editorial. Hablemos claro: la mayor campaña anticatólica de los últimos sesenta años en España.
Sindicalismo y ultraizquierda; especial atención a la enseñanza
¿Crisis en el nacionalismo vasco?
Las dos Navidades de los cristianos
¿Alguien cree en un gobierno societario verdaderamente democrático?
La Navidad que viene...
Por una educación al servicio de la persona
En la estela de Le Pen: ¿un partido populista en España?
El primer ataque del separatismo peneuvista contra la unidad española
El Peronismo
Por una estética católica
Un catecismo de cine
Los que están detrás en la guerra contra la vida y contra Hispanoamérica
Pastorales
Avaricia, dinero, poder
Los obispos condenan el nacionalismo idolátrico y totalitario: Documento de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo
Desobediencia civil
Fray Bartolomé de las Casas, un agitador con hábito
La Ley frente a la legalidad
Papá Nöel
El origen de la izquierda obrera y la cuestión social en España
Tener paz
Valores que nos unen: educar para la convivencia
La "purificación de la memoria" y la devoción al Corazón Inmaculado de María para la nueva evangelización
Actividades de Arbil-Bilbao
Textos clásicos: Sentido y ubicación de Mexico


CARTAS

Revista Arbil nº 64

La "purificación de la memoria" y la devoción al Corazón Inmaculado de María para la nueva evangelización

por Giovanni Cantoni y T. Ángel Expósito Correa

En el Comentario teológico al mensaje de Fátima, el cardenal Joseph Ratzinger escribe: «Corazón» significa en el lenguaje de la Biblia el centro de la existencia humana, la confluencia de razón, voluntad, temperamento y sensibilidad, en la cual la persona encuentra su unidad y su orientación interior. El «corazón inmaculado» es, según Mt 5,8, un corazón que a partir de Dios ha alcanzado una perfecta unidad interior y, por lo tanto, «ve a Dios». La «devoción» al Corazón Inmaculado de María es, pues, un acercarse a esta actitud del corazón, en la cual el «fiat» --hágase tu voluntad-- se convierte en el centro animador de toda la existencia

 

Si alguno objetara que no debemos interponer un ser humano entre nosotros y Cristo, se le debería recordar que Pablo no tiene reparo en decir a sus comunidades: imitadme (1 Co 4, 16; Flp 3,17; 1 Ts 1,6; 2 Ts 3,7.9). En el Apóstol pueden constatar concretamente lo que significa seguir a Cristo. ¿De quién podremos nosotros aprender mejor en cualquier tiempo si no de la Madre del Señor?".

Por consiguiente, el corazón es el centro de la existencia humana, confluencia de razón, de voluntad, de temperamento y de sensibilidad. Pero, entre las potencias del alma, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe no menciona explícitamente, junto al intelecto y a la voluntad, a la memoria, que también guarda con el corazón una relación muy estrecha, atestiguada -por ejemplo- por las expresiones, respectivamente en francés y en inglés, perfectamente idénticas aunque construidas con material lexical heterogéneo: apprendre et savoir par coeur, learn and know by heart, "aprender y saber de memoria"; además de la misma raíz de "recordar", "guardar en el corazón". Y precisamente de la Virgen se dice en el Evangelio de Lucas: "María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón" (Lc. 2,19); y aún: "Y su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc. 2,51). Por lo tanto, creo que se puede afirmar que la devoción al Corazón Inmaculado, que se traduce en el esfuerzo por conseguir la pureza del corazón, no entraña solamente la purificación del intelecto y de la voluntad - "Los corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe"-, sino también de la memoria.

Pero "memoria" se puede decir en múltiples acepciones, de entre las cuales aislo dos, ambas merecedoras de atención desde la perspectiva en que me coloco. En la primera la memoria es entendida como recuerdo, indispensable para la narración histórica y para su conservación; en la segunda la memoria es vista como supuesto y como elemento integrante de la prudencia. Por su parte, la prudencia es virtud con dos rostros, de los cuales uno mira a la realidad objetiva y el otro a la actuación del bien, por tanto es un hábito que media primariamente entre el sujeto que mira la realidad para aceptarla, para verificarla, luego es medida entre la verdad "cierta y verdadera" y la acción, entre la realidad y la acción, ya que "todos los diez mandamientos de Dios - explica magistralmente Josef Pieper (1904-1997) - se reducen a la executio prudentiae, a la actuación de la prudencia" .

Empiezo por la acepción de memoria, entendida como elemento integrante de la prudencia. Entre las premisas de la prudencia se situa "la "prudencia como conocimiento", que, "[...] como conocimiento [...] de la situación concreta del obrar concreto, encierra en sí sobre todo el saber callar, unido a la objetiva percepción de la realidad, y el paciente trabajo de la experiencia (experimentum), que no puede ser eludida". Y "la actitud fundamental de la mirada "silenciosa" sobre la realidad es el conjunto de todas las premisas particulares a las que está vinculado el cumplimiento de la "prudencia como conocimiento". Las premisas más importantes son las tres siguientes: memoria, docilitas, solertia". "Memoria significa [...] - prosigue el filósofo alemán - más de lo que se entiende por facultad natural de recordarse. [...] se entiende primeramente algo que no tiene nada que ver con cualquier tipo de habilidad "mnemotecnia" de no-olvidar. La "buena" memoria, como premisa para la perfección de la prudencia, no significa otra cosa que: la memoria "fiel al ser" de las realidades. "El sentido de la virtud de la prudencia es: que el conocimiento objetivo de la realidad se haga norma para el obrar; que la verdad de las cosas reales se haga orientativa. Esta verdad de las cosas reales es no obstante "guardada" en la memoria fiel a la realidad. "La fidelidad de la memoria significa por tanto que ella "guarda" en sí las cosas reales y los acontecimientos como realmente son y han sido. La falsificación del recuerdo, contraria a la realidad, operada por el "sí" o por el "no" de la voluntad, es la verdadera y propia ruina de la memoria; ya que contradice su íntima naturaleza que es la de "contener" la verdad de las cosas reales. (Desde este punto de vista se entiende con mayor claridad la célebre analogía trinitaria de san Agustín a menudo mal entendida: la memoria es para él la realidad espiritual primordial de la que proceden el pensamiento y la voluntad; por tanto ella es para él imagen de Dios, del Padre, del cual proceden el Verbo y el Espíritu Santo)" . Por eso el mismo filósofo alemán ayuda a leer a san Tomás de Aquino, que "[...] pone la fidelidad al ser de la memoria como primera premisa para la perfección de la prudencia; de hecho es la premisa más amenazada. En ninguna parte como aquí, en las profundas raíces del devenir ético-espiritual, hay el peligro que la verdad de las cosas reales sea falsificada mediante un "sí" o un "no" de la voluntad. Y la gravedad del peligro reside propio en su imperfectibilidad. En ningún otro sector un interés inconfesado e incontrolable puede insertarse como aquí a través de deformaciones, retoques, omisiones, coloridos, cambios de acento. [...] Sólo una rectitud de todo el ser humano, purificadora de las bases íntimas de las raíces de la voluntad, puede ser una garantía para la objetividad de la memoria. Aquí se hace patente lo mucho que la prudencia, de la cual dependen todas las virtudes, dependa a su vez ya en sus cimientos precisamente por el conjunto de las otras virtudes, y ante todas de la justicia". Por lo tanto, también la "purificación de la memoria" es parte de la pureza del corazón, de la imitación de María. Y como la memoria es un componente de la virtud política por excelencia, la primera de las virtudes cardenales, la prudencia, así su purificación es la cumbre de la ascesis natural - imprácticable constante y ordinariamente post peccatum sin la gracia - y premisa de la relación sobrenatural por excelencia con Dios, la visio Dei: recuerdo de cosas y de hechos sub specie aeternitatis, esto es, recuerdo de cosas y de hechos así como los percibe quien se prepara al encuentro con Dios.

Paso a la acepción de memoria, entendida como supuesto del recuerdo histórico y como condición de la narración de tal recuerdo. Desde esta angulación, parece que guardan relación la instauración de la devoción al Corazón Inmaculado de María y la Jornada del Perdón, realizada por Papa Juan Pablo II el 12 de marzo del 2000, con la "purificación de la memoria", que constituye premisa indispensable para la conversión, para el cambio de la mentalidad. Ya que de la "purificación de la memoria" en ocasión de la Jornada del Perdón - que empalma estructuralmente con la Conmemoración Ecuménica de los Testigos de la Fe del Siglo XX, el 7 de mayo del 2000- se ha querido subrayar principalmente la excepcionalidad histórica, a propósito de tal acto creo necesario hacer algunas anotaciones. La Iglesia de dirige a los particulares, sus interlocutores privilegiados puesto que "salus animarum, suprema lex", "la ley maestra es la salvación de las almas", y ella los encuentra dentro de contextos, de entre los cuales sobresalen las comunidades humanas caracterizadas por una "cultura", esto es, por un horizonte constituido por todas las aproximaciones a las realidades y a su plantearse como problemas, cultura cuya tasa de homogeneidad y de incidencia en las instituciones permite hablar de "civilización". También es necesario observar que - según una puntual observación del filósofo argentino Alberto Caturelli, de gran utilidad como premisa a la acción, a su doctrina y a su práctica, esto es, a la misión -, "estrictamente hablando, no es posible un encuentro entre culturas consideradas, cada una, como una totalidad; las culturas no se "encuentran". Se encuentran las personas cultas o, simplemente, las personas, puesto que no puede haber un encuentro que no sea personal".

Cuando la Iglesia surgió a la vida histórica, ha sido fundada como Nuevo Israel, ha encontrado a los hombres en la y de la civilización romano-helenista y ha actuado para producir la conversión de tales hombres: tras la persecución en los primeros tres siglos, se desarrolló una primera "convivencia" de cristianos sociológicamente e históricamente relevante, la primera Cristiandad, la "civilización romano-cristiana". Acaecimientos históricos, principalmente el abandono del Occidente geográfico por parte del Imperio Romano con la caída de la pars Occidentis del mismo Imperio, han transformado tal primera Cristiandad en un primer momento en "civilización cristiana romano-oriental", por tanto en "civilización bizantina", "herida" por el cisma consumado en 1054, "muerta" por la oleada islámica en 1453, finalmente "hecha pedazos", destruida en el Commonwealth bizantino-eslavo, sea oriental que meridional.

La Iglesia sobreviviente en Occidente, tras la caída de la pars Occidentis del Imperio Romano, se halla frente, en una condición de evidente dishomogeneidad cultural, no solamente a los bárbaros migrantes sino también a los hombres que sobrevivieron con ella entre las ruinas de ésta imponente realidad histórica: ruinas de mayor o menor consistencia institucional, ecuamente marcadas por el "siglo breve" de libertad religiosa, desde el 313 al 380, del denominado Edicto de Milán al Edicto de Tesalónica, y por el "siglo pleno" de hegemonía religiosa, desde el 380 al 476, de el Edicto de Tesalónica a la deposición del último emperador romano de Occidente, Romolo Augustolo (434-493), por parte del bárbaro esciro, de religión arriana, Odoacre (434-493). Un estudioso atento a una de las principales dimensiones de la existencia humana, a la educación - que guarda relación con la tradición como acto de la transmisión, y que asimismo es parte de la realidad transmitida -, por tanto a la cultura, Pierre Riché, describe tal condición histórica en estos términos: "[...] es más fácil estudiar la educación de un período en el cual los valores están claramente establecidos. El adulto que se ocupa de un niño le transmite lo que le parece más adecuado para formar su cuerpo, su inteligencia, su fe religiosa, en función de un ideal de vida bien definido. Ahora bien, entre el VI y el VIII siglo los valores tradicionales son puestos en tela de juicio. Occidente no conoce un único tipo de civilización, sino que coexisten varias civilizaciones, que a menudo se contraponen, presentando a los jóvenes caminos muy distintos. ¡Cuántos contrastes se manifiestan entre el alumno salido de las manos del gramático romano, y el lector admitido a la iglesia catedral, o el Bárbaro crecido en el ambiente del jefe, y el monje, "oblato" desde la infancia a un monasterio!". Así la Iglesia se ha visto reflejada histórica y sociológicamente por una segunda Cristiandad e involucrada en la construcción de una civilización nueva, la "civilización cristiana romano-germánica", cuy muerte por "catástrofe cultural" conocemos los ritmos - el proceso revolucionario en su acepción histórica - y que se va pudriendo en la IV Revolución, la "revolución cultural" de los años 1968/1989 .

Desde los ambiguos años conciliares y post-conciliares, la Iglesia va tomando conciencia de la condición de la civilización en Occidente, con creciente concienciación, al menos en la jerarquía, de tal condición. El Gran Jubileo del Año Dos Mil parece haber revelado su naturaleza de "tiempo propicio" no sólo para los particulares y haber acrecentado la concienciación, reducido de forma notable la eventualidad de "hacerse ilusiones", sentenciado sobre el ocaso de una sociedad cristiana, por tanto inducido a una mayor comprensión del programa de Nueva evangelización .

Pero, mientras en el caso de la primera Cristiandad la Iglesia se encontraba con la necesidad de realizar un comienzo, una implantatio simpliciter; y en el caso de la segunda Cristiandad tenía que encarar un recomienzo no obstante relativo, ya que ampliamente "sin pasado" a causa del revolvimiento producido por el consistente fenómeno migratorio; en el tercer caso - el que guarda relación con nosotros, que está "en curso" y que podríamos denominar como "tercera Cristiandad que avanza hacia la civilización cristiana en el tercer milenio" - el recomienzo es, por primera vez, "recomienzo con pasado". Pues bien, esta condición no sólo autoriza, sino que necesita de un examen crítico, esto es, "con juicio", del pasado que ahora existe, y ello a todos los niveles operativos de la misma Iglesia, ya morales que culturales. Ergo, la novedad en el comportamiento de la autoridad eclesiástica no es supuesta sino real, existe: de hecho, "[...]en la historia entera de la Iglesia no se encuentran precedentes de peticiones de perdón relativas a culpas del pasado, que hayan sido formuladas por el Magisterio" ; no obstante no se trata de una novedad planteada sobre todo voluntarísticamente y casi ideológicamente - hipótesis que no se puede excluir en sujetos individuales, aunque no parezca la dominante -, sino como novedad comportamental, moral, inducida por la novedad de la situación histórica, que no tiene precedentes. Y no se trata sólo de "recomenzar con pasado" - que ya sería suficiente para fundamentar la Nueva Evangelización y la práctica relacionada de la "purificación de la memoria" y del recuerdo de los "testigos de la fe" -, sino de la renovación de un mundo en parte técnicamente apóstata, no pagano, por tanto más que de un revival, cabría hablar de un "despertar".

En el documento de la Comisión Teológica Internacional, Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado - "[...] no se trata de un documento del Magisterio", no obstante Juan Pablo II en la homilía pronunciada para la ocasión lo definiera como "muy útil para una correcta comprensión y actuación de la auténtica petición de perdón" - se afirma: "Una vez establecidos los hechos, ser necesario evaluar su valor espiritual y moral e igualmente su significado objetivo. Solamente así ser posible evitar cualquier tipo de memoria mítica y acceder a una adecuada memoria crítica, capaz, a la luz de la fe, de producir frutos de conversión y de renovación".

Vaya por delante que no hay que apreciar en absoluto las "leyendas rosa", cuya realidad alguien indica con la expresión "leyenda áurea", rica de ecos culturales, otros - en mi opinión más acertadamente, propio a causa de la ausencia de ecos culturales demasiado consistentes - con "leyenda rosa". De hecho, tales "leyendas rosa" no son menos perjudiciales de las "leyendas negras", ya sea porque son susceptibles de ser fácilmente criticadas y desmentidas, ya sea porque no permiten captar los términos de "reto y respuesta" de la vida histórica, dejando falsamente imaginar sólo "respuestas sin reto", por tanto "respuestas fáciles", inventadas por quien debe responder, que inducen al quietismo.

No obstante se debe considerar como cierto que la memoria mítica no es elemento expurgable de la memoria, ni individual ni colectiva. Puede ser sometida a crítica, más bien, "debe ser sometida a crítica", esto es, a juicio, para descubrir que sus datos son simplemente cuanto se decanta del pasado tras un trabajo obligado de discernimiento y de selección, que manifiesta la positividad o la negatividad global del gesto o de un rasgo de la vida histórica de un organismo, de una institución o de una comunidad humana. Una vez hecho esto, la obligatoriedad el recurso a la memoria mítica es descrita en términos extraordinariamente felices por el filósofo Michele Federico Sciacca: "Nuestras obras destinadas a la muerte, todas: la historia a ser borrada, siendo inmortales sólo las historias personales, en cada una de las cuales existirán eternamente no las obras sino su memoria y cada memoria y cosa transfigurada en su visión en Dios, o deformada por las tinieblas del mal; inmortales asimismo las historias personales que el mundo ha ignorado porque ocupado en exaltar a aquellos que actuan sólo por el porvenir y no por el futuro, restablecimiento de una justicia infalible. La historia tiene su escatología suprema en la historicidad de los individuos, cuyo futuro no es de la historia; pero el futuro del individuo, su inmortalidad, no es de sus obras que, grandes o pequeñas, perennes o temporáneas, permanecen sólo cierto tiempo, fatalmente. También perpetua, la historia sería igualmente un proceso de destrucción de civilizaciones y culturas: la conservación de los restos, luego su desaparición, así sin fin y sin otro fin que la destrucción mano a mano; en medio, entre la oscuridad del pasado sumergido y la del porvenir destinado a la misma suerte, un intermedio de conocimientos históricos de algunos milenios, condenados a la sustitución: la historia de hoy, un resto de la de mañana. El tiempo de la historia nació con el primer pecado, con el tiempo de la muerte donde fluye el agua muerta de todo nuestro obrar en el mundo, de las obras que más crecen y más se apresuran a su no-ser: viejos todos los días, hijos del tiempo decrépito. No es cuestión de "ocaso de Occidente" o de éste o aquél Imperio, pequeños acontecimientos, sino de la noche de la historia: quien vive con esta visión y anticipa en ella el final de todas las cosas que son o de las que serán, y el hombre realizará aún cosas grandiosas desvelando también nuevos valores, existe realmente en su futuro". Por tanto, "entre la oscuridad del pasado sumergido y la del porvenir destinado a la misma suerte, un intermedio de conocimientos históricos de algunos milenios, condenados a la sustitución: la historia de hoy, un resto de la de mañana": he aquí la descripción teorética del hecho entendido por etnólogo belga Jan Vansina, por el egiptólogo alemán Jan Assmann , por la estudiosa alemana de literatura Aleina Assman, esto es, la indispensable "miniaturización" del pasado, para que el paso del tiempo no elimine, dadas las naturales limitaciones del contenedor, esto es, del sujeto que recuerda, cuánto se se percibió y se sigue percibiendo cronológicamente como origen si no lógicamente como causa. A menos que tal pasado no sea abandonado en una "memoria archivo" y no continuamente elaborado como materia prima de experiencia, puesta al alcance por una "memoria funcional". Pero el riesgo relacionado con la necesidad de la mitización es que se olvide su carácter, que induce a perder consciencia de los elementos en la sombra, a causa del pecado original.

La cualificación de la memoria mítica se desprende del signo positivo o negativo del inventario, que - en el caso de la Iglesia - no debe constituir "retractación de su historia bimilenaria, ciertamente rica en méritos en el terreno de la caridad, de la cultura y de la santidad " . Por ejemplo, en cuanto al descubrimiento, a la conquista y a la evangelización de las Américas, el Papa Juan Pablo II afirma: "Desde los primeros pasos de la evangelización, la Iglesia católica, movida por la fidelidad al Espíritu de Cristo, defendió denodadamente a los indios, protegió los valores presentes en sus culturas, promovió la humanidad frente a los abusos de colonizadores a veces sin escrúpulos. [...] Por mi parte, y para precisar los perfiles de la verdad histórica evidenciando las raíces cristianas y la identidad católica del Continente, he sugerido celebrar un Simposio Internacional sobre la Historia de la Evangelización de América Latina. Los datos históricos muestran que fue realizada una válida, fecunda y admirable obra evangelizadora y que, gracias a ella, la verdad sobre Dios y sobre el hombre penetró en América así que, de hecho, la evangelización misma constituye una suerte de tribunal de acusación para los responsables de tales abusos" . Por consiguiente el Sumo Pontífice confirma una anterior sentencia, según la cual "así, entre luces y sombras - más luces que sombras, si pensamos en los frutos duraderos de la fe y de vida cristiana en el Continente - la primera siembra de la palabra de la vida, nacida de tantas fatigas y sacrificios, evoca los sentimientos del Apóstol, que han sido la divisa de tantos misioneros: "Hubiéramos deseado daros no sólo el evangelio de Dios, sino nuestra misma vida" [1 Tesalonicenses 2.8]" . En lo referente al Alto Medievo, el mismo Pontífice escribe: "La gran figura histórica del emperador Carlomagno vuelve a evocar las raíces cristianas de Europa, remitiendo a los que la estudian a una época que, no obstante los límites humanos siempre presentes, se caracterizó por una primavera cultural en casi todos los campos de la experiencia" (30). Por tanto - afirma en previsión de una sesión académica dedicada al aniversario de la encoronación imperial del caudillo franco, realizada por Papa san León III (795-816) en la Navidad del año 800 - "la conmemoración del histórico acontecimiento nos invita a volver la mirada no solamente al pasado, sino también al porvenir. Ella, de hecho, coincide con la fase decisiva de la redacción de la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea. Esta fausta coincidencia invita a reflexionar sobre el valor que también hoy conserva la reforma cultural y religiosa alentada por Carlomagno: su importancia, de hecho, es mayor de la obra realizada por él en la unificación material de las varias realidades políticas europeas de la época. "Es la grandiosa síntesis entre la cultura de la antigüedad clásica, preponderantemente romana, y las culturas de los pueblos germánicos y celtas, síntesis realizada sobre el fundamento del Evangelio de Jesucristo, lo que caracteriza la fundamental contribución ofrecia por Carlomagno a la formación del Continente. De hecho, Europa, que no constituía una unidad definida desde el punto de vista geográfico, solamente mediante la aceptación de la fe cristiana se hizo continente, que a lo largo de los siglos consiguió difundir aquellos valores en casi todas las demás partes de la tierra, por el bien de la humanidad. Al mismo tiempo, no se puede no evidenciar como las ideologías, que causaron ríos de lágrimas en el curso del siglo XX, hayan salido de una Europa que había querido olvidar sus cimientos cristianos" . En sintonía, en un libro redactado bajo la guía de uno de los maestros de la escuela católica contra-revolucionaria del siglo XX, el brasileño Plinio Corrêa de Oliveira, trazando el perfil moral de los conquistadores y de los primeros colonizadores se subraya como se trate de europeos desde el punto de vista cultural ya no completamente "medievales" - "[...] hay que constatar que la Europa del tiempo del Descubrimiento ya no era la del Medievo" -, "por lo tanto, en la legendaria y compleja figura del conquistador [...] se manifiesta de forma característica el conflicto espiritual entre los dos elementos psicológicos y morales contrapuestos: rasgos del espíritu católico medieval y las tendencias al orgullo y a la sensualidad desencadenadas por el Renacimiento. De éste conflicto se desprende una constante bivalencia de personalidades: de una parte el caballero medieval, serio, devoto, volcado en el ideal, intrépido; de otra el hombre vanidoso, intemperante y materialista de la primera gran Revolución de Occidente, el Renacimiento.

"Se puede decir que en este conflicto interno todo lo que en el alma del español típico del siglo XVI declina es tradición católica medieval; y todo lo que en él se expande es Renacimiento". Esto es - la síntesis es del historiador chileno Eyzaguirre Gutiérrez (1908-1968) -, en el transcurso de la gran excursión medieval en el Nuevo Mundo, ha viajado de incógnito el Renacimiento". En cuanto al Medievo, el mismo Corrêa de Oliveira es consonante con la cautela en la valoración pontificia, "no obstante los límites humanos siempre presentes": de hecho, escribe, "[...] no fue una época paradisiaca para la Iglesia. Al contrario, sufrió terribles asaltos no sólo por parte de sus enemigos externos, bárbaros paganos, como también de parte de los seguidores de Mahoma, y pasó a través de pruebas crueles".

En una reconstrucción propuesta por Juan Pablo II, el programa de Nueva Evangelización ha sido anunciado por Pablo VI, en 1975, en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi acerca de la evangelización en el mundo contemporáneo, si no, antes aún, por el beato Juan XXIII en el discurso que inauguraba, en 1962, El Concilio Ecuménico Vaticano II. Cualquiera que fuera su iter, no cabe duda que la consciencia de la necesidad de tal programa ha ido creciendo y que, de alguna manera, el mensaje de Fátima, cuyo horizonte sigue abierto, encuentra en la práctica de la "purificación de la memoria" y en la devoción al Corazón Inmaculado de María elementos no secundarios de su espiritualidad.

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Giovanni Cantoni y T. Ángel Expósito Correa.
 


Revista Arbil nº 64

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