La familia... ¡qué poco se estima hoy en día!, ¡qué poco se sabe del significado de esa palabra: familia! ¡Qué lástima: encontrar a personas que hablan de la familia como quién de un programa de ordenador, o de ordeñador, o como simples rituales de apareamiento y procreación, o como un exclusivo contrato de dos egoístas que no aceptan educar en ella a otras personas -hijos- por no sé cuántas justificadas sinrazones! El capitalismo exacerbado lleva a un individualismo atroz, y ese no es campo de familias; así como tampoco lo era -ni lo es, ni lo será- el comunismo, en donde, de tanta igualdad, ya no había individuos, sino masa. La familia... ¡qué rápido se gasta la pluma cuando hay que hablar de ella!: de su belleza, de su verdad, de su bondad, de su unidad..., o de lo que debiera haber en ella de belleza, de verdad, de bien, de unidad: de amor. Amor, rara palabra de ignorado contenido en un mundo superficial, frívolo y libertino donde todo es relativo salvo la propia superficialidad y frivolidad de esa afirmación. Y luego se llevan las manos a la cabeza a la primera aberración que ven, escuchan o leen cuando son ellos mismos los que han puesto su grano para que eso suceda. Son como los hipócritas cuando se rasgan las vestiduras, sólo que con éstos no se puede hacer ni lo que dicen. Sobre la familia se ha escrito mucho y se ha hablado más, mucho más si además añadimos las sandeces retóricas en plan sofista que se han dicho de ella. Entre todo ese "mare magnum" de palabras pocas veces se ha dirigido la vista y el corazón al hecho concreto de una realidad familiar; y los que han tenido el sentido común de hacerlo son los únicos que verdaderamente se han acercado un poco a comprender -comprehender: vivir: saber- esa realidad humana. Es cierto que de cualquier realidad -mental o extramental- se puede, y algunas veces se debe, hablar; pero no es menos cierto que antes hay que vivirla en uno mismo, porque si bien es cierto que con la inteligencia podemos acercarnos certeramente a la comprensión de muchas realidades -que configuran la realidad: unidad-, no es menos cierto, "haud dubie", que con la inteligencia, en la mitad de los casos, sólo conseguimos una vivencia incompleta pues ¿dónde están los sentimientos, lo que sentimos, o lo sensible?. El hombre conoce a través de los sentidos, y sólo ama lo que conoce, así pues sólo ama lo conocido a través de los sentidos -y no hablo sólo de los externos, también hay sentidos internos, e intuición-. Todo esto me lleva a pensar, como han pensado muchos antes, que el segundo de los grandes males que destrozan al hombre -y por él, muchas cosas- es la ignorancia, sobre todo la culpable. Hoy he estado charlando con un conocido mío, y son ya demasiadas personas las que me llevan a una única consideración: por falta de esfuerzo, de humanidad y de divinidad los hombres poco entienden de las mujeres y las mujeres entienden poco de los hombres; aunque paradójicamente crean que es la revés o al contrario. Piensan que es al contrario, y se creen entendedores del otro sexo, porque hoy por hoy la opinión pasa por conocimiento -por desgracia-. Personajes tremendamente sesudos y viciosos de una intelectualidad absurda escriben y escriben sobre algo que sólo se puede entender en clave de amor, y es que es la música más antigua. Qué fácil resulta generalizar sobre la mujer y el hombre y después intentar encasillar a esta mujer y este hombre en ese cajón general de sentimientos, pensamientos y demás sandeces razonadas que sólo tiene una mera apariencia justificada en la realidad. Y así, somos conducidos a las relaciones humanas con una cantidad tan inmensa de prejuicios que es imposible que descubramos nada: cuando una de las más maravillosas raíces del amor está en poderse sorprender, en quedarse atónitos ante la inmensidad de la riqueza que vamos saboreando en la otra persona, y conseguir balbucear a penas un te quiero con una mirada, con un roce de nuestras manos, con un aleteo de nuestros labios. Por lo tanto, bajemos nuestra altivez sapiencial, nuestra altivez en el conocimiento de los sexos y tratemos desinteresadamente a cada persona concreta, intentemos meternos en su vida, en su pellejo, hasta deshacernos con sus lágrimas, con sus sonrisas, con sus virtudes, con sus defectos: calemos hasta sus huesos y vivamos allí, aprendiendo el lugar donde su forjan sus ilusiones y deseos, entendiendo cómo se van tejiendo sus sueños. Y para esto, nada como saber escuchar -que no oír- y observar, saber mirar -que no ver-. Y para esto, también, busquemos y hagamos el bien por y para esa persona -que eso es amar, y lo demás son mezquindades sentimentaloides o racionalizadas, que se quedan en un mero accidentalismo y que el primer viento destroza, hace añicos, sumiéndonos en un letargo incomprensivo e insensible con visos de nostalgia. ¡Qué lástima!: tener un momento -porque esta vida nuestra es un momento- para amar y desperdiciarlo en teóricas sugestiones de autoafirmación y autoestima. ¿Cuándo se hará justicia? ¿Cuándo entenderemos que sólo amando seremos libres? Hoy día, la célula fundamental de la sociedad -la familia- está siendo amenazada por fuerzas que quieren destruirla, sean de ámbito ideológico o práctico. Empiezaron destrozando la dignidad de la mujer, siguieron negando el primer y fundamental derecho de todo ser humano -el derecho a la vida: sin el cual ningún otro derecho tiene sentido, pues no existiría-, continuaron aniquilando la importancia de las personas "no útiles" socialmente pretendiendo justificar su desaparición bajo nombres tan rimbombantes como "derecho a una muerte digna" para librarse del compromiso que supone cuidarles; se metieron -y a veces obligaron- a decidir por nosotros los hijos que habían de nacer; nos intentaron quitar el derecho a educar a los nuestros como nos plazca... Y ahora, comienzan a llamar familia a cualquier tipo de unión antinatural que surja -por una malentendida libertad o por una enfermedad de la mente y el afecto. Confundir una desviación sentimental con una opción sexual es deshumanizar al hombre poco a poco, es dar salud por enfermedad, por visión ceguera. Muchos hombres no aceptan las enfermedades cuando les llegan, no saben asumir el dolor y seguir andando, la mayoría de las veces porque nadie hay a su lado que les ayude, apoye y entienda; pero eso no justifica que los homosexuales -y otros grupos anclados en una degradación continua del hombre o en una visión política venda a menos- en vez de luchar cada día por ser mejores hombres y mejores mujeres se esfuercen en poner un marco legal a sus defectos usurpando el nombre de la unión entre hombre y mujer que existe desde que habitamos este Mundo. El ser humano se manifiesta como dualidad: hombre y mujer. Cada uno tiene sus propias riquezas y sus propias carencias, y las riquezas de uno llenan las carencias del otro: son absolutamente complementarios. De esa necesidad surge la unión entre ellos, unión que más tarde llamaríamos matrimonio. Si eliminamos esa unión, esa exclusividad, negamos una de las raíces fundamentales que el ser humano posee para realizarse plenamente. A veces resulta muy difícil encontrar a esa persona a la que decir: "tú me completas", sobre todo si tenemos enfermo el sentimiento y la mente. Y aún resulta más difícil aceptarlo..., pero si tiramos la toalla, si rehusamos el esfuerzo que supone nuestra mejoría personal habremos traicionado nuestra vida y las vidas de los que queremos, nos habremos traicionado a nosotros mismos...; y, así, no hay hombre o mujer que sobreviva a sus miedos, a su angustia, a su tristeza, porque sus vidas acaban siendo un absoluto desierto, donde abundan los espejismos y escasean la libertad, el amor y la felicidad.. ·- ·-· -··· ·· ·-·· - David Luengo Cruz |