| Arbil cede expresamente el permiso de reproducción bajo premisas de buena fe y buen fin Objeción de conciencia fiscal: Como hacerlo | Revista Arbil nº 70 | Arbil con Luis Suárez; Pasado y presente vistos desde el Valle por Arturo Fontangordo Algunas ideas de la exposición del profesor Luis Suarez, último premio Nacional de Historia, sobre una renovación espiritual generalizada que diera un giro a las actuales tendencias de la sociedad occidental, expuestas en una comida con miembros de Arbil | Hace unos días acudí, en compañía de varios amigos, al incomparable paraje de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Nuestra intención era escuchar una conferencia que iba a pronunciar el insigne historiador D. Luis Suárez, profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro, entre otras, de la Real Academia de la Historia, a modo de clausura de un ciclo que había tenido lugar a lo largo de los días precedentes. Tras asistir a la Santa Misa en la Basílica, ese depósito sobrecogedor y rutilante a un tiempo de la esperanza de una España mejor, descubrimos que, por un pequeño malentendido, habíamos perdido la oportunidad de presenciar la disertación, que ya había concluido hacia casi una hora. Mas fue este uno de esos casos que justifica plenamente el empleo de un refrán castellano, y es que "no hay mal que por bien no venga". Tuvimos la gran fortuna de contar con la gentileza de D. Emilio Álvarez, quien no sólo nos invitó a la comida que acto seguido tenía lugar, sino que nos hizo compartir mesa y mantel con el propio profesor. Fueron un par de horas en las que pudimos recrearnos en la erudición y capacidad oratoria de D. Luis, quien, en una auténtica clase magistral, nos mostró a todos, atentos alumnos, los hilos que forman el tupido tapiz de la Historia universal con una nitidez microscópica. Daba por momentos la impresión de que un óptico estaba puliendo las lentes de la mente hasta dejar perfectamente perfiladas líneas que antes eran poco más que manchas o formas intuitivas. Impresionado aún por la conversación, anoté apresurada y esquemáticamente aquella misma tarde las ideas clave de la exposición del profesor, celoso de perderlas en las inevitables lagunas de la memoria. Y ahora, algunos días más tarde, que han servido para rumiarlas y desbrozarlas, me atrevo a redactarlas con más detenimiento tras pasar por el tamiz propio, aunque naturalmente sin la pedagógica brillantez de las palabras originales. Propugnaba Don Luis una renovación espiritual generalizada que diera un giro copernicano a las actuales tendencias de la sociedad occidental. Es decir, una especie de revolución de las conciencias capaz de sacar al hombre del sopor materialista en el que se encuentra sumido desde hace décadas. Si entendemos, en su opinión, el fenómeno globalizador como históricamente inevitable, en tanto en cuanto se muestra como una tendencia económica imparable, de lo que se trata es de modular la globalización de manera que se transforme en un bien común y no en un reparto de la riqueza mundial entre unas pocas sociedades privadas. ¿Queremos un mundialismo que deje en manos de los grandes capitales internacionales todos los recursos del planeta, haciendo de ellos lo que se les antoje? ¿O debemos buscar que este proceso en el que estamos inmersos sirva para mejorar al hombre en su conjunto? El problema que plantea esta disyuntiva es el de concebir el cosmos como un economista o como un pensador filosófico o político. O, lo que es lo mismo, afrontar el dilema desde un punto de vista material o desde un punto de vista moral. Para un economista, una empresa funciona tanto mejor cuantos más beneficios obtenga, y si es capaz de eliminar a todos sus competidores llevándolos a la quiebra, el escenario es óptimo. Pero considerada moralmente, la empresa es buena cuanta mayor sea la riqueza que crea y más justo sea el reparto de dicha riqueza, aun cuando los beneficios económicos de la compañía como tal sean cero. Trasladando estos esquemas al conjunto del planeta, tenemos una descripción aproximada de la cuestión. Y ahora yo dejo caer la siguiente observación, ¿no se enorgullecen hoy en día los más destacados representantes de nuestra clase política de ser "buenos gestores más allá de las ideologías"? Pues quizás sea interesante estudiar esta afirmación a la luz de los anteriores párrafos. Pensando como católicos, debe ser la Iglesia quien encabece este movimiento de revitalización moral. Don Luis sostenía que esto ya había sucedido de manera similar en otras épocas, de forma que la Iglesia se podía concebir como un conjunto superpuesto de "dimensiones" que se van superando englobando a las anteriores, sin hacer por ello que las más antiguas desaparezcan. Estas dimensiones son cinco, para el profesor. La primera sería la dimensión parroquial, el primer esquema organizativo de la Iglesia naciente, con la figura del presbítero a la cabeza. Es esta estructura la que permitió a la Iglesia ir creciendo por todo el orbe, soportando persecuciones y maltratos de toda índole, e insuflando en toda la civilización occidental su hálito hasta el punto de transformarla, pese a quien pese, en civilización cristiana. La segunda dimensión sería la de la vida monástica. Tras el edicto de Milán y la asociación explícita del Imperio con la Iglesia, se corría el peligro, durante la debacle de las invasiones bárbaras de los siglos V y VI, de que la propia Iglesia se viera arrastrada en el torbellino que engulló definitivamente al Imperio de Occidente. Sin embargo, los monasterios permitieron no sólo salvar los tesoros humanos de cultura y conocimiento, sino revitalizar la Fe y mantenerla erguida en un mundo asolado por las guerras, la devastación y la absoluta inseguridad. Cuando en el siglo XIII la evolución económica y social determinó la aparición de las ciudades como organismos decisivos en la vida occidental, la Iglesia encontró en las órdenes mendicantes, dominicos y minoritas, la forma adecuada de incorporar la nueva realidad del burgo a la religión. Estos frailes fueron un eslabón clave para permitir que la Iglesia, presente hasta entonces en el ámbito rural en el que casi exclusivamente se desarrollaba la vida de la Alta Edad Media, no perdiera pujanza en el entorno urbano. Llegamos a los tiempos del César Carlos; tiempos que, lamentablemente, fueron también los del heresiarca Lutero. La reforma protestante supuso un gravísimo trance para la supervivencia de la fe católica en gran parte de Europa, Fe que se ha perdido irremediablemente en muchas regiones hasta el momento presente. La Iglesia reaccionó con una cuarta dimensión: la Compañía de Jesús. Una vez más, esta orden religiosa recorrió las venas de la Cristiandad como un elixir renovador, devolviendo movilidad a los anquilosados miembros. Combatió a los herejes, dándoles batalla en el terreno intelectual, que había sido quizás demasiado abandonado en manos seculares, y durante más de tres siglos contribuyó a la formación de unas élites católicas capaces de desenvolverse según los nuevos rumbos que tomaba la sociedad. Así pues, si, como parece evidente, estamos en un período de crisis, ¿cuál es la alternativa que puede presentar la Iglesia? ¿Cuál es esa quinta dimensión eclesial que debe responder a la apostasía pasiva que nos envuelve? Según Don Luis, esta quinta dimensión no es sino los movimientos laicales, creados a lo largo del siglo XX y que cada vez están cobrando más pujanza en los albores de la presente centuria, contando incluso con gran apoyo del Sumo Pontífice. Debemos, pues, ser optimistas y confiar en la vitalidad de nuestra Santa Madre quien, con ayuda de Nuestro Señor, podrá salvar las tribulaciones actuales. Por otra parte, el profesor también pergeñó unas líneas generales acerca de por qué sendero debe discurrir, en el caso de España, el proceso de renovación espiritual. España ha sido, por definición, una nación católica: "martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; es esa nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra...", en palabras de Menéndez Pelayo. Así pues, Donoso Cortés cometería el error de identificar Estado y nación, cuando, en el caso español, la nación católica precede en siglos a la propia existencia de un Estado unificado, del que sólo podría hablarse a partir de los Reyes Católicos. Parece así evidente que lo que debe hacer España es rescatar esa esencia católica que siempre perfumó indeleblemente nuestras gestas y nuestra Historia entera, desde el III Concilio de Toledo hasta la Cruzada, pasando por la Reconquista, el Descubrimiento y el Imperio, dándose incluso el único caso de Ilustración católica (Jovellanos, Ensenada,...), por muy antijesuítica que fuera. Y no me gustaría concluir sin antes mencionar un punto que a mí me llamó especialmente la atención durante la conversación. Don Luis, al hablar de la Masonería, dijo que había fracasado estrepitosamente, que se había reducido a un club de amigos más o menos poderosos, pero sin influencia real en la sociedad. Desconozco las bases profundas de esa afirmación, pero me permito disentir desde la mayor de las humildades hacia quien, sin lugar a dudas, posee una cantidad de elementos de juicio muy superior a la mía. Mi razonamiento es el siguiente; aún prescindiendo de la posible imbricación masónica en los organismos dirigentes del mundialismo actual (ONU, UE, Club Bilderberg, Comisión Trilateral, etc.), si levantamos a un masón recalcitrante decimonónico de su sepulcro y le decimos: que la Compañía de Jesús está moralmente derruida y llamada al orden varias veces por el Santo Padre; que algunas jerarquías de la Iglesia han flirteado (y desgraciadamente en no pocos casos el verbo a emplear sería otro más comprometedor) con el marxismo revolucionario; que la propia Iglesia ha patrocinado la implantación del liberalismo en no pocos países, y llegado a descender a la arena de la lucha partitocrática con la democracia cristiana; que el gobierno mundial aparece a los ojos de la inmensa mayoría de los ciudadanos de Occidente como un hecho que más temprano que tarde llegará ineludiblemente; que los principios (aparentes) que inspiran esa tendencia mundialista no son otros que una espiritualidad falaz, un deísmo alógeno a la naturaleza humana que no menta a Dios como tal, que busca una paz que no es precisamente la de Cristo en una especie de armonía panteísta; que la moralidad de los pueblos ha decaído más que nunca, primando hoy en día la vulgaridad, la zafiedad, la impureza y el materialismo impío... Si le dijésemos al hipotético masón resucitado todas estas cosas, y tantas otras, ¿alguien osaría negarle su triunfo? Decida el lector la respuesta a este último interrogante.. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Arturo Fontangordo | Revista Arbil nº 70 La página arbil.org quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina "ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil El contenido de estos artículos no necesariamente coincide siempre con la línea editorial de la publicación y las posiciones del Foro ARBIL La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del público siempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen. | Foro Arbil Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. 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