Parece que se ha perdido el norte respecto al verdadero sentido que posee el trabajo, y cuando algo tan arraigado en la naturaleza del hombre se aísla, entonces la misma naturaleza sufre las consecuencias que ha suscitado el despojo y la conversión sobre el valor del trabajo. El hombre desprovisto de sentido no sabe, hace y cumple. ¿No pasa igual en la naturaleza animal? ¿Cómo paliar el problema? ¿cómo recuperar el sentido oculto? Por ello, hemos dividido el trabajo en tres partes. La primera versa sobre la admiración y su necesidad; la segunda sobre la actitud contemplativa, y, la tercera concierne al trabajo contemplativo como forma de obtener una vida lograda. Primera parte: Necesidad de la admiración ¿Qué es la admiración? Admirarse es asombrarse de las cosas cotidianas, de las que tenemos cerca. Hoy en día parece que "la admiración ha sido devorada por la costumbre"(1) . Todo está hecho para quien no se admira, no hay creación en la sociedad actual, la novedad en lo acostumbrado se ha tornado en ley. Las cosas pasan porque tienen que pasar, es ley de vida, pero una vida demasiado animal para el hombre de hoy. Ya no hay una mueca de asombro en la mirada de los niños o ante un amanecer. Todos los fines de semana son iguales, se planea lo mismo y se hace de una manera automática lo de siempre. Admirarse es darse cuenta de que no sólo existe el tiempo, es, en definitiva trascender el momento en una mirada creadora. "Los griegos querían ser un pueblo de filósofos, y no de tecnócratas, es decir, eternos niños que veían en el asombro la condición más elevada de la existencia humana"(2). ¿Por qué se pierde el asombro? ¿Cómo? El perder la capacidad de contemplar la belleza no sucedía antaño. Dicha pérdida se debe a la imposición de la acción frente a la contemplación. Ya no es la palabra, el verbo, el principio, sino la acción, como postuló Goethe. Y es que, cuando la acción se antepone se envejece antes, pues el hacer cansa al espíritu. Kafka decía: "La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza". Janouch le preguntó: "¿Entonces la vejez excluye toda posibilidad de felicidad?" A lo cual, Kafka respondió: "No. La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece" (3). Para aprender a admirar las cosas es necesario fijar la atención. La filosofía es semejante, de este modo, a un taller, donde hay una tarea, una labor. Y, en un taller, lo que se hace principalmente es aprender. El aprendiz será bueno si se fija, si presta atención, si pone interés. Sin interés, sin ilusión nada cabe, pues la ilusión es la que me mueve a obrar. La atención del aprendiz, es decir, la mirada fija es la que pone en marcha la agilización del espíritu para saber. Si se es buen aprendiz la mirada atenta podrá ser el día de mañana una mirada creadora. No es lo mismo ojear la Gioconda que verla en una mirada fija y atenta. El que se admira ante "ella" no ve lo mismo en todas las miradas que le eche, pues siempre verá la novedad en lo mismo, será, por tanto, una mirada creadora. Por tanto, una mirada autora exige una lucha, es algo dinámico, pues intervienen dos factores aparentemente antagónicos: lo cotidiano y lo novedoso. La síntesis de esta dialéctica es pues la mirada creadora. Dicha mirada siempre sugiere una nueva forma, una nueva sonrisa, una nueva luz que irradia porque se ha re-conocido algo que antes ni siquiera se había percibido. "Sin el asombro el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal" (4) , dice Juan Pablo II en la Fides et ratio. El anónimo, el sin nombre, es quien no da la cara, y, por tanto, no puede tener una mirada, y mucho menos, una mirada creadora. Es aquél que no es protagonista de su propio acontecer, sino que se funde con lo impersonal. El anónimo no re-conoce y, por eso mismo, no quiere ser re-conocido. Y, si la admiración ha sido siempre la clave de todo inicio para una filosofía realista, entonces, el filósofo es el que da la cara, es el que se enfrenta con la realidad porque quiere re-conocerla. Sin embargo, el anónimo, al no dar la cara da la espalda a lo real, y en él ya no cabe admirarse, sino sólo fascinarse (la estupefacción diría Polo). Quien se fascina afirma su propia imaginación, su propio yo, pero sospecha de la realidad. He aquí el inicio de la modernidad que tantas muertes nos ha legado. "Tal existencia dice Juan Pablo II en la Fides et ratio cuando habla de los que comienzan en la duda y no en la admiración- estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquel que busca la verdad" (5) . La admiración como fuente de la contemplación Los conocimientos que el hombre adquiere a lo largo de su vida derivan fundamentalmente del asombro que suscita en el alma humana la contemplación de lo creado, es decir, el ser humano conoce cuando se asombra y despierta en él el deseo de adquirir un conocimiento que desconoce y quiere conocer, y que proviene de la contemplación. Por este motivo, se puede decir que la admiración es el inicio del conocimiento, y por tanto de la verdad, pues como dice Leonardo Polo, "el conocimiento, o es conocimiento de la verdad, o no es conocimiento de nada" (6) . De este modo, se sigue la consecuente ilación: Sin admiración no cabe conocimiento; sin conocimiento no hay verdad; sin verdad no hay libertad; sin libertad no cabe apertura, y, sin apertura es imposible la contemplación. La búsqueda de la verdad implica pues olvido de uno mismo (apertura) y admiración por lo conocido (lo contemplado). El ser humano se ve sorprendido, embargado al descubrir que se encuentra inmerso en un mundo que vive sin compromisos, sin libertad porque la verdad no interesa. Se asombra pues ante un mundo que necesita saber. De ello fue consciente Sócrates cuando manifestaba: "Sólo sé que no sé nada, pero aun supero a la generalidad de estos hombres que no saben esto tampoco". Por ello, el mayor enemigo es la ignorancia. Creer saber fue el yerro de los sofistas y el nacimiento de la retórica sofística, una retórica vacía de contenido. De la admiración surgió la filosofía, pero una admiración racional, no imaginativa ni fascinante, que lleva al hombre a preguntarse por el por qué de las cosas, sobre la naturaleza, el hombre y el mundo que nos rodea. Como decía Aristóteles "todos los hombres por naturaleza desean saber" (7) , el que vive con la verdad descubre que ella misma es inasequible, inalcanzable, pero es esto lo que le hace grande a la filosofía. Podríamos definir, en cierto modo, la contemplación como la acción del hombre al poner la atención de nuestra inteligencia y de todos nuestros sentidos en una realidad que despierta en nosotros la perplejidad y el asombro. Por esta razón, manifestamos que la admiración es el inicio o comienzo de la contemplación. Admirar, conocer y amar son tres dimensiones íntimas del ser humano. El amor lleva consigo, antes que el conocimiento, la admiración. El hombre ha sido creado para conocer la verdad a través de la contemplación. Cuando una persona presta su atención en lo desconocido, en lo-otro se está poniendo en camino hacia la verdad porque ya no se ha fijado en sí mismo, sino que se está haciendo cargo de que no cabe soledad alguna, de que la realidad es relación, y no sólo de eso, sino también de que las realidades sociales son relaciones personales, y que al fin y al cabo, es la persona lo que realmente vale la pena poseer. Percatado de esto, el filósofo es conciente de que debe rechazar todo solipsismo, esto es, todo idealismo. Para conocer es totalmente necesario tener en cuenta el tiempo, y para tener tiempo hace falta ocio. El tiempo libre, el ocio, pero no el ocio como lo entendemos hoy, sino como lo entendieron los clásicos, es imprescindible para contemplar(8) . El negador del ocio, esto es, el que vive en un mundo abierto únicamente para los negocios (neg-otium; negar el ocio) se comporta como esclavo de su tiempo, y, por tanto, inepto para contemplar. La admiración supone la contemplación de lo insospechable, de lo estable, es decir, de todo aquello que aún no conocemos y deseamos, mejor dicho, amamos saber. Por eso, la admiración nos hace, de algún modo, más libres Conocer no es una ostentación que pocos puedan adquirir, sino una necesidad para el ser humano que debe ser desvelada. Segunda parte: La contemplación en el trabajo ¿Qué significa contemplar? El propio aquinate fundamenta y completa sus pensamientos en el filósofo griego Aristóteles y su idea del esquema tripartito del obrar humano: Teoría, praxis y praxis y poiesis, refiriéndose a la contemplación como teoría. La influencia aristotélica en Santo Tomás, la encontramos en la Suma teológica: "El intelecto práctico se ordena al bien que está fuera del mismo, mientras el especulativo, lo tiene en sí mismo, es decir, la contemplación de la verdad". Se observa cómo el intelecto práctico es sólo un medio que no posee los recursos para realizarse, mientras que el especulativo tiene la capacidad de llegar a la verdad valiéndose de sí mismo. Conviene diferenciar que en el ámbito teórico del concepto tomista de la contemplación excluye a la voluntad y reduce la contemplación a un puro acto intelectual, mientras que en el ámbito teológico la voluntad es partícipe de la contemplación. Ésta última parece ser la concepción propiamente tomista de la contemplación, y no podía ser de otra forma, porque la sabiduría, la prudencia (frónesis) es el más práctico de los saberes. Una contemplación pura sobre lo inútil (lo contemplado) se hace útil en la medida en que lo asimilamos a nuestra vida, y esto sólo es posible mediante la voluntad. De lo contrario estaríamos hablando de formas puras, de eidos, de formas platónicas no actualizadas. De modo que Santo Tomás hace una distinción de razón, pero se agarra más a la totalidad de la contemplación: el compromiso con lo contemplado, y a esto le denomina dimensión teológica de la contemplación. Es preciso establecer cuál es el medio de la contemplación, la sabiduría. Para Platón, la sabiduría o noesis es el grado de conocimiento más perfecto, y dentro de la contemplación desempeña un papel fundamental, puesto que el objeto de la propia sabiduría es tender a la verdad, poseerla, serla. Característico de la ciencia sapiencial es que el fin perseguido está en la propia actividad de conocer, poniendo, además, en contacto a Dios y al hombre. Cuando el hombre contempla, el propio individuo trata de conocer, vislumbrar la realidad por sí sólo, sin ser coaccionado por nadie, y tratándose en todo momento de un acto libre. Independientemente, existe la posibilidad de que el ser humano elija lo correcto, conozca lo adecuado, o por el contrario se deje engañar por la realidad, pero sería responsabilidad del hombre. En lo que concierne al trabajo, el hombre no tiene elección, ha de trabajar si quiere sobrevivir, pero aquí se encuentra la paradoja: cuando la libertad se hace más patente es en el trabajo, ya que en él se autorrealiza el hombre, no sólo sobrevive por el trabajo, sino que se perfecciona, vive bien. ¿Es posible pensar en el hombre sin trabajo? Si el hombre no trabaja, no tendría responsabilidades, y por tanto, no sería libre. Un hombre sin trabajo parece que está por determinar, sería como un folio en blanco donde se puede escribir cualquier cosa: sería una existencia inacabada, un ser sinsentido, sin historia. Hablar de una historia impersonal es hablar de "naderías" o, si a caso de una historia animal, en todo caso sería un oxímoron(9) . También Max Weber, aunque con otra perspectiva(10) , ve en el trabajo un modo de accésis, de perfección: "La valoración religiosa del trabajo incesante, continuado y sistemático en la profesión, como modo ascético superior y como comprobación absolutamente segura y visible de regeneración y de autenticidad de la fe, tenía que constituir la más poderosa palanca de expansión (...)"(11) . Con todo, podríamos definir la contemplación como uno de los actos del hombre más nobles y altos, por el cual él mismo se perfecciona y que por medio de la sabiduría, busca conseguir la verdad, siendo a la vez principio, medio y fin, que se produce siempre por la libre elección del sujeto (12) . El trabajo como actitud contemplativa El trabajo contemplativo no es una construcción en proyecto con sus determinadas reglas, sino, más bien, se realiza de modo natural, espontáneo. La actitud contemplativa de la que estamos tratando consiste en trabajar con la presencia de la contemplación del amado que se hace real en este modo de trabajar. San Josemaría Escrivá -al que también se le ha llamado contemplativo itinerante-, hablando de la vida contemplativa afirma: "Eso es ya contemplación (...) aunque ni siquiera hayan caído en la cuenta" (13) (los que la viven). Se contempla al amado al trabajar, pero no se trata de una contemplación previa o razonable, sino de una presencia del amado implícita, inmediatamente directa. De este modo San Josemaría afirmaba: "Con el trabajo hecho cara a Dios en su presencia-, oramos sin interrupción, porque al trabajar (...) ponemos en ejercicio las virtudes teologales en las que está la cumbre del vivir cristiano". Con ello manifestaba que la realización del trabajo profesional deber ser el cauce ordinario por el que nuestro entendimiento y nuestra voluntad son llevados a las cosas de Dios. Ahora bien, la actividad del trabajo contemplativo es una. Se trata de una acción de gran perfección. Es impropio plantearse que el trabajo contemplativo se entienda como dos acciones distintas. En la misma acción se posee lo contemplado aunque físicamente no esté presente. Como dice P. A. Urbina hablando de la contemplación en las obras de arte: "No se mete una idea en una materia, si así fuera serían dos; una idea y una materia juntas (...), la obra de arte es una" (14) . Si hablamos de acción estamos hablando de obrar, pero con la peculiaridad de que se traspasa ese ámbito, en la misma acción, sin separarse, sino complementando y trascendiendo. Un contemplar no activo no es contemplación, pero la contemplación sobrepasa la vida activa. No se trata pues de recibir, de embargarse únicamente por lo contemplado, sino que en lo contemplado la inteligencia se agacha, (esta es la actitud, y, por tanto, hay acción) para recibir lo contemplado. Ese recibimiento conlleva cierta acción, cierta purificación. (15) Sin purificación, si nuestra inteligencia no está atenta para escuchar la voz del ser(16) , entonces sería imposible recibir al mismo ser que se contempla. Por otra parte podemos ver el trabajo como valor si aceptamos lo que von Hildebrand nos dice: "(...) el valor es la encarnación de lo que es, en definitiva, objetivamente importante" (17) , aquí se da la unificación entre teoría y praxis, es decir, es en esa encarnación donde reside aquello que me perfecciona, y, en este caso, en el trabajo. Por eso, una vida contemplativa implica necesariamente una vida comprometida. También el sujeto del trabajo es uno, pues cualquier acto humano tiene por sujeto el supuesto. En el hombre se distinguen los actos asignándolo al entendimiento o a la voluntad, aunque haya actos que debido a su perfección no son reductibles a una facultad en concreto, sino que son actos más apropiados del alma. En el conocimiento por connaturalidad, la integridad de la persona en este actuar es todo espíritu el que experimenta el objeto, por eso éste tipo de acto de la inteligencia es el más perfecto. Cabe una estrecha relación entre el trabajo contemplativo y la connaturalidad del conocimiento, ya que se encuentran en el mismo nivel al igual que la enorme relación que hay entre el trabajo contemplativo y la acción estética. El trabajo es también vehículo de contemplación de la persona. Todas las filosofías tienen un factor común al hablar del trabajo como actividad social, este denominador común es que el ser humano es el conjunto de relaciones sociales. Como ya hemos visto, el ser personal es digno de amor, también es el único objeto (sujeto) digno de contemplación última, y es el trabajo el camino que me relaciona con el alter ego, que me lleva a conocerla o, mejor, dicho, a contemplarla. "Se da una co-adaptación entre el ser personal amado y el sujeto amante, lo que lleva a éste a tener presente al amado en todo sus juicios prácticos" (18) . Si amo a una persona, mi principio de operaciones en el trabajo también es el mismo ser `personal amado. Pero, ¿cómo está presente el amado en el trabajar? "Lo está en el afecto, en el entendimiento, con una presencia concomitante a la atención actual del entendimiento que requiere la labor concreta que tenga entre mano" (19) . Concluyendo, podríamos decir que el trabajo contemplativo es una actividad del hombre perfecta y perfectible, en la cual "el amado domina finalmente, de manera unitaria y unitiva en todo el actuar que me lleva al descubrimiento de otras personas, también teniendo presente al ser personal amado, permitiendo transformar necesidad en libertad, rutina en novedad, y tiempo en eternidad" (20) . Tercera parte: contemplación y felicidad El trabajo como servicio ¿El trabajo como servicio? Actualmente el trabajo no se entiende como servicio sino como un fin, como el fin de nuestras vidas. Y es que parece que las personas ven en el trabajo simplemente un medio para poder sobrevivir en un mundo en el que nuestros principales enemigos son el resto del mundo. Cosa que ya adelantaba Hobbes cuando decía: "El hombre es un lobo para el hombre" o el mismo Sartre cuando pensaba que "el infierno son los otros". Pero no olvidemos que esto es un parecer. Ante Hobbes y Sartre, Pascal manifestaba que "el hombre supera infinitamente al hombre". Esa superación se basa en el dar, en el darse, al fin y al cabo, en el servicio. El servicio es el modo de ser propio del trabajo, su esencia. Ya, el mero hecho de servir supone la existencia del tú, y, por tanto, la muerte del solipsismo. Solo desde esta concepción de apertura al otro es posible la cultura. Por eso, el mayor servicio es la mayor apertura hacia el Otro, y es en esto donde reside el culto(21) . Sin servicio no cabe el verdadero progreso. La ideología marxista creía con su tesis dirigir la sociedad hacia un mundo más habitable, hacia un progreso igualitario y sin clases. Se lo tendríamos que preguntar a los países donde la ideología hizo especial hincapié. Los hechos y la propia historia han demostrado que la utopía sólo pudo conducir una parte del mundo al retroceso (tanto material como espiritual), y ese retroceso tiene un nombre: pobreza. Para ser rico (feliz) sólo cabe servir. Nadie da lo que no tiene. Aquí se muestra la falacia marxista: quiso dar riqueza con pobreza, quiso dar libertad con esclavitud, quiso dar paz con revolución, quiso, al fin y al cabo, un imposible metafísico. El 20 de octubre de 1830, el ministro de Estado Goethe decía a un colega: "Nunca me he preguntado... ¿cómo serviré a la totalidad?, sino que siempre he procurado... expresar lo que yo he reconocido como bueno y válido. Esto, ciertamente..., en gran medida... ha sido útil; pero éste no era el fin, sino una consecuencia absolutamente necesaria" (22) . Trabajo contemplativo y felicidad "La esencia de la felicidad consiste en un acto del entendimiento" (23) dice Santo Tomás de Aquino. El hombre desarrolla su ser desde la contemplación y en la contemplación, y sólo después en la acción, pues para amar hay que conocer. Aquí se observa la diferencia entre la modernidad y la filosofía medieval. Para ésta la inteligencia manda, dirige el proceso del acto voluntario; para la otra, el principio, como decía Goethe, y que ya vimos en la primera parte de este trabajo, es la acción. Para el aquinate, la vida feliz no significa amar lo que se posee, sino poseer lo que se ama, y esa posesión se da en un acto diferente al acto de la voluntad, pues como dice Aristóteles, el conocimiento es la posesión intencional de la forma del objeto conocido. Es poseer. Y esa posesión tiene lugar en la contemplación. La posesión de lo amado, tiene lugar en un acto de conocimiento, en la contemplación, y sólo de ahí deriva el obrar, pues éste siempre sigue al ser (operari sequitur esse). El hombre se dirige hacia todo lo que existe. Hoy en día, según Pieper, nos hemos acostumbrado a una forma de pensar ideal, producida de intento, siendo ésta una doctrina demasiada metafórica y falsa. Además, espiritualmente hablando el hombre es limitado, sometido a muchos tipos de condicionamientos. Una libertad absoluta sería la abolición del hombre. Sin embargo, el hombre tiene sed de totalidad, y éste deseo de saciarse es tan poderoso que se podría decir que es desesperado sino se esperase ninguna satisfacción. Con todo, el conocimiento no sólo es poseer, no es una apropiación, sino que también es asimilación, reconocimiento, acogimiento. De este modo, el que conoce tiene parte en el ser ajeno. Aristóteles lo expresa de un modo más tajante cuando afirma que el conocer en acto es lo conocido en acto. Es lógico que la posesión no puede ser material, sino intencional. Lo material tiene una limitación cerrada. Sin embargo, el espíritu se abre siempre a la totalidad de lo real, de ahí la famosa frase de Aristóteles el alma es, en cierto modo, todas las cosas. De aquí se sigue que la felicidad tiene lugar en un acto del conocer porque no hay forma más perfecta por la que verdaderamente nos pueda ser dado el bien universal, como lo real en general. Al mismo tiempo, el conocer tiene varias formas y grados que no son partícipes y presentes de la realidad por el mero hecho de tener conocimiento. El ver también es un acto de conocimiento, y la contemplación es la forma más alta de conocimiento (la visión perfecta y abierta) porque la posesión y la presencia de lo que amamos, es decir, de lo contemplado, tiene lugar en la forma de conocer contemplativa. No se puede prescindir del amor en el papel que estamos tratando, de la felicidad. Por tanto, la contemplación no es sólo una forma de conocer, sino "un conocer encendido por el amor" (24 ) . Contemplar es teorizar. La felicidad que se puede poseer en esta vida es principalmente la contemplación, " (...) hasta donde se extiende la contemplación, se extiende la felicidad" (25) . La teoría es la unión a la realidad puramente receptiva, indispensable al propósito práctico de la vida activa, ésta es desinteresada, y su fin es hacer evidente la realidad percibida, buscando así la verdad. Y la contemplación es el conocer mediante la observación y no por el pensamiento, se trata pues de una mirada receptiva. Por eso decía Santo Tomás que pensar es la forma más ínfima de conocimiento, es una forma imperfecta de la facultad de intuir. Hoy en día la vida se ve en términos de productividad únicamente. Se ha olvidado la dimensión contemplativa que es, a la vez, creativa. El mundo laboral se ha empobrecido hasta tal punto que se ha convertido en un holismo, se ha globalizado. El hombre es considerado únicamente como trabajador, el homo sapiens sapiens se ha tornado en homo faber. Esta consideración ha llegado a la profundización de su vida espiritual, donde existe la pausa, pero no el descanso. Sin embargo, la vida humana auténtica es aquella que en el ámbito de la productividad crea a la vez, y, es en esto precisamente donde se encuentra la felicidad(26) . ·- ·-· -··· ·· ·-·· Alberto Sánchez León Bibliografía ARISTÓTELES Ética a Nicómaco, Gredos.; Metafísica, Gredos. DIETRICH VON HILDEBRAND Ética, Encuentro. FACULTAD DE FILOSOFÍA Excerpta e dissertationibus in philosophia IV, n.1. UNIVERSIDAD DE NAVARRA JOSEF PIEPER El ocio y la vida intelectual, Rialp. JOSE JULIO PERLADO Nuestro Tiempo, mes de Septiembre, Necesidad de asombro. JOSE PEDRO MANGLANO Análisis antropológico del trabajo contemplativo. Extracto de la Tesis Doctoral presentada en la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra. JUAN PABLO II Fides et ratio. Sobre las relaciones entre la fe y la razón. LEONARDO POLO Introducción a la filosofía, Eunsa. MAX WEBER La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 1958. P. A. URBINA Filocalía o amor a la belleza, Rialp, Madrid, 1988. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ Forja, Rialp; Amigos de Dios, Rialp. Notas 1) José Julio Perlado, Revista Nuestro Tiempo, Septiembre de 2001, p. 65 2) Ídem. 3) Ídem. 4 ) Juan Pablo II, Fides et ratio, Sobre las relaciones entre la fe y la razón, p. 9. PPC, 1998. 5 ) Ídem, p. 37. 6) Leonardo Polo, Introducción a la filosofía, p. 15. Eunsa, 1995. 7) Aristóteles, Metafísica, p. 69, Gredos, (980ª 21), Madrid, 1998. 8) Cfr. Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual, , p. 40 y ss. 9 ) Aunque aquí habría que tener en cuenta un matiz, ya que un hombre que no trabaja puede ser o porque está aún por determinar (por ejemplo un mendigo) o porque ya está determinado (el multimillonario). Se trata pues de dos extremos. En nuestro trabajo nos referimos a la capacidad de trabajar propia de la naturaleza humana. 10) La perspectiva que presenta Weber al respecto hace referencia al espíritu del capitalismo, ya que como pensaba Weber éste, el capitalismo, era una consecuencia de la ética protestante. 11 ) Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, p. 172, 1958. 12) Cfr. José Pedro Manglano Castel-lary. Análisis antropológico del trabajo contemplativo. Extracto de la Tesis Doctoral presentada en la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra, p. 504 y ss. 13) Escrivá de Balaguer, San Josemaría., Hacia la santidad, en Amigos de Dios, Rialp, 8ª edición, Madrid 1984, p. 423. 14 ) Urbina, P.A., Filocalía o amor a la belleza, Rialp, Madrid 1988, p. 49. 15) Cuando lo que se recibe es un quién, una persona o, incluso el mismo Dios, entonces lo propio es festejarlo. Por eso, la fiesta es una de las mayores acciones del ser humano. Cfr. El ocio y la vida intelectual, p. 75. 16) Término acuñado en la ética fenomenológica de Dietrich von Hildebrand en su Ethik. 17) Dietrch von Hildebrand, Ética, p. 55, Encuentro, Madrid, 1983. 18) José Pedro Manglano Castel-lary. Análisis antropológico del trabajo contemplativo. Extracto de la Tesis Doctoral presentada en la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra, p. 504. 19) Ídem. 20) Ídem. 21) Cfr. Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual, , p. 73. 22) Palabras recogidas en la adaptación de Eckermann de las Conversaciones con Eckermann, de Goethe. Cita extraída de El ocio y la vida intelectual, ob. cit. 23) Essentia beatitudinis in actu intellectus consistit. (I, II, 3, 4). 24) Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual, p. 299. 25) Wilhelm Szilasi, In Eth., 10, 12, nr. 2125. 26) Este trabajo no excluye las conclusiones a las que llega Gustavo Páez Prendes en su tesis titulada: El trabajo en la "Laborem exercens", sino más bien las complementa. Dichas conclusiones se han barajado en este trabajo aunque de un modo explícito, a saber: "1)El trabajo es una actividad propia de la persona. 2)El trabajo compromete al hombre entero. 3)El hombre es un ser que se perfecciona por medio del trabajo. 4)El trabajo supone el ejercicio de la libertad. 5)El trabajo es consecuencia del amor. 6)La verdadera autorrealización en el trabajo supone un resultado moralmente bueno. 7)El trabajo pone al hombre en relación con el universo. 8)El trabajo supone la capacidad de apropiación y ésta hace posible la capacidad de dar". Facultad de filosofía eclesiástica de la universidad de Navarra. Excerpta e dissertationibus in philosophia IV, n.1. |