Arbil presenta en este número una adenda monográfica dedicada a un tema dotado de una actualidad permanente: el Islam. Alguno de nuestros lectores podría pensar que en este caso hay algo más que una actualidad permanente. La gravedad de los acontecimientos de los que todos hemos sido testigos durante las últimas semanas contribuye, sin embargo, a reforzarnos en la convicción de que existen una serie de grandes temas que, más allá de las "últimas noticias", constituyen el nervio de la realidad cotidiana por su vinculación con los valores por los que esta publicación ha cruzado su apuesta. Quizá convenga, por eso mismo, elevar la reflexión sobre la cuestión que mantiene en vilo a toda la humanidad al punto de mira adecuado. ¿Podemos formar un juicio justo acerca del conflicto que se ha suscitado en torno al desarme de Iraq? Si hay algo que produce repulsión en el tratamiento mediático que está recibiendo este tema es su comercialización política, que resulta aún más odiosa si consideramos que lo que se halla en juego es - ¡nada menos!- que la vida de millones de seres humanos inocentes. En tal tesitura, todos los que sentimos la pasión por la Verdad no podemos sino acudir a quien ostenta, con toda dignidad y merecimiento, el título de intérprete auténtico del Derecho Natural. El relativismo profesado de forma generalizada e insensata por la mayor parte de los regímenes que pretenden honrarse con el título de democracias convierte realmente al Magisterio del Romano Pontífice en el único punto de referencia en términos morales. La enseñanza pontificia ha defendido, en ocasiones, el deber de injerencia humanitaria en situaciones de crisis, empleando la fuerza militar al servicio del mantenimiento de la paz y de la conformación de un orden de justicia en las relaciones internacionales o, incluso, para la solución de conflictos internos dentro de un país. ¿Por qué, entonces, ahora se ha pronunciado el Magisterio en el sentido de rechazar el uso de la fuerza para poner fin a lo que, a todas luces, parece representar una amenaza para la paz? Frente al enfoque habitual de este tema, el debate sobre la concurrencia o no del casus belli, el Magisterio de la Iglesia ha ido formulando paulatinamente una doctrina moral cada vez más precisa sobre la licitud del uso de la fuerza en torno a los requisitos de la así llamada "guerra justa". El Catecismo de la Iglesia Católica, en su parágrafo 2309, ha recogido de forma sintética los principios fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia en esta materia: "Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de la legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a ésta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez: - Que el daño causado por el agresor a la comunidad de naciones sea duradero, grave y cierto.
- Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
- Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
- Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Éstos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la «guerra justa». La apreciación de estas condiciones de legitimidad pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común". Sentadas estas premisas, el hecho es que en el supuesto que nos ocupa no concurren a fecha de hoy las condiciones para poder calificar como legítima una intervención armada. Y ello, tal como ha puesto de manifiesto el alto magisterio del Santo Padre, porque, en primer lugar, todos estos requisitos parecen excluir, a todas luces, el concepto de "guerra preventiva". La doctrina clásica se basa, ante todo, en la realidad de una agresión injusta. Podría pensarse que esta agresión constituye en el caso iraquí una suerte de "delito continuado" y que la situación actual trae causa de la inicial agresión perpetrada contra Kuwait. Sin embargo, no son esos los motivos que se aducen, sino el incumplimiento de las condiciones impuestas como resultado del empleo de la fuerza en ese conflicto anterior. En particular, se invoca como "casus belli" la posesión de armas de destrucción masiva y, en especial, de NBQ s (armas nucleares, bacteriológicas y químicas). En relación con este punto, las potencias que han optado por una postura decididamente beligerante carecen en ocasiones de la autoridad moral necesaria, ya que poseen esas armas en mucha mayor medida y, en ocasiones, se ha constatado la triste paradoja de que los países que las utilizan como amenaza las han obtenido frecuentemente a través de países que ahora pretenden prohibirles su utilización. De cualquier forma, la cuestión que resulta más espinosa es la que se refiere a los tristemente célebres "daños colaterales". ¿Realmente podemos afirmar con seguridad que "el empleo de las armas no entraña males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar", teniendo en cuenta que "el poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición"? Hoy por hoy, todavía no se ha verificado que el sofisticado aparato bélico de precisión esgrimido como argumento por la coalición vencedora en la Guerra del Golfo ofrezca suficientes garantías para salvaguardar de forma eficaz la vida de los inocentes, entre los que se encuentran, no lo olvidemos, alrededor de 670.000 cristianos árabes. De ahí que la diplomacia de la Santa Sede dirija sus pasos a lograr la eliminación de la amenaza de conflicto en su raíz, tratando de persuadir al gobierno iraquí para que proceda al efectivo desmantelamiento de su arsenal de armas de destrucción masiva. La exacerbación de ánimos que ha producido el presente conflicto no hace sino poner de manifiesto la urgente necesidad de construcción de un auténtico orden de justicia en las relaciones internacionales, muy alejado hasta la fecha, por cierto, del Nuevo Orden Mundial, postulado no sólo por los EEUU, sino también y esto es lo más grave por la Organización de las Naciones Unidas. |