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| Revista Arbil nº 66 | |
La M. Ana Alberdi, una contemplativa Concepcionista de "La Latina" por Santiago Cantera Montenegro Una biografía singular pero representativa del florecimiento de la vida religiosa que se dío en la iglesia preconciliar en el siglo XX
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| La Orden de la Inmaculada Concepción (concepcionistas franciscanas), fundada por Santa Beatriz de Silva con el apoyo de su amiga íntima Isabel la Católica, ha dado a los largo de sus cinco siglos de historia figuras de una talla espiritual muy elevada, tales como la M. María de Jesús de Ágreda, la M. Patrocinio de las Llagas, la M. Ángeles Sorazu y varias mártires españolas en 1936. Más recientemente, en noviembre de 1998, falleció en olor de santidad en el Monasterio de la Concepción Francisca de Madrid ("La Latina") la M. Mª Ana Alberdi, que había ingresado en el mismo en octubre de 1931, a los 19 años de edad. Nacida en una familia de labradores en mayo de 1912 en Azcoitia (Guipúzcoa), tuvo un hermano mellizo que también optaría por la vida consagrada, como jesuita misionero. La M. Ana (Mª Concepción Cruz en el siglo) hizo su profesión solemne en 1936, y muy poco después la Comunidad hubo de refugiarse en la casa de las Hermanitas de los Pobres de la C./ Almagro ante la persecución religiosa en el Madrid marxista. Después de la Guerra, las monjas pudieron regresar y debieron restaurar los daños existentes en el Monasterio, del que, después de ejercer la M. Ana varios cargos como el de maestra de novicias, sería elegida abadesa en 1953. Desde entonces, caso muy especial, se mantendría como tal durante unos 33 años, hasta que por fin se le aceptó la renuncia. Asimismo, en 1974 fue nombrada presidenta de la Federación de las concepcionistas. En todo ello se esforzó por estar atenta a los aspectos que pudiera ser necesario renovar en la vida concepcionista, pero manteniendo siempre la fidelidad a los propósitos de la fundadora y de la Iglesia, y prueba de ello es la observancia ejemplar que hoy mismo se observa en esta Comunidad. Fue una mujer profundamente contemplativa, pero al mismo tiempo muy sencilla, y su vida espiritual ofrece una sobreabundancia de la gracia, que en gran medida se reflejó en su caridad fraterna en la Comunidad y en sus dotes de gobierno. Sus grandes amores fueron Dios y la Santísima Virgen, con una devoción especial hacia el misterio trinitario, hacia el Santísimo Sacramento y hacia la Inmaculada Concepción de María. La alegría de su vida en Dios fue una clara muestra de su fidelidad a San Francisco, y con esa paz y alegría, sin quejarse de nada y uniéndose a Cristo, "Varón de dolores", acogió la dolorosa enfermedad con la que finalmente el Señor le probó en sus momentos últimos. Así, su muerte ejemplar fue la culminación de una vida santa en la que se entregó de lleno a Dios a través de su vida contemplativa y del servicio a su Comunidad, la cual le guarda hoy una devoción singular. ·- ·-· -··· ·· ·-· Santiago Cantera Montenegro | |
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