Como todos sabemos el verdadero filósofo es aquél que busca la verdad busca lo que ama- con verdadera pasión. Pero la verdad de las cosas no es fácil encontrarla, es ardua porque requiere una conquista que dura toda una vida. El hallazgo quizás sea esto una ambiciosa pretensión- de la verdad requiere tiempo (aunque ella misma sea eterna), ciencia e ilusión. Requiere cierto inconformismo con una mera mirada al mundo. La pasión por poseer la verdad, la búsqueda requiere en primer lugar tiempo, implica la inversión del tiempo de toda una vida. Quien diga: ¡Basta! O ¡hasta aquí he llegado! no es verdadero filósofo. Y para ser fiel en dicha búsqueda nos topamos con la principal virtud que el filósofo debe apresar: la paciencia. La paciencia es una forma de fortaleza, es la fidelidad en la esperanza de encontrar, poseer aquello que se busca. El vicio que corresponde a esta virtud es el conformismo. La actitud del conformista es la actitud del que no ama, y, por tanto, del que no busca. Quien se conforma no puede ser verdadero filósofo porque ha acotado el camino, no ha llegado por tanto a la meta porque no quiere. Una senda cortada es un sinsentido: es la vía del absurdo, la de la postmodernidad. El filósofo es el inconformista. Cuando uno ha dicho ¡basta! es porque se ha cansado, no ha sido fuerte, paciente. Quien se para no avanza, y quien no avanza, dice el dicho, retrocede. El verdadero filósofo es quien indaga soluciones, pero dar soluciones de un modo inmediato, sin contar con el tiempo, es precipitarse. Quien se precipita cae, y, caerse del camino, "bajarse", supone irritación, desesperanza. La desesperanza calla la ilusión. La paciencia sobrelleva, aquieta la precipitación. San Agustín decía de la paciencia que es la virtud que soporta los males con buen ánimo. Hemos dicho que la paciencia es una forma de ser fuertes. También es una forma de ser prudente. Quien mediatiza es porque sabe administrar el tiempo. Prudente es el que mira las consecuencias, los pros y los contra, es quien se adelanta en el tiempo presente al futuro. Sólo el prudente es paciente, y el paciente es el que puede ser prudente. La paciencia es una virtud sufridora. El paciente padece la espera, padece el tiempo, pero logra lo eterno. Y aquello que el paciente padece, lo que recibe es fruto de la contemplación (del estudio). El filósofo es pues el que sufre la verdad y, a la vez, el que la goza. La filosofía es una tarea, implica una laboriosidad. Esta es otra virtud que hay que conquistar. La filosofía se elabora (no se construye), y, esa elaboración es más enriquecedora si se ha realizado en co-laboración. La filosofía es semejante, de este modo, a un taller, donde hay una tarea, una labor. Y, en un taller, lo que se hace principalmente es aprender. El aprendiz será bueno si se fija, si presta atención, si pone interés. Sin interés, sin ilusión nada cabe, pues la ilusión es la que me mueve a obrar. La atención del aprendiz, la mirada fija es la que pone en marcha la agilización del espíritu para saber. Si se es buen aprendiz la mirada atenta podrá ser el día de mañana una mirada creadora. Cuando se busca algo es porque no se tiene todavía lo buscado. Por eso el que busca, el filósofo tiene fe en aquello que busca. Una vez iniciada la búsqueda la paciencia ayuda a esperar aquello que, como lo busco, amo. De este modo, fe, esperanza y amor condicionan y fundamentan la paciencia. Sin fe en lo que se busca, la paciencia el padecer- sería angustiosa. Sin esperanza, la paciencia sería ciega, y sin amor, la paciencia sería un cierto masoquismo. La paciencia aguanta la espera de lo amado porque se cree, se confía. Son aspectos que la filosofía de la inmanencia ha olvidado. Dicha "filosofía" lo único que puede esperar es la muerte, lo cual no puede provocar otra cosa que angustia. ¿Es la vida angustiosa una vida lograda? En la "filosofía" de la inmanencia, al cortar la fe en el absoluto, la esperanza se convierte en desesperanza. Se nos despoja la ilusión por vivir, porque la dimensión eterna del tiempo se ha volatilizado. Así nace la concepción trágica de la vida, del sinsentido. Si Hegel lo dijo todo (dijo de alguna manera: ¡Basta!), si Nietzsche proclamó la defunción de Dios, y eternizó la vida de la angustia, si Sartre "pensó" que el infierno son los otros, si Marx nos quitó la ilusión de aspirar a lo trascendente y Feyerabend dijo que todo vale, entonces, una vez más, la lógica del sinsentido (una contradicción en los términos) que sigue es la negación del sentido. Negar el sentido es negar también que la filosofía busca y ama la verdad. Los negadores del sentido son los negadores de la filosofía. Pero negar la vida y su sentido es la cobardía más sublime que jamás haya existido. Cobarde es quien no se enfrenta, quien se oculta ante la luz, y, por tanto, vive en tinieblas. El advenimiento de la oscuridad ha sido provocado, ha sido buscado por los negadores de la vida. Han buscado, porque han huido, algo no querido porque no se han fiado, y, cuando no se fía entonces se sospecha. Sospechar, esa es la acción que nos ha legado la postmodernidad. Quien sospecha se protege, y el que se protege es porque no está seguro, tiene miedo precisamente del sinsentido. No entendieron que la fe es firmeza, credo ut intelligan, confundieron la esperanza con una ilusión de los débiles, identificaron el amor con el hedonismo, con una vida dionisíaca, casaron la paciencia con un sufrimiento ingenuo. ·- ·-· -··· ·· ·-· Alberto Sánchez León |