Antes que el tañido de las campanas oyeron el ulular de las sirenas, y antes que la luz se acercó a sus cunas el fuego. Ernst Jünger, La Paz. Debo decir que el libro, a pesar de su brevedad (112 páginas), me cautivó desde un primer momento, tanto por el asunto tratado como por el enfoque que plantea. Quizá no sea casualidad, pues sobre este asunto hacía años que había leído a tres autores muy dispares. Como historiador a Earl R. Beck, profesor en la Universidad Estatal de Florida, su excelente monografía Under the Bombs. The German Home Front 1942-1945, publicada en 1986 por The University Press of Kentucky ( Kentucky ). Como polémico ensayista al Capitán Russell Grenfell en su Odio incondicional. Culpabilidad de guerra alemana y el futuro de Europa, publicado por Espasa-Calpe(Madrid) en 1955. Finalmente y como pensador a Ernst Jünger en varias de sus obras, todas ellas publicadas por Tusquets Editores (Barcelona): Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial, vol. 2 (1992); Sobre el Dolor (1995); La Paz (1996). Para esta crítica también se han consultado las memorias de Sir Winston Churchill, la revista alemana Aspa (de aquellos años) y algunos otros libros técnicos sobre armamentística. Afrontamos el nacimiento de un nuevo concepto de guerra, de bélica confrontación que ha llegado hasta nuestros días... y no amenaza ser desplazado. Si en Tempestades de Acero (Ernst Jünger, Ed. Tusquets, 1993) asistimos al tránsito, durante la I Guerra Mundial (1914 / 1918), de la guerra caballeresca frente a la guerra total; con el segundo conflicto europeo nos sumergimos completamente en este último. Se nos habla de ensayos premonitorios como en el mítico caso de Guernica, pero lo cierto (véase La Legión Cóndor en la Guerra Civil, de Raúl Arias Ramos, La Esfera de los Libros, Madrid, 2003) es que aquel no fue un bombardeo masivo, indiscriminado ni dirigido a un objetivo civil. Hoy en día resulta irrefutable que fue Alemania la que inició los primeros raids aéreos indiscriminados contra Londres, Coventry y otras tantas ciudades británicas (1940), que seguidamente lo hizo contra Stalingrado. Lo que nunca imaginó el agresor es que su aislada acción tuviera como respuesta un bombardeo de por meses y años contra más de 94 ciudades alemanas. Se desató en concepto de guerra total: Hoy en día, y en lo que por ejemplo- se refiere e Oriente Próximo, el modelo parece seguir siendo igual de útil. El enemigo ya no es el ejército combatiente de enfrente. Las trincheras no existen, en realidad no existen ni siquiera- los frentes sobre el mapa. No es necesario enfrentar al hombre contra el hombre, al individuo contra su anticonceptualidad, ni siquiera la abstracta arma mecanizada frente a su homónima. Y avanzando en el progreso armamentístico, en la aviación, la fuerza de caza está siendo sustituída por bombarderos. No, no es una casualidad ni un avance militar. Es más simple. Asistimos al objetivo de causar el mayor daño posible, sobre objetivos civiles y militares, al menor coste posible. Es el concepto mercantilista de la guerra, Las motivaciones que indujeron a los británicos a desarrollar la estrategia del Area Bombing fueron varias. En primer lugar y dada la hegemonía alemana en el conflicto en 1941, quedando Gran Bretaña fuera del escenario y reparto de territorios, Sir Winston Churchill explicaba a Lord Beaverbrook el único modo de forzar el enfrentamiento con Hitler: Un ataque de exterminación absolutamente devastador llevado a cabo por bombarderos muy pesados sobre el territorio nazi. El 3/11/1940 el mismo Churchill decía: Debemos por consiguiente desarrollar los medios para llevar a Alemania un volumen cada vez mayor de explosivos, para pulverizar toda la industria y estructura científica de que depende el esfuerzo de guerra y la vida económica del enemigo. En realidad no sería sobre el territorio nazi, sino sobre Alemania y en concreto- sus ciudades. De hecho, la prensa alemana de aquellos tiempos recoge repetidas alocuciones del Canciller alemán, reiterando su deseo de no entrar en conflicto con Gran Bretaña, sino buscar un entendimiento: Idea ya expresada en el capítulo XIII de Mein Kamf. Es de reseñar, como comenta Sebald, que no todos los británicos acogieron bien el programa de destrucciones. Lord Salisbury y el obispo de Chichester George Bell, manifestaron en repetidas ocasiones su oposición ante la Cámara de los Lores: La estrategia de atacar a la población civil no era ni lícita ni moralmente aceptable. Los propios militares estaban divididos, como escribió el comandante de bombardero Max Hastings en 1979. Los primeros bombardeos británicos durante 1940/1941 resultaron infructuosos, dado su carácter diurno y en consecuencia- el gran número de bajas causadas por la defensa antiaérea. A propósito de las bajas en la aviación aliada, comenta Jünger en sus memorias (04/11/1944): Es visible la voluntad de aniquilar aun al precio de la propia aniquilación. Es un rasgo demoniaco. Sir Arthur Harris (Air Marshall) sugirió que los objetivos prioritarios debían ser dañar la moral de la población civil enemiga y, particularmente, de los trabajadores. Y ocho días después se llegó a la conclusión de que una mayor eficiencia en los bombardeos sólo podía obtenerse con ataques nocturnos a centros urbanos; esta directiva del 14/02/1942 fue iniciativa del ministro del aire Sir Archivald Sinclair. En una primera lista de objetivos figuraban 94 ciudades alemanas, entre ellas como cita Beck- Lübeck: No por ser un objetivo industrial, sino por la extremada inflamabilidad de sus casas de madera. Esta lista se incrementaría hasta 131 ciudades y pueblos. Nos encontramos así con la segunda motivación del Area Bombing, la definitiva. Atrás quedaban las ideas Churchill: Es manifiestamente ilegal bombardear un área poblada en la esperanza de dar en un blanco adecuado que se sabe existe en el área, pero que no puede ser localizado ni identificado con precisión. El siguiente paso de Sir Bomber Harris inicialmente fue incrementar el peso de las bombas, y seguidamente desarrollar nuevos modelos y combinaciones. Si en la primavera de 1942 el peso era de 900 kgs., en diciembre se llegó a los 3.600; y en 1945 se alcanzaron los 10.000. Fue Barnes Willis quien diseñó las dos mayores bombas lanzadas (Gran Slam de 7,6 metros, Tallboy de 6,3), capaces de penetrar 30 metros en el suelo y luego explotar, ocasionando un devastador efecto terremoto. Una mayor efectividad incendiaria se desarrollo en abril de 1943 con la combinación de las bombas clásicas con las incendiarias (con gasolina, magnesio, fósforo o líquido asfáltico): La creación de gran número de fuegos, prácticamente inextinguibles, que reducían las ciudades a escombros. La incorporación al plan de los americanos durante los 4 primeros meses de 1944 fue decisiva, por cuanto se encargaron de llevar a cabo solapando a los británicos- bombardeos diurnos. Fue entonces cuando la presión sobre los ciudadanos alemanes alcanzó el máximo, viéndose sometidos a la devastación a lo largo de las 24 horas. Incluso se programaban los raids sobre una ciudad con el único fin de quebrantar los nervios: Durante la noche, al amanecer, a la hora del almuerzo y a media tarde. Se trataba de no dar tregua ni descanso a la moral civil. Estratégicamente parecía importar más que el número de muertos el de aquellos que se quedaban a la intemperie, si bien en este balance tuvo mucho que ver la construcción de refugios por parte del gobierno: En julio de 1942 los raids sobre Hamburgo dejaron a 11.500 ciudadanos sin hogar, frente a 313 fallecidos. Y una táctica añadida más fue sobrevolar las ciudades alemanas sin ni siquiera bombardear, simplemente para mantener el terror. Como ejemplo podemos citar el caso de Colonia: En junio de 1942 hubo 309 alarmas aéreas, no todas claro es- seguidas de bombardeos. En realidad, los efectos sobre la moral de la población no fueron los esperados; un informe de la Sicherhetsdienst (del 18/11/1943) citado por Beck revela las preocupaciones de las mujeres alemanas por los asuntos cotidianos y domésticos (racionamiento, abastecimiento, estudios de los hijos,...), no tanto por las muertes y la destrucción. Sin embargo este gigantesco esfuerzo aliado, durante tres años, no consiguió plenamente sus objetivos de no ser por el avance terrestre de sus propias fuerzas y de las soviéticas a través del Reich, a raíz del desembarco de Normandía, la penetración por Italia y el derrumbamiento del frente este. Inicialmente el efecto de los bombardeos causó enormes daños materiales en los edificios de viviendas, pero pocos daños en la industria y en las oficinas gubernamentales, así como escasas bajas humanas. Un claro ejemplo son los raids sobre Colonia la noche del 30/31 de mayo de 1942, las 1.500 toneladas de bombas lanzadas sólo causaron 460 muertos, pero dejaron sin hogar a alrededor de 100.000 civiles. Varias razones justifican estos resultados: El objetivo inicial de Winston Churchill, Arthur Harris y Archivald Sinclair era el bombardeo generalizado sobre la población civil alemana, no específicamente sobre núcleos industriales. Más tarde se corregirían los planes. Por esta causa, en aras de quebrantar la moral del pueblo alemán, se perdió un considerable esfuerzo militar que, desde un punto de vista estratégico, debería haberse dirigido a: i) Destruir la industria enemiga; ii) preparar la reconquista de Europa. El gobierno alemán hizo un considerable esfuerzo para paliar los efectos del Area Bombing. En primer lugar, previendo la defensa antiaérea con un total de un millón de alemanes desplazados a estas labores (Luftwaffe y baterías defensivas) durante toda la guerra, a pesar de que Goering no hubiera creído en la posibilidad de ataques nocturnos. Segundo, por la inmediata asistencia, socorro e indemnizaciones a las víctimas de los bombardeos. Así por ejemplo, tras el bombardeo a Colonia la noche del 30/31 de mayo de 1942 (1.500 toneladas de bombas, 100.000 ciudadanos que perdieron su hogar), el gobierno mandó un primer auxilio valorado en 370.000 marcos, y abono otros 126 millones en concepto de daños a los afectados. No sólo se rehubicaba a las víctimas en refugios provisionales, se construían refugios antiaéreos, se trasladaba la ubicación de las industrias afectadas. Con seguridad, a costa del propio daño y severidades sufridas, el mayor éxito de la ciudadanía alemana fue su capacidad de resistencia durante aquellos tres años, pero también durante una larguísima postguerra durante la cual no sólo habían perdido familia, hogares y pertenencias, sino que fue sometida a una desnazificación que la inculpaba e involucraba en crímenes de Estado. No es el propósito de este artículo rememorar técnicamente todos los horrores de aquel proyectado genocidio contra las ciudades de Alemania, ni describir aquí el testimonio de cuantos algo pudieron o se aventuraron a relatar, sí en cambio tratar de explicarnos junto a Sebald- las causas de ese silente sufrimiento, la actitud del pueblo en sí. Beck nos recuerda como en 1944 el deseado efecto psicológico sobre los alemanes había empezado a volverse contra sus agresores. La oposición anti-nazi berlinesa empezó a englobar, bajo el mismo término, a todos aquellos que perturbaban su vida cotidiana: They eran los pilotos aliados, la Gestapo, la Policía. Es decir, la expectativa en una pronta y no dañina liberación de Hitler se había trastocado en el desengaño de descifrar un plan contra todos los ciudadanos, durante tres años sufrido, sin visos de caridad alguna. El inmenso esfuerzo del Area Bombing simplemente demuestra lo que más arriba comentábamos, por primera vez las líneas reales del frente dejaban de existir: Más que el frente del este, el de Francia o el e Italia, primaba derrocar un borroso Home Front. Era más importante derribar la moral de los alemanes civiles que derrocar las divisiones desplegadas durante 1944, también lógicamente- porque minando la moral del trabajador alemán, a la par que se destruía el mayor tejido industrial posible, se interrumpiría el suministro armamentístico. Sebald llama la atención sobre el hecho de que ningún escritor alemán abordara el tema durante la postguerra, y cree que ello se debe a esa auto impuesta amnesia de sus compatriotas. En realidad existen bastantes obras alemanas de carácter histórico o documental que abordan el tema, véase la bibliografía de la obra de Beck, por ejemplo: Götz Bergander, Hans Brunswig, Hans Dreckman, Josef Fischer, Erich Hampe,... Hay además toda una serie de documentos no publicados, colaboraciones en prensa y diarios. Y realmente parece que, a nivel literario, ningún escritor alemán se hubiera ocupado de transmitirnos no tanto los detalles del holocausto, sino los sentimientos de aquellas gentes, el por qué callaron y prefieren no hablar del daño sufrido. No es extraño desde luego que, bajo la culpabilización global para toda Alemania no se ocuparan los escritores de este asunto. Sin embargo, Ernst Jünger aborda el tema en sus dos vertientes: En Radiaciones, vol.2 cita al menos 48 bombardeos entre 1943 y 1945 en al área próxima a su domicilio (Kirchhorst, Misburg, Burgdorf, Hamburgo, Hannover,...); y tanto en sus diarios como en otras obras aporta algunas ideas sobre el sentir de los alemanes, sobre las causas del silencio. Así, en La Paz (Tusquets, 1996) escribe Jünger: Al considerar el sacrificio no deberíamos olvidarnos tampoco de aquellos estratos que se sumergieron en las profundidades del puro dolor, del puro sufrimiento... ¿Y aquellos otros ejércitos de los que perecieron cuando las ciudades fueron arrasadas, que sucumbieron bajo los escombros de sus hogares, que se ahogaron, se asfixiaron en los sótanos, que se achicharraron en fósforo líquido?... Los jóvenes fueron creciendo en infiernos, en reinos que más que a seres humanos podrían servir de morada a demonios, y los niños captaron sus primeras imágenes en el mundo del horror. Antes que el tañido de las campanas oyeron el ulular de las sirenas y antes que la luz se acercó a sus camas el fuego. En la actitud de las víctimas civiles de los bombardeos encontramos varias notas características que posteriormente intentaremos explicar en conjunto. La población, aún en los peores momentos, procuró mantener una vida social y cultural que le apartase de todo aquel sufrimiento. En Radiaciones, vol.2 comenta Jünger como el 25/08/1943 de regreso a Colonia, después del bombardeo, encontró tabernas renanas en los sótanos de los edificios derruidos, en el animado ambiente de los que se habían quedado sin hogar se escuchaban viejas canciones de carnaval. Y Beck cita entre otros- el caso de Mecklenburg: Durante 1943 se ofrecieron 504 operetas. Entre muchos militares y entre los miembros del partido nazi se encuentra una inquebrantable fe en la resistencia por una victoria final. Beck cita la contestación de Milita Maschmann (líder de la Liga de Muchachas Alemanas), reclutada para los servicios antiaéreos: Alemania debe triunfar. Y en Sobre el dolor Jünger comenta que, ante la pregunta de por qué ir la guerra, cualquier joven soldado alemán habría contestado: Por Alemania. También cita Beck una práctica que, a instancias del gobierno y del partido, se fue haciendo común de cara a paliar futuros racionamientos por causa de los bombardeos: Durante dos días de abril de 1941 las profesoras afiliadas al partido se dedicaron, en bosques y campiñas de Alemania, a recoger hongos y vegetales comestibles, como la germánica y jüngeriana figura del emboscado buscando la deidad natural de la selva ancestral. Y ya hemos citado como entre la propia oposición interior se desarrolló un revulsivo rechazo frente a los liberadores (They) que, al menos, tanto daño les causaban como las represiones del régimen. Volviendo a citar a Jünger, se advierte en sus memorias esa misma reacción, no sólo ante el bombardeo de inocentes, sino ante la actitud de las fuerzas ocupantes durante la ulterior invasión. Este punto es interesante por cuanto nos revela un concepto que más adelante comentaremos, los alemanes (nazis o no) luchaban, resistían y subsistían bajo el común denominador de Heimat. Desde luego, a instancias de Hitler, Goering y otros líderes, entre el pueblo existía una afianzada confianza en el desarrollo de nuevas, secretas ydevastadoras armas que al menos- equilibraran la balanza, en el sentido de responder a los golpes aliados y detener el apocalipsis desatado. Esta alimentada esperanza en aniquilar al adversario en tanto se está siendo masacrado es citada por Beck y Jünger. Los raids sobre Peenemünde (agosto de 1944) contra las instalaciones de cohetes V, o la desacertada conversión del Messerschmitt-262 en bombardero (a finales de 1944), son sólo dos ejemplos de lo tardío de aquellas esperanzas. Quizá la reacción más notoria ante los bombardeos fue, durante la guerra misma y después, esa huida mental de los afectados, casi como un hipnótico deseo de no reconocer la fatalidad. Comenta Jünger acerca de un bombardeo en Hannover (16/12/1944): Las gentes seguían pululando... se veía el fuego lamer las paredes y los techos, pero nadie hacía caso de ello. Y recurda Beck como, medio año después del gran raid, la normalidad había vuelto a Hamburgo y muchos de los sobrevivientes habían retornado a una ciudad de escombros. Beck atribuye al pueblo alemán que soportó los bombardeos una cierta clase de heroismo, no fundamentado en bases ideológicas, sino sobre la fuerza adoptada frente a severísimas presiones de stress. Para Jünger (en Sobre el dolor) en el mundo heroico (entendido aquí como las víctimas civiles) el dolor se incluye en la vida, y se dispone de ésta de tal manera que siempre se halle pertrechada para el encuentro con el dolor. Y en sus memorias (26/11/1944) escribe: En estos acontecimientos... los elementos de la intuición se intensifican de tal manera que ya no queda sitio para los de la reflexión, ni aún para el miedo. Enzesberg (Europa in Trümern, Frankfurt am Main, 1990) escribe: No es posible comprender la misteriosa energía de los alemanes si no se comprende que han hecho de sus defectos virtud. La inconsciencia fue la condición de su éxito. Y Sebald opina que la fuerza de su pueblo es como una energía psíquica, cuya fuente es el secreto por todos guardado de los cadáveres enterrados en los cimientos. Resignadamente algunos alemanes creían que Dios les castigaba, con los bombardeos, por el daño que habían infringido contra los judíos. Para Alexander Kluge (Geschichte und Eigensinn, Frankfurt am Main, 1981) en el acelerado desarrollo de la catástrofe, el tiempo normal y la experiencia sensorial del tiempo se separan. Como vemos, la constante y creciente presión de los raids sobre la población civil la fue inmunizando contra el dolor, asumiéndolo como algo propio, sobreponiéndola al miedo y obviando la razón, la reflexión y la memoria. Es como un mecanismo psicológico de autodefensa no infrecuente cuando se producen pérdidas de seres queridos. Lo llamativo en este caso es esa actitud común a cientos de miles de personas, que por lo común no sólo habían perdido sus hogares y pertenencias, sino a familiares y amigos. Parece muy acertada la teoría de Sebald comentada en el párrafo anterior, pensemos que por lo común los sobrevivientes no pudieron recuperar ni enterrar los cuerpos de los difuntos, que quedaron carbonizados y sepultados bajo los escombros. Quizá por ello, pasados los bombardeos e incendios, los afectados volvían a sus ciudades aunque ya nada material tuvieran allí; como atraídos por el espíritu de los suyos. Una cierta clase de catarsis, invocados por la llamada de los muertos. Era necesario volver al escenario, al menos, si no para recuperar a los muertos, para velarlos. Pero por más que estos argumentos expliquen la resistencia psíquica de los alemanes, su asunción del dolor como algo propio apartándolo de la mente, hay un concepto base que refuerza esta actitud. Más arriba lo comentábamos, es el sentimiento de pertenencia a algo común y superior. Heimat es, para los alemanes, mucho más que Home para los anglosajones y algo, creo, superior incluso al concepto de Patria entre los latinos. Heimat implica ascendientes y sobre todo- descendientes, no es sólo la historia y el hogar físico. Enlazaría todo el bagaje pasado con un presente esforzado en la lucha por la futura continuidad, porque en sí enlazaría con el de familia en su tierra (=destino y origen). Una de las razones del éxito del nacionalsocialismo radica precisamente en el continuo recurso al concepto neopagano de Heimat, sin citarlo explícitamente sino sustituyéndolo por el término Reich. En 1929 Richard Walther Darré escribió una de las obras fundamentales del pensamiento nazi: La sangre y el suelo. El campesinado como fuente vital de la raza nórdica. El argumento básico de este libro gira en torno a la continua transmisión de la sangre alemana a través del suelo: Al ser enterrado en el mismo suelo que labra, el alimento del campesino realmente es la sangre de los antepasados que fertilizaba la tierra. Si bien los escritos de Darré se incorporaron sólidamente al cuerpo doctrinal del partido y sobre todo- de sus elites intelectuales, las ideas básicas eran y son intrínsecas al pueblo alemán. Heimat es el origen y el arraigo, enlaza la tierra con la sangre, es el trabajo de los antepasados como motivación para el esfuerzo en orden a legar ese mismo modus vivendi a las generaciones venideras. Heimat podría definirse como una cosmovisión del espacio y del tiempo en una figura que -por imprecisa- quizá divaga en lo conceptual, pero que se ha mostrado firme y persistente. En el concepto de Heimat al destino propio se antepone el de los descendientes, de ahí que a finales de la guerra como recuerda Beck- muchas mujeres alemanas renunciaran, ante el desolador futuro, a tener hijos. Y Heimat explica, como cita el mismo autor, que muchas madres huyeran con el cuerpo carbonizado de su hijo en la maleta: El hijo debía al menos- ser enterrado, volver a la tierra, a Alemania y su sangre. Porque el compromiso con los hijos es compromiso con los padres. Deberíamos concluir con el deseo de que proliferen estudios tan interesantes como el de Sebald. Especialmente porque, desde 1942, la práctica de los bombardeos masivos contra la población civil se ha hecho común, e incrementado en su brutalidad e intensidad. Estudios que nos muestren, como el de la obra aquí referenciada, no sólo los efectos físicos de estos genocidios, sino las reacciones psíquicas de la población serían más que plausibles. Para el brigadier Frederick L. Anderson (Octava Flota Aérea de los Estados Unidos), como cita Sebald, las bombas son mercancías costosas y, después de todo el trabajo que ha costado fabricarlas, no se las puede lanzar en las montañas o en campo abierto. Esta economía de guerra, este colmo de la irracionalidad en lo racional, pudo como hemos visto- destruir ciudades enteras, asesinar a seiscientos mil ciudadanos y dejar sin hogar a siete millones y medio, pero no consiguió doblegar la moral de un pueblo que hoy vuelve a tomar no por las armas- las riendas de Europa. Ojalá estos genocidios no vuelvan a ocurrir: Ni en Londres, ni en Hamburgo, ni en Hiroshima, ni en Bagdad ni en ningún lugar. Deseemos que sobre la tumba de ningún político cuelguen tantas cruces como sobre las de aquellos Sires (Winston Churchill, Arthur Harris, Archivald Sinclair), porque seguramente la tormenta de fuego que desencadenaron, el llanto de mujeres y niños carbonizándose en la asfixia, les acompañará eternamente. Y muchos europeos nunca tendremos lágrimas suficientes para aplacar tanto dolor, para apagar tantas llamas, para borrar tal infamia,... en fin, para agradecer a Sebald esta sacudida sobre nuestras conciencias. ·- ·-· -··· ·· ·-· Jesús Romero-Samper |