Ha habido en la historia de España dos ocasiones en las que se planteó la legitimidad, y lo que es más, la moralidad de determinadas acciones políticas o militares cuya transcendencia se entrevió con mayor o menor claridad, pero con seguridad. La primera fue la conquista de América; la segunda, la guerra de España de 1936 a 1939. En ambos casos teólogos y juristas estudiaron la cuestión de la existencia o no existencia de justos títulos que legitimaran la conquista en el primer caso, y el alzamiento del 18 de julio de 1936 en el segundo. Esta preocupación por la moralidad de acciones políticas y militares, de si en conciencia podían justificarse o no, constituye un hecho único en la historia de las naciones. Por lo general, los pueblos suelen moverse en la vida política más por razones de Estado que por cuestiones de conciencia. El carácter misionero de la obra realizada por España en América fue explícitamente sancionado desde su origen por la autoridad del Papa Alejandro VI mediante las Bulas de 3 y 4 de mayo de 1493 con que se proveyó efectivamente a la evangelización. Así los conquistadores españoles tomaban posesión legítima de las tierras descubiertas no en nombre propio, ni por inicua "razón de Estado" como las otras potencias lo hicieran después, sino en nombre del Rey de España y con el respaldo de la dicha legitimidad moral. Pero además del respaldo pontificio, eminentes teólogos y juristas examinaron y se pronunciaron sobre la cuestión. Así, y no sólo a causa de las denuncias, sino por el mismo dinamismo de la labor evangelizadora, y como dijo el Papa Juan Pablo II en su discurso en Santo Domingo al Celam, "se suscitó un profundo y vasto debate teológico-jurídico que con Francisco de Vitoria y su Escuela de Salamanca analizó a fondo los aspectos éticos de la conquista y colonización. Esto provocó la publicación de leyes de tutela de los indios e hizo nacer los grandes principios del derecho internacional". Además de nuestros grandes pensadores y de muchos hispanistas, casi todos los Papas de la Edad Moderna y contemporánea han tenido cálidos elogios para la obra de España en América. Para esa empresa ha tenido Juan Pablo II el más reciente aliento, en ese "¡Gracias España!, porque la parcela más numerosa de la Iglesia de hoy, cuando se dirige a Dios, lo hace en Español". Y entre las mil cosas grandes, dio vida a las Universidades más antiguas del continente americano. El descubrimiento de América es una de las aventuras más bellas de la humanidad, "el hecho de por sí más grande entre los hechos humanos", como señaló el Papa León XIII. A partir de 1520 se produce una serie asombrosa de hechos de los más impresionantes de toda la historia universal. En 1520 se produce una verdadera explosión de vitalidad conquistadora que causa la admiración de todos los historiadores españoles y extranjeros. Los hechos son perfectamente conocidos; pero nadie ha conseguido aún explicar cómo pudieron producirse. El resultado es que hacia 1540 todo el inmenso espacio comprendido entre el norte de México y Santiago de Chile había sido conquistado por unos pocos miles de españoles. El conquistador realizó su empresa por iniciativa propia, pero nunca en nombre propio. Lo primero que hace es poner el nuevo territorio bajo la soberanía del Rey de España. El Estado tuvo que realizar luego una gran labor y la realizó menos espectacular pero tan decisiva para la historia universal: la religiosa y cultural (las misiones, escuelas y Universidades), la político-administrativa (los virreinatos) y la económica (la explotación del metal precioso). El gran hispanista norteamericano Charles F. Lummis, en su magnífica historiografía titulada "Los exploradores españoles del siglo XVI", escribe esto: "El honor de dar América al mundo pertenece a España; no solamente el honor del descubrimiento, sino el de una exploración que duró varios siglos y que ninguna otra nación ha igualado en región alguna. Es una historia que fascina (_). Amamos la valentía,la exploración de las Américas por los españoles, fue la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la historia (_) Había un Viejo Mundo grande y civilizado: de repente se halló un Nuevo Mundo, el más importante y pasmoso descubrimiento que registran los anales de la humanidad. Era lógico suponer que la magnitud de ese acontecimiento conmovería por igual la inteligencia de todas las naciones civilizadas, y que todas ellas se lanzarían con el mismo empeño a sacar provecho de lo mucho que entrañaba ese descubrimiento en beneficio del género humano. Pero en realidad no fue así. El espíritu de empresa de toda Europa se concentró en una nación, que no era por cierto la más rica o la más fuerte. A una nación le cupo en realidad la gloria de descubrir y explorar América, de cambiar las nociones geográficas del mundo y de acaparar los conocimientos y los negocios por espacio de un siglo y medio. Y esa nación fue España. "Ocurrió ese hecho un siglo antes de que los anglosajones pareciesen despertar y darse cuenta de que realmente existía un nuevo mundo; durante ese siglo la flor de España realizó maravillosos hechos. "Españoles fueron los que vieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles los que descubrieron los ríos más caudalosos; españoles los que por primera vez vieron el océano Pacífico; españoles los primeros que supieron que había dos continentes en América; españoles los primeros que dieron la vuelta al mundo. Eran españoles los que se abrieron camino hasta las interiores y lejanas reconditeces de nuestro propio país, y los que fundaron sus ciudades miles de millas tierra adentro, mucho antes de que el primer anglosajón desembarcase en nuestro suelo. Aquel temprano anhelo español de explorar era verdaderamente sobrehumano. "No sólo fueron los españoles los primeros conquistadores del Nuevo Mundo, sino también sus primeros civilizadores. Ellos construyeron las primeras ciudades, las primeras iglesias, escuelas y Universidades; montaron las primeras imprentas y publicaron los primeros libros; escribieron los primeros diccionarios, historias y geografías, y trajeron los primeros misioneros. Una de las cosas más asombrosas de los españoles, es el espíritu humanitario y progresivo que desde el principio hasta el fin caracterizó sus instituciones. Algunas historias han pintado a esa heroica nación como cruel para los indios; pero la verdad es que la conducta de España en este particular a nosotros debería avergonzarnos. La Legislación española referente a los indios de todas partes, era incomparablemente más extensa, comprensiva, sistemática y humanitaria que la de Gran Bretaña, la de las Colonias y la de los Estados Unidos juntas. Aquellos primeros maestros enseñaron la lengua española y la religión cristiana a mil indígenas por cada uno de los que nosotros aleccionamos en idioma y religión. Ha habido en América escuelas españolas para los indios desde el año 1524. Tres Universidades españolas tenían casi un siglo de existencia cuando se fundó la de Harward. Sorprende el número de hombres educados en colonias que había entre los exploradores españoles; la inteligencia y el heroísmo corrían parejos en los comienzos de la colonización del Nuevo Mundo" (págs. 22,23). En cuanto a la epopeya española del 18 julio de 1936, a fines de 1938 se creó una Comisión,compuesta en su mayor parte por juristas, que elaboró un dictamen que fue publicado en 1939, concluyendo que, en el sentido jurídico penal del término, el calificativo de "rebelde" no podía aplicarse a los que se alzaron el 18 de julio. Se debe señalar la preocupación que hubo de examinar o si se prefiere, de legitimar desde la Teología y el Derecho lo que estaba ocurriendo. Lo cual quiere decir que existió un sentido religioso tan profundo que ni siquiera con la "Carta colectiva del episcopado" o las pastorales de Pla y Deniel o de otros obispos, se consideró zanjado el tema. Probablemente, la razón de que todavía, a los más de sesenta años de iniciarse la guerra de España, siga apasionando hasta el punto de que el torrente de publicaciones, lejos de haber cesado, siga aumentando sin que lleve trazas de detenerse, sea la que de modo tan claro señaló en febrero de 1937 Hilarie Belloc: "fue esencialmente una guerra en defensa de la religión, una guerra entre defensores y adversarios de la religión cristiana. Por eso sigue apasionando tanto" (Federico Suárez). Es pues España la única nación en el mundo que como decía Ortega, "ha sentido la necesidad heroica de justificar su destino, de volcar claridades sobre su misión en la Historia". No nos engañemos, así son las cosas. Ahora muchos quieren verlas de otra manera distinta; y la gente retrae un pensamiento actual a un pensamiento antiguo, pero miente. Porque tal operación es científicamente falsa y así jamás se podrá entender la Historia y mucho menos juzgarla sin cometer tergiversación e injusticia graves. ·- ·-· -··· ·· ·-· Alvaro Maortúa |