Cuando el 16 de Octubre de 1978 el cardenal Karol Wojtyla fue elegido Papa nadie podía imaginar hasta que punto su pontificado iba a marcar un hito en la historia de la Iglesia y del mundo, y hasta que punto iba a resultar una novedad en sus acentuaciones para la misión de la Iglesia que encaraba el advenimiento del tercer milenio. La prensa mundial se centraba en el hecho de que fuera un Papa eslavo, y por tanto no italiano. Los más intuitivos preveían las consecuencias que podía tener para las relaciones con la U.R.S.S y su ámbito de influencia. Sin embargo la novedad más fundamental estaba en todo el mundo interior del que era portador y que había sido forjado en las circunstancias mas duras de la segunda Guerra Mundial y del dominio del régimen comunista en Polonia. Si ha habido un siglo cruel, escenario de las más terribles experiencias deshumanizadoras ha sido precisamente el siglo que ha concluido. J. Pablo II estaba convencido por propia experiencia, que ello era la consecuencia de una visión deformada y sesgada del hombre, cuya verdad y plenitud sólo puede encontrarse en Cristo. Él, al asumir la condición humana, se convierte en fuente de esperanza definitiva en medio de los interrogantes y oscuridades de nuestra época. De aquí el grito con que inició su pontificado: "No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo de par en par". En esta línea el 15 de Marzo de 1979, publicó su primera encíclica, Redemtor Hominis, que marcaría la orientación fundamental de su pontificado. Se trata de un gran himno al amor de Dios por el hombre y a la excelsa dignidad de este, basada precisamente en este gran amor de Dios por él. Es difícil en un breve articulo sintetizar los diversos aspectos y riqueza doctrinal y temática de uno de los pontificados más notables de los últimos siglos de la historia de la Iglesia. El Espíritu Santo sin duda suscita según las épocas, las personalidades y carismas que responden a las necesidades de la iglesia y la capacitan para dar respuesta a los nuevos desafíos. En este sentido creemos que J. Pablo II es una figura absolutamente providencial. Desde el punto de vista del Movimiento de Schoenstatt quisiéramos señalar brevemente alguno de los aspectos de su espiritualidad y pensamiento que nos parecen importantes, y como nos señalan nuevas acentuaciones en la línea de actuación a todos los que amamos a nuestra Iglesia y nos sentimos corresponsables en la misión que Cristo le ha confiado. María, clave para entender una antropología de cuño cristiano. Desde el principio de su pontificado, ya en las palabras con que se presentaba a los fieles congregados en la Plaza de S. Pedro, el nombre de María fue pronunciado varias veces. Mencionó entonces el lema "Totus tuus" que había hecho grabar en su escudo cuando fue ordenado obispo, hacía entonces veinte años. El nuevo Papa mostraba así, el papel decisivo que María había jugado en su vida, su gran amor por ella, su confianza y entrega filial, y hasta que punto compartía con ella una entrañable intimidad. En el periodo enmarcado por la fiesta de Pentecostés de 1987 y la fiesta de la Asunción de María de 1988, proclamó un "Año Mariano" dedicado a la reflexión sobre María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Su sexta encíclica le estará dedicada con en título de Redemtoris Mater, muy vinculada a la de Redemptor Hominis, en donde queda resaltada la figura de María al lado del Redentor, y la prioridad de la "Iglesia mariana " sobre la "Iglesia petrina". Desde esta óptica mariana será tratado el tema de la dignidad de la mujer en la carta apostólica con la que se clausuró el Año Mariano: Mulieris dignitatem. La Carta a las mujeres con motivo de la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer en Pekín en 1995, es un verdadero canto de admiración y agradecimiento a la condición femenina y a su "genio". J. Pablo II ha demostrado desde el principio su gran sensibilidad para la compresión de la riqueza del ser femenino, conectando de lleno con las aspiraciones de la mujer de hoy y haciéndose su principal valedor. No es ajena a esta visión su honda contemplación de la figura de María como "la plenitud de la perfección de lo que es característico de la mujer, de lo que es femenino... arquetipo de la dignidad personal de la mujer" (MD 5). No ve a María solo desde el punto de vista de una piedad sentimental o devocional sino desde el lado de una antropología basada en el concepto paulino del "hombre nuevo" en Cristo. María -dirá- es " testigo del nuevo principio y de la nueva criatura"(MD 11) Aparece en ella, pues el concepto incorrupto del hombre y de la mujer tal y como Dios lo pensó desde el principio, en donde ambos por ser creados a imagen de Dios comparten la igualdad esencial que les confiere su idéntica dignidad. De aquí se deduce su común destino a vivir en una profunda comunión de amor, en donde cada uno es don para el otro en su mutua complementación. Clama así el Papa contra aquellas situaciones injustas con respecto a la mujer donde se produce cualquier discriminación en razón de su sexo. En la figura de María, tal y como había dicho en su tiempo el P.Jose Kentenich, quedan pues vencidas todas las herejías antropológicas que han caracterizado los últimos siglos, que son los conceptos distorsionados del hombre que se producen cuando Dios no constituye ya el centro del pensar, del sentir y del actuar del hombre. Lo humano en general y aquellos que por cualquier razón se encuentran es situaciones de mayor debilidad, quedan así desprotegidos a merced de intereses prácticos, económicos, o ideológicos. Aquí el Papa hará una llamada especial a la mujer, pues a ella le es confiado de forma especial el hombre, precisamente en razón de su feminidad (MD 30). En ella prima el orden del amor y es interesante como hace un paralelismo entre el Espíritu Santo y la mujer, contemplando como su vocación primera es la de ser don de amor para los otros, para que el amor de Dios se derrame en todos los corazones (MD 29) A raíz de estas consideraciones es importante la interpelación que dirige a la mujer para que tome conciencia de cuanto depende de ella que el mundo no se torne un lugar inhóspito y frío, donde solo prime la ley del mas fuerte, del más capaz, de la pura competitividad, y de los intereses egoístas de unos pocos. En definitiva, para que en el mundo no primen los valores de una cultura unilateralmente masculinizada. María y mujeres que la reflejen son quienes han de devolver el alma a este mundo frío y despersonalizado. Hay otro aspecto en la visión que el Papa tiene sobre María y que es muy sugerente para el hombre de hoy, que piensa que lo religioso ha de permanecer en el ámbito de lo privado, por lo que no tendría relevancia para la vida pública y social. Esta visión se inspira en el pasaje del Apocalipsis que habla de una gran señal en el cielo: "una mujer revestida de sol"(Ap. 12,1) que sufre con los dolores de parto y a la que se enfrenta "el gran dragón, la serpiente antigua"(Ap.12,9) Se trata del maligno, del "padre de la mentira"(Jn. 8,44) y del pecado. María aparece así como la "anti-diabolicum", comprometida hasta el final de los tiempos en la lucha contra el mal y contra el maligno. Esta lucha la lleva a combatir a favor del hombre y de su verdadero bien, es decir a favor de su salvación (MD 30) Vivimos en una época en donde tiene lugar una gran lucha espiritual. El Papa J.Pablo II en su propia carne experimento estos ataques cuando el 13 de Mayo de 1981 Mehmet Ali Agca disparó contra él. La bala que debió ser mortal fue desviada. Posteriormente diría que "una mano disparó y otra guió la bala". Un año después, el Papa iría a Fátima a agradecer a la Virgen su especial protección y el haberle salvado la vida. El Papa de nuevo dejaba ver su visión providencialista de la historia. Nada ocurre por casualidad. En la historia se realiza el plan de salvación previsto por Dios que atañe a cada persona y esto no ocurre sin lucha. En esta lucha esta comprometida la Madre de Dios que guía y protege a sus hijos, pero no les libra del frente de batalla. Vivir para los intereses de Cristo y del bien de los hombres implica riesgo, valentía y audacia. Conlleva ir a contracorriente, no ser comprendido y si malinterpretado; estar dispuesto a ser clavado en la cruz y a dar la vida por amigos y enemigos. Saca de la pasividad cómoda y mediocre, y pone a los cristianos en la primera fila donde se reciben los golpes más fuertes. La Iglesia formada por todos los miembros, con Cristo como Cabeza, es una Iglesia pública llamada a dar público testimonio de la verdad sobre el hombre, sobre la comunidad humana, sobre la historia y el destino humano. No puede ni debe ser relegada a las sacristías. María, personificación de esta Iglesia, esta presente en este combate. Enemiga perpetua del poder de las tinieblas, participa en las tribulaciones de sus hijos y es para ellos señal de victoria. El comunismo del que habló María en Fátima, era no solo un sistema económico destinado al fracaso, sino también un mal moral, como también lo son nuestros sistemas capitalistas donde el liberalismo económico genera tantas injusticias y desigualdades. Hoy en día derribado el comunismo con todas sus utopías, que han demostrado ser falsas, la lucha se libra en otros campos. Se trata de una gran lucha espiritual en donde están en juego decisiones de repercusiones incalculables para el futuro próximo de la humanidad. Piénsese en todos los avances de la biogenética, en la no tan lejana posibilidad de clonación de seres humanos, en la investigación sobre embriones humanos para los fines que sean, en el debate actual sobre la eutanasia, en la lucha contra el aborto y a favor de la vida en cualquiera de sus fases de desarrollo, en la defensa de la familia frente a otros modelos de convivencia, en el debate sobre el uso de ciertas armas o en la licitud de la llamada guerra preventiva, en la reducción de las diferencias entre países pobres y ricos, en la defensa del medio ambiente tan amenazado. etc. La balanza puede inclinarse hacia lo mariano, es decir hacia Dios y su proyecto original sobre el hombre, o hacia lo demoníaco y la destrucción de dicho proyecto. María no es una mujer alienada en lo religioso. Aparece como en el Gólgota, al pie de la cruz, al lado de Cristo y lo cristianos, tomando parte activa en los grandes debates que nuestras sociedades tienen hoy planteados. En ella aparece la imagen del hombre que coopera libre, responsable y activamente con Dios en la salvación integral del hombre. Un hombre que sabe que de la misma manera que Dios interviene en la historia a través de instrumentos libres que se ponen a su disposición, su Adversario lo hace también a través de los suyos. Sin embargo la victoria final esta ya dada en Cristo vencedor de la muerte y del pecado. Esta es la gran esperanza y confianza del cristiano. Juan Pablo II es claro exponente de este hombre comprometido con Dios y con los hombres hasta la muerte. "Dives in Misericordia": la gran encíclica sobre la paternidad divina Juan Pablo II había hecho una honda reflexión sobre la dignidad humana centrada en Cristo en Redemptor Hominis, lo que le llevó a escribir su segunda encíclica, Dives in Misericordia, que salió a la luz el 30 de noviembre de 1980. Sin duda varias circunstancias en su vida conformaron su pensamiento sobre este importantísimo tema, que con el tiempo creemos que adquirirá cada vez mayor relevancia en la vida de la Iglesia y de los cristianos. Por otra parte, es seguro que el camino hacia la unidad de los cristianos y el diálogo con las otras religiones encontrará en este Padre común su lugar de encuentro más sólido y su impulso más favorable. Juan Pablo II durante la etapa en que había sido arzobispo de Cracovia conoció la devoción a la "divina misericordia" promovida por la hermana Faustina Kowalska, mística polaca, que murió en 1938. Él mismo había promovido su causa de beatificación. Cuando empezó a escribir esta encíclica se declaró muy próximo a ella. La convivencia con su padre y con el cardenal Adam Sapieha le había dado también una profunda experiencia de la paternidad tanto familiar como espiritual, hasta el punto que concebirá su sacerdocio como una forma de paternidad. Ya en un drama escrito es sus primeros años de sacerdote, El esplendor de la paternidad, relata de forma poética como la plenitud del amor del padre arraiga en la verdad primigenia de su ser de hijo. De modo que sólo sumergiéndose en el misterio de la paternidad divina puede el protagonista amar plenamente y hacerse verdaderamente padre. En la parte final del drama, la Madre hará que la irradiación de la paternidad actúe a través de su maternidad, pues en ella se unen el padre y el hijo, porque ella es a un tiempo Esposa y Madre. En un ensayo poético titulado Reflexiones sobre la paternidad afirmará: "Todo acabará careciendo de importancia o de esencialidad, salvo esto: padre, hijo, amor..." Esta encíclica viene providencialmente a responder a la crisis de paternidad que hoy se vive, lo que a su vez conlleva el deterioro de la autoridad en todos los ámbitos de la vida humana. El proceso tiene hondas raíces históricas. Baste nombrar dos autores: Nietzsche fue el hombre que proclamó: Dios ha muerto. Se dio cuenta que a finales del siglo XIX se estaba intentando crear una cultura atea y las consecuencias dramáticas de la expulsión de Dios de la vida del hombre las formulo en otra frase: "Dios ha muerto y el hombre aúlla como un lobo en torno a la tumba de ese Dios que mató". Después de él Freud proclamará no solo que Dios ha muerto sino que el padre ha muerto. La relación padre-hijo para él es la consecuencia de una serie de fenómenos psicológicos como son complejos, inhibiciones, frustraciones. El padre significará una opresión. Para crear el hombre libre y autónomo hay que matar al padre. Estos dos pensadores llaman a construir un mundo nuevo, mas libre diciendo que Dios ha muerto y que el padre ha muerto. Responden bien a la mentalidad del hombre de hoy, que confiado en los avances de la ciencia y de la técnica, cree poder construir un mundo mas humano y mejor prescindiendo de Dios, o mejor erigiéndose el mismo en Dios. Las consecuencias que estamos viendo contradicen esta creencia: el hombre sin Dios se transforma en un vagabundo sin rumbo, desarraigado, desorientado, en constante búsqueda de una felicidad que no encuentra, presa de cualquier tipo de esclavitud, e incapaz de cultivar vínculos amorosos estables. Es el hijo que huyó de la casa del padre y que pese a su estado miserable y su sentimiento de culpa, todavía no ha tomado la resolución de volver. El mundo que surge de esta imagen de hombre tampoco es más feliz. Es un mundo dividido por toda clase de enfrentamientos: étnicos, culturales y religiosos, donde la diferencia entre países pobres y ricos es cada día mayor, viviendo las tres cuartas partes de la humanidad en condiciones de pobreza insoportable frente a la indiferencia de la otra parte. Un mundo donde priman los intereses económicos y de poder frente a los de lograr un desarrollo más justo y equitativo de los más desfavorecidos. Estamos en el comienzo de un nuevo milenio de la historia del hombre. Las posibilidades para el bien o para el mal son inmensas. Urge una nueva imagen de Dios porque ella condiciona la imagen del hombre y de la imagen de hombre depende el modelo de sociedad que surgirá. El Papa en esta encíclica muestra un rostro de Dios que es Padre, Padre bondadoso y lleno de misericordia, que por encima de todo quiere el bien de los hombres, de todos los hombres. A esta imagen de Dios corresponde la de un hombre filial, que reconozca a Dios como Padre suyo, que reconozca su amor de Padre y su autoridad. No es posible un mundo nuevo, unas sociedades mas justas y solidarias, ni una Iglesia más familia, si los hombres no se reconocen como hijos de un Padre común y por tanto verdaderamente hermanos entre sí. El centro de la misión de Cristo fue revelar al Padre: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre"(Jn 14,8) y su relación de amor con respecto al hombre. En Jesús aparece la revelación del amor de misericordia del Padre por todos los hombres, es más "él mismo la encarna y la personifica"(DM 2) porque la misericordia es la expresión más acabada del amor paternal de Dios. Se trata "del amor que es más fuerte que la muerte, mas fuerte que el pecado y que todo el mal, del amor que eleva al hombre de las caídas graves y lo libera de las más grandes amenazas" (DM15) y le devuelve su dignidad perdida de hijo de Dios. Es también un amor que tiene características del amor materno. Tiene que ver con ese vínculo original y profundo con el que la madre está ligada a su hijo y que esta hecho de una total gratuidad, y es una exigencia del propio corazón. Comprende toda una escala de sentimientos tal y como son la bondad, la ternura, la paciencia, la comprensión, la disposición permanente a perdonar. "La primacía y la superioridad del amor sobre la justicia (lo cual es característico de toda la revelación) se manifiestan precisamente a través de la misericordia"(DM 4) La explicación conmovedora que el Papa hace de la parábola del hijo pródigo muestra la tragedia del hombre moderno que lejos de la casa del Padre dilapida su condición de hijo y por tanto su dignidad humana, y como el Padre le espera, le vuelve acoger devolviéndole la verdad sobre sí mismo y su dignidad perdida que brotaba de la relación con su padre, yendo más allá de lo que en estricta justicia se merecía. La cruz en la que el Hijo se ofreció a la justicia divina es la palabra más clara sobre la fidelidad del Padre a su eterno amor por el hombre y es la revelación más radical de la misericordia, el amor que sale al encuentro de lo que constituye la raíz del mal en la historia del hombre: el pecado y la muerte (DM 8) En esta encíclica J.Pablo II deja ver las profundidades personales de su espiritualidad y el concepto que él tiene sobre la paternidad. Pero lo importante es que en él esta avalado con su propia vida. Como verdadero reflejo de Cristo, el también puede decir. "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn14,8) porque todo su pontificado ha sido un ejercicio firme en cuanto al mantenimiento de los principios evangélicos que no se pueden cambiar y en la defensa de la dignidad humana y los derechos fundamentales del hombre, y a la vez lleno de la delicadeza, bondad, ternura y comprensión de la debilidad humana, propias del amor de misericordia. Es un Papa cercano como ninguno al hombre de hoy y a sus problemas e interrogantes. Su mismo estado de ancianidad muestra precisamente ese compartir hasta el fondo la limitación y pobreza connatural a la condición humana, y hasta donde puede llegar el deseo de servicio abnegado a la vida ajena, que es lo propio del ejercicio de la autoridad paternal. Y también es claro exponente de que la fuerza de Dios y su amor pasan precisamente a través de esa debilidad, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria no proviene del hombre sino de Dios (2 Cor 4,7). Sin duda el hombre actual empieza a estar ya cansado de errar en un mundo que se le hace en muchos aspectos hostil, cansado de tratar de sobrevivir a las múltiples tensiones a las que le somete el ritmo acelerado de la vida moderna, cansado de su orfandad elegida. Pero el que encuentre el camino de vuelta a la casa paterna depende de que en su vida encuentre personas que le procuren profundas vivencias filiales naturales. Sin estas vivencias es muy difícil adquirir las correspondiente vivencias religiosas, la vivencia sobrenatural de la paternidad, la correspondiente imagen de Dios Padre. Si no se reconoce y siente como hijo ¿cómo se reconocerá hermano de los hombres? En los comienzos del tercer milenio pocas cosas son tan importantes y necesarias como la reafirmación de la paternidad y maternidad. La Iglesia esta embarcada en una nueva evangelización, pero sin el surgimiento de verdaderos padres y madres que sean encarnaciones vivas del amor misericordioso de Dios, la evangelización no tocará las profundidades de los corazones, y por tanto no se producirá la verdadera conversión. Y sin hombres convertidos no tendremos el mundo nuevo que anhelamos. Por esto creemos que la persona de J.Pablo II, con su fuerte impronta paternal, es una profecía viviente para la Iglesia y para el mundo, y nos esta marcando el camino de regreso a la Casa del Padre. Los movimientos de renovación, una nueva primavera para la Iglesia Quiero acabar este artículo haciendo referencia al impulso dado por J.Pablo II al desarrollo de los movimientos de renovación dentro de la Iglesia. Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II en lo referente a los carismas como riqueza y fuente de santidad para la Iglesia, el Papa decidió en el año dedicado al Espíritu Santo, dentro del trienio dedicado a la preparación del gran Jubileo del año 2000, invitar a los movimientos a reunirse en Roma en la vigilia de Pentecostés. Así el 30 de Mayo de 1998, medio millón de personas se reunieron en la Plaza de San Pedro, alrededor del Papa, símbolo de la unidad de la Iglesia. Era la primera vez que se producía un acontecimiento semejante y fue realmente una celebración y constatación de la vida nueva y sorprendente que el Espíritu suscita dentro de la Iglesia. "Ustedes son la respuesta providencial", proclamaría el Papa, ante los dramáticos desafíos que plantea el tercer milenio, al mismo tiempo que le transmitía en la esperanza por parte de la Iglesia de "frutos maduros de comunión y de compromiso". También les hablo de la necesaria comunión con los pastores de la Iglesia, que son los que tienen que discernir la autenticidad de los carismas y cuidar de que sean puestos al servicio de las iglesias locales y de todo el pueblo de Dios. Ambos aspectos, lo institucional y lo carismático son esenciales para la constitución de la Iglesia. J.Pablo II de nuevo demostró una escucha atenta a los signos de los tiempos, y al viento del Espíritu que sopla donde quiere y como quiere y que abre nuevos caminos, a veces insospechados, para la Iglesia. Como miembros de uno de estos movimientos consideramos importantísimo este acontecimiento. Primero por lo que tiene de confirmación del propio carisma y de los carismas de los otros por parte de los pastores de la Iglesia y por lo que significo como reforzamiento de nuestra conciencia eclesial. Además propició el encuentro, la posibilidad de compartir con otros las riquezas del propio carisma y la celebración gozosa de la propia fe. Pero hay otro aspecto igual de fundamental y es el de que se vio cuan necesario y positivo es buscar espacios de comunión y de conocimiento mutuo entre los diversos movimientos. La presencia de los laicos cristianos en la vida pública es tarea urgente. La voz de los católicos en los debates que tienen lugar en las sociedades donde viven, debe poder oírse y encontrar canales comunes para formar un estado de opinión acorde con los valores cristianos. Para ello los movimientos deberán de ser capaces de unirse en acciones y tomas de posturas concretas. Todas las iniciativas que ayuden a presentar un frente unido de las fuerzas apostólicas de la iglesia deben ser contempladas e impulsadas. Por ello creemos que fue tan importante este acontecimiento. Marco una línea a seguir y una gran esperanza para el futuro próximo de la Iglesia. Hasta aquí algunos aspectos de la personalidad y pontificado de J.Pablo II, que desde el punto de vista de nuestro carisma nos parecen sugerentes y que abren caminos de nueva plenitud y madurez cristiana de forma que con nuestro testimonio podamos hacer brillar la luz de Cristo en el mundo. En él creemos que nos ha sido revelado el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre el origen y destino del hombre. ·- ·-· -··· ·· ·-· Mercedes Soto Falcó |