Desde mi punto de vista de la calle Génova, en la plenitud de las doce del día, estaban en la misma vertical, de arriba abajo: el sol por su cenit, Colón en su estatua señalando a América y el Papa consagrando el Cuerpo de Jesucristo. Un millón de españoles enfervorizados colmaban el entorno. Yo veía ahí la esencia de España: España que se hace una gracias al vigor de su fe católica y que luego, en el momento cenital de su Historia, la proyecta -con su lengua, con su propio ser- a un nuevo mundo que ha descubierto. Pero negar ciertas verdades y tergiversar determinados hechos es hoy lo más corrientes. Y, por supuesto, está de moda, entre nosotros, renegar de aquella gran epopeya hispana. Por eso, sorprende con alegría que precisamente un personaje nacido en Polonia y residente en Roma sea quien, al visitarnos, nos cuente a los españoles lo que somos. Y es que él, Juan Pablo II, ha penetrado en la entraña de España y en el interior de los españoles. Y éstos, en correspondencia, al percibir que son comprendidos, se sienten atraídos por él. Las palabras que reciben del Papa les llega a lo más profundo. Son dardos que remueven las ideas y sensaciones a menudo escondidas y que, al aflorarlas, mueven ineludiblemente las voluntades y se exteriorizan en entusiastas manifestaciones de cariñosa solidaridad. De entre todos los mensajes papales recibidos en su último viaje apostólico, quiero fijarme ahora sólo en uno. Es el que recorre toda nuestra historia. Arranca de los mismos orígenes: "la fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español". Continúa en el tiempo: "una comunidad católica, casi dos veces milenaria", que es también "evangelizadora". Y se prolonga en el porvenir: "los jóvenes (...) son los protagonistas de los nuevos tiempos", "los centinelas del mañana", "la gran esperanza del futuro de España y de la Europa cristiana; el futuro les pertenece". Pero este pensamiento y estos sentimientos del Papa sobre España no son nuevos; nos los ha manifestado en varias ocasiones. Ya en 1984 vino a Zaragoza para comenzar la preparación del V centenario del descubrimiento y la evangelización de América, ante el Pilar de la Virgen "que simboliza -dijo- la firmeza de la fe de los españoles y de su gran amor a la Virgen María". Agradeció cordialmente entonces "la generosidad ininterrumpida con la que, desde hace casi cinco siglos, tantas familias han entregado a sus hijos e hijas, para que llevaran la luz de Cristo a los pueblos del Nuevo Mundo". Similares ideas expuso Juan Pablo II en otras visitas a España, como cuando en 1989, es Santiago de Compostela, quiso culminar la "peregrinación jacobea a las raíces de la Europa Cristiana". Conocimiento de nuestra patria, hondo amor a ella tiene el Pontífice "-¡Qué grande es España!", ha llegado a exclamar-. Tal vez el origen de esto se halle cuando en su juventud, al profundizar en nuestros místicos, encontró la fuerza oculta de nuestras raíces. Esas raíces, aquella Historia, que nos recomienda no olvidar: "Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas!. Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia". Así marca el Papa, como un nuevo profeta, el verdadero camino de España. Y, mientras tanto, otros líderes, enzarzados en sus disputas, siguen alejados del sentir de las gentes... ·- ·-· -··· ·· ·-·· Patricio Borobio |