Corría el año 2001 cuando algunos habitantes de la Tierra estaban preocupados por la posibilidad de que les cayese sobre la cabeza un pedazo de la estación espacial Mir, que en julio, si no me fallan mis notas, se desintegraba en la atmósfera; el riesgo existía, aunque los expertos decían que la probabilidad era prácticamente nula (me pregunto si era tan pequeña como la de que te "parta" un rayo, o tanto como la de que se den siameses y sobrevivan hasta edad adulta). El riesgo, o sea "la contingencia o proximidad de un daño", genera una buena cantidad de oportunidades de negocio, de hecho dicen por ahí que no hay ganancia sin riesgo. La cadena de restaurantes Taco Bell, con 7.200 establecimientos en EEUU en 2001, supo aprovechar la posibilidad de esa contingencia venida del Espacio Exterior para hacerse publicidad. Instaló una diana gigante en el Pacífico sur, y se comprometió a invitar a tomar un taco en uno de sus establecimientos a todos los estadounidenses si uno de los fragmentos de la Mir daba en la diana. ¡Qué alarde de imaginación!. ¡Qué envidia!. Innumerables riesgos amenazan a una persona a lo largo de su vida terrena y hay instituciones que se dedican a proteger de los mismos (los bomberos, por ejemplo) o simplemente a descartar la posibilidad de que se hayan materializado (un hospital donde se hacen mamografías) o de que vayan a hacerlo (una institución financiera donde aseguramos el tipo de cambio futuro en una operación mercantil). El hecho es que estas contingencias más o menos probables, acentúan la necesidad de seguridad en algunas personas, y puesto que el mercado tiene como objetivo poner en contacto individuos necesitados de algo con otros que satisfacen la necesidad a cambio de un precio, surgen empresas que de un modo u otro entrarían dentro del grupo de las aseguradoras. No solo hay empresas que se dedican a limitar los riesgos ajenos a cambio de un precio, sino que limitar los riesgos asumidos es algo que en una empresa de cualquier sector de actividad, se hace de forma sistemática y consciente; casi todos hemos pedido un préstamo a un banco al que hemos debido ofrecer garantías de su devolución futura, en el caso de los hipotecarios incluso nos han obligado a asegurar el inmueble, por si acaso. Gran parte del éxito de la empresa depende de la forma en que se gestionen los riesgos. Por el contrario, el grado de aversión al riesgo de una persona en una determinada cuestión es más subjetivo que real, quiero decir que depende más de la propia percepción que del riesgo estadístico ("...¡cómo me va a pasar a mí!" o "...sí, sí, pero hay uno al que le toca"). Incluso cuando se trata de cuestiones objetivas, como la capacidad de devolver un préstamo hipotecario, la percepción del riesgo es distinta, a unos no les preocupa la hipoteca ("si no puedo pagar, vendo el piso y me voy de alquiler" me ha dicho algún amigo) y otros duermen fatal desde que la tienen. Nuestros miedos no son los mismos, o mejor dicho, las cosas de las que prioritariamente queremos asegurarnos no son las mismas, ni siquiera lo son en distintas etapas de la vida, la complejidad de la mente humana hace que esto sea así y que no nos comportemos de acuerdo con la definición estándar de lo racional. Puedo hacer descenso de cañones por el río Vero, pero tengo un seguro que me cubre el riesgo de que me atiendan en la Seguridad Social en vez de en una clínica privada. Cuido mi alimentación, hago ejercicio y voy todos los años a un chequeo médico pero las normas de tráfico son para mí meras recomendaciones. No queremos asumir el riesgo de los alimentos genéticamente modificados pero sí asumimos el de las radiaciones de los teléfonos móviles. La guerra de Irak nos indigna porque nos pone en el punto de mira del terrorismo musulmán, pero todavía vacilamos sobre el carácter de las organizaciones que apoyan a los terroristas nacionalistas. Dejo de fumar, modifico mis hábitos alimenticios y mis costumbres porque me he quedado embarazada pero asumo un 1% de probabilidad de abortar con la prueba que me dice que hay posibilidad de que mi hijo tenga síndrome de Down. Ser coherente no es tarea fácil, sobre todo cuando no tenemos un sistema de valores definido o teniéndolo no somos conscientes del mismo. Vivir en una sociedad donde la Fe y los creyentes son tratados como rarezas de tiempos anteriores a la Ilustración (que por cierto algunos me dan la impresión de que les gustaría que se llamase la Iluminación) no favorece que sepamos distinguir individualmente aquello que es un riesgo que debe preocuparnos de lo que es algo que puede ocurrir porque la actividad que realizamos tiene varios desenlaces negativos posibles. Saber que Dios está cerca ayuda a tomar grandes decisiones como casarse o tener hijos, prescindiendo de los riesgos menores que puedan llevar aparejados, tales como "si nos casamos ahora no podremos comprar piso", "si tenemos más hijos no podremos ir de vacaciones como siempre", riesgos que para otros son de suma importancia porque ignoran la paz que da la Caridad o simplemente porque prefieren no tomar ninguna decisión que implique riesgo adicional al que ahora asumen. Pienso que hay una sensación generalizada de que el destino es ineludible, o en todo caso de que nuestra actuación puede agravar el resultado, pero la realidad es que no estamos completamente inermes ante algunos de los riesgos del futuro, por ejemplo puedo invertir en formación propia por si pierdo mi trabajo, puedo contribuir con mis opiniones públicas y mis actuaciones a desterrar la idea de que una persona con cuarenta y cinco años es demasiado mayor como para darle un empleo, puedo votar al partido que más se aproxima a lo que yo pienso para evitar que aquél gobierne, etc. La iniciativa individual es definitiva en la sociedad, mal que les pese a algunos, y la existencia de agentes protectores no justifica nuestra inacción, sólo constituyen una red de seguridad para no caer directamente del trapecio al suelo. En otras ocasiones, paradójicamente, estar asegurados supone un riesgo a largo plazo para el individuo o para la sociedad: rechazo un contrato con perspectivas de futuro porque el salario es inferior a lo que ahora mismo estoy cobrando como prestación por desempleo, pero no pienso en la posibilidad de no encontrar algo mejor en el futuro; o no quiero asumir el riesgo probable de tener un hijo con alguna tara mental porque tengo la posibilidad legal de matarlo antes, y olvido que mi decisión afecta a otra persona de forma directa y definitiva. Aquellos que asumen compromisos porque entienden que tienen una responsabilidad ineludible son tachados de imprudentes, pero el que practica deportes de riesgo (por ejemplo) raramente recibe ese calificativo. El futuro puede estar lleno de incertidumbres, pero debemos valorarlas de la forma más objetiva posible, informándonos previamente, de modo que podamos tomar decisiones más prudentes (en el sentido tomista de la palabra), que nos beneficien a nosotros y a la sociedad en su conjunto. La prudencia también ayudará a liberarnos de preocupaciones causadas por acontecimientos que no está en nuestra mano evitar, algunos de los cuales estoy firmemente convencido que son valiosas ocasiones de mejorar nuestra calidad humana y de demostrar que los cristianos somos luz para el mundo. Por mi parte, reflexionaré sobre todo esto mientras me tomo una cervecita bajo el sol mediterráneo, arrostrando la posibilidad de un cáncer de piel e incluso si se tercia opinaré en voz alta, aún en contra de la mayoría. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Bienvenido Subero |