Algunos católicos bienpensantes cultivan la idea de que las relaciones entre el partido gobernante y la Iglesia son tensas debido a la posición laxa de aquél respecto del aborto. Y es cierto que el Partido Popular no ha adoptado postura beligerante alguna contra esta plaga genocida que arrasa Occidente. Aceptó la legislación permisiva del período izquierdista anterior y se limitó a no ampliar los supuestos para el aborto legal. Esto es cierto, así como que muchos de sus votantes conservadores esperaban algo más de un partido de derechas. Su postura fué la ya clásica de acomplejamiento ante el mensaje progredecadente de unos medios de comunicación mayoritariamente en manos izquierdistas desde hace muchos años; y ante una opinión pública persistentemente aleccionada por estos medios. No pretendo, por tanto, excusar al partido gobernante, que ha mostrado la misma cobardía acomodaticia que la mayoría de sus pares en los países de Occidente. La misma, aunque algo aumentada por el temor pánico a ser relacionado con el régimen anterior. Sin embargo, resulta muy poco realista pensar que la Iglesia española esté conturbada, molesta, airada, por este comportamiento político. En efecto, a estos ingenuos católicos a que me refiero, podría preguntárseles: ¿Pero es que la Iglesia española está luchando denodadamente contra el aborto? Es más: ¿está movilizándose en alguna medida contra el aborto? ¿Ha oído alguien a algún sacerdote predicar contra el aborto? Ell Papa lo hace, y de él sí puede decirse que es beligerante y luchador tenaz. Pero, aparte de él ¿cuántos obispos o sacerdotes lo hacen? Alguien podrá decir que está claro que la Iglesia condena el aborto, pues así lo ha manifestado puntualmente a través de la alta jerarquía. Pero, si tan condenable es esa práctica ¿por qué no predica contra ella? Porque simplemente declarar en alguna determinada ocasión que algo constituye un grave pecado y, a continuación, eliminar el tema de la predicación habitual, no parece ni suficiente ni correcto. Puede decirse que constituye una contradicción. Nos encontramos en una situación curiosa. El Obispo de Roma viaja incansablemente con ánimo evangelizador, predicando la moral tradicional. Sin embargo, una parte de la Iglesia no parece considerar que deba imitarle. Es más, abundan las críticas sobre su conservadurismo religioso. Existe un ambiente de "esperanza" respecto del próximo Papa, que desean "sea más liberal". Hablo en términos generales, naturalmente. Aunque me refiero a un ambiente bastante difundido, quizás demasiado, no es posible hablar en términos absolutos. Y cuando nombro a la Iglesia, estoy considerando la organización humana que vulgarmente así es denominada, si bien incorrectamente. Es decir, señalo a la jerarquía, clero, institución eclesiástica, Iglesia-Institución, etc., que no son "la Iglesia", sino parte de ella; pero que, comúnmente, así se denominan. Error que el mismo clero alimenta, pues cuando es criticado, se apresura a decir que "están criticando a la Iglesia". Yo me refiero exclusivamente a la organización eclesiástica compuesta de hombres y, por tanto, muy humana, y hasta demasiado humana. Y hablo en términos generales, repito, dejando a salvo todas las excepciones que se puedan y deban considerar. Nos encontramos así con una Iglesia humana que en el ámbitos religioso adopta una postura similar a la del partido gobernante en el ámbito político, respecto de temas morales que están en la mente de muchos, y entre los que destaca el aborto. Y esta postura es la de la inhibición. Todo induce a pensar que si el Partido Popular está acomplejado y no es capaz de enfrentarse al discurso progredecadente que impera en la sociedad, la Iglesia jerárquica, en su mayor parte, se encuentra en la misma situación. No quiere enfrentarse ni a los medios de comunicación ni a la sociedad presuntamente coincidente con estos medios. En tal situación, resulta fútil pensar en tensiones con el partido gobernante. Éste, como todos los partidos, lo que busca ávidamente son los votos. Toma el pulso a la sociedad y en función de su examen se comporta. Si comprobase que oponerse al aborto le iba a dar muchos votos, no hay duda que se opondría, pues el voto es algo sagrado. Pero no ha percibido indicios de un estado de opinión favorable a posturas beligerantes. ¿Y pensamos que debería preocuparse de forjar un estado de opinión diferente? Quizás debiera hacerlo, pero no es realista pedir peras al olmo. Los partidos con ambición de gobierno, en esta cuestión como en otras, se adaptan a la situación sociológica mayoritaria y no tienen la ambición de modificarla, pues esto sería muy trabajoso y llevaría tiempo. Juegan a corto plazo. No es realista pensar que un partido de derecha vergonzante, como es el que gobierna España, vaya a romperse los cuernos restringiendo o suprimiendo la ley del aborto actual. Debería captar un estado de opinión favorable para decidir moverse en ese sentido. Este es el quid de la cuestión. Habría que tratar de neutralizar los mensajes desmoralizadores de unos medios de comunicación que, como he dicho, están en manos liberales e izquierdistas. Y esta labor, aunque sea sólo en cierta medida, ¿quién la puede hacer? Imaginemos que algún miembro de la jerarquía se acerca a Aznar y le expresa una crítica por su pasividad en este tema. Imaginemos que Aznar le mira y le contesta con cachaza: "Y ustedes ¿qué están haciendo? Porque si yo, al ser católico, debo ocuparme de este tema ¿cómo es que ustedes, siendo jerarquía católica, no muestran ninguna actividad al respecto? Consíganme un estado de opinión favorable y hablaremos." Es precisamente la predicación eclesial la que puede influir en el nacimiento y crecimiento de un estado de opinión favorable. Y no es que pueda, sino que debe. Tiene que haber muchos que todavía recuerden los tiempos en que la Iglesia se volcaba en la defensa de su doctrina moral y dogmática, predicándola apasionadamente desde los púlpitos. De esa época nos separan ya cuatro décadas, un lapso de tiempo largo o corto según se mire. Muy corto para lo que supone la milenaria historia de la Iglesia. En aquella época, y concretamente en España, se producían lamentablemente distorsiones en dicha predicación. Se exageraban algunos aspectos en detrimento de otros. Había una fijación obsesiva en lo concerniente a la moral sexual. Cuando se hablaba del pecado, comúnmente se trataba de una referencia a la contravención del sexto mandamiento. El aborto no era mencionado, aunque el motivo estribaba en que todo el mundo estaba de acuerdo en que se trataba de un crimen y no era necesario incidir en ello. En resumen, se predicaba, pero muchas veces se predicaba mal. Esta circunstancia está sirviendo a modo de excusa o coartada para la citada pasividad actual. Es frecuente que cuando a un miembro del clero se le plantea el tema de su inhibición, replique: "Es que antes se hablaba demasiado de estas cosas. Había una desorbitación sobre el sexto mandamiento. El primer mandamiento es el del amor" Argumentación tontamente engañosa, pues equivale a la excusa de un señor que se priva de alimento: "Es que en el pasado he comido demasiado. Siempre estaba pensando en la comida. Y lo importante es respirar." El alimento espiritual (la doctrina católica) debe ser administrado siempre, lo mismo que el alimento material. No se hace así, incluyendo en este silencio inhibitorio un problema aún más grave que los sexuales, si bien relacionado con éstos, como es el aborto. Hay que rendirse a la evidencia. Si se limitan a hablar del amor, como primer mandamiento, es porque quieren hurtar el bulto a su obligación de predicar doctrina católica en su plenitud. Y obran así porque tienen miedo. Están tan acomplejados como el partido gobernante. Esto, sin contar con aquellos que, contaminados por el medio ambiente, no tienen ya ninguna ligazón espiritual con la doctrina tradicional. No hay por qué imaginarse tensiones inexistentes. Más realista es pensar que estas diversas entidades: partidos políticos y organización eclesial, participan en ámbitos distintos de la orientación espiritual disolutoria que fué tomando cuerpo en los años sesenta y a la que podría aplicarse el nombre de progredecadencia. A pesar de lo dicho, no hay por qué ocultar, sino resaltar, la existencia de movimientos positivos en el seno de la jerarquía, aunque hoy por hoy la orientación citada sea la predominante. El bienpensante debería abandonar recelos innecesarios. Y por si le quedase alguna duda, transcribo a continuación las palabras de monseñor Antonio Cañizares, Arzobispo Primado de Toledo, publicadas en el periódico La Razón el 21 de Diciembre de 2002: "-Algunos católicos dicen que no se debe votar al PP porque no ha modificado la ley del aborto. ¿Qué opina?" "-Evangelizar es defender al hombre, y la Iglesia debe colaborar con todo lo que pueda a esto. El Gobierno actual tendrá sus limitaciones, pero está llevando a cabo una defensa del hombre desde su nacimiento hasta su muerte natural. Es cierto que no ha quitado ninguno de los supuestos del aborto, pero como el Tribunal Constitucional los había encontrado constitucionales, eso requeriría reformar la Constitución. Sin embargo, ha rechazado los nuevos supuestos que querían introducir los socialistas, así como la eutanasia , la clonación humana o la manipulación de embriones. Esto es aplicar lo que el Papa dice en la "Evangelium vitae" respecto de los gobernantes." El bienpensante puede votar tranquilamente al PP, sin cargo alguno de conciencia. "Esta derecha" no tiene ningún conflico con "esta Iglesia". Pero aquel que no carece de juicio crítico, administrará debidamente la adjudicación de responsabilidades por la situación creada. No se fijará exclusivamente en el partido gobernante, sino también en aquellos que podrían, si quisieran, influir en la sociedad y crear un estado de opinión. Y que tienen el deber moral de hacerlo, lo que supone todo lo contrario de justificar la labor gubernamental amparándose en legalismos, a más de mantenerse al margen como si la cosa no fuera con ellos. Tal como si su misión hubiese terminado al haber definido en alguna ocasión el aborto como un grave pecado. Cabe esperar, no obstante, que esas posiciones reactivas de carácter positivo que he citado, vayan adquiriendo mayor volumen y sean premonitorias de un cambio futuro. ¿Por qué desesperar de que la Iglesia vuelva a ser lo que fué? ·- ·-· -··· ·· ·-·· Ignacio San Miguel |