Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana
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Cuando los hombres no creen en Dios, no es que no creen en nada, es que se lo creen todo
(Chesterton)
Todos buscamos la seguridad. La prueba de ello es el pujante negocio de las aseguradoras. No queremos que nada se nos escape. Seguro contra incendios, por la rotura de una pierna, por los cuadros de casa. Planificación total y no sólo en lo material. Queremos tener el control absoluto de nuestra vida, y eso es imposible. Somos frágiles y pequeños. Dependemos de Dios. Lo sabemos, pero no acabamos de creérnoslo. La fe en sí misma es oscuridad e incertidumbre. Cuando llega el sufrimiento y la cruz pedimos a Dios ayuda. Imploramos su poder. A veces Dios calla. Igual que con la peregrinación del pueblo elegido a Israel. Entonces tenemos dos caminos: Dejar nuestras seguridades y sus muletas para andar, y abandonarnos así a las manos del Señor; o bien, poner nuestra confianza en los magos, mediums y quiromantes. Es la tentación de los hombres en todas las épocas. Caer en los cantos de sirena de las promesas de "otros dioses". Poner nuestra felicidad en los nuevos "becerros de oro", abandonando la confianza en Dios.
Se sustituye a Dios por una baraja de cartas, una bola de cristal o una sesión de espiritismo. No es tema baladí. Ya lo dice la Biblia: "No acudiréis a nigromantes ni consultaréis a adivinos, para no mancharos. Yo soy el Señor, vuestro Dios". La ansiedad por un futuro incierto, nos arrastra a confiar en las artes del adivino de turno, dejando de lado al Dios vivo, Señor también de nuestro futuro. Exactamente igual que las amenazas que acechaban a los judíos en su peregrinación por en desierto: ante los desalientos y dudas por los aparentes "eclipses" de la presencia de Dios, la mayoría, se lanzaba a adorar a los nuevos dioses, y a practicar las artes esotéricas que les prometían "seguridad en esta vida". Poco hemos cambiado los hombres del siglo XXI. Son las mismas tentaciones e idénticas "teóricas" soluciones. Ya lo decía Chesterton, el famoso escritor inglés de principios de siglo: "cuando dejamos de creer en Dios, no es que no creamos en nada, sino que podemos creer en todo".
Es triste, pero los hay que creen que ser feliz es algo que deciden los astros o algún adivino. Consideran que deben "esperar" algo, más que "hacer" algo. Y esa inoperancia es una camino sin retorno. Delegan en el "destino" y en el brujo, echador de cartas o en el astrólogo de turno la posibilidad de ser felices. Y, claro, no avanzan. No consiguen la ansiada dicha, y frenéticamente siguen buscando más brujos o adivinos. Creen que con pagar una sesión de tarot, ya tienen acceso a lo que buscaban. No se dan cuenta que la felicidad se encuentra en Dios. En poner nuestra confianza en Él, que quiere lo mejor de nosotros. Debemos aprender a descifrar el designio de Dios en nuestra vida. Saber lo que Él quiere de nosotros. Para ello sólo hay un camino: orar. Orar mucho. Tener un profundo diálogo con Dios para interpretar su voluntad..
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Por una legislación laboral favorable a la Familia
La precariedad laboral que genera las leyes vigentes tiene unas consecuencias de orden económico, social y moral muy importantes, así es que los trabajadores, en especial los más jóvenes carecen de una autonomía económica real, fundan cada vez más tarde su propio núcleo familiar, tardan cada vez más en tener hijos, y cuando los tienen son menos numerosos, con el consecuente descenso de la natalidad, que será más acusado en el futuro, con un desequilibrio mayor entre generaciones y trayendo graves consecuencias en los sevicios sociales y poniendo en grave peligro el futuro de la nación