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Criterios para la acción de los católicos en la vida pública
por Josep Miró i Ardèvol
Josep Miró i Ardèvol, impulsor de la innovadora plataforma E-cristians, resume, a petición del Consejo de Redacción de Arbil, los criterios que, a su juicio, deben presidir la acción de los católicos en la vida pública
Reconstruir el sujeto cristiano, tanto personal como colectivo en el espacio público, en España y en Europa. El nuestro no es un problema de número, sino de desunión, y falta de unidad de propósito.
Rehacer el sentido de pertenencia a la Iglesia. El sujeto es débil porque las ataduras con la Iglesia se han debilitado.
Ayudar a promover la unidad eclesial en el ámbito del Magisterio.
Construir la unidad de acción pública de los católicos en lo que se refiere a la fe. Buscar la formación de sinergias entre las diversas experiencias, escuelas de espiritualidad.
Afirmación de que la reconstrucción del sujeto y de la pertenencia a la Iglesia solo es posible por medio de la experiencia cristiana.
Es necesario confrontarse en el espacio público por medio de la palabra y la actuación con el laicismo de la exclusión religiosa. Confrontación con las ideas que no con las personas porque con todas compartimos la afiliación divina. Por otra parte, es necesario buscar convergencias y campos de trabajo compartido con la laicidad dialogante respetuosa con el sentido religioso.
La acción es portadora de sentido. De acción común sobre objetivos compartidos. Solo la acción en el espacio público puede resolver el problema de una debilidad de presencia social, que no es numérica, sino de no acción.
También hay un déficit de formación en los laicos en lo que se refiere a los fundamentos doctrinales y en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente grave entre los que se dedican a la vida pública, política, empresarial, sindical, y el movimiento asociativo en general.
Hay carencias claves en el campo esencial de la comunicación. Necesitamos instrumentos de calidad, que profesionalmente busquen la excelencia más potente y con voluntad de incidir sobre la sociedad.
El trabajo de nuestro tiempo está dirigido a actuar para modificar los marcos referenciales, expulsando aquello que es contrario al sentir antropológico de la persona, y reintroduciendo la idea de Dios con todas sus consecuencias. Dios y la religión ha de volver a formar parte de la Ciudad de los hombres, de sus calles y plazas y no solo debe permanecer dentro de sus casas.
Dos vectores son esenciales para ser reintroducidas en el marco referencial: y que están relacionados al sentido de la Tradición.
No se dispone de la plenitud de significado con los recursos de una sola época. Hay un vínculo con el pasado formado de tradición e historia que se debe recuperar por necesidad.
Recuperar por el sistema de valores religiosos la categoría de órdenes de referencias públicamente establecidas, es decir, materias sobre las que no se formula un juicio, porque estamos demasiado ocupados dependiendo de ellas, apoyándonos en ellas.
Es necesario recuperar la necesidad de la moral sin confundirla con el moralismo. Significa plantear a la sociedad la cuestión de cómo se debe vivir la vida y si está encaminada a una búsqueda de plenitud, rica en significación. En definitiva, qué noción, qué concepto tenemos de vida y si ésta debe seguir enfocada a la trivialidad, es potencialmente generadora de comportamientos sociales monstruosos.
Criticar y poner en evidencia las contradicciones de la sociedad fundamentada en el laicismo de la exclusión religiosa, explicando las causas y consecuencias, proponiendo primero medidas concretas y modificaciones esenciales en los marcos referenciales.
La acción está vinculada al compromiso. Un objetivo fundamental es promover el compromiso masivo de los católicos en la acción política y sindical, estableciendo estructuras transversales de formación y reconocimiento.
Reconstruir la pertenencia a la Iglesia pide reconstruir el sentido del pueblo de Dios y la percepción de la Alianza. Pueblo de Dios en términos reales y no ideológicos significa rehacer de la intensidad de vínculos comunitarios que nos unen. Comporta también la concepción de la Iglesia como Hogar. El Hogar real, sensible de Dios que nos acoge, la revitalización del rito y la tradición que crea significados comunes, da sentido al espacio social, es decir, permite orientarse dentro del sí mismo y, en el tiempo y por tanto da sentido a la vida, que deja de ser percibida como una progresión dramática hacia la vejez para recuperar el sentido de maduración que culmina en la muerte.
Si la tradición con minúsculas en el sentido de cultura, costumbres, creencias es como hemos visto muy importante, la Tradición en el sentido de entrega de generación en generación del depósito de la Fe es esencial. No es solo en los Evangelios, en la Biblia donde se encuentra la palabra de Dios. Esta también se encuentra en la Iglesia, en su Tradición (2 Tes 2, 15; 3, 6 y su Magisterio 1 Pe 1, 25; 2 Pe 1, 20-21; Mt 18,17). Sola Verdum Dei y no Sola Scriptura.
Finalmente, y una vez más, recordar que todos los puntos anteriores se asientan sobre una base previa esencial: la vida de la fe de cada una fundamentada en la plegaria, la escucha de la Palabra, la Reconciliación, la Eucaristía. En definitiva, en una vida de creciente intensidad religiosa. .
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