La expresión hizo tanta fortuna que los politically correct probaron su propia medicina. Acostumbrados a monopolizar los vocablos descalificadores (racista, reaccionario, machista, fascista, etc.), se encontraron de golpe con un rival invencible: en su propia mentalidad, nada desprestigiaba más sus pretensiones desde la cuota racial en las universidades o sexual en los cuarteles, al compañeros y compañeras y demás que verlas calificadas como políticamente correctas, esto es, acomodaticias, aburguesadas, conservadoras del status quo... ¡Cuánto han debido sufrir viéndose en el espejo que más odian, ellos, cuya vanidad babea inconformismo, espíritu montaraz y suspiros de agitación! Como solución en buena medida exitosa, que no en vano llevan dos siglos manejando a su antojo la propaganda, manipularon y desviaron a su terreno el sentido de la expresión. Y hoy, ser políticamente incorrecto viene a identificarse con llevar la contraria al poder establecido, decir la verdad cuando no conviene, ser una persona incómoda, etc.: virtudes revolucionarias que encantados de sí mismos se atribuyen en exclusiva los políticamente correctos con el atrevimiento de postularse ante nuestros ojos como campeones de la incorrección política... ¡Ellos, los paladines de la izquierda nihilista, que lleva cuarenta años constituyendo la ideología más complaciente posible con el status quo, y garantía de ascenso cultural, mediático y social inmediatos! Quede denunciada la farsa. Pase que los retroprogres que han triunfado y tienen asegurada la poltrona pavoneen su pedigrí y le cuenten su batallita a quien la soporte. Pero, por favor, que no se nos presenten como rebeldes conciencias de la Humanidad, porque revuelven el estómago. La incorrección política como virtud se sitúa hoy en el extremo contrario. La practican quienes denuncian, incansables frente al acomodamiento general, el aborto y el divorcio. Reside en quienes se enfrentan a la mafia rosa y demuestran a los demás que su miedo es infundado (producto de una prepotencia artificial que aquélla ha sabido crear en torno a sí como cortina de protección), y que como mafia valen bien poco, como no sea para demostrar dónde están los valientes (¡chapeau, amigo Eulogio López!). Se me pidió que, para esta ocasión, glosara mi labor editorial en Criterio Libros desde el punto de vista de la incorrección política. La verdad es que resulta una alegría poder decir que hoy muchas editoriales abren las puertas a la auténtica y verdadera incorrección política. De entre las últimas novedades, candentes todavía en el mercado, ahí figuran títulos publicados por las más importantes en España. Anagrama, con Volver al mundo de J. Á. González Saiz, a la cual han de señalarse en el debe algunas expresiones blasfemas que, incluso con la intención de retratar a un personaje, sobran; pero que es una excelente novela rompedora de clichés sobre el gran engaño de la izquierda filoterrorista durante la última etapa de Franco. Espasa, con El ecologista escéptico de Bjorn Lomborg, golpe de gracia al catastrofismo ecologista por parte de un ex miembro de Greenpeace a quien le dio por verificar su propaganda estadística en mano. Ediciones B, con El último verano de Ricarda Huch, joya de la literatura contrarrevolucionaria que invierte la relación moral entre bolcheviques y sociedad rusa. Por no hablar de la permanente eclosión chestertoniana (Rialp, Acantilado), incorrección política pura cuando ni se sospechaba que nacería un día el término más apropiado para definir al gran polígrafo inglés. O Ediciones Encuentro, triturando, vía Pío Moa, sesenta años de historiografía staliniana sobre nuestra guerra, asumida con interesada candidez por derechas, izquierdas democráticas, y centrorreformismos. O los Sucesivos escolios a un texto implícito, del colombiano Nicolás Gómez Dávila, que la barcelonesa Áltera ha regalado al mundo literario nacional como reflexión sin complejos, conservadora y tradicional, sobre la sociedad moderna. O los ricos catálogos de tantas pequeñas editoriales consagradas por vocación, aun desde planteamientos que nada tienen que ver unos con otros ni se parecen entre sí, a librar batallas incorrectas con un ritmo de publicaciones sostenido y selecto. No es, pues, negro el panorama. Hoy por hoy, la incorrección política, en su sentido primigenio no en el que interesa a los hipercorrectos, es sinónimo de pensamiento libre... entendido, faltaría más, como lo más opuesto del librepensamiento: como la capacidad del hombre para conocer con certeza la verdad, el bien y la belleza y adherirse a ellos con firmes raíces, sin ecumenismos, multiculturalidades ni componendas, ni concesión intelectual alguna a sus contradictores. El mérito de la incorrección política no nos corresponde a los editores, sino a los autores. Allí donde vaya acompañada de calidad y oportunidad, toda obra incorrecta y valiente hallará editor, antes o después. Pero algunos somos, eso sí, tan afortunados como para que, no uno, ni dos, sino muchos escritores con cosas interesantes que decir, y sin respeto alguno a las toxinas mentales dominantes, nos hayan confiado sus trabajos. Es cierto, nos va la marcha, pero la marcha la dictan ellos, y... ¡cuánto se lo debemos todos como lectores! No afrontemos el futuro editorial (ya sea de libros, de revistas o de páginas web o de cualquier otra forma de comunicación) con victimismo ni con complejos de persecución. Hay muchas respuestas que dar a los problemas del mundo, voces que escuchar muy diferentes de las habituales, firmas acreditadas por su calidad formal y coherencia interna. Sólo nosotros somos responsables de no llegar hasta donde no lleguemos. Las culpas son siempre propias. El enemigo es más endeble de lo que parece, y acrecienta la imagen de su poder para forzar un respeto en demasía. No caigamos en la trampa, que hay un mundo por conquistar y puede hacerse pronto y bien si creamos los instrumentos adecuados. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Carmelo López-Arias Montenegro |