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George W. Bush y el aborto: Un primer paso en la defensa de la vida
por Guillermo Juan Morado
Sobre este fondo general teñido de sangre, se alza como una pequeña luz la ley firmada, el 4 de Noviembre de 2003, el por el Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, prohibiendo el aborto del feto en gestación avanzada; es decir, a partir de los tres meses de la concepción. Se trata de una prometedora iniciativa, aún insuficiente, pero prometedora
La legitimación del aborto constituye uno de los grandes males de nuestra civilización, si no el mayor de todos ellos. ¿Cómo se puede hablar, con un mínimo de coherencia, de los derechos humanos, si no se reconoce el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida? ¿Dónde queda la democracia cuando el Estado, aprobando leyes que legalizan o despenalizan el aborto, niega la igualdad de todos ante la ley, privando de la debida protección a los más débiles de entre los débiles? El aborto es la perversión del Estado de derecho, un cáncer maligno que corroe desde dentro las bases de toda convivencia social que quiera seguir siendo digna del hombre.
Ofrecer a una madre en apuros el asesinato de su hijo como una opción posible es, cómo dudarlo, incurrir en la más execrable de las paradojas. Sobre nuestras sociedades occidentales, que se presentan ante el mundo como paradigmas de libertad y de progreso, se ciñe la negra sombra de aceptación pacífica, hipócritamente pacífica, del recurso al aborto. En muchos de nuestros ordenamientos jurídicos están más protegidas ciertas especies animales que los niños concebidos y aún no nacidos.
Quizá en épocas pasadas la falta de conocimientos científicos sobre el desarrollo embrionario podría explicar, nunca justificar, la aceptación del aborto como un mal menor. Hoy, en la época de las ecografías, del diagnóstico prenatal y de las intervenciones quirúrgicas antes del nacimiento, resulta imposible pretextar ignorancia. En este tema toda ignorancia es culpable y vencible. ¿Acaso no se inicia el album familiar de muchos padres con imágenes tomadas de ecografías, cuando el hijo que ya está naciendo comienza a darse a conocer? Ver cualquiera de estas imágenes y seguir justificando teóricamente, y amparando legalmente, el aborto nos retrotrae a la selva, a la barbarie, al caos más absoluto.
Sobre este fondo teñido de sangre, se alza como una pequeña luz la ley firmada, el 4 de Noviembre de 2003, el por el Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, prohibiendo el aborto del feto en gestación avanzada; es decir, a partir de los tres meses de la concepción. Se trata de una prometedora iniciativa, aún insuficiente, pero prometedora, pues apunta hacia la dirección adecuada: la protección de la vida del ser humano inocente. No es todo, pero es algo. Y algo muy importante, teniendo en cuenta la absoluta libertad tiránica libertad con la que el aborto es practicado en los Estados Unidos, en cualquier fase del embarazo, y el carácter marcadamente cruento del llamado otra vez la traición encubridora del lenguaje aborto por nacimiento parcial, que no es más que un atroz infanticidio.
A pesar de alegrarnos por este primer paso, no podemos olvidar que sigue en pie la vía libre para abortar, sobre todo durante los tres primeros meses de gestación. Uno se pregunta, entonces, por qué se puede matar a un no nacido de dos meses y veintiocho días y no a un no nacido de dos meses y treinta y un días... ¿Dónde está la diferencia? ¿Cuándo ha acontecido el misterioso cambio, la imposible mutación, que hace que un ser humano, al que no se le reconoce el derecho a la vida, comience a ser objeto de tutela frente al intento de asesinarlo impunemente? ¿Es acaso el Parlamento el caprichoso César que inclina hacia arriba o hacia abajo su pulgar, según lo decreten con sus aplausos las mayorías?
Porque es justamente ahí, en la impunidad, en el apoyo de las leyes, en la colaboración de los profesionales de la Medicina, donde reside gran parte del carácter odioso del aborto. Es un crimen del que, en este mundo al menos, no hay que dar cuentas. Más aun, es un crimen que se comete con la complicidad de instancias que, de oficio, deberían velar por la salvaguarda de los derechos de los inocentes.
Estas reservas no empañan la oportunidad y la importancia de la restricción parcial, sí, pero significativa que supone la ley del Presidente Bush, haciendo frente a las protestas de tantos liberales y, seguramente también, de tantos matarifes que engrosan sus cuentas bancarias con el macabro, pero lucrativo, negocio del aborto. ¡A ver si cunde el ejemplo! Ojalá que el aprecio por la vida, que esta iniciativa legal hace patente, si bien de modo aún tímido, se extienda a otras áreas de la política norteamericana y que, en un mañana no lejano, Estados Unidos lidere la puesta en práctica de la abolición definitiva de la pena de muerte si no intrínsecamente injusta, sí poco conforme con el respeto a la vida y contribuya, de modo más claro, a la creación de un mundo más justo, más igualitario y más pacífico.
Llegará un día en el que las clínicas abortivas se convertirán en una especie de siniestros museos del Holocausto, para ser visitadas con el mismo estremecimiento, con idéntico horror, con el que hoy se visita Auschwitz o la Isla de los Esclavos, en Senegal. Mirarán hacia atrás nuestros sucesores y se asustarán de nuestra brutalidad, y aun más de nuestros cómodos y cómplices silencios.
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