A la página índice principal de la publicación  


Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

Por la Vida, la Familia, la Educación, la dignificación del Trabajo, la Unidad histórica, territorial y social de la Nación, y por la Regeneración Moral y Material de nuestra Patria y el mundo

 


Indice de contenidos

- Texto completo de la revista en documento comprimido
- Elogio de la curva
- El tratado De Civitate Dei y la interpretación agustiniana de la Historia
- Acedia, Caridad e Historia
- Editorial: Secularización, consumismo y Navidad
- ¿Existe la Inspección de Trabajo?
- ¿Hacia una remodelación decisiva de los espacios políticos de la izquierda y el nacionalismo vasco en Navarra?
- Iglesia y Política. Cristo Rey
- Algunas de las principales armas de destrucción masiva
- Política y familia: necesidad de invertir los términos
- Una entrevista a José Miguel Aguado Palanco: la Asociación para el Diálogo y la Renovación Democrática y el catolicismo social
- Filipinas (1898-1946): el drama de la re-colonización
- Multiculturalismo e inspiración cristiana de la sociedad
- La buena prevención del SIDA es la educación
- "Librémonos de Hitler"
- Breves notas para un análisis del nacionalismo gallego
- Concentraciones provida en el día de los inocentes
- Garry Owen, himno del 7º de caballería. (Un irlandés, su canción y su caballo)
- La devoción hacia el Santo Padre no debe ser jamás a título personal
- Grafite, una experiencia católica en la nueva evangelización
- Algunos apuntes sobre el espíritu crítico español en su historia
- ¿Casarse por la Iglesia o por lo civil?
- Mundialismo y globalización
- Consideraciones en torno al verdadero Iraq
- La Editorial Católica en el primer Franquismo
- «Magnificat»,una ayuda para la oración del laicado y la familia
- Cuando no hay justicia "la culpa es de la víctima"
- ¿Tolerante o intolerante?
- Una nueva ley de reproducción artificial en Italia
- El agravio de los puercos
- México, un ejemplo para el catolicismo europeo
- Una heterodoxia que crece
- Las campañas de restaurar y vivir
- De cifras y dramas
- Camino a Auschwitz. Edith Stein
- XLII Encuentro de Universitarios Católicos
- Arbil-Bilbao con Nicolás Redondo Terreros en la presentaciòn del libro "Los Otros Vascos"
- Crónica de la cena que Arbil ofreció a la Dra. Mónica López Barahona
- Texto clásico: Historia de los Heterodoxos


CARTAS

Arbil cede expresamente el permiso de reproducción, siempre bajo las premisas de buena fe, buen fin, gratuidad y citando su origen
Revista Arbil nº 76

Acedia, Caridad e Historia

por Sebastián Sánchez

La Civilización de la Acedia frente a la Civilización de la Caridad. Este trabajo contiene una aproximación a la relación presentada entre la acedia, como pecado capital que se ha hecho civilización, la Caridad como virtud teologal que debe coronar la civilización cristiana que ha de propiciarse y la historia que debe ocuparse de historiar ambas civilizaciones


Introducción

Presentaremos en primer término las notas esenciales de la acedia y las condiciones que han posibilitado la conformación de su civilización. A partir de ello trataremos la necesidad de historiar las obras de la acedia como misión esencial del historiador católico. Esa primera parte del trabajo finalizará con una aproximación a algunos de los múltiples ejemplos que esta historia acédica nos ofrece.

Pero, atentos a posibles reducciones, expresaremos además que la vocación propia del católico historiador es presentar las obras de la caridad a fin de coadyuvar en la formación de la civilización homóloga. También aquí hemos de presentar algunos ejemplos que, en modo introductorio, alumbren el sentido de esta tarea que consideramos esencial.

Justo es afirmar que este y otros trabajos sobre la acedia se inspiran en la obra del P. Horacio Bojorge, quien se ha ocupado especialmente del examen de éste pecado ‘olvidado’. Dos son los libros que este jesuíta nos brinda: "En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia" y "Mujer, ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia". A ellos remitimos al lector por considerarlos fundamentales para la comprensión de las claves de los tiempos que vivimos y padecemos.

El pecado de la acedia

Al iniciar "En mi sed...", el P. Bojorge señala que la acedia es un pecado ‘poco conocido’ pues no se lo halla en la lista de los pecados capitales (aunque lo es, pues es principio o cabeza de otros pecados), ni en los manuales de teología ad usum. No obstante, indica nuestro autor, la acedia existe y está presente en todos los hombres.

"Se la puede encontrar en todas sus formas: en forma de tentación, de pecado actual, de hábito extendido como una epidemia, y hasta en forma de cultura con comportamientos y teorías propias que se transmiten por imitación o desde sus cátedras, populares o académicas. Si bien se mira, puede describirse una verdadera y propia civilización de la acedia (1) ".

¿Qué es la acedia? El CIC la define cómo "pereza espiritual [que] llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino (2)". Se trata de un pecado contra el Amor de Dios, pecado contra la Caridad.

Casiano la definió como "tedio y ansiedad del corazón que afecta a los anacoretas y monjes que vagan por el desierto", mientras que los Padres del desierto la llamaron "terrible demonio del mediodía, torpor, modorra y aburrimiento (3)."

A su vez Santo Tomás señala que es la "tristeza por el bien divino del que goza de la caridad" y también como "tristeza mundana" (tristitia saeculi) (4).

La acedia es una forma de envidia pero se trata de una envidia diferente a la común pues mientras que aquel que envidia comete un pecado moral, el acedioso peca teologalmente porque es envidioso respecto de un objeto espiritual.

De lo dicho se colige que la acedia implica envidia, tristeza y pereza espirituales. Por eso es que su nombre, que siempre designa el mismo pecado, varía en los autores que a ella se han referido.

Señala el P. Bojorge que el nombre de ‘acedia’ es figurado y metafórico y que deriva de palabras latinas que "portan los sentidos de tristeza, amargura, acidez, y otras sensaciones de los sentidos y el espíritu. Los estados de ánimo así nombrados son opuestos al gozo, y las sensaciones aludidas son opuestas a la dulzura (5)".

La acedia, entonces, implica acidez, aquella que resulta del "avinagramiento de lo dulce. Es decir de la dulzura del Amor divino." Pero también puede clasificársela "de enfriamiento o entibiamiento". Y aquí cita nuestro autor el Apocalipsis de San Juan: ‘tengo contra ti que has perdido tu amor de antes" (Ap. 2,4) y "puesto que no eres frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca" (Ap. 3,16) (6).

Ahora bien, ¿cuáles son los efectos de la acedia? El alejamiento de Dios y el acercamiento a las cosas, al mundo, al reino del maligno (más no a la naturaleza en tanto Creación). "Fuerza teófuga y cosípeta" la llama el P. Bojorge en tanto entraña el doble movimiento que San Pablo asignara al hombre que vive "según la carne".

La acedia se explica como un arma demoníaca, concretamente del ‘demonio del mediodía’. El diablo, y con él sus legiones, es el Primer Homicida y el Padre de la Mentira pero también el Príncipe de la Envidia.

"...así como la envidia es entristecerse por el bien del otro, así el demonio no soporta la felicidad eterna del hombre en Dios y que los hombres puedan salvarse. Por ello su actuación es combatir al hombre, ponerle todo tipo de obstáculos, de trabas, en definitiva, alejarlo de Dios para siempre (7)".

Concretamente, la acedia halla su causa preternatural en la acción del demonio del mediodía o meridiano, así denominado porque ataca a toda alma a la mitad de la jornada.

"Llena el corazón de cansancio - señala el P. Díaz - de tedio, de nostalgia del siglo; aversión del lugar que habita, la hace suspirar por otros lugares menos penosos, menos exigentes (8) ".

El demonio del mediodía representa así la persecución por antonomasia del cristiano cabal. Lo explica San Agustín cuando, al comentar el Salmo 90,6 indica que "al llegar la persecución a su apogeo, llamó al furor más rabioso, mediodía (9) ".

Pero aún hay una segunda razón por la cuál este miembro de la plebe infernal recibe tal nombre. Y es que este perverso ser utiliza al mediodía, la luminosidad de la mitad del día, para sustraer al hombre de la verdadera luminosidad interior que proviene de Dios. Esta falsa luminosidad demoníaca, gestora de tantos desvíos, explica también el porqué muchos católicos se ven seducidos por la ilusión de ciertas utopías o paraísos terrenales. La acedia es un arma del demonio para lograr la perdición de los hombres. Tal el sentido último de este terrible mal. También hemos indicado que la acedia se da en todas las personas. Es menester pensar ahora en las formas que adquiere este mal en lo referente a la civilización. Nos referimos a la organización de la acedia en lo que respecta a lo ideológico, político y cultural.

En lo teológico la acedia se manifiesta en la herejía naturalista. Y en lo ideológico y cultural en la proclamada ‘civilización de la inmanencia’. La civilización de la acedia embebida de naturalismo es a lo espiritual lo que la civilización de la inmanencia es a lo filosófico, cultural y político. No hay separación tajante entre una y otra pues ambas son grados distintos de la misma negación y aversión hacia Dios y la Creación.

Señala Bojorge que la acedia "toma históricamente la forma de la herejía naturalista y de sus derivados. Caracterizada brevemente, la herejía naturalista consiste en separar a Dios del hombre, al Creador de la Creación, al orden natural del sobrenatural, a la naturaleza del misterio. El naturalismo es, en su esencia, un rechazo a la comunión ofrecida por Dios en la revelación (10) ".

Si el naturalismo, siguiendo el razonamiento del P. Bojorge, es la manifestación teológico - histórica de la acedia podemos concluir también que éste tiene su origen en el demonio. Es él quien, en su afán de ser como Dios, incita al hombre a separarse del Creador y, por ende, a negar la gracia.

Esto último es lo que nos explica Santo Tomas:

"el crimen del demonio fue o bien poner su fin último en lo que él podía obtener por las solas fuerzas de la naturaleza, o bien querer llegar a la beatitud gloriosa por sus facultades naturales sin la ayuda de la gracia (11) ".

Pasemos a considerar ahora la relación establecida entre la civilización de la acedia y la historia.

Historia y ‘civilización acédica’

A partir de lo visto hasta ahora es necesario señalar con el P. Bojorge que la historia, la disciplina histórica misma, se ha visto sometida a los designios negadores y falsificadores de la precitada civilización de la acedia. Se trata, en suma, de la "historia oficial contada por la acedia" que representa al naturalismo exasperado que invade el ámbito de los estudios históricos.

"De poco ha valido - insiste el jesuita - ante la fragilidad de la memoria de muchos y ante la penetración de la acedia en las academias históricas, que los horrores vistos en los últimos siglos dieran el mentís más formal al optimismo antirreligioso y a las ideologías del progreso nacidas de la acedia y del odio a Dios...(12) "

En base a lo citado puede decirse que si la Modernidad es sometida a examen a través de conceptos y categorías históricas, políticas, económico sociales e ideológicas que explican los designios destructivos de esta época, bien cabe hacerlo especialmente a partir de la noción de acedia que es la raíz espiritual de la que brotan todas las demás desviaciones.

De este modo, en vez de la pretensión de comprender la Modernidad a través de sofismas como el devenir del Espíritu hegeliano o la lucha de clases marxista, vale el intento de encontrar en la acedia el ‘motor de la historia’ (13) de los modernos. Y a partir de ello será posible entrever el sentido de la mentada ‘civilización de la acedia’.

Más, llegados a este punto, es necesaria una aclaración: el hecho de hablar de la acedia bajo la forma de la civilización no implica en lo absoluto el diluir la realidad del pecado personal en los intersticios de una ambigua cuanto abstracta estructura. El P. Bojorge es muy claro respecto de esto: la acedia, como todo pecado, es siempre personal (14).

Sin embargo, esta esencial aclaración no obsta para comprobar la existencia de un "espíritu que se ha montado históricamente como generador de filosofías, políticas, legislaciones, revoluciones, culturas y conductas...(15) "

Por ello el P. Bojorge señala lo esencial de encontrar historiadores creyentes que puedan ‘historiar la acedia’. Y ante esto quizás se imponga otra advertencia: mentar la civilización de la acedia representa un diagnóstico del mundo actual pero un diagnóstico "espiritual, profético", según las palabras del propio P. Bojorge en otro de sus trabajos. Diagnóstico espiritual que excede, por lo tanto, lo que las ciencias humanas puedan alcanzar (16). A partir de esto advertimos que al referirnos a la rigurosa necesidad de historiar la acedia no lo hacemos en un sentido absoluto o totalizante pues tal temática supera al objeto de la historia como disciplina. Tal tarea debe ser realizada a partir de un examen teológico y filosófico del que, por otro lado, nunca debe carecer el trabajo historiográfico pero que es superior al mismo (17).

Ahora bien, ¿es posible, dadas las condiciones actuales de la historiografía, historiar la acedia? ¿Es posible, acaso, con una historia "sin tradición y sin arquetipos, sin magisterio ni trascendentalidad, sin Dios ni milagro ni misterio (18) "?

Ante este interrogante es menester apresurar una respuesta: sólo el católico historiador puede narrar esta historia. Y cuando a historiadores católicos nos remitimos obviamos de la lista a aquellos, tan comunes hoy en día, "hábiles en disfrazar su fe con una verborrea a la moda (19)", como tan lucidamente los describiera el P. Guéranger.

Sólo el investigador católico de la historia, aquél que está debidamente agraciado por los sobrenaturales dones del Espíritu Santo, puede desembarazarse de la contaminación ideológico - metodológica de la historiografía actual y mirar la historia buscando en los sucesos, y también en los procesos, las claves negadoras y destructivas de la acedia. Es eso lo que nos enseña el Doctor Angélico al referirse a quienes pueden llegar a la verdad:

"Diremos que todo lo verdadero, sea quien quiera el que lo diga, proviene del Espíritu Santo, como del que infunde la luz natural, y mueve a entender y a decir la verdad." (20)

Si bien no somos no somos nosotros los encargados de esta tarea, destinada de suyo a pensadores egregios, nos atrevemos a presentar a modo de aproximación algunos ejemplos que pueden dar luz a los que pretendemos demostrar.

Algunos ejemplos de la ‘historia acédica’

Si en primer término pensamos la historia patria nos preguntamos cómo es posible explicar, sino a través de la acedia, la expulsión de los Padres de la Compañía de Jesús de América por la acción de los masones que ‘asesoraban’ a Carlos III.

Y, ¿qué otra cosa sino acedia fue la influencia de la masonería ilustrada en los albores de la independencia de la Madre Patria? Otro tanto habría que decir de la lucha de los impíos unitarios que, desde Chile, Uruguay o a bordo de la fragatas anglo-francesas, combatieron al último de los príncipes cristianos que fue Don Juan Manuel de Rosas.

Y ni que hablar de las inicuas ‘leyes laicas’ de la perniciosa generación del ’80 que instituyeron la escuela sin Dios y dieron comienzo a la destrucción sistemática y organizada de la familia a través del nefando ‘matrimonio civil’.

Y, ¿no ha sido acedia la progresiva destrucción de la virtud del patriotismo en la historia de la educación argentina?

Mucho más, además de estos sencillos y poco meditados ejemplos, puede decirse de la historia universal, especialmente la del último siglo pues "el siglo XX podrá pasar a la historia como un siglo de acedia, de odio a Dios en la figura de sus creyentes más pequeños (Mt 25,31ss) (21)."

Si, como ha quedado dicho, en lo teológico la acedia se constata en la herejía naturalista, en lo histórico ideológico se verifica en la llamada ‘civilización de la inmanencia’.

"...hay contrariedad entre el inmanentismo y tradición cristiana - señala Caturelli -, si se entiende por inmanencia el acto de quedar, permanecer en, de residir en un ser dentro del cual también tiene su término (como el Espíritu hegeliano, la realidad del positivismo, la materia en el marxismo), entonces se vuelve imposible la trans - misión de una Tradición que tiene por fuente a Dios trascendente...(22) "

¿No es esto expresión, y seguimos con los ejemplos, de lo que fue la Revolución Francesa o lo que implicó el demoniacamente infestado régimen soviético? ¿No se encuentra aquí retratada la España sangrante bajo los rojos (según la conocida expresión del P. Meinvielle) o la persecución masónica en Mexico o la masacre comunista en la Rumania de Codreanu o la Argentina de los años setenta? El comunismo, en sus diversas formas, implica un "intento demoníaco de abolición de la fe cristiana (23)" y en ese sentido no hay expresión mayor de lo acédico.

La acedia puede explicarnos, y de hecho lo hace, todas las persecuciones sufridas por los cristianos en 2000 años de historia de la Madre Iglesia y, muy especialmente, la de los últimos doscientos años.

La bases de esta inmanencia que se hace civilización se encuentran, como sugiere Caturelli, en varias posiciones ideológicas pero es en el pensamiento del marxista italiano Antonio Gramsci en el que se verifica con claridad la pretensión de la Revolución moderna. El planteamiento gramsciano reduce el marxismo a su núcleo fundamental, lo exhibe como religión de la inmanencia, es decir, completamente opuesto al más mínimo atisbo trascendente.

Pero, ¿qué decir entonces de la actual realización del satánico Nuevo Orden Mundial con su "mesianismo inmanentista, su rechazo del nacionalismo, su concepción del mundo como circuito manipulable y su homogeneización compulsiva (25)"? Este Nuevo Orden, cuyas notas esenciales profetizara admirablemente Soloviev en su Breve relato sobre el anticristo, no es más que otra manifestación de aquella ‘civilización de la inmanencia’ que mentáramos, una forma más de resistencia al Espíritu que "como la Serpiente, cambia de piel, pero sigue siendo la misma (25)."

En esto pocos ejemplos creemos realizar una apretada síntesis de lo que representa la civilización de la acedia con toda su confusión, su oscurecimiento del Ser y de los seres y sus inversiones satánicas. La acedia explica el mundo del Príncipe de lo heteróclito (26).

Caridad e historia

Hasta aquí hemos reseñado al investigador católico historiando la acedia pero resulta necesario aclarar que su misión no puede reducirse a este menester pues eso implicaría brindar una imagen tenebrosa y oscura, y por lo mismo falsa, de la historia. En este sentido consideramos que la necesidad de hacer una historia de la acedia resulta análoga a aquella que precisaba San Juan Crisóstomo a los cristianos de Antioquía: "No es para mi ningún placer hablaros del diablo, pero la doctrina que este tema me sugiere será para vosotros muy útil (27)"

Pero por lo dicho no podemos soslayar el hecho de que la vocación del historiador católico se completa, como enseña el P. Bojorge, con el examen de lo sucedido en la historia con las virtudes teologales y, en particular, ‘con el gozo católico de la caridad’. Es a él a quien le corresponde contribuir con una historia de la caridad participando así en la formación de una civilización de la caridad. Y esta civilización de la caridad que señalamos debe ser analógicamente transpuesta a la realidad de la Iglesia en su doble dimensión temporal y sobrenatural, pues es en ella en la que los hombres encuentran todos los medios para la consecución de su fin último, esto es, Dios mismo.

"La palabra caridad - señala el P. Bojorge en otro de sus libros - como tantas otras del lenguaje de la tradición católica, se ha desgastado, sometida a la ingeniería del lenguaje de los enemigos de la fe y a los abusos del discurso hipócrita, que invoca la palabra con mentira." (28)

La caridad, nos recuerda el jesuita retomando al Angélico, "es amor de amistad con Dios". Es el amor que nos alegra por el bien espiritual del otro y nos entristece por su mal.

Santo Tomás llama a la caridad forma de todas las virtudes y esto no porque su esencia se confunda con la de éstas, que tienen su esencia distinta y propia, sino porque "la caridad, en cuanto tiene por objeto el último fin, mueve las otras virtudes a obrar (29)."

La historia que mentamos no es otra que la de los santos y héroes que pueblan el tránsito de los hombres en constante tensión hacia Dios Padre. Es la historia de los que surcan el tiempo por encima del espíritu del mundo que propone un extraviado ‘éxtasis hacia abajo’ para, saliéndose de sí mismos en el verdadero éxtasis, tender a Dios en el amor a El y a los otros. Es, en fin, la historia de los que provistos de la ‘audacia evangélica’ se abandonan a la Providencia en el olvido de sí mismos.

Por esto el historiador católico tiene que saber que de nada sirven las técnicas, los métodos y la tecnología si antes no existe la plena contemplación del ejemplo de los mártires, los héroes, los santos que lo han dado todo en la defensa indeleble de la Verdad. Y antes de conocer las estadísticas, las largas duraciones, las estructuras, los recuentos de toda jaez y las misérrimas microhistorias, el historiador católico debe reconocer como materia prima esencial las ‘leyendas, las canciones y los poemas’, como quería el P. Castellani (30).

Esto es lo que la historia rescatada de las manos espurias que hoy la subyugan, la vera magistra vitae, debe narrar. La historia de la caridad, del amor a Dios. Por eso es que Caponnetto insiste en el carácter epidíctico de la historia, en la exaltación del arquetipo de los mejores, reflejo del Arquetipo Divino, para su imitación como forma de salvación. El hacer hincapié en el género epidíctico implica lo que venimos procurando subrayar como tarea ínsita al historiador católico, esto es, el "discernir equitativamente entre justos y ruines; no según conveniencias o pareceres personales, ni mucho menos por impresiones del momento, sino por la constatación de una habitualidad para las acciones ennoblecedoras o funestas; esto es para la virtud o para el vicio (31)."

Para que esto sea posible es necesario recurrir a los parámetros que la misma Caridad nos ofrece o, para mejor decirlo, referenciarse en las obras de la caridad que se brindan en clara contraposición a la praxis de la acedia.

En este mismo sentido, es menester reconocer que esta historia de la Caridad no es inteligible sino se referencia en la Gracia que la hace posible. Sin la gracia sanante y elevante de Dios, ¿qué sería de la caridad que, como virtud infusa, hace de los hombres seres capaces de Dios?

"La gracia en sí considerada - enseña Santo Tomás - perfecciona la esencia del alma, participándole cierta semejanza con el ser de Dios. Y así como de la esencia del alma fluyen sus potencias, así de la gracia fluyen a las potencias del alma ciertas perfecciones que llamamos virtudes y dones..." (32)

De poco vale entonces historiar las acciones de héroes y santos sino se entiende que la moderación personal de sus facultades superiores son fruto de la Gracia santificante de Dios Nuestro Señor. Es preciso insistir en esto: si el historiador católico no reconoce la acción sobrenatural en la historia su narración de las acciones heroicas no encontrará mayor sentido pues no habrá podido eludir el naturalismo pervertidor de la historia.

"Cristo está en su casa en la historia - señala magistralmente el P. Guéranger - es pues muy simple que no se la pueda explicar sin El, y que con El ella aparezca en toda su claridad y en toda su grandeza." (33)

Ante esta insoslayable evidencia, subrayada a través de los siglos por la enseñanza incontrovertible del Depósito de Fe, ¿cómo puede hacerse el distraído el católico historiador y malversar la historia ocultando la Providencia de Dios que está presente en todo lo creado, desde las leyes físicas y los principios morales hasta las extraordinarias intervenciones milagrosas?

"La historia – enseña Samuel W. Medrano – es camino, es pasaje, es etapa del hombre que marcha al supremo fin. La empuja o la tuerce la libertad del hombre, pero la gobierna y la sostiene la Providencia de Dios." (34)

Claro que resultaría tan imprudente no reconocer las dificultades que conlleva el sostener hoy una historia de este talante cómo iluso negar las persecuciones de todo tipo que su prosecución implica, pero, ¿es que acaso hay otra alternativa? Lo otro no sería más que dimisión, elegante mentira acomodaticia y, al cabo, mera apostasía. Diamantinamente lo enseñó Miguel de Cervantes Saavedra: "La historia es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está Dios, en cuanto verdad (35)." El camino que se le presenta al historiador, con los matices propios de quien vive en una patria y atento a su fisonomía espiritual se ocupa especialmente de historiarla, está ya trazado por la mano maestra de los que, como San Agustín o Bossuet, supieron develar en la historia el fino trazo de la obra de Dios Nuestro Señor. Y precisamente por ello, como señala el P. Guéranger, "... es posible exponerse en el seguimiento de tales hombres a los fútiles juicios del naturalismo contemporáneo (36)."

Esta historia de la Caridad que subrayamos, la de los héroes y los santos, tiene un Protagonista principal, el paradigma de lo santo y lo heroico: Nuestro Señor Jesucristo. El es el modelo en el que debe contrastar el historiador a los protagonistas de la historia: si a El emulan, son héroes y santos, y si a El contrarían, son impíos que recorren la historia agolpados en las huestes del non serviam.

"La historia de este mundo – afirma Podestá en nuestro auxilio – desde la Resurrección de Jesucristo, no es sino el escenario cambiante y circunstancialmente diferente, en donde cada hombre tendrá que hacer su opción: o por cerrase en la inmanencia, en el egoísmo triforme, en la concupiscencia, en la divinización de lo humano y lo terreno; o consagrarse, en éxtasis de fe, esperanza y caridad, como ofrenda a Dios mediante la Misa de Jesucristo." (37)

Y, aún a riesgo de ser repetitivos, insistimos en el hecho de que la historia de la civilización de la caridad debe correr paralela a la de Iglesia. No decimos que sean lo mismo pero sí que sin la Iglesia, en su doble carácter de natural y sobrenatural, la acción de los héroes y santos, no posee marco para su comprensión (38).

Y puestos ante la exigencia de brindar someros ejemplos de esta posible y necesaria historia de la caridad es dable mentar, es lo primero que viene a nosotros, la peripecia civilizadora y salvífica de España y la Iglesia en América. Con sólo pensar en un continente acerrojado por el influjo del demonio hasta el punto de ser una verdadera civitas diaboli, redimido por la acción y la sangre de los héroes y santos divinamente inspirados, tendremos un ejemplo acerca de lo que esta historia de la caridad significa. Sería una osadía de nuestra parte negar que egregios historiadores se han ocupado esta misión, mas es preciso pensar en esta labor historiográfica desde una perspectiva inédita en estos estudios, la de la formación de la civilización de la caridad.

Y si hemos de seguir proponiendo ejemplos, ¿por qué no recordar el ya clásico de la batalla de Lepanto en la que Nuestra Señora intercedió, gracias a la oración del Santo Rosario, para la victoria sobre los infieles? Y María presente en la Reconquista de España y en la conquista de América acompañando el derrotero del misionero y el conquistador. Y también María en las batallas de Salta, Tucumán y las del Alto Perú. ¿Cómo ha de obviar semejante presencia el historiador que ama la verdad?

Pensemos, continuando esta modesta aproximación, en Santa Juana de Arco y su papel salvífico y mediador en el combate entre las milicias de la Francia católica y la soldadesca que hizo las veces de vanguardia del Maligno.

¿Y los mártires de Cristo Rey? ¿Y el P. Pro? ¿Y el ‘maistro’ Anacleto?: ¡Cuanta caridad en un par de arquetipos! ¡Cuanta santidad y heroísmo en una sola gesta!

Y entre nosotros, ¿cómo no recalcar la acción de Rosas en el sostenimiento de la Cristiandad que en la patria se consolidaba? El Príncipe Cristiano que fue Don Juan Manuel representa un arquetipo que no deja entrever duda alguna cuando se recuerda, en palabras de Antonio Caponnetto, que siempre fue fiel a la doble consigna patria: "de pie frente a los poderosos de la tierra, y de rodillas ante Cristo Rey, Señor del Universo".

Estos y muchos otros ejemplos han de servir al historiador como punto de partida para esta historia de la caridad contrapuesta a la historia de la acedia. Lo primero que debe respetar son aquellas leyes que tan magníficamente recalcó León XIII: "la primera ley de la historia es no atreverse a mentir; la segunda no temer decir la verdad."

A modo de conclusión

Al concluir este trabajo, no más que una mera aproximación a este tema esencial, podemos mencionar varias cuestiones a modo de colofón:

La civilización de la caridad es aquella a la que aspiramos, la que nos es prometida y que es de aquí y de allá, la Ciudad de Dios a la que se llega a través de la Iglesia de Cristo. La civilización de la acedia es la que nosotros conocemos y padecemos. Ambas están en franca lucha que se plasma en lo político y lo histórico. La una es la que acepta las "programaciones extrasomáticas e hipercósmicas sobrenaturales de Cristo (y es) capaz de rectificar individuos y sociedades en el amor sobrenatural a Dios y al prójimo, sanando el desorden de las concupiscencias" y la otra la que "hará culto del hombre cerrado en sí mismo e incluso justificará ideológicamente mediante las diversas gnosis sus desordenadas libidos (39)."

Ya expresamos que la civilización de la acedia es posible por el pecado personal y que no puede ni debe reducírsela a las consabidas estructuras de pecado. Del mismo modo debe entenderse a la mentada civilización de la caridad pues ella es plausible merced al testimonio personal de cada cristiano. Es cada uno quien, robustecido en los hábitos virtuosos, puede aportar en la consolidación de la ciudad de la Caridad, la Ciudad de Dios, a un tiempo terrena y celestial. A ella hace referencia San Agustín cuando comenta la importancia de las acciones humanas:

"El arquitecto usa andamios provisionales para construir una morada duradera. Del mismo modo las obras de los hombres son instrumentos temporales, artificios mortales por medio de los cuales se edifica illud quod manet in aeternum." (40)

Para que esta excelencia personal, esta aristocracia inefable sea posible está, como ya hemos señalado, la gracia santificante de nuestro Señor. Mas también debe accederse a dos condiciones: la primera, que señaláramos más arriba, es la pertenencia a la Iglesia Católica, apostólica y romana, pues la posibilidad de la salvación se encuentra, de modo ordinario, en ella. Y la segunda es la intercesión de la Madre de Dios y Madre Nuestra que, siempre al auxilio de los cristianos, promete la declinación definitiva de la ciudad del diablo y la vindicación de la ciudad de Dios. Esto es lo que admirablemente indica el P. Sáenz:

"Y sobre el telón de la imagen de venerable de Cristo, el Arquetipo más excelso en esta tierra, contemplemos a los santos y a los héroes, y por sobre ellos contemplemos a María Santísima, la Reina de los santos y la Heroína por antonomasia, a la que no en vano las letanías lauretanas llaman mater admirabilis." (41)

A ello hace referencia también el P. Bojorge cuando enseña la importancia de Nuestra Señora, en su advocación de Fátima, en el combate contra la civilización de la acedia:

"Fátima es una respuesta divina en la que, imitando a Dios, los suyos podemos aprender cómo de ha de responder a la acedia histórica, militante y organizada, la acedia programática del Príncipe de este mundo y de las Tinieblas, la de sus agentes y sus colaboradores conscientes, y la de las multitudes de los que ‘no saben lo que hacen’".(42)

La historia de la caridad que tan perentoria resulta será la que obre de verdadera maestra para las generaciones que realizan este camino hacia el Señor. Para ellas está el ejemplo indeleble de los hombres que han seguido las huestes de Jesucristo y María como protagonistas de la historia que los futuros historiadores podrán cantar. La historia de los que los que "tendrán en su boca la espada de dos filos de la palabra de Dios; llevaran sobre sus espaldas el estandarte ensangrentado de la Cruz; el crucifijo en la mano derecha, el rosario en la izquierda, los nombres sagrados de Jesús y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y la mortificación de Jesucristo (43)".

Por todo lo hasta aquí mencionado es perentoria la respuesta a esta vocación de historiar la Caridad, esto es, historiar la verdad pues como enseñara Casiodoro: Tot enim vulnera Satanas accipit quot antiquarius Domini verba describit, "las palabras del historiador del Señor son heridas infligidas al diablo".

·- ·-· -··· ·· ·-··
Sebastián Sánchez

Notas

1 .- Horacio BOJORGE: En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia, Buenos Aires, Lumen, 1999, pp. 11-12.
2 .- CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: n° 2094.
3 .- Cf. Miguel Angel FUENTES V.E: "La pereza y la acedia", en: Diálogo, 2° época, n° 27, p. 6.
4 .- Cf. De malo, 11,3 sed contra 1°.
5 .- BOJORGE: En mi sed..., p.15.
6 .- Idem, p.16.
7 .- Fray Armando DIAZ,O.P.: Los ángeles y el demonio del mediodía, Santa Fe, Centro de Estudios San Jerónimo, 1996, p. 99.
8 .- Idem, p. 114.
9 .- San AGUSTÍN de HIPONA, citado por DIAZ: Op. Cit. p., 121.
10 .- Horacio BOJORGE: Mujer, ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia, Buenos Aires, Lumen, 1999, p. 31.
11 .- Santo TOMÁS de AQUINO: Suma theologica, I, c.63, 3.
12 .- BOJORGE: En mi sed..., p. 79.
13 .- Idem., p. 80.
14 .- Análisis aparte merece la cuestión de la disolución del pecado que ya ha sido tratada por pensadores egregios de la importancia de Tihamér Toth, Josef Pieper o Joseph Ratzinger por mencionar sólo a algunos. Para comprender la terrible desviación teológica que implica reducir el pecado al 'pecado social' o a las 'estructuras de pecado' puede verse el documento de la CONGREGACION de la DOCTRINA de la FE: Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la liberación, especialmente n° 14-15. En lo concerniente al estructuralismo en el ámbito de las ciencias humanas, y la consiguiente desaparición del hombre de las mismas, véase: José M. IBAÑEZ LANGLOIS: Sobre el estructuralismo, Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, 1983.
15 .- BOJORGE: En mi sed..., p. 80.
16 .- Horacio BOJORGE, S.J.: "Fátima y la civilización de la acedia", Conferencia brindada en la Casa de Nuestra Señora de Fátima, Cooperadores de Cristo Rey, Fisherton, Rosario, 14 de mayo de 2000.
17 .- Suficientemente atestados de los desvíos del inmanentismo historicista estamos como para no reconocer la imperiosa necesidad de mirar la historia con la teología y la filosofía como permanentes auxilios. Pero también sabemos reconocer el lugar que la historia como disciplina tiene en la jerarquía arquitectónica del saber atentos a lo que ya señalara Gilson en La inteligencia al servicio de Cristo Rey: "¿de cuantos falsos pasos se hubieran salvado historiadores y sabios, Si hubieran escuchado la voz de la Iglesia cuando les advertía que estaban excediendo los límites de su competencia?".
18 .- Antonio CAPONNETTO: Poesía e historia. Una necesaria vinculación, Buenos Aires, Nueva Hispanidad Académica, 2002, p. 43. Asimismo véase del mismo autor: Los arquetipos y la historia, Buenos Aires, Scholastica, 1991; obra fundamental para comprender las desviaciones actuales de la historia y sus remedios centrados en la noción de arquetipo.
19 .- Dom GUERANGER: El sentido cristiano de la historia, Buenos Aires, Iction, 1984, p. 54.
20 .- Santo TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica, II, I, c. 59, I.
21 .- Horacio BOJORGE: "Fátima y..." .
22 .- Alberto CATURELLI: La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy, Buenos Aires, Almena, 1974, p. 15.
23 .- BOJORGE: "Fátima y ..."
24 .- Cf. Antonio CAPONNETTO: Nueva Era de Acuario y Nuevo Orden Mundial, Buenos Aires, Scholastica, 1995.
25 .- BOJORGE: "Fátima y..."
26 .- Tomamos la expresión del libro de Monseñor Victorio BONAMIN: El diablo en la vida de Don Bosco, Buenos Aires, Dictio, 1979.
27 .- San Juan CRISÓSTOMO: De diabolo tentatore, citado por SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Fe cristiana y demonología, L' Obsservatore Romano, Edición castellana, 20 de julio 1975.
28 .- Horacio BOJORGE: El lazo se rompió y volamos. Vicios capitales y virtudes, Buenos Aires, Lumen, 2001, p. 71.
29 .- Santo TOMAS DE AQUINO: Summa theologica, II,I, c. 64,5.
30 .- Cf. Leonardo CASTELLANI: El ruiseñor fusilado. El místico, Buenos Aires, Penca, 1952, pp. 27 y ss.
31 .- CAPONNETTO: Poesía e historia..., p. 70.
32 .- Santo TOMÁS de AQUINO: Summa Theologica, III, c. 62,2; citado por José RIVERA - José María IRABURU: Síntesis de la espiritualidad católica, Pamplona, Gratis date, 1991, p. 137.
33 .- GUÉRANGER: Op. Cit, p. 22.
34 .- Samuel W. MEDRANO: Construcción de la Cristiandad en la Argentina, Buenos Aires, Adsum, 1940, p. 62.
35 .- Miguel de CERVANTES SAAVEDRA: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, México, Porrúa, 1998, II, II, p. 332.
36 .- Idem., p. 26.
37 .- Gustavo PODESTÁ: "El fin de la Historia desde la Teología", en AAVV: El fin de la Historia más allá de Fukuyama, Buenos Aires, Oikos, 1993, pp.132-133.
38 .- Si insistimos en esto es porque entrevemos el riesgo de que el enemigo retome esta noción de civilización para transformarla en cosa enteramente contraria como por ejemplo la nueva sociedad humana propuesta en la satánica Carta de la Tierra presentada por Gorbachov como el 'reemplazo de los 10 mandamientos'.
39 .- Ibid.
40 .- San AGUSTÍN DE HIPONA: Sermo CV, citado por Rubén CALDERÓN BOUCHET: Esperanza, historia y utopía, Buenos Aires, Dictio, 1980, p. 64.
41 .- Alfredo SÁENZ: Héroes y santos, Buenos Aires, Gladius, 1993, p. 22.
42 .- BOJORGE: "Fátima y..."
43 .- San Luis MARÍA GRIGNIÓN de MONTFORT: Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, Buenos Aires, Lumen, n°59.

Bibliografía

  • AAVV: El fin de la Historia más allá de Fukuyama, Buenos Aires, Oikos, 1993.
  • San AGUSTÍN DE HIPONA: La Ciudad de Dios, Buenos Aires, Club de Lectores, ..., II tomos.
  • Horacio BOJORGE: En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia, Buenos Aires, Lumen, 1999
  • Horacio BOJORGE: Mujer, ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia, Buenos Aires, Lumen, 1999.
  • Horacio BOJORGE: El lazo se rompió y volamos, Buenos Aires, Lumen, 2001.
  • Monseñor Victorio BONAMIN: El diablo en la vida de Don Bosco, Buenos Aires, Dictio, 1979.
  • CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA.
  • Rubén CALDERÓN BOUCHET: Esperanza, historia y utopía, Buenos Aires, Dictio, 1980.
  • Antonio CAPONNETTO: Hispanidad y leyendas negras. La Teología de la Liberación y la historia de América, Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2001, 2° ed.
  • Antonio CAPONNETTO: Nueva Era de Acuario y Nuevo Orden Mundial, Buenos Aires, Scholastica, 1995.
  • Antonio CAPONNETTO: Poesía e historia. Una necesaria vinculación, Buenos Aires, Nueva Hispanidad Académica, 2002.
  • Leonardo CASTELLANI SJ.: El ruiseñor fusilado. El místico, Buenos Aires, Penca, 1952.
  • Alberto CATURELLI: La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy, Buenos Aires, Almena, 1974.
  • Fray. Armando DIAZ, O.P.: Los ángeles y el demonio del mediodía, Santa Fe, Centro de Estudios San Jerónimo, 1996.
  • Miguel Angel FUENTES, .VE.: "La pereza y la acedia", en: Dialogo, 2° época, N°27.
  • San Luis MARÍA GRIGNIÓN de MONTFORT: Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, Buenos Aires, Lumen, 1997.
  • Dom Prosper GUERANGER: El sentido cristiano de la historia, Buenos Aires, Iction, 1984.
  • Clive S. Lewis: El perdón y otros ensayos cristianos, Santiago, Andrés Bello, 1998.
  • Samuel W. MEDRANO: Construcción de la Cristiandad en la Argentina, Buenos Aires, Adsum, 1940.
  • Alfredo SÁENZ: Héroes y santos, Buenos Aires, Gladius, 1993.
  • SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Fe cristiana y demonología, L’ Obsservatore Romano, Edición castellana, 20 de julio 1975.
  • Santo TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica, Buenos Aires, Club de lectores, 1988 (1948).
 


Revista Arbil nº 76

La página arbil.org quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina

"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil

El contenido de estos artículos no necesariamente coincide siempre con la línea editorial de la publicación y las posiciones del Foro ARBIL

La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del público siempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen.

Foro Arbil
Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. G-47042924
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)

ISSN: 1697-1388


No compres en festivos

Excepto en caso de necesidad en días festivos haz solo uso de los establecimientos de ocio.
Comprando en festivos potencias que tengan que trabajar los empleados de grandes almacenes y superficies comerciales y esclavizas a los pequeños comerciantes que no pueden pagar empleados extras, dificultando que todos ellos descansen, hagan vida familiar y santifiquen las fiestas, así como se anula la singularidad social de la Festividad o del Domingo