El catolicismo ha vivido distintas épocas, pero en las más recientes ha sufrido varias persecuciones que han devuelto a sus comunidades los ejemplos del martirio, como en los primeros tiempos en Roma. Sin embargo, la respuesta ejemplar que tuvo la Iglesia española con el martirio sufrido en 1936 y después por las distintas iglesias de la Europa del Este no se podría entender sin el episodio anticipador de México. En esta ocasión, será el nuevo continente quien enseñe al viejo el comportamiento de los jóvenes católicos surgidos de las enseñanzas de León XIII en la Rerun Novarum. La persecución sufrida por los católicos mexicanos puso a prueba la madurez de sus creencias y la consolidación de las asociaciones de seglares surgidas en el espíritu de la Rerun Novarum de León XIII. El catolicismo social que impregno Europa y preparó la base nutricia de una sociedad católica viva que dará sus frutos en el Concilio Vaticano II, tuvo su prueba martirial en México. La difícil prueba que tuvo la jerarquía y la sociedad mexicana sirvieron posteriormente, evitando los errores, para el ejemplar comportamiento de la Iglesia española en la guerra de 1936-1939 y después, ambas experiencias servirán para preparar a la Iglesia del silencio de la Europa del Este. La madurez de la sociedad mexícana estaba derivada por el protagonismo creciente del asociacionismo seglar católico, surgido del espíritu del catolicismo social. La formación recibida será determinante para que los estudiantes católicos estuviesen preparados para afrontar el martirio, si fuese necesario, y también para organizar la vanguardia, pero también la retaguardia, de la rebelión armada, donde las mujeres fueron protagonistas activas, desmintiendo el falso machismo existente en el catolicismo. México, hijo del catolicismo desde sus orígenes En 1810, con el grito del cura Miguel Hidalgo: «¡Viva Fernando VII y muera el mal gobierno!», se inicia el proceso que culminaría con la independencia de México. El triunfo del golpe de estado protagonizado por Rafael Riego en Cabezas de San Juan (Cádiz) que busca la instauración del primer régimen constitucional en España desbarata la expedición que iba a ir a socorrer a Argentina y se evacua la de Venezuela. El nuevo régimen relativista español provocará que en México, los vencedores de los independentistas sean quienes prefieran un México independiente cercano al catolicismo, que seguir vinculados a una España liberal. Tras el breve gobierno del emperador Agustín de Itúrbide (1821-24), rechazado por el liberalismo y asesinado por fusilamiento, se proclama la República en 1824. En 1855, se desata la revolución liberal con toda su virulencia con Benito Juárez (1855-72), de Oaxaca, quien había aprendido a leer y escribir con un carmelita. Sin embargo, dedicado a la política y miembro de una logia norteamericana, es el hacedor de la Constitución de 1857, de orientación liberal, y las Leyes de Reforma de 1859, una y otras abiertamente contrarias al catolicismo, propugnando la supresión de las órdenes religiosas, la secularización y venta de los bienes de la Iglesia, la supresión de la Compañía de Jesús. La Reforma liberal de Juárez, como en Europa, sirvió con la venta de comunales para empobrecer a los campesinos y enriquecer a una clase propietaria terrateniente. Durante tres años (1864-67) México se transformará en Imperio con Maximiliano Habsburgo, quien se mantendrá en el poder por la presencia militar francesa de Napoleón III. Sin embargo, el emperador mejicano morirá fusilado con los principales jefes militares conservadores. El sucesor de Juarez, vencedor con apoyo americano del imperio, será Sebastián Lerdo de Tejada (1872-76). Quien acentuará la persecución religiosa y favorecerá la difusión del protestantismo. Estos hechos son los que provocarán la guerra de los Religioneros (1873-1876), precedente de los cristeros. El general Porfirio Díaz desencadenó una revolución que le llevó al gobierno de México durante casi 30 años: hasta 1910. En ese largo período ejerció una dictadura de orden y progreso, con inversores extranjeras, sobre todo norteamericanas. Por lo demás, el liberalismo del Porfiriato dejó vigentes las leyes persecutorias pero sin aplicación. La revolución mexicana La revolución del general Venustiano Carranza, que le llevó a la presidencia (1916-20), se caracterizó por la dureza de su persecución contra la Iglesia. La orientación anticristiana del Estado cristalizó finalmente en la Constitución de 1917, realizada en Querétaro por un Congreso constituyente formado únicamente por representantes carrancistas. Las Leyes establecían la educación laica obligatoria (art.3), prohibía los votos y el establecimiento de órdenes religiosas (5), así como todo acto de culto fuera de los templos (24) y prohibía la existencia de colegios, conventos, seminarios, obispados y casas curales (27). Con el gobierno del general Obregón (1920-24), la persecución fue mayor, se llegó incluso a atentar con una bomba en el altar de la Virgen de Guadalupe. Pero nada será comparable con el mandato del general Plutarco Elías Calles (1924-29). Quien expulsa a los sacerdotes extranjeros, sanciona con multas y prisiones a quienes den enseñanza religiosa o establezcan escuelas primarias, o vistan como clérigo o religioso, o se reúnan de nuevo habiendo sido exclaustrados, o induzcan a la vida religiosa, o realicen actos de culto fuera de los templos e incluso se intenta crear una Iglesia cismática mexicana. Los Obispos mexicanos, en una enérgica Carta pastoral (25-7-1926), protestan manifestando su decisión de trabajar para que ese Decreto y los Artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados. A los pocos días, el 31 de julio, y previa consulta a la Santa Sede, el Episcopado ordena la suspensión del culto público en toda la República. Inmediatamente, una docena de Obispos, entre ellos el Arzobispo de México, son sacados bruscamente de sus sedes, y sin juicio previo, son expulsados del país. La Guerra Cristera La reacción del pueblo fue la revuelta armada. La primera provocación grave fue el asesinato del cura de Chalchihuites y de tres seglares católicos con él. Este hecho provocó en Zacatecas el primer foco armado. Y en seguida en Jalisco, en Huejuquilla, donde el 29 de agosto el pueblo alzado da el grito de la fidelidad: ¡Viva Cristo Rey! Entre agosto y diciembre de 1926 se produjeron 64 levantamientos armados, espontáneos, aislados, la mayor parte en Jalisco, Guanajuato, Guerrero, Michoacán y Zacatecas. Al frente del movimiento, para darle unidad de plan y de acción, se puso la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, fundada en marzo de 1925 con el fin de defender los derechos de los católicos. El 18 de diciembre de 1926, el Papa en su encíclica Iniquis afflictisque, denuncia los atropellos sufridos por la Iglesia en México. No obstante, las reticencias de la Jerarquía para apoyar a los cristeros iban creciendo. En ese sentido aprobaron la rebelión armada los Obispos Manríquez y Zárate, González y Valencia, Lara y Torres, Mora y del Río, y estuvieron muy cerca de los cristeros el Obispo de Colima, Velasco, y el arzobispo de Guadalajara, Orozco y Jiménez, quienes, con grave riesgo, permanecieron ocultos en sus diócesis, asistiendo a su pueblo. Siendo de opinión contraria Ruiz y Flores y Pascual Díaz. La rebelión cristera creció sin armas y sin financiación, gran parte de su éxito fue a la organización de las mujeres. Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco se encargaron de repartir propaganda, llevar avisos, acoger prófugos, cuidar heridos y aprovisionar a los combatientes de alimentos y armas. A mediados de 1928 los cristeros, con 25.000 hombres en armas, tenían mejor moral y disciplina, y operando en pequeños grupos. Después de tres años de guerra, se calcula que en ella murieron 25.000 o 30.000 cristeros, por 60.000 soldados federales. Pero la victoria era imposible para cualquiera de los dos bandos. El embajador norteamericano Dwight Whitney Morrow, deseoso determinar la guerra de manera favorable al gobierno, favoreció una negociación con los obispos más alejados de las premisas de los cristeros, Mons. Ruiz y Flores y Mons. Pascual Díaz y Barreto. Ambos fueron traídos de los Estados Unidos a México e incomunicados. Sólamente consiguieron del Presidente unas palabras de conciliación, pero sin retirar nada de la legislación anticatólica. El resultado final fue la autodisolución del ejército cristero y la vuelta a la vida civil de sus componentes, confiados en la negociación llevada a cabo por los dos obispos con el gobierno. Sin embargo, conseguida la paz, el gobierno inició la caza del hombre y se calcula en 1.500 víctimas, de las cuales 500 jefes, desde el grado de teniente al de general fueron asesinados. De esta manera, el movimiento cristero quedaba decapitado y sin posibilidad de poder iniciar una nueva rebelión armada. En cuanto al clero se barajan cifras de 46 sacerdotes diocesanos ejecutados en el tiempo de la guerra. Muchos de estos curas pertenecían a la archidiócesis de Guadalajara (Jalisco, Zacatecas, Guanajuato) o a la diócesis de Colima, pues sus prelados, Mons. Orozco y Jiménez y Mons. Velasco, permanecieron en sus puestos, con buena parte de su clero. El 22 de noviembre de 1992, Juan Pablo II beatificó a veintidós de estos sacerdotes diocesanos, destacando que "su entrega al Señor y a la Iglesia era tan firme que, aun teniendo la posibilidad de ausentarse de sus comunidades durante el conflicto armado, decidieron, a ejemplo del Buen Pastor, permanecer entre los suyos para no privarlos de la Eucaristía, de la palabra de Dios y del cuidado pastoral". Entre los más famosos mártires mexicanos, estaba el padre jesuita Miguel Agustín Pro Juárez, beatificado por el papa Juan Pablo II el 25 de setiembre de 1988. A diferencia de los sacerdotes antes recordados, él estaba en la ciudad de México, por orden de sus superiores, dedicándose ocultamente al apostolado. Con ocasión de un atentado contra el presidente Obregón, fueron apresados y ejecutados los autores del golpe, y con ellos fueron también eliminados el padre Pro y su hermano Humberto. La iglesia Católica en México ha conseguido un cierto reconocimiento y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado mexicano y el Vaticano en 1993. Consecuencias de la guerra cristera El martirio deliberado de los principales jefes católicos del país iberoamericano causará en la iglesia un profundo trauma, esencialmente entre los obispos engañados por el gobierno mexicano. Este sangriento antecedente fue muy llevado en cuenta por la Iglesia Católica en el futuro. En el caso concreto de España, cuando estalle la guerra civil en 1936, se produce un exterminio del clero católico con miles de víctimas y la desaparición total del culto. La Iglesia refugiada en el bando nacional, respaldó la acción de los sublevados. Un grupo de militares habían conseguido movilizar a la gran masa del catolicismo social español, organizado en múltiples organizaciones religiosas, estudiantiles, sindicales, agrarias y obreras. La fuerza del catolicismo organizativo español permitió estructurar un apoyo popular enorme al alzamiento. La Iglesia española, aprendidos los errores del país americano, no consintió, bajo la férula del cardenal Gomá, ningún intento de negociación, sino que apoyo a las nuevas autoridades civiles del bando nacional hasta su victoria final en 1939. Del mismo modo, pasó en la Europa del Este cuando esta quedó en manos de los comunistas. La Iglesia no claudicó, sino que vivió en clandestinidad con una envidiosa salud, hasta que pudo proporcionar el primer Papa venido del frío. La formación permitió una generación dispuesta a organizar al catolicismo para la vida pública e incluso para aceptar el martirio, si fuese necesario. El ejemplo dado, sirvió para que una Iglesia comprometida se mantuviese firme al lado de su pueblo. De esta manera, desde la mayoritaria y católica Polonia, hasta la minoritaria Bulgaria. El catolicismo no claudicó ante el comunismo y sirvió siempre que pudo como ámbito de libertad a la ciudadanía católica. Este ejemplo, causó el martirio de monseñor Bolsikov, cabeza de la Iglesia católica búlgara, pero también sirvió para preparar el terreno de movimientos asociativos contrarios al comunismo e intensamente católicos como el sindicato Solidaridad. La Iglesia polaca, con una combatividad social ejemplar, sin crisis vocacional e intensamente obediente a las directrices de Roma, se convirtió en la mejor referencia, cuando el Espíritu Santo eligió un Papa venido del frío. En 1982, el Papa visitaba una España hundida moralmente y con un recién estrenado gobierno socialista. Desde entonces varios de aquellos jóvenes, son los sacerdotes que en la actualidad están proporcionando una buena formación a miles de jóvenes que están manteniendo un flujo regular de vocaciones y de parejas estables, núcleo de familias cristianas. La importancia de un laicado militante, formado y en plena connivencia con Roma, esta proporcionando que poco a poco se vaya notando el resurgir de una nueva primavera. El ejemplo del pasado, vuelve a ser efectivo hoy, cuando la sociedad española se vertebra y acepta con madurez los retos de la actualidad. Un laicado comprometido que crece en comunión con el clero y que forman juntos una acción en pos de la Salvación.. ·- ·-· -··· ·· ·-·· José Luis Orella |