Por uno de mis artículos, breve pero duro, me premian por intolerante. En este caso, carece de importancia el que los premios se les den a una u otra persona, o a un artículo más o menos duro. Lo exigible es que se diga la verdad; y lo realmente importante, para mi, son los tópicos y frases hechas entre los que nos movemos continuamente, que nos presionan y que determinan inconscientemente nuestras formas de pensar y actuar. Yo recriminaba el comportamiento de dos prosélitos de una secta que exigían poco menos que se les abriese la puerta de casa por narices, y exigían entrar para catequetizar a una familia, que reiteradamente los mandó a freír espárragos. Pensé que con estos intolerantes hay que ser intolerantes. Alguien para justificarse me dice: es que están legalizados. Bueno, también lo están el botellón, el alcohol, el sexo a gogo, y otro montón de cositas legalizadas que con el camelo de la libertad producen más víctimas que la guerra. Numerosas sectas, poco a poco, se están colando en España. Se mueven libremente como Pedro por su casa, y las destructivas están causando más daño que un tornado, una inundación o la peste. Por supuesto, con permiso de la autoridad competente y el beneplácito de los progres y demócratas de toda la vida. Tuve que aclararles que cuando un hombre tolera y transige habitualmente en cuestiones de ideal, de honra o de fe es un hombre sin ideal, sin honra y sin fe. Hoy priva, y es bueno, muy bueno, fomentar la tolerancia; pero, ¡cuidado!, ante algunas conductas, hay que actuar con enérgica intolerancia. La excesiva tolerancia, el continuo levantar la mano, nos ha llevado a la degradación moral de nuestra sociedad, a la ruina de nuestra enseñanza, al desmadre del sexo y de los matrimonios , a elevar a la categoría de ejemplos a los homosexuales, a la riqueza fácil, a los ladrones de guante blanco, a los políticos corruptos. La tolerancia con las nacionalidades ha sido una continua cobardía política que ha llevado a España a una situación muy peligrosa. Pero la intolerancia de estas nacionalidades con España , con los españoles y con todos los que no piensan como ellos es más que ofensiva , ha sido y es mortal para muchos. Quizá sea mejor fomentar la intolerancia legítima no la bastarda- pues la tolerancia, sin más, ya tiene mucha gente que la defiende. De las grandes palabras: tolerancia, cultura, libertad, democracia, paz, se han abusando tanto que han perdido su primitiva significación. Sirven de comodín para todos los que quieren quedar bien sin comprometerse y sin decir nada. Lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Lo importante es no molestar y salir en la foto. Recriminé y seguiré recriminando, con dureza si es preciso, a toda organización o persona que abusando de su poder intente al amparo de la libertad, de la democracia o de la legalidad destruir o degradar las costumbres de nuestra tierra. Nuestras costumbres son las primeras que tenemos que respetar y defender. Las costumbres foráneas, muy respetables, aunque no todas, deben aprender a convivir con las nuestras y adaptarse a ellas, no al revés. Mas vale que tomemos nota de la situación de Francia, Alemania, Inglaterra,
que en esto de cruzar culturas, y otros inventos están ya de vuelta. En la próxima ocasión, para premiar o criticar a tolerantes o intolerantes, no hace falta que expurguen en los periódicos durante un año, basta con asistir a una reunión en el Ayuntamiento , ver en la Tele una sesión del Congreso de Diputados o asistir a un partido de fútbol, donde encontrarán ejemplos de todos los calibres. Yo mismo puedo facilitarles más de una docena de mis artículos bastante aprovechables. Recordemos que el mismo Cristo dio ejemplos, en algunas ocasiones, de intransigencia y de intolerancia. A latigazos expulsó justamente a los mercaderes del templo. Llamó raza de víboras, hipócritas, sepulcros blanqueados y otras lindezas a los fariseos. Y no parece que haya sido cuestionado por nadie. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Alejo Fernández Pérez |