Los filipinos de finales del XIX ya habían luchado lo suficiente por la independencia de su país. Los filipinos de finales del XIX ya tenían los dirigentes económicos, culturales, políticos y militares necesarios para afrontar las necesidades de un Estado moderno. No necesitaban que una nueva potencia extranjera, los Estados Unidos, viniera a sustituir a España. Hubo ingenuidad por parte filipina al pensar que Estados Unidos iba a ayudar a cambio de nada. Podemos imaginar la decepción de la élite filipina cuando, tras el combate de Cavite y la rendición española, los norteamericanos no permitieron que el ejército filipino entrase en Manila. Pero la actitud norteamericana no era nueva: primero se extendieron hacia el Oeste de norteamerica a costa de México (país al que arrebataron la mitad de su territorio). A la vez pusieron los ojos en Cuba. La guerra contra España la aprovecharon para continuar su expansión. No fue una ayuda gratuita a cubanos y filipinos. Incluso el pacífico Puerto Rico fue invadido. Cuando los españoles llegaron a Filipinas, en el s.XVI, no existía un país. Había siete mil islas, sobre las que vivían muchos pueblos diferentes gobernados por multitud de reyes, enfrentados unos a otros. Así, cuando Lapu Lapu combate contra Magallanes, no lo hace contra los españoles, sino contra los aliados de Humabon, rey de Cebú. Lapu Lapu luchó contra la invasión de Mactán por parte de Cebú. No podía luchar por otra cosa. Para él su país, su reino, era Mactán, sólo Macctán. Durante más de trescientos años, los habitantes de las islas fueron "unificados" al depender de la misma Administración, al ser evangelizados por frailes procedentes del mismo país e, incluso, al luchar contra los mismos colonizadores. La presencia del "kastila", la aceptación del mismo o la lucha contra él, unificó a pueblos hasta entonces enfrentados entre sí. En 1898 los nacionalistas de las islas luchaban por un mismo fin: un Estado independiente cuyo territorio fuese el, hasta entonces, ocupado por España. Estados Unidos podría -y debería- haberse conformado con obtener de Filipinas una compensación económica por la ayuda prestada. Incluso con la cesión gratuita de algún puerto para su flota de guerra y comercial (Subic, por ejemplo). Pero no fue así. Impidió a los filipinos hacerse cargo de su propio país, obligandoles al inicio de una dura, durísima, guerra. En lo cultural, el español -dentro de su relativa extensión- era la lengua común para todos los filipinos. Cada pueblo conservaba su propia lengua y el español servía a todos. Por eso Rizal escribió tanto en español. Por eso la primera Constitución filipina se redactó en español. Por eso el himno nacional filipino (la "Marcha Nacional") se cantó en español. Por eso, incluso en los treinta primeros años del XX, el español era la lengua de los comunicados de muchas asociaciones filipinas, las de ex-combatientes entre ellas (1). Los norteamericanos alejaron del poder político, militar, económico y cultural a los primeros dirigentes filipinos, porque la cultura de éstos era española. Y tuvieron que dedicarse a formar en inglés a otros filipinos, a filipinos que admitiesen su invasión. Para Filipinas la situación fue traumática. La intelectualidad de la época, si quería llegar a sus propios compatriotas (las nuevas generaciones eran educadas en inglés) tuvo que ir abandonando el español, o resistir en él, cada vez más aislados. ¿Cuantos periodistas, escritores y políticos filipinos son hoy desconocidos en su propio país, porque el filipino de hoy no sabe español? ¿Cuánta sabiduría, cuántas historias del pasado, cuantas enseñanzas de aquellos primeros filipinos, necesarias para el mejor vivir de los filipinos de hoy, se han perdido por perderse el español en que fueron escritas? ¿Cuánta falta de conciencia nacional filipina, de saber dónde se está y a dónde se va, se debe a no poder leer a aquellos filipinos de finales del XIX y principios del XX? Fue el drama de la re-colonización. El empezar de cero cuando se llevaban más de tres siglos sentando las bases de un presente truncado en 1898. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Agustín Pascual (1) Véase, por ejemplo, "Bicolano Revolutionaries", de Evelyn C. Soriano (Manila, 1999) |