El Augusto Pontífice no manda como los poderes terrenos, por causa de sus popularidades o el uso de la fuerza. El poder del Vicario de Cristo es el ejemplo más elocuente del origen del poder, que viene de Dios como el mismo Dios lo enseñó y proclamó durante su Vida en la tierra y así lo ha enseñado Su Iglesia desde entonces y por la eternidad. Al Papa no se le ama por ser bello o feo, joven o viejo, sonriente o serio, viajero o sedentario. Al Papa se le ama por ser quien es. Se le ama y obedece por ser Cristo en la tierra y porque se ama a Cristo se ama al Papa y porque se obedece a Dios al Papa le obedecemos. Bajo los períodos más oscuros y durante los más luminosos de la historia humana de la Iglesia, esta obediencia amorosa al Papado ha mantenido la unión de la Iglesia. Los gobiernos del mundo, a lo largo de la historia, han tenido en el Papado el modelo perfecto de perfecta organización terrena. Los poderes temporales han visto la necesidad no sólo del genio y las cualidades personales del gobernante, sino de un poder permanente incontestado, formado y sujeto en todo a la doctrina y leyes cristianas, con tal proyección en el tiempo que tanto lo delegado como lo que se ha de delegar se hunda en el terreno fértil de la historia. Es preciso - han visto - que las tareas del gobierno cuenten con tiempo ininterrumpido para ser realizadas, delegadas y continuadas por los monarcas. La bondad de gobierno que el Papado inspira a las naciones temporales reside en la unidad y en la duración, milagrosamente vencedoras de un mundo presa del cambio y de la muerte; en el poder de un Jefe, en quien el amor por sus hijos se identifica y se confunde con el amor por sus sucesores. Para el católico poco importa si el Papa está enfermo o viejo a la hora de besar con devoción sus mandatos. Todos los Papas atraviesan un período previo a la muerte en que sus facultades humanas se ven más o menos disminuidas, y no por ello han sido puestos de lado o escondidos, como la muerte y la vejez son expulsadas de las sociedades modernas. El católico rezará siempre por la salud temporal y sobretodo por la espiritual de su Augusto Pontífice. Sea santo o pecador, de buena o mala doctrina, fiel o infiel a su misión, el Papa es el Vicario de Cristo. San Juan Bosco dio al respecto una lección bellísima bajo las tristes circunstancias que caracterizaron los oscuros y turbulentos primeros tiempos del gobierno de S.S. Pío IX. Primeramente cercano a los principios masónico-liberales - para luego convertirse en un paladín de la fe y la ortodoxia - a días de su elección causaba gran entusiasmo entre los enemigos de la Iglesia, que daban muestras públicas de una "devoción" al papado impensable en ellos. Se saludaban en plena vía pública y llenaban la prensa de la época con innumerables "¡Viva Pío IX!". Le calificaban como magnánimo, humanista, genial. Pero sus halagos no eran por lo bueno de su papado, sino por su cooperación a los planes contra la Iglesia que su filosofía personal no veía en su grado de mal. San Juan Bosco, al ser consultado sobre la norma de comportamiento católico ante las aprensiones de los hijos de la Iglesia y el contentamiento de Sus enemigos, el santo de la infancia respondió diciendo que a sus discípulos aconsejaba responder el saludo liberal de "¡Viva Pío IX!" con un devoto "¡Viva el Papa!". Con ello remarcaba, entonces como ahora, que nuestro amor no tiene causas humanas ni nace de los afectos ni crece por simpatías naturales. Al Papa se le ama, obedece y sirve por ser Cristo mismo en la Tierra. Como monarca, poco importa que esté enfermo, débil o mudo. Su mandato y poder permanece con su persona sagrada hasta el día en que Dios Nuestro Señor le llame al Tribunal de Su Justicia. En unión con el Santo Padre, elevemos nuestras oraciones por el triunfo y exaltación de nuestra Santa Madre Iglesia, para bien y salud del mundo entero ·- ·-· -··· ·· ·-·· Cynthia Caden editora@revistacristiandad.org |