Cuando en 1974 Henry Kissinger, a
la sazón Secretario de Estado norteamericano,
presentó a su gobierno el secreto informe (1)
que lleva su nombre, inició lo que se denomina
doctrina de la seguridad demográfica, no más
que otra forma de nombrar a la cultura de la
muerte.
En ese documento Kissinger explicitó, entre
otras cuestiones esenciales para comprender este
proceso siniestro, la necesidad de apoyar la "promoción
de una campaña de reingeniería social para
provocar cambios culturales y cambiar las
creencias." (2)
La utilización del neologismo reingeniería es
vino viejo en odres nuevos, pues se trata de la
reformulación, en el lenguaje, de los viejos
errores. Pero esta noción se entiende en su
verdadera dimensión si se acude a una cuestión
que la excede, esto es, la Revolución cultural,
método por excelencia de la cultura de la
muerte.
A efectos de explicar cabalmente esta revolución
nos vemos obligados a recurrir al pensamiento de
Antonio Gramsci, una de las luminarias del
marxismo del siglo XX. (3)
De Lenin aprendió Gramsci un importante
apotegma: "Hay que sustituir el asalto
por el asedio".
Aporte valioso para comprender la esencia de la
revolución cultural.
Gramsci comprendió que de nada sirve tomar el
poder por las armas si antes no se ha trastornado
culturalmente a la sociedad civil.
Para tomar el Estado, paso crucial para la
Dictadura del Proletariado, era necesario antes
conquistar a la comunidad mediante el copamiento
de aquellos cuerpos intermedios que le dan vida:
la escuela, los medios de comunicación social,
los sindicatos, la parroquia.
El P. Sáenz, a quien seguimos en parte de estas
reflexiones, describe cómo Gramsci pensó este
proceso a partir de tres etapas, a saber:
En principio una ofensiva cultural, una agresión
molecular a la sociedad civil, como decía
Gramsci.
Esto implica, como hemos adelantado, asediar a la
comunidad en sus instituciones, en los cuerpos
intermedios. Allí hay que concentrar la acción
de la ideología marxista para trocar el sentido
común y lograr de esa forma que las personas
pierdan paulatinamente el sentido de lo
trascendente.
Una vez obtenidos estos cambios, el marxismo se
plantea como la nueva ideología hegemónica.
La segunda etapa es un desmontaje que permite
acceder a la hegemonía mentada. Para Gramsci
será necesario "
destruir la
cosmovisión preexistente en una determinada
sociedad". (4)
Y no es necesario decir que esa cosmovisión es
la católica.
La tercera etapa es el montaje de la ideología
marxista en la comunidad asediada.
Una vez hegemonizada la ideología inmanentista y
desacralizada se configura el nuevo poder.
Tal es, a muy grandes rasgos, el proceso de la
rebelión de la nada, como la menta Díaz Araujo
(5).
Es sustancial comprender que Gramsci (y en rigor
ningún marxista) jamás negó a la democracia un
papel fundamental en este proceso.
Muy por el contrario: es justamente en el marco
de la democracia (en su forma liberal o
socialdemócrata, como la entendieron Rosseau o
los constitucionalistas soviéticos que lo
secundaron) en el que se dan las mejores
condiciones para el proceso revolucionario que
indicamos. (6)
En este marco son muchos los instrumentos de la
estrategia gramsciana pero sin duda el más
efectivo ha sido el uso del lenguaje.
La cultura de la muerte se ha impuesto gracias a
la guerra semántica (7) desencadenada por la
revolución cultural.
De esta forma, y merced a la revolución
cultural, se enarbolan desde el Estado copado las
banderas contra la vida y la dignidad de la
persona humana.
No hay contradicción entre ambos términos: la
revolución cultural es un medio propicio para la
imposición de la cultura de la muerte.
Una vez que Dios ha sido negado (u olvidado que
es lo mismo) en el seno de una comunidad, sólo
hay un paso a la negación del hombre pues, como
dice Chesterton: "Roto lo sobrenatural,
sólo que lo antinatural."
Es así como el trabajo ideológico realizado
sobre lo esencial de la comunidad, de constante
trastocamiento de sus vitales órganos
intermedios, tiene su corolario lógico en las
leyes inicuas que raudamente salen de un congreso
tomado.
Es menester comprender que, en este sentido, no
hay matiz alguno entre los postulados del
capitalismo liberal y los del marxismo: ¿Qué
diferencia objetiva puede establecerse a este
respecto entre la ley de aborto de Cuba, Estados
Unidos, Holanda, Italia o la que aspira a
sancionar la progresía entre nosotros? ¿Cuál
es el contraste entre la educación sexual dada
aquí, en China o la "muy
civilizada" Francia?
El fin es siempre el mismo: llegar al
"eclipse del sentido de Dios y del
hombre" (8), pues "el 'odio a
Dios' latente que los afecta - parafraseamos
al P. Castellani - sale afuera en forma de
'odio deicida' al prójimo. " (9)
No otra cosa se esconde en la pretendida 'humanización'.
La meta es, en realidad, alejar al hombre de Dios
para animalizarlo y esperar a que se convierta en
su propio victimario.
Se trata, en suma, de ceder a la 'lógica del
maligno' de la cuál nos habla Juan Pablo
II. (10)
Una vez realizado este sucinta reflexión vale la
pregunta de rigor: ¿qué hacer? Sólo podemos
decir una vez más que es deber luchar.
Luchar denodadamente como si de ello dependiera
nuestra existencia, pues no cabe duda de que es
así.
Decía el latino Juvenal "considera como
el mayor crimen preferir la vida antes que el
honor y, por la vida, perder las razones de
vivir".
¿Cómo preferir entonces la vida propia siendo
al mismo tiempo testigos indiferentes de la
destrucción sistemática de la vida de los
otros?
La respuesta nos la da el Papa cuando, en un
pasaje poco citado de su encíclica, explica el
derecho a la legítima defensa.
"La legítima defensa puede no ser
solamente un derecho sino un deber grave para el
que es responsable de la vida de otro, del bien
común de la familia o de la sociedad. Por
desgracia sucede que la necesidad de evitar que
el agresor cause daño conlleva a veces su
eliminación. En esta hipótesis el resultado
mortal se ha de atribuir al mismo agresor que se
ha expuesto con su acción." (11)
¿Trocaremos entonces la fidelidad al sentido
agonístico de la vida cristiana por la adhesión
al pacifismo diabólico que anhela la paz del
cementerio?
"Hay valores por los cuales vale la pena
morir -dice el Cardenal Ratzinger- ya
que una vida comprada al precio de semejantes
valores se apoya en la traición a las razones de
vivir y por lo tanto es una vida aniquilada en su
misma fuente [...] donde ya no hay más por lo
que valga la pena morir, allí tampoco tiene
sentido vivir". (12)
No queda pues más opción que fundamentar
nuestra acción en base a la conocida consigna
paulina:
"Pues si vivimos, para el Señor
vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En
fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor
somos" (Rom. 14,8; Flp. 1,20)
Sebastián Sánchez. Tizona
Notas.
1) El título completo del informe es National
Security Memorandum 200, Implicaciones del
crecimiento de la Población Mundial para la
Seguridad de los Estados Unidos y sus intereses
en Ultramar y la fecha de presentación
Diciembre de 1974.
2) Seguimos en estos datos lo brindado por el P.
Juan Claudio Sanahuja en: ¿Salud
Reproductiva o aborto?, Suplemento del
Boletín AICA N°2232, 29 de Setiembre de 1999.
3) Entre nosotros la obra de Gramsci hizo su
aparición pública como herramienta del proceso
democratizante alfoncínico durante la década de
los '80. El 'retorno a la democracia'
aseguró el ascenso al poder de la tristemente
conocida 'Coordinadora' que representó
una vanguardia en la imposición de la
Revolución Cultural. Estos jóvenes "heraldos",
hoy presentes en el panorama político, serían
quienes anunciarían la llegada de esta nueva
forma de revolución luego de fracasada la vía
al poder por la lucha armada. Retomamos para este
trabajo la obra del P. Alfredo Sáenz: Antonio
Gramsci y la Revolución Cultural , Buenos
Aires, Gladius, 1997,
4) P. Alfredo Sáenz, Op. Cit, pp. 35 y ss.
5) Enrique Díaz Araujo, La rebelión de la
nada, Buenos Aires, Cruz y Fierro, 1983.
6) Al respecto, el Cardenal Ratzinger describe
hasta que punto un Estado concebido de esta
manera es absolutamente e contrario a la
consecución del Bien Común:
"Es posible que un Estado quede sometido
a la merced de grupos de poder que convierten la
arbitrariedad en ley, aniquilan de raíz la
justicia y así, a su manera, crean una 'paz'
que, en realidad, es dominio de la violencia. Con
los medios modernos del control de masas un
estado semejante puede producir una sujeción
total y, de este modo, una apariencia de orden y
tranquilidad. Mientras tanto, los hombres que no
aceptan en conciencia plegarse a tal situación
son arrojados a la cárcel o forzados a exiliarse
o eliminados." Cf. Ratzinger Cardenal
Joseph. Iglesia y Modernidad, Buenos
Aires, Paulinas, 1992, pp 40 y ss.
7) Cf. Marta Siebert, "La teoría de
género", en: AAVV: La mujer hoy,
después de Pekín, Rosario, JC, 1995.
8) Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae,
Sobre el valor y el carácter inviolable de
la vida humana, n°21.
9) El P. Castellani se refiere aquí a los
fariseos pero consideramos, humildemente, que la
frase es congruente con lo que pretendemos
expresar. Cf. Cristo y los Fariseos,
Mendoza, Jauja, 1999,. P.16.
10) Evangelium Vitae, n°8.
11) Ibid. n° 55.
12) Ratzinger. Op. Cit., pp. 33. |