Vintila Horia, ensayista
hispano-rumano (1915-1992), ha sido el escritor
quien mejor supo interpretar -en mi opinión- la
compleja problemática del hombre contemporáneo,
comprometido y hasta arrastrado por las
convulsiones políticas y las inquietudes
socioculturales de una época de crisis como la
nuestra, marcada por la transición desde una
modernidad agotada hacia una postmodernidad
todavía dudosa.
En efecto, él supo investigar con profunda
sensibilidad poética e intensa sugestión
estética la crisis existencial de nuestro tiempo
(crisis a menudo disfrazada de mentiras); y supo
hacerlo precisamente por sentirse inmune de toda
crisis, habiéndose nutrido siempre de
pensamiento fuerte y siendo anclado en principios
firmes.
Investigador lúcido, fundó sus diagnosis sobre
certezas espirituales adquiridas a costa de una
vida afinada por duras y dramáticas experiencias
personales, después de una inicial "primavera
de oro".
Hijo de un acaudalado ingeniero agrónomo rumano,
Vintila -después de graduarse en derecho en la
Universidad de Bucarest- a los veinticinco años
de edad inició un brillante periplo diplomático
como agregado de prensa y cultura, siendo
destinado a las Legaciones del Reino de Rumania
en Roma y Viena el año 1940, donde aprovechó la
oportunidad de cursar estudios de filosofía y
letras en las universidades de Perugia y Viena
(en ésta como becario de la fundación Humboldt
de Berlín).
Cuando, en agosto de 1944, en Rumania un golpe de
estado reemplaza el régimen "pro-eje"
del Mariscal Ion Antonescu por un gobierno
filosoviético, Vintila Horia -quien se
encontraba en Viena- es internado por las
autoridades nazistas en los campos de
concentración de Krummhübel y María Pfarr
hasta mayo de 1945.
Liberado por tropas ingleses viene trasladado,
junto a su joven esposa Olga, a Bologna en
Italia, donde deciden no regresar a su patria en
vía de sovietización.
Aquí empiezan su dura vida de exiliados,
mientras que en Rumania el nuevo régimen
filosovietico -mediante un proceso político
instruido con juicio sumario- condena Vintila
Horia en contumacia a trabajos forzados de por
vida, a causa de "un pasado que casi no
poseía y por culpas que no había tenido tiempo
de soñar", como escribiera tiempo
después el mismo Vintila; quien confesará: "Entonces
empezó mi verdadero exilio como un proceso de
anacoretismo; es decir: un proceso de separación
de todo aquello que yo había sido".
En efecto no es por azar que el tema del exilio
constituya el motivo central de su obra
literaria, desde su primera y célebre novela "Dios
ha nacido en el exilio", galardonada
por el prestigioso Premio Goncourt el
año 1960, hasta "Las claves del
crepúsculo" publicada en edición
castellana poco después del fallecimiento de su
autor.
Las peregrinaciones del exiliado en busca de un
refugio seguro -separado para siempre de sus
padres y familiares, despojado de su patria, de
sus bienes materiales y espirituales, expulsado
de su tiempo y de su espacio- transforman el peso
del exilio geográfico en un "exilio
interior" que marca profundamente su
madurez de escritor, a lo largo de un proceso
catártico de tres ciclos.
El primer ciclo -aquello de la "literatura
feliz"- coincide con su "primavera
de oro": la vida en patria, los
estudios universitarios, el inicio de una
brillante carrera diplomática; y termina en 1945
con la perdida de todo.
Sigue el ciclo de la aclimatación a su nueva
condición de "apolide exiliado".
Eso coincide con la estadía en Toscana
(1945-1948), la frecuentación con Giovanni
Papini y el estimulante ambiente intelectual que
rodeaba el famoso escritor florentino; con el
traslado en Argentina (1948-1953) y finalmente
con el radicamento definitivo en Madrid, donde
-salvo una paréntisis parisienses (1960-63)-
vivirá hasta su muerte (4 de Abril de 1992),
ejerciendo su actividad de escritor y sus
lecciones académicas de literatura universal en
la Universidad Complutense y en aquella de
Alcalá de Henares, siendo por fin sepultado en
el Cementerio de la Almudena.
Su auténtica, veraz inspiración literaria
estalla en un tercer ciclo, cuando en Vintila
aflora el Odiseo contemporáneo en perenne
navegación hacia la Itaca ideal -patria
perfecta, circular, metapolítica- anhelo y
refugio extremo de aquella "raza de
exiliados" en la que Vintila Horia se
siente incluido por nacimiento, porque -como
confesaba en una carta del año 1984 dirigida a
quien escribe- "Hay quien nace en esta
raza, sin tener entonces posibilidad alguna de
escoger".
Como sucedió, en otros tiempos, para Ovidio,
Platón, Boecio, el Greco, Rilke, Dante;
protagonistas, los primeros cinco, de celebres
novelas de Vintila, mientras que el magno
florentino constituyó para él una constante
fraternal presencia inspiradora (cultivó,
además, un proyecto narrativo sobre Dante que,
lamentablemente no logró acabar), sostenida por
los respectivos destinos de desterrados,
víctimas del odio y la intolerancia.
Éste fue el ciclo literario del "conocimiento
metafísico" expresado en libros donde
el tema dominante del exilio se une a la
disidencia crítica hacia el tiempo presente,
considerado "un engaño que no garantiza
nada e no satisface a nadie", por
tratarse de un tiempo que cultiva las mentiras
pero disfrazándolas de verdades.
En su batalla cultural, Vintila denunció sin
temores o vacilaciones la crisis agónica de los
tiempos modernos, agobiados por un proceso de
entropía sociopolítica que acaba en un desorden
planetario, mientras cultiva la ilusión de un
orden mundial con el intento de lograr un proceso
de homogeneidad que acaba en fin con cualquier
estímulo hacia una evolución positiva de la
sociedad.
Por consiguiente, con sus novelas y ensayos ha
postulado una retirada en el bosque interior del
alma, refugio para el hombre integral, apremiado
en todas las épocas por la intolerancia de los
dogmatismos producidos por los paganismos de "derechas"
y de "izquierdas", falsamente
contrapuestos pero esencialmente complementarios
en un tiempo como el nuestro que se destaca por
ser el "reino de la cantidad".
Vintila auspicia además, en un futuro temprano,
una salida del bosque hacia una perspectiva
metapolítica y trascendente de la vida humana y
cósmica en la que se pueda esclarecer por fin el
misterio que envuelve al hombre y su destino, a
la naturaleza y sus causas, al cosmos y sus
leyes.
Pero para poder acercarse a este misterio, siendo
el solo saber científico insuficiente, Vintila
Horia tuvo conciencia de la necesidad de invocar
la colaboración del saber filosófico y
teológico: y bien lo relató en su novela La
séptima carta en la que nos cuenta de las
inquietudes de Platón y de su búsqueda
política, metafísica y religiosa.
Obra de una permanente actualidad, como comprueba
el hecho que una gran empresa editorial de Italia
(la "Biblioteca universal Rizzoli")
haya reeditado recién este libro, después de
más de treinta y cinco años de su primera
edición italiana.
Lo cual explica el "platonismo"
de científicos del siglo Veinte como Heisemberg,
Lupasco, Charon; y confirma el carácter
engañoso de todo materialismo (y de su disfraz
espiritista o falsamente espiritualista, como
-por ejemplo- el movimiento denominado New
Age) y de sus muchas expresiones
sociopolíticas derivadas de las ilusiones
falaces de la cultura ilustrada europea.
Por eso el escritor rumano-español en su último
ensayo, escrito poco antes del desenlace del
tumor cerebral que lo llevó rápidamente a la
tumba, indicaba en América Latina la
"tierra prometida de la esperanza",
de aquella esperanza que se había agotado en la
América del Norte con el agotamiento de la misma
simpleza puritana de su desarrollo.
América del Norte, maciza y ordenada, ha dado al
mundo lo mucho que podía donar -escribió
Vintila en su Reconquista del Descubrimiento
(publicado en Santiago, octubre de 1992, por la
Universidad Gabriela Mistral y la Editorial
Patris)-, mientras que en el espacio entre
México y Tierra del Fuego, el sufrimiento de una
historia desigual, desarrollada en una geografía
inmensa y atormentada, todavía no se ha parado:
porque aquí un "mundo mestizo" arde en
su interior y nadie sabe que forma y que alma
asumirá el ser que saldrá de este fabuloso
athanor alquímico.
"Continuo a creer -concluía
Vintila Horia- que este mundo nuevo sea una
imagen fiel del futuro y constituya su
esperanza".
En tiempos de deserciones y arreglos, Vintila
Horia fue un modelo de fidelidad a principios
trascendentes (como Revelación y Tradición),
según una visión metapolítica de la vida; supo
soportar el dolor sin perder la esperanza y el
optimismo, manteniendo siempre una perfecta
coherencia entre su vida y sus obras.
El crítico español Aquilino Duque, destacando
en la entera obra literaria de Vintila una
constante y fundada oposición metafísica al
nominalismo imperante en la cultura
contemporánea, lo ha definido "el
anti-Eco de la literatura".
Para mí, él es el vigoroso profeta de la
sapiencia holística -vivida en la luz soleada de
su exilio interior- que reivindica, en voz alta,
los pinceles de El Greco y la invectiva de Dante.Primo
Siena.
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