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Indice de contenidos

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Una breve historia de la arquitectura y el urbanismo de la España contemporánea
Actividades de Arbil en Chile
El movimiento personalista en España
El personalismo de E. Mounier
Anotaciones críticas sobre el personalismo
Primacía de la incomunicación de la persona
Polo político y polo profético
El gran engaño: derechos del hombre, Iglesia católica y Revolución Francesa
Ocaso y aurora. Perspectiva personalista y Ontología de la existencia


CARTAS

Revista Arbil nº 61

Una breve historia de la arquitectura y el urbanismo de la España contemporánea

porJosé Luis Orella

Una breve síntesis del desarrollo urbano en la España de comiezos del siglo XX, fijándose particularmente en el cómo y el porqué del crecimiento de Barcelona, Bilbao, Madrid, Sevilla, Málaga, Zaragoza y Valencia

 

 

A principios del siglo XX, las ciudades españolas que habían pasado de cien mil habitantes, excepto Madrid, estaban situadas en el arco mediterráneo como eran Murcia, Málaga, Sevilla, Valencia, Barcelona.

A estas ciudades se añadió en 1910, Zaragoza, y en 1920, Bilbao y Granada, rompiendo ese eje sureño-levantino.

El retraso de la industrialización en España había producido el mismo efecto en la urbanización moderna.

Aunque desde la segunda mitad del siglo pasado, las ciudades se habían visto obligadas a saltar fuera de los amurallamientos creando los ensanches.

El ensanche fue la solución decimonónica para la ampliación urbanística.

Este plan ordenado y geométrico mostraba de forma clara los espacios libres y los edificables, que se fue desarrollando en pleno siglo XX en los casos de Valencia, Pamplona y Murcia.

Esta ampliación reglada respondió a las necesidades de la sociedad burguesa acomodada proporcionándole una ciudad limpia, bonita y con comodidades.

Barcelona como centro de la reciente industrialización fue la primera seguida por Madrid y Bilbao.

Pero la industrialización produjo una llegada masiva de inmigrantes procedentes del campo que demandaron viviendas baratas.

Sin embargo, la especulación había hecho subir excesivamente el precio del suelo de los ensanches.

Esto dio fruto a la aparición de barricadas residenciales a las afueras con bajos niveles de prestaciones y surgidas de forma desordenada sin responder a planes urbanísticos.

La superpoblación demográfica en el campo produjo una afluencia masiva a las ciudades.

En Barcelona y Bilbao, al ser centros industriales el recibimiento fue bueno por la necesidad de mano de obra para estimular el crecimiento urbano.

Sin embargo, en Málaga en pleno proceso de descapitalización esto significó un inconveniente.

De todas formas, capitales sin desarrollo industrial, como Burgos, también experimentaron un alto crecimiento.

La inmigración campesina en masa proporcionó una imagen muy peculiar a las ciudades.

Sin abandonar del todo sus costumbres, ni su relación con el campo y los animales.

Esta mixtura dio preferentemente en la retina de algunos extranjeros una imagen muy poco europea.

En España, hasta entonces, la burguesía autóctona había mostrado unos gustos arquitectónicos copiados de otros lugares industrializados europeos, preferentemente ingleses o franceses, influencia venida por las cercanas relaciones comerciales con estos países.

De esta forma, el final del siglo XIX se vio conquistado por el neorrenacimiento en la arquitectura civil de la aristocracia y la nueva gran burguesía, y por el neogótico en la arquitectura religiosa.

Sobre las construcciones religiosas el periodo restauracionista brindó con las donaciones de las familias burguesas la oportunidad de construir a una Iglesia empobrecida desde la desamortización.

De esta forma, en los ensanches de las ciudades se vieron levantados conventos, iglesias y colegios neogóticos y neorrománticos con adaptaciones de estilos españoles que mostraron la pujanza de una Iglesia vinculada con el poder y de una sociedad burguesa que quería tranquilizar su conciencia.

La catedral de la Almudena, del marqués de Cubas, y la Sagrada Familia de Barcelona fueron los ejemplos más destacados.

En el caso catalán el neogótico se vio reforzado por el interés de los catalanistas de buscar su identidad en el pasado histórico, y éste estilo creaba la atmósfera apropiada.

El neogótico entroncó así con la estructura ideológica del catalanismo al responder a su doble orientación histórica y religiosa.

En la búsqueda de un estilo nacional el neomudejar, mal entendido con muchos adornos y arabescos, se centró en Madrid y no se desarrollaría en el resto del país hasta después de 1920.

Sin embargo, esta arquitectura andaluza de influencia árabe ayudaría a dar una imagen uniformizada de España que no correspondía con la realidad.

La arquitectura moderna que utilizaba el hierro se vio concentrada en mercados, fábricas y estaciones de ferrocarril.

A pesar de todo, en el periodo de la Primera Guerra Mundial los estilos regionalistas influenciaron en todas las artes y la arquitectura no fue una excepción.

Estos estilos además se vieron en la necesidad de superar el eclecticismo decimonónico francés y el inglés, imperante este último en la cornisa cantábrica.

Las residencias reales de Miramar, en San Sebastián, La Magdalena, en Santander y el palacio Artaza de los Chávarri en Vizcaya fueron ejemplo de este modelo arquitectónico.

La crisis del 98 produjo un abandono de los estilos arquitectónicos extranjeros en favor de un estilo propio español.

Por este sentimiento, se buscó en las arquitecturas populares los modelos en que inspirarse, recreándose en las formas del plateresco, herreriano, mudéjar o barroco hispano y en las de la casa andaluza, montañesa, catalana y vasca.

Será a partir de 1930, cuando los miembros de GATEPAC -José Luis Sert, Torres Clavé, García Mercadal y Aizpurúa- pugnen por volver a introducir las corrientes europeas.

Estos estilos regionales prendieron preferentemente en el norte cantábrico y en el sur andaluz.

El neomontañés caracterizado por su amplio repertorio constructivo y decorativo, como: torres adosadas, amplias solanas, pináculos, escudos, veneras, masivo empleo del sillar.

Un gusto del agrado de la nueva aristocracia surgida de la industrialización.

De forma similar, surgió el neovasco fomentado por la naciente burguesía bilbaína deseosa de un estilo autóctono y por el nacionalismo político vasco.

Si Leonardo Rucabado fue el arquitecto que se inspiró en la casona santanderina, los arquitectos Manuel María Smith, Pedro Guimón, Rafael de Garamendi y Emiliano de Amann hicieron lo propio con el caserío vasco.

Entre tanto, al otro lado de la piel de toro Aníbal González propuso un estilo colorista y rico buscado en el barroco andaluz, el plateresco y el mudejarismo de la región.

Además Sevilla se vio beneficiada por ser la sede de la Exposición Universal de 1910.

Este evento fue hábilmente utilizado para embellecer la ciudad con edificios monumentales y buenas comunicaciones en un entorno ajardinado de resonancias hispanomusulmanas.

Todo esto ayudó a planificar el desarrollo de la ciudad hispalense en dirección al parque María Luisa donde autores como Aníbal González pudieron dejar constancia de sus estilos, como la Plaza de España.

Los estilos neogóticos, neoárabes, académicos franceses y casticismos populares e históricos se llevaron en todas las ciudades como hemos dicho, excepto en Madrid donde predominó el neomudéjar, y en Barcelona, donde el modernismo, en cuyo estilo sobresalió Gaudí, se desarrolló materializando en su ensanche los gustos de una burguesía industrial de gran poder económico.

Casa Calvet, Batlló, Milá fueron exponentes de este periodo. En la ciudad condal se dio el contraste de aunar los deseos tradicionales de recuperar las raíces autóctonas y a la vez dar una imagen de urbe cosmopolita.

Esta integración se reflejó físicamente con la utilización de materiales modernos como el hierro y el vidrio con formas del pasado local como la bóveda tapicada.

En este periodo histórico de principio de siglo, los catalanes vieron el relevo de una generación de arquitectos, desapareciendo los autores de un protomodernismo de tintes neogóticos.

En su lugar, aparecieron Puig i Cadafalch, quien, a partir de la arquitectura histórica del Principado recreó un nuevo goticismo, sin dejar de tomar elementos de otras tradiciones vecinas.

Gaudí, entre tanto, fue abandonando el mudejarismo para potenciar el goticismo que se reflejó en el palacio Güell y el Episcopal de Astorga.

Pero su afán decorativo le llevó a dar propuestas atrevidas por la tensión de los volúmenes y las líneas en movimiento con sus ondulaciones como se muestra en la Sagrada Familia.

Su ejemplo inspiró a una pléyade de nuevos proyectistas que extendieron su escuela por toda España.

Un modo de reordenar la ciudad dándole espacio, alineando y ensanchando las calles, mejorando la circulación, embelleciendo el casco urbano con edificios grandes y esplendorosos que dieran señal de poderío y modernidad fueron las construcciones de las grandes vías en las ciudades españolas.

Esta operación revalorizó el suelo, pero proporcionó un eje a la ciudad donde se instalaron los centros económicos y burocráticos.

Bancos, hoteles, cines y comercios con estilos eclécticos, donde los órdenes clásicos contrastaron con neobarrocos y en los cuales la piedra se verá conjuntada con el hierro y el vidrio.

Cubierta esta etapa, los ensayos urbanizadores se centraron en la construcción de grandes arterias como la Gran Vía granadina o murciana y la Castellana madrileña -hecha realidad en el decenio de 1930 con los planos de Secundino Zuazo-, mientras en los extrarradios fueron naciendo las primeras colonias obreras y ese experimento de modernidad que fue la Ciudad Lineal de Arturo Soria y Mariano Belmás.

El desarrollo de la ciudad lineal se amplió a otros centros urbanos como Bilbao, en 1923.

En 1927, en Madrid se incorporó el edificio de la Telefónica, que estableció una influencia clara de los rascacielos neoyorquinos.

La ciudad en este periodo de principio de siglo cambió de aspecto.

La modernización llegó a través de los tendidos eléctricos necesarios para la red de teléfonos, los tranvías y el iluminado público, que fue sustituyendo al del gas.

En las ciudades costeras como Santander y San Sebastián se ganó terreno al mar, se amplió el puerto y se embelleció la ciudad con largos paseos marítimos.

Sin embargo, en este proceso de crecimiento ordenado, el problema fue la instalación del proletariado urbano en los extrarradios de la ciudad.

Esta población de recursos modestos se estableció en edificaciones, con total falta de condiciones de calidad de vida.

La insalubridad por una falta de canalizaciones del agua y de desagües creaba un clima perfecto para la conflictividad social.

Algunos arquitectos como Cipriano de Montoliú y Arturo Soria intentaron solucionar el problema con proyectos de urbanizaciones de casas unifamiliares en áreas ajardinadas y dispuestas en torno a un eje de comunicaciones.

Sin embargo, el posterior desarrollo de la ciudad ahogó estos espacios en beneficio de los bloques de viviendas.

En el caso más concreto de algunas ciudades, los crecimientos urbanos se desarrollaron de las siguientes formas y razones.

Barcelona

La ciudad condal fue la que se planteó ya desde la segunda mitad del siglo pasado la planificación del crecimiento futuro de la urbe barcelonesa.

El desarrollo provocado por la industrialización creó una fuerte demanda de mano de obra, y esta a su vez generó unas necesidades inmediatas de alojamiento.

De esta forma, los proyectistas urbanos de Barcelona se vieron sometidos a una gran presión por la llegada masiva de gente que había que canalizar de forma ordenada.

El Plan del Ensanche cubrió estas necesidades, como en un encanje de bolillos tuvo que tener en cuenta el desarrollo del casco urbano de Barcelona hacia diferentes direcciones, y el de los propios núcleos del Llano que se iban a ver en el transcurso del tiempo integrados en el área metropolitana de la ciudad condal.

Las expansiones urbanas fueron pensadas por los proyectistas con ideas, muchas de ellas extranjeras, como el modelo cuadriculado de barrio norteamericano, para dar viviendas modernas en un entorno funcional, bien comunicado y con esparcimientos.

Sin embargo, la especulación y la pasividad de las autoridades imposibilitaron estas ideas.

Los ensanches se convirtieron en lugares de gran calidad de vida, donde se situaron los burgueses pudientes, mientras en la parte antigua se demoró las reformas higiénicas y de comunicación necesarias.

De esta forma, el crecimiento de Barcelona no partió como podía creerse de la ciudad vieja, sino de los núcleos obreros que habían formado los exmunicipios del Llano.

Estos habitantes en el periodo de principios de siglo fueron abandonando su relación con el campo para convertirse en trabajadores industriales.

Esta reconversión se vio favorecida por la instalación de las fábricas en los espacios vacíos alrededor de estos municipios, lo que propició el establecimiento de la población inmigrada.

Al mismo tiempo, las clases medias emigraron a nuevos barrios como el Eixample dejando el centro de la ciudad y los extrarradios en manos de la población trabajadora.

Barcelona, de 533.000 habitantes en 1900, pasó en 1910 a 587.000 y a 710.000 en 1920.

El crecimiento obrero se produjo en dos direcciones: en Sants, Hostafrancs, la Bordeta, Collblanc y hacia St. Martí, Clot y Poble Nou .

Entre tanto, las clases profesionales libres se instalaron en dirección a Gracia, en la parte central del Ensanche.

Este espacio urbano se convirtió en el centro burgués por excelencia con la instalación no solo de las viviendas de estos profesionales, sino de sus despachos y estudios.

Además, este espacio urbanístico se enriqueció con el establecimiento de cafés, restaurantes y teatros para el esparcimiento de esta clase social.

Sin embargo, esto produjo una pérdida en la vitalidad de las Ramblas, que hasta entonces habían sido el centro principal del esparcimiento barcelonés de clase media.

A principios de siglo, las Ramblas se popularizaron por la apertura de cervecerías y el mantenimiento de los demás centros de ocio.

El Paralelo, fue el ejemplo más claro, de ser un centro marginal, se convirtió en 1903 en el centro del género chico, la zarzuela y la revista.

Este espacio urbanístico fue la alternativa de ocio interclasista del elemento popular y obrero.

A parte, de proporcionar un elemento de esparcimiento cultural de profundo carácter español, el Paralelo fue el centro político de los mítines republicanos de Alejandro Lerroux y del sentimiento anticatalanista.

De todas formas, y aunque fuese con cierta lentitud, en el período considerado iba a producirse una articulación de los sectores populares barceloneses que les permitió aparecer como parte activa, incluso emblemática, de la nueva ciudad.

Ello acaeció a través de la múltiple configuración de espacios urbanos populares diversos.

Se establecieron nuevas tramas espaciales. La nueva ciudad se estructuró en gran medida a partir de las relaciones e interacciones entre un área central, donde radicaba una Barcelona ordenaba políticamente, profesional y socialmente estable, y un área circundante, con mucha menos dosis de perspectivas de estabilidad social .

Entre las innovaciones se hizo necesario la instalación de un alcantarillado de hierro, para evitar fugas, mataderos y mercados, para un mayor control de los alimentos, y el traslado de los cementerios fuera de los cascos urbanos.

Estas medidas eran necesarias por la gran mortalidad sufrida por la población.

En la ciudad, había una gran abundancia de población marginal de mendigos, prostitutas, pícaros y repatriados sin trabajo, que dieron a ciertas calles barcelonesas un sabor de fines del siglo XVII y no de principios del siglo XX.

Bilbao

En la ciudad del Nervión, el crecimiento urbano fue parecido al barcelonés.

"La capital de la nueva España" como la denominó Maeztu , era un emporio de fábricas y minas, donde el ferrocarril había alcanzado gracias a la inversión local privada una densidad comparable al de otras regiones capitalistas europeas.

Durante el primer decenio de este siglo fue el despegue de la ciudad, marcando un crecimiento sostenido en el periodo bélico de la Primera Guerra Mundial.

En 1900, tenía 93.250, que pasaron en 1930 a ser 161.987 habitantes.

La ciudad, que en un principio estaba encerrada en sus murallas y encajonada entre la curva del Nervión y las colinas de Begoña, vio cuadruplicar su superficie en pocos años.

Aunque el proyecto del ensanche de Amado Lázaro en la otra orilla estaba aprobado desde 1876, hasta 1890 no se anexionó la localidad de Abando, anexión que permite urbanizar una vasta zona en la cual se encuentra la estación de ferrocarril. Deusto y Begoña quedaron satelizadas muy pronto, debido a la expansión urbanística de chalets que había protagonizado la zona del Campo Volantín, en la orilla derecha del Nervión. Estos municipios fueron anexionados a Bilbao en 1925.

Pero el principal desarrollo de la ciudad fue realizado al otro lado de la ría, en la anteiglesia de Abando.

Como queda escrito en el libro de Carlos Serrano: Una amplia vía diagonal, la Gran Vía, cortada en el centro por una plaza monumental, une el viejo Bilbao con el nuevo mediante un puente que se habilita para la circulación del tranvía.

Allí se levantan los primeros edificios de bancos y la imponente construcción de la Diputación Provincial, sede del poder de la burguesía vizcaína; todo un barrio moderno, con sus comercios, cafés, mercados y cines, construido en un estilo que deja poco espacio a la arquitectura del Art Nouveau, en el que, sin embargo, se utilizan muy pronto el hormigón armado y el hierro colado .

En adelante, la diferenciación social en Bilbao se marcó de modo más perceptible que en Madrid: los barrios antiguos fueron abandonados por las clases medias y se convirtieron en barrios populares con sus tabernas, sus tiendas y sus casas de citas.

Los industriales enriquecidos recientemente se construyeron villas en el barrio residencial de la margen derecha del Nervión, en el complejo de Neguri o se instalaron en las casas del ensanche.

Además, el crecimiento urbano cambió, los núcleos mineros vieron paralizarse su desarrollo, mientras, los centros industriales de la margen izquierda experimentaron un gran aumento poblacional.

Como en el ensanche se había establecido la burguesía, y el precio del suelo era caro y la necesidad de viviendas perentoria, se necesitaba alternativas para la población proletaria.

De este modo, surgió el barrio de la Cruz, patrocinado por el Patronato católico de San Vicente de Paul, quien a cambio procuró velar por la dirección espiritual de las familias obreras establecidas.

A partir de 1918, las instituciones abordaron el problema creando juntas para la construcción de Casas Baratas.

Solocoeche y Torre Urízar fueron construidas por patronato municipal, mientras, el patronato de la Diputación ayudó a las cooperativas de la zona de Deusto.

Entre tanto, la gran burguesía después de haberse urbanizado Las Arenas como centro de viviendas veraniegas, se estableció en Neguri.

Esta localidad surgió como urbanización estable, lejos del centro bilbaíno, donde con los recursos generados por los beneficios de la Primera Guerra Mundial se construyeron mansiones lujosas en unos espacios ajardinados, con los que no pudieron rivalizar las casas del ensanche bilbaíno.

De esta forma, en el desarrollo urbanístico de Bilbao y sus alrededores se produjo, pero no sin hacerse notar las diferencias, una especie de Apartheid social.

Madrid

El Madrid de la época no fue una ciudad comparable al resto de las capitales europeas, que experimentase una expansión urbana con espectaculares símbolos monumentales y avenidas inmortalizadas por la literatura costumbrista de la época.

Los acontecimientos políticos, como la caída de Isabel II, Amadeo I, la I República y la ascensión de Alfonso XII fueron lo suficientemente importantes para olvidar los planes trazados.

En aquel entonces, como ya se ha dicho, la mortalidad era el doble que en el resto de las capitales, debido al hacinamiento y falta de medidas higiénicas en unas viviendas populares, donde se aprovechaba hasta los sitios más cerrados.

Mientras, que las clases pudientes se trasladaron al ensanche y al eje de la Castellana, los barrios antiguos se degradaron por la falta de planificación y recursos para la rehabilitación.

Sin embargo, la burguesía madrileña lo que hizo, lo hizo bien, teniendo en cuenta que no era una clase rica de origen industrial.

Las empresas eran artesanales y de tamaño familiar que empleaban a pocos trabajadores.

Las clases populares no estaban formadas por obreros únicamente, éstos principalmente de la rama de la construcción, sino por criados, amas de cría, vendedores callejeros, soldados repatriados sin beneficio y campesinos recién llegados.

Hay que recordar que aún hoy la Castellana sigue siendo camino de La Mesta, y en aquel entonces los rebaños cruzando las calles eran algo más que anécdota.

A esto se añadía un lumpen marginal de mendigos y prostitutas, éstas en torno a 17 mil, que daban la imagen de la España negra de los cuadros de Darío de Regoyos.

En un Madrid, que en 1900 era la primera ciudad de España con 539.835 habitantes.

Pero, a pesar de todo, Madrid era la capital y se embelleció con edificios interesantes.

Hubo un estilo "Alfonso XIII", para intentar distinguir de manera enfática, pero elegante, representativa, solemne y monumental una arquitectura que resultó fundamentalmente clasicista, y que respondía a una resurrección académica similar a la que iba a caracterizar en Europa a la Belle Époque.

Pero este estilo coexistió con otros en un dinámico eclecticismo .

La influencia arquitectónica francesa se hizo presente con el espectacular edificio de la Unión y el Fénix, los hoteles Ritz y Palace, el Casino y el Banco Hispano-Americano.

En ellos aparecen los órdenes clásicos, que se presentan como la mejor imagen del poder de una clase social identificada con el sistema restauracionista.

Siguiendo un estilo más nacional, utilizando el ladrillo y amplios aleros de madera surgieron edificios como el Seminario Diocesano, la Casa de Correos y el Hospital de Jornaleros de Cuatro Vientos.

Estas obras que duraron hasta 1930, fueron la ampliación de la Castellana hacia el norte y la erección de la Gran Vía como gran calzada de anchas aceras, que permitiese la circulación y diese una imagen de Madrid, de ser un emporio comercial y financiero.

Para ello se expropió y demolió numerosos edificios, que crearon los solares necesarios, para la construcción de hermosos edificios, como el hotel Roma, el casino Militar, la Gran Peña, el hotel Gran Vía y el Palacio de la Música.

Los estilos fueron eclécticos, los clásicos se confundieron con los barrocos y el tradicionalismo fue derivando a innovaciones más racionalistas.

Pero la expansión urbanística se había polarizado en Madrid.

Mientras, en el norte las edificaciones eran para la burguesía acomodada, en el sur se iban instalando las barriadas obreras.

Madrid fue cobrando cada vez más importancia según se iba sumando a la capitalidad político-administrativa, la financiera, con el asentamiento de los principales bancos y la viaria, al ser el centro de la red de comunicaciones que favoreció el establecimiento de empresas como punto de distribución.

En concreto, en los primeros años del siglo se fueron instalando industrias químicas e hidroeléctricas, mientras en los años de la conflagración mundial se añadieron las de la construcción y derivados, sobre todo en el sector de Arganzuela.

Además, la ciudad del Manzanares se vio favorecida por la apertura de Grandes Almacenes, la generalización de los tranvías eléctricos y la inauguración del ferrocarril metropolitano y el metro .

Sevilla

En la ciudad hispalense, no será hasta la segunda década de este siglo cuando la población sevillana emprenda un salto cuantitativo importante.

Este aumento demográfico fue producido por una fuerte inmigración campesina a la ciudad.

En 1900 los habitantes de Sevilla fueron 148.315, que pasaron a ser en 1920, 205.509.

Las causas estaban en la crisis agrícolas que no creaban seguridad en el empleo y en la mecanización de las labores del campo, que liberó una mano de obra sobrante que se vio forzada a emigrar.

Sevilla como único foco económico y de servicios a nivel regional, se vio como meta de muchos jornaleros.

Los preparativos de la Exposición Iberoamericana de 1929 fue una solución transitoria que requirió una mano de obra adicional no cualificada.

Sin embargo, autores como García Vaquero creen que el campesinado emigró por la atracción urbana y no por las malas condiciones en los latifundios.

Por el contrario, hasta entonces, el campo andaluz había atraído a contingentes rurales de otros lugares por los cambios introducidos con los nuevos cultivos .

Pero, este aumento poblacional no se vio correspondido por el de construcciones, aunque existían amplios solares urbanizables procedentes de la desamortización eclesiástica.

El suelo no era un instrumento de beneficio social, sino una fuente de ingresos e inversión inmobiliaria de una clase propietaria que controlaba el poder político de la ciudad.

Por esta razón, el negocio no estaba en la construcción, sino en el arrendamiento de las viejas viviendas del centro urbano al precio más alto y al máximo de familias posible, creando el hacinamiento dentro de ellas.

Los campesinos que no les era posible pagar estos alquileres se fueron a los extrarradios creando barriadas de chabolas.

Será con motivo de la Expo sevillana cuando se construyan algunos barrios ajardinados, mejorando la calidad de vida.

El crecimiento de este incipiente proletariado se fue situando en el norte, formando los barrios de El Fontanal, Árbol Gordo, La Corza y el Retiro Obrero en donde se situó la industria del corcho, la aceituna y jabonera.

En el este también se fueron instalando clases populares por el establecimiento de la cervecera "La Cruz del Campo", la cárcel, el campo de fútbol y el matadero utilizando el eje de la Avenida Oriente.

A pesar de todo, Sevilla fue casi el único caso de ciudad que ante la falta de edificaciones y el aumento poblacional, creció hacia dentro, habilitando solares interiores y hacinándose más en las casas ya existentes.

En el crecimiento de la ciudad, se percibió un desplazamiento de la industria en dirección al sureste.

Por que, antes estaba en el interior, la de metal al este, y la fabril, corcho y la de jabón en el norte. Casi toda nueva industria se instalaba en el interior de los barrios.

Al asumir Sevilla su papel de centro industrial regional, se convirtió en la cabecera de la industria agroalimenticia con un importante puerto como vía de exportación.

En este periodo de principios de siglo, se pusieron los planes del crecimiento de la moderna Sevilla.

Pero, será en plena dictadura del jerezano Primo de Rivera, cuando se materialicen esos proyectos.

Como fue el canal de Alfonso XIII en el Guadalquivir, las reformas efectuadas en el Barrio de Santa Cruz que dieron lugar al estilo sevillano, la erección del Hotel Alfonso XIII entre el Palacio de San Telmo y la fábrica de tabacos y la donación de los jardines de la infanta María Luisa que sirvió para construir la plaza de España.

Un espacio verde de profundo estilo reivindicativo español, que fue convertida en parque público para el esparcimiento de la ciudad.

Después de esto, y un periodo de paralización por la Primera Guerra Mundial se recomenzaron en los años veinte las reformas urbanísticas, en tres sectores.

En el norte, se produjo la instauración de la Avenida como principal comunicación viaria por el centro monumental de Sevilla.

Como había sucedido en Madrid, Barcelona y Granada.

La reforma obligada del centro urbano obligó a la desaparición de algunos edificios notables, como el convento de Santo Tomás.

En el sur, se edificaron en forma de bulevar La Palmera, siguiendo el canal de Alfonso XIII y la Avenida de Eduardo Dato, siendo los ensanches de la ciudad, con modelos de casas unifamiliares y colectivas respectivamente.

En el este, con la avenida de Oriente se vertebró la expansión de los barrios de Remedios, Nervión y El Porvenir.

Málaga

Esta ciudad fue una de las pocas que después de ser cosmopolita y abierta a la exportación ultramarina, cayó en una profunda decadencia.

El fin del siglo decimonónico fue para Málaga catastrófico por el cierre de los Altos Hornos, por no poder competir con los vascos; el de la industria textil, por la modernización de la maquinaria catalana; la caída de la vid, por la filoxera; el de la industria azucarera, por la más rentable remolacha y el comercio en general, afectado por la pérdida de su principal cliente, Cuba.

Sin embargo, el siglo XX fue el periodo de la estabilización económica debido al fin de la sangría permanente de población al iniciarse con la apertura del horizonte norteafricano nuevas posibilidades de comercio.

La industria cementera, marítima de transporte y el abastecimiento del ejército de Melilla impidieron un declive mayor.

Para 1910, la ciudad había recuperado el nivel de población perdido en la segunda mitad del siglo pasado, unos 130.000 habitantes aproximadamente.

A pesar de todo, la inmigración recibida no se había sumado a la anterior, sino que la había sustituido, porque la anterior había emigrado a Ultramar, por tanto, Málaga era una ciudad repoblada totalmente.

En el periodo de la Primera Guerra Mundial resurgió una incipiente industrialización, reverdeciendo los Altos Hornos, la industria textil y la alimentaria, pero con el fin del conflicto se terminaron los mercados y quebraron.

Únicamente, la industria de abonos y la farmacéutica tuvieron planteado un futuro seguro para la década de los treinta.

A pesar de todo, desde finales del siglo pasado se habían llevado reformas en la ciudad, como las llevadas por Manuel Domingo Larios, el principal negociante de Málaga, en la calle de su nombre.

En 1900, se reglamentaron las ordenanzas municipales y con la nueva planificación se amplió la Alameda de Cánovas del Castillo, y se edificó en un entorno ajardinado el ayuntamiento, el Banco de España y el edificio de Correos.

El embellecimiento de la ciudad se había hecho con la misión de transformarla en el lugar de recreo invernal de Europa con 50 años de antelación a la llegada del turismo.

Zaragoza

En la capital maña, también habrá que esperar hasta principios de este siglo para que el crecimiento urbano se materialice, aunque desde finales del siglo pasado la población se había triplicado.

Pero, el ayuntamiento con pocos recursos económicos no pudo realizar la expansión antes.

Entre tanto, una masa de campesinos del territorio circundante se establecía en la ciudad proporcionando una mano de obra a una industria en sus inicios.

Zaragoza, desde 1900 con 99.118 habitantes pasó en 1910 a 111.704, poniéndose entre las seis más grandes de España, y en 1920 se pondrá con 141.350 habitantes, siendo una de las mayores del interior, junto a Madrid.

El proteccionismo del sistema restauracionista proporcionó una mecanización de la agricultura aragonesa y la modernización del sector, lo que motivo la aparición de una industria química de abonos, alimenticia y mecánica ligera.

Estas, establecidas en la ciudad dieron empleo y atrajeron a muchos campesinos en competencia con Barcelona y Bilbao. Por tanto, la construcción se convirtió en la década de los años veinte en el principal motor económico de la ciudad impulsado por la inversión en suelo inmobiliario de la aristocracia bancaria y comercial y por la abundante mano de obra sin cualificar.

La expansión de la ciudad se hizo de forma parecida a la de otras ciudades.

En el centro de la ciudad se fue instalando la burguesía, mientras las clases populares y los nuevos inmigrantes lo hicieron en los extrarradios de la ciudad, apareciendo los barrios obreros de forma radial en torno a las comunicaciones.

Como fue el caso del barrio de San José en la carretera de Castellón, la de Jesús en la de Barcelona y el de Delicias en la de Madrid.

Por tanto, el crecimiento mayor fue en las afueras, en manos de planificadores privados que vendían las parcelas y donde los propios emigrantes construían sus casas.

Entre tanto, el ayuntamiento planificaba los ensanches donde se establecería la burguesía.

La vertebración radial del crecimiento urbano de Zaragoza se vio favorecido por la terminación en 1908 de la electrificación de la red de tranvías que ayudó a una mejor comunicación del centro con los extrarradios de la ciudad.

En cuanto a los ensanches, la ciudad se desarrolló hacia el sur con el paseo de Sagasta y el de Pamplona, y habrá que esperar a 1908 con la Exposición Hispano-Francesa para la urbanización de la Huerta de Santa Engracia que mostró una imagen moderna de una ciudad del interior .

El crecimiento hacia el sur materializó la diferenciación social con el establecimiento de las clases medias en los ensanches y de las populares en los extrarradios.

Sin embargo, aunque se puso las bases de su desarrollo en este periodo, la capital aragonesa tendrá su época dorada de urbanización con el régimen primorriverista.

Valencia

La capital del Levante español era la tercera ciudad en importancia del país después de Madrid y Barcelona, con 213.550 habitantes en 1900.

Sin embargo, la ciudad levantina no era el centro de un desarrollo industrial, sino el de una agricultura exportadora debido a los agrios.

Valencia vio un acrecentamiento de la burguesía urbana formada por comerciantes, propietarios y exportadores, pero también una proletarización de los agricultores dedicados al arroz que vieron su producto perjudicado por las crisis agrícolas.

En el panorama político, Valencia fue una ciudad original por la pronta marginación de los partidos dinásticos de las áreas de poder municipal.

Tanto en la izquierda, renovada por los republicanos del escritor Blasco Ibáñez, quienes consiguieron una socialización de la política y una mayor secularización de la vida de la ciudad, como en la derecha, donde los carlistas conformaron con independientes un polo católico orientado en las directrices más modernas de la Iglesia.

Los blasquistas y los católicos sociales fueron los protagonistas de la política valenciana consiguiendo replegar al caciquismo dinástico a las áreas rurales.

El crecimiento no fue tan acelerado como en otras ciudades debido a la debilidad del sector industrial, ya que el sector primario no demandaba una mano de obra tan numerosa por su menor dinamismo.

Aunque, poco a poco, esta tendencia fue cambiando en favor de una mayor modernización.

Siguiendo el ejemplo del resto de las ciudades españolas, Valencia verá como en el centro se fue instalando la burguesía acomodada y los servicios.

Mientras, en las afueras, como los barrios de Nazaret, Tránsitos y Conserva lo hicieron los menos pudientes.

Sin embargo, aunque el desarrollo se fue prolongando hacia el Turia, donde se amplió el número de puentes.

El fracaso de las reformas urbanísticas que el ayuntamiento republicano intentó realizar, aumentó la anarquía de las construcciones de los extrarradios que se hicieron sin ninguna planificación.

La falta de recursos económicos, de una planificación futura de infraestructuras de comunicaciones y de inversiones en el sector de la construcción fueron inconvenientes para un desarrollo ordenado y rápido como el barcelonés o el madrileño.

José Luis Orella.
 


Revista Arbil nº 61

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