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Revista Arbil nº 61
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Reflexión acerca del problema
electoral de los católicos
por
Ángel Expósito Correa
La
"Cuarta
Revolución" es el
cuestionamiento de la capacidad por parte del
hombre de alcanzar cualquier tipo de verdad
válida e inmutable para todos. Tanto es así que
los mismos mitos de la Modernidad -la "Razón
Ilustrada" como única
fuente del saber y obrar humanos, el "progreso
ilimitado de la ciencia"
hacia horizontes paradisiacos en este mundo,
etc... son cuestionados por el nuevo relativismo,
a favor de un pensamiento "débil"
en el que cada uno es impulsado a crearse "su"
propio mundo a sabiendas que su cosmovisión
tiene exactamente el mismo valor que todas las
demás, y en el que incluso la misma percepción
de la realidad como la conocemos mediante los
sentidos y la experiencia, no es más que una de
las tantas posibilidades existentes.
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Resulta muy difícil para un
católico que quiera ser realmente coherente con
su fe, hacer una elección política en el
momento del voto. Actualmente excluidas las
opciones de tipo izquierdista por lo que
conllevan de sumamente anticristiano y
antinatural en sus programas, no queda otra
solución que volver la mirada a lo que el
panorama político nos presenta en su
"flanco derecho". Y aquí nos
enfrentamos a dos tipos de opciones: o el voto a
uno de los movimientos políticos (aunque
minoritarios) que en sus programas defienden un
proyecto de sociedad enteramente conforme (al
menos, algunos, en líneas generales) con el
Magisterio de la lglesia o bien el voto al
gobernante Partido Popular.
Sobre esta última posibilidad deseo hacer una
serie de reflexiones que nos ayuden a comprender
su verdadera naturaleza, pues aunque sea el más
votado por los católicos españoles, no cabe
duda de que su elección entraña toda una serie
de contradicciones que hacen inviable su opción.
¿Cómo en efecto un partido que se dice cuando
menos respetuoso con los valores cristianos y que
es miembro del Partido Popular Europeo,
expresión continental de la democracia
cristiana, puede estar conforme, e incluso,
aprobar leyes como el divorcio, el aborto, las
parejas de hecho, que chocan frontalmente con el
Magisterio de la Iglesia? La respuesta la
encontramos en la historia y en la ideología a
las que se inspira, esto es, en la anteriormente
citada democracia-cristiana.
Los elementos necesarios para la comprensión de
este fenómeno hay que buscarlos en la
Revolución francesa y se sintetizan en el
esfuerzo de realizar en la vida asociada los
principios de "liberté, égalité,
fraternité" que no traduzco para que
no pierdan su significado históricamente
condicionado. Tal revolución constituye la mayor
agresión política a la tradición católica,
así como el protestantismo fue la mayor
agresión religiosa. De los muchos aspectos de la
tradición, el que mayormente ha sufrido los
ataques del gobierno revolucionario fue, sin
lugar a dudas, el de la función social.
La jerarquía social no desaparece
inmediatamente, pero surgen grupos humanos que
presentan su propio proyecto de sociedad. Cada
uno de estos grupos presenta una
"alternativa de sociedad" que desborda
los límites sobre los que se asentaba el
pluralismo de una sociedad natural que opinaba
sobre las formas de gobierno, pero que no
cuestionaba sus principios básicos. Nacen así
los partidos modernos, clubes revolucionarios,
con su propia interpretación de la historia y la
sociedad, con sus funcionarios y sus escuelas de
partido.
En esta situación de pluralismo doctrinal, los
católicos que creían en la necesidad de la
Revelación y de la Gracia para la salvación -en
contra del "dogma"
revolucionario de la inmaculada concepción del
hombre- ven como su doctrina pasa a ser una más
entre otras. Pero como a menudo ocurre en estos
casos, no hay una reacción común, y así vemos
nacer una derecha coherente, un centro -será el
liberalismo católico- que acepta la "liberté"
(no confundir con la Libertad pues son
opuestas) y trata de interpretar pro bono "égalité"
y "fraternité", y una
izquierda -será la democracia cristiana- que ve
en la Revolución un signo positivo de los
tiempos, una nueva "Revelación".
La gravedad que supuso esta actitud de los
demócrata-cristianos hacia el Magisterio de la
Iglesia, se comprende mejor si nos paramos un
momento a considerar el cambio epocal provocado
por la Revolución Francesa. Esta, en efecto,
condujo por primera vez en la historia de la
Europa cristiana, a la completa laicización del
Estado y de la vida pública; se realizó por
primera vez desde la época de Constantino, la
total separación entre la Iglesia y el Estado. A
partir de la Revolución, la humanidad -inclusive
los católicos- se acostumbró a vivir su vida
social y política sin hacer referencia a la
Iglesia, sin recurrir a sus poderes espirituales
ni a sus ministros. Hasta ese momento el
nacimiento de los hijos, su educación, el
matrimonio, la muerte, la organización de la
vida colectiva, la constitución y el
funcionamiento del poder político se había
hecho al amparo de la religión confesional,
sacerdotal y jerárquica. La Religión era un
asunto de Estado, y el Estado estaba consagrado
por la Religión. No solamente no se pensaba en
separar a la Iglesia del Estado, sino que
excepcionalmente se hablaba de Iglesia y de
Estado, ya que se preferían términos como poder
político y poder religioso; gobierno y clero;
rey y obispos, o Papa. Estas autoridades se
consideraban como partes distintas de una misma
sociedad cristiana.
Pues bien, la democracia cristiana contribuye a
destruir todo esto con su ideología
aconfesional, no católica, en la que el sistema
democrático es interpretado como semilla
evangélica capaz de llevar por sí mismo al
ejercicio de la virtud. Además la verdad ya no
es un dogma de fe, sino el resultado de la
confrontación dialéctica entre varias
opiniones. De aquí la convicción que el
progreso histórico moderno sea una consecuencia
evangélica y por consiguiente fruto de una gracia
histórica invisible. Todo ello condujo a la idea
que el Cristianismo era una corriente de la
democracia y la democracia el contenido político
del Cristianismo. El resultado más coherente de
toda esta teoría fue la divinización de la
democracia.
Se comprende pues cómo con tales ideas hayan
podido participar en la marcha triunfal de los
ejércitos revolucionarios de todos los tiempos
-aunque eso sí, en una posición subordinada y
de retaguardia- representando el momento "místico"
de la "fraternité". Tampoco
nos sorprenderán las reacciones contrarias que
tales ideas provocaron en la Santa Sede y en la
Jerarquía eclesiástica, preocupada a partir de
la Revolución Francesa de poner en guardia y de
preservar la ortodoxia de la fe, frente a los
ataques de lo que tenía todos los visos de ser
una nueva herejía.
Después de este recorrido histórico y
doctrinal, no nos será tan difícil comprender
la ideología del Partido Popular; un partido que
afanándose en acoplarse a la marcha de la
Revolución, asume todos los principios "éticos"
de sus "adversarios". El tan
manido "centro" en realidad no
es más que una escenificación política que
sirve para encauzar al electorado de derechas en
un proyecto progresista. Y así vemos como se da
cabida a la homosexualidad con sus plataformas
gays, al aborto, a toda una programación
cultural que ni siquiera intenta oponerse al
relativismo triunfante, sino que, antes bien, lo
ratifica, no desdeñando mostrar su regocijo.
Ahora bien, vista la imposibilidad o cuando menos
el enorme problema moral que supone votar al
Partido Popular, qué podemos hacer si queremos
participar de forma activa en la vida política,
sin tener problemas de conciencia? Creo que la
solución estriba en votar a aquellos partidos
(en este artículo no tomo en consideración a
las asociaciones de tipo cívico-cultural,
fundamentales para la difusión de los valores
católicos en la sociedad y la formación de las
élites, ya que me limito a la mera opción
electoral) que aún no teniendo posibilidad a
medio plazo (y me quedo corto) de conseguir
representación parlamentaria, sí son una
opción legítima para una conciencia católica
rectamente formada. Me refiero a aquellas
formaciones que en sus principios generales son
conformes al Magisterio de la Iglesia.
Lo que les ocurre a éstas es que la falta de una
revisión crítica, además del anquilosamiento
de sus estrategias y consignas políticas;
ciertas tendencias "puristas", más
allá de la obligada prudencia, a la hora de
aunar esfuerzos con otros grupos, junto a la
impaciencia de muchos votantes en conseguir
resultados inmediatos cuando ello requiere
paciencia, trabajo constante y contínuo
replanteamiento de sus estrategias comporta una
falta de confianza por parte del electorado que
estima como inviables tales opciones.
Tampoco hay que obviar la distorsión sufrida (en
parte generada por los mismos sujetos políticos)
por la auténtica "leyenda negra" que
se abatió sobre otros Regímenes y las fuerzas
que de alguna manera le apoyaron. Como también -
consecuencia en parte de esta última - el
tópico del "mal menor" que
imposibilita una verdadera reacción católica
coherente contra el relativismo imperante.
Otro elemento a tener en cuenta a la hora de
organizar una oposición frontal al sistema es la
nueva etapa revolucionaria comenzada con el
"mayo del sesenta y ocho". Me
explico.
La época contemporánea se caracteriza por el
triunfo completo del proceso descristianizador
que la doctrina contrarrevolucionaria ha
denominado como "Revolución".
Ésta después de las tres primeras etapas
(Protestantismo, Ilustración y Comunismo) ha
dado lugar a la "Cuarta
Revolución", esto es, al
cuestionamiento de la capacidad por parte del
hombre de alcanzar cualquier tipo de verdad
válida e inmutable para todos. Tanto es así que
los mismos mitos de la modernidad -la "Razón
Ilustrada" como única fuente del saber
y obrar humanos, el "progreso ilimitado
de la ciencia" hacia horizontes
paradisiacos en este mundo, etc... son
cuestionados por el nuevo relativismo, a favor de
un pensamiento "débil" en el
que cada uno es impulsado a crearse "su"
propio mundo a sabiendas que su cosmovisión
tiene exactamente el mismo valor que todas las
demás, y en el que incluso la misma percepción
de la realidad como la conocemos mediante los
sentidos y la experiencia, no es más que una de
las tantas posibilidades existentes.
Fruto maduro de esta nueva etapa revolucionaria
es el fin de las ideologías. No ya que los
partidos políticos con sus nombres dejaran de
existir, sino que ya no hacen referencia a sus
ideologías originarias en un proceso de
superación de las mismas, a favor de la
asunción plena del relativismo radical.
Al mismo tiempo vemos como la política pierde su
función de guarda y ejecutora del bien común
para convertirse en pura administración de
decisiones tomadas allende las fronteras
nacionales por un grupo de burócratas
supeditados a la disciplina de los intereses
plutocráticos de la finanza especulativa.
Así las cosas lo que hoy se necesita es una
clase dirigente católica bien formada según las
enseñanzas de la Iglesia y del magisterio
contrarrevolucionario que sepa,a través de las
demandas y reivindicaciones legítimas de la
sociedad, encauzarlas (adaptándose a la pobreza
intelectual y moral del hombre de hoy) y
desarrollarlas, para que puedan hayar su
corolario en la ley natural y divina.
Se trata pues de explicar al hombre de a pie el
porqué de sus inquietudes y demandas para que
pueda desarrollar los principios de ley natural
que debido a su fe o a otros factores todavía
conserva.
El mejor ejemplo para este tipo de apostolado lo
encontramos en la Iglesia. De hecho la Tradición
de siempre sin menoscabo alguno de la verdad, se
conjuga a un lenguaje, a una doctrina de la ley
moral, que sabe hablar al hombre conforme a
principios universales captables también por
personas que por su propio credo o formación
están muy alejadas de la Iglesia.
De esta forma debería también portarse un
movimiento político que aspirase a
reinstaurar/instaurar la Cristiandad.
Ángel Expósito Correa. |
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