No debería extrañar
que, con una cadencia en continuo incremento de
intensidad, sobre todo teniendo a la vista la
larga campaña pre-electoral en que los
españoles se verán inmersos en los próximos
dos años, el tema de la familia se convierta en
uno de los ejes del debate público y político.
La sociedad occidental, elevada sobre la
concepción de la familia como elemento base, ha
sufrido un largo proceso de desintegración y
desnuclearización del modelo familiar
tradicional. Si, a pesar de todo, éste continua
siendo el eje de nuestras sociedades es porque en
todos y cada uno de los países que componen
occidente existe todavía lo que los politólogos
y los sociólogos denominan "la mayoría
silenciosa".
Una mayoría que, debido al peso mediático,
suele permanecer en silencio tras los visillos de
las ventanas de sus hogares, pero que
cíclicamente, cuando los límites de su amplia
tolerancia son sobrepasados, suele producir
importantes giros tanto en el comportamiento
general de la sociedad como en la política (algo
que por ejemplo viene sucediendo en los EEUU de
forma creciente en las dos últimas décadas).
Esa mayoría silenciosa es, evidentemente,
partidaria y defensora del modelo familiar
tradicional.
Precisamente, por ello, entiende, no sin mostrar
un cierto grado de ingenuidad, que cuando en
cualquier ambiente se habla de la familia no
existe otro marco de referencia posible que ese
modelo tradicional que consideran como único.
Ya se anuncia la próxima difusión del concepto
de modelo familiar múltiple que deberá
sustituir al modelo tradicional. En éste, bajo
el anagrama "familia"
quedarán incluidos, y por tanto protegidos y
regulados por el Estado, los diversos tipos de
unión que pudieran plantearse; prescindiendo,
evidentemente, de cualquier cortapisa de
fundamentación moral o religiosa.
Con ello se ascenderá un peldaño más en el
lento proceso de desintegración y destrucción
del modelo tradicional familiar y a un cambio
importante en el sistema de valores morales tanto
del individuo como de la sociedad.
Para ello, en primer lugar, será preciso,
naturalmente, que se acabe admitiendo como
aceptable, como natural y como normal lo que
inicialmente produce repugnancia.
No será un grave handicap porque para ello se
cuenta con la colaboración, activa o pasiva, de
poderosos medios capaces de influir, modelar o
cambiar las mentalidades colectivas de los
pueblos.
No es un proceso nuevo, ajeno a nuestros modos de
comportamiento, y de ello quedan profundas
experiencias en otros aspectos relativos al
universo moral de la sociedad española en este
caso.
En ese proceso de difusión del nuevo concepto de
familia será vital la promoción de otros
supuestos modelos familiares que van más allá
de las denominadas uniones de hecho entre un
hombre y una mujer.
Uno de los modelos que más van a destacar en esa
campaña será el homosexual que cuenta con toda
una pléyade de activistas a favor de la
promoción del modelo familiar múltiple.
Así pues, de auténtica ofensiva en pro del
cambio del concepto de familia debe considerarse
el bombardeo mediático que se desata tras cada
salida del armario. Su finalidad no es solamente
tratar de hacer aceptable la homosexualidad, sino
que también persigue promocionar la unión de
homosexuales con vitola de ente familiar.
Lo que para el modelo familiar tradicional
resulta gravísimo. Salida del armario que, al
mismo tiempo, busca presentar las relaciones
homosexuales como algo normal y equiparable a las
heterosexuales. Siempre, naturalmente, guiados
por el logro de una mayor aceptación social.
Nos estamos viendo sumidos en lo que no es sino
una inmensa campaña de promoción de la
homosexualidad que puede acabar haciendo un daño
tremendo en determinados sectores de la sociedad,
los más indefensos, que, ayunos de una sólida
formación moral, pueden acabar asumiéndolo como
un tipo de relación sin problemas, siendo
atraídos a ella por una propaganda sin fin,
produciendo innotas frustraciones en un futuro
por desgracia no muy lejano.
Esa campaña propagandista está desarrollando
toda una nueva mitomanía gay en torno a dos
aspectos fundamentales: primero, el victimismo,
salpicado de todo tipo de persecuciones sin
cuento; segundo, el proselitismo a través de la
presentación pública de homosexuales famosos.
En este último plano, la tan traída y llevada "salida
del armario" que procura atacar a
sectores destacados de la sociedad, no se ha
contentado con famosos más o menos actuales,
sino que ha recurrido a la historia para mostrar
los personajes del pasado con los que
compartieron costumbres.
Han florecido los estudios sobre figuras en los
que, tras extrañas deducciones o metafísicas
elucubraciones, se afirma ampulosamente su
adscripción a la homosexualidad.
En la misma línea comienzan a despuntar las
investigaciones sobre lo que llaman "literatura
gay", pretendiendo demostrar dos cosas:
por un lado, la genialidad del mundo gay (de
forma simplista, esta publicidad lleva aparejada
la imagen de que fueron genios por ser
homosexuales); por otro, anunciar como
importantes obras no fueron sino trabajos
fundamentalmente gays.
Todo ello obtiene, como no podía ser de otro
modo, una amplia resonancia mediática gracias a
la presencia de "activos militantes
rosa" en los medios y al concurso que a
ello presta tanto el denominado
"discurso políticamente correcto" como
el mito del progresismo.
Esta presencia constante se ha convertido por un
lado en un elemento de presión sobre la sociedad
y sobre los poderes públicos, por otro, en un
argumento de justificación por parte del poder
político y de los medios para apoyar las
denominadas "reivindicaciones rosa".
Presión y justificación tan fuerte que poco a
poco se están desmoronando las barreras no sólo
de orden moral sino también jurídicas y
administrativas que hasta ahora bloqueaban la
posibilidad de que las uniones homosexuales, un
antimodelo familiar, adquirieran, en algunos
lugares, un reconocimiento público al
oficializar la administración este tipo de
relaciones.
Sabedores de que no existe, en este campo, una
oposición política real a ese proceso de
oficialización, lento pero firme, buscan ahora
un salto cualitativo importante: que se acabe
aceptando la adopción de niños para así poder
presentarse como un modelo familiar equiparable
al tradicional.
En este punto, la renuencia social a aceptar como
válida la adopción, pese a la propaganda
sensiblera, es mucho mayor, pero también lo era,
hace unos años, la oposición total a la
oficialización de las uniones homosexuales. A
pesar de todo, en esta campaña de ofensiva,
cuentan con poderosos aliados.
La presencia rosa en los medios de comunicación,
entre los formadores o deformadores de opinión y
entre la propia clase política, es tan abundante
como militante.
Además, cuentan con el apoyo de quienes se
encuadran bajo la vitola de progresistas, entre
otras razones porque en el fondo el progresisimo
no ha renunciado a su viejo sueño de acabar con
la familia y el orden tradicional, y en esa
batalla cualquier aliado es bienvenido.
Y cuentan, sobre todo, con la falta de
oposición, porque quien mantenga un discurso
distinto al de la aceptación y la tolerancia
será inmediatamente convertido en enemigo
público bajo la acusación recurrente de
intolerante y homófobo.
Porque en este campo ni tan siquiera se admite el
derecho a discrepar.
Francisco Torres García..
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